Reconocedlo. Que no os de vergüenza. A mí me pasa lo mismo. A nadie le gusta leer historias sobre tipos sensatos, equilibrados y felices. Nos encanta escuchar y contar cuentos sobre gente tan torturada como nosotros, o que expresa con libertad la angustia que todos llevamos a cuestas oculta bajo la fachada de la concordia social, lo que para el caso es lo mismo. El género negro es el vehículo perfecto para este tipo de catarsis. Raymond Chandler, Dashiell Hammett, Jim Thompson, James Ellroy, Denis Lehane…todos ellos han llevado hasta sus últimas consecuencias esta poética de almas pérdidas. En algunos casos (Mis rincones oscuros, Los detectives salvajes, Seven) el crimen ha sido entendido como punto de inflexión, como cráter donde el mal absoluto se hace presente en un momento concreto del tiempo dejando solo veneno y cicatrices, o como punto de partida para sondear el, a la postre insondable, profundo vacío existencial de la experiencia humana.
El comic, como medio gráfico que es, resulta especialmente fértil para el género negro. Desde los tiempos de Dick Tracy, con su estética vanguardista, y The Spirit, con sus ambientes expresionistas, los lectores de viñetas hemos podido deleitarnos con las andanzas de detectives cuyo pasatiempo favorito parece ser rumiar discursos existencialistas en calles llenas de basura y bruma. Lamentablemente, el Comics Code Autorithy mató todo lo que no tenía que matar, comic criminal incluido. No fue hasta finales de siglo cuando una generación de autores (Frank Miller, Brian Azzarello, Greg Rucka, Ed Brubaker, Brian Michael Bendis entre otros) tuvo luz verde para resucitar el noir, dotándolo de una sensibilidad más costumbrista y alejándolo de los arquetipos clásicos (o utilizándolos para burlarse de ellos). Los sucios, harapientos y depresivos defensores de la verdad y la justicia social cabalgaban de nuevo y volvían a pelear.
Kurt Busiek no podía dejar de explorar ese terreno tan fértil de la literatura criminal. Resulta altamente sorprendente encontrarse ahora, después de una retahíla de historias que merecen los calificativos de “clásicos” y “obras maestras”, con el mejor guion de Busiek en Astro City hasta la fecha. En El ángel caído, cuando Jack Acero recibe el encargo de investigar el asesinato de algunos de sus viejos amigos, todos ellos supervillanos, acaba de salir de prisión después de veinte años encerrado. Su única meta es no volver a la cárcel. En su desastrosa investigación tendrá que hacer frente a las fuerzas del orden y la ley, a disfraces estrafalarios y a su propio y constante sentimiento de fracaso.
Jack Acero, según lo describe Busiek, es el prototipo de detective con pies de barro, un ser bienintencionado y en busca de redención, sin una inteligencia o una fuerza extraordinaria, pero con un carisma a prueba de balas. No obstante, no es él el único personaje que hace su primera aparición en estas páginas. De hecho, es una sociedad al completo la que se muestra por primera vez. En muchos aspectos, este sub-mundo de supervillanos recuerda al que Brian Michael Bendis trazaría diez años después en Marvel Comics por su costumbrismo, sus bares, sus pisos de protección oficial, sus guaridas del mal sin aíre acondicionado y sus créditos para comprar pistolas de rayos.
Busiek y Anderson se permiten interrumpir el relato principal para contarnos dos historias que en apariencia poco tienen que ver con las desventuras de Jack Acero. La primera de ellas, protagonizada por El Hombre (una especie de trasunto hibrido entre El Zorro y Batman) pone en solfa el papel de los vigilantes urbanos como sustentadores del status quo. Es difícil no sentir una punzada de dolor, y un cierto eco de comics pasados y futuros, con ese héroe de la era Kennedy cuyo mundo se derrumba estrepitosamente con la llegada del futuro.
La segunda historia se titula La voz de la tortuga. Solo por este número Astro City debería figurar en una hipotética antología de “Grandes obras maestras del noveno arte”. Falsa tortuga, el protagonista de esta fábula, siempre ha sido un soñador. Desde su temprana infancia en Inglaterra, ha buscado incansablemente Narnia, El País de las maravillas u Oz. Da igual. La cuestión es escapar, y muy lejos a ser posible. Su amor por una amiga de la infancia le dará el impulso necesario para convertirse en un Robin Hood moderno (o eso cree él). Busiek construye este relato como si de una cebolla se tratase, con una serie de capas que podrían nombrarse y numerarse como: 1)homenaje a los héroes british, 2)homenaje y reflexión acerca de la naturaleza de las fábulas, 3)el núcleo principal, que no es otro que una reflexión acerca de los sueños y el fracaso.
Y es esto último lo que recorre de manera subterránea todo este tramo de la serie. Jack Acero, sus amigos supervillanos, El Hombre, Falsa Tortuga y todos los grandes personajes de la literatura y el cine noir son fracasados. Más que eso. Son soñadores. Han librado una guerra y han perdido. Pero eso no es algo que vaya a detenerlos. Busiek lo sabe, porque su genialidad le permite convertirse (o volver a convertirse) en uno de ellos, al igual que le permite ser un escritor novato, un joven inexperto o un padre primerizo.
Y Busiek sabe también otra cosa: un soñador fracasado es como un viejo caballo de guerra. Solo necesita una chispa para ponerse en pie, para volver a la pelea por lo que cree que es justo, para volver al cráter donde el mal se hizo dolorosa e irrevocablemente visible.