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vive en Philadelphia donde regularmente se pierde por la Universidad de Pennsylvania. Acostumbra a rezarle a Borges, Virginia Woolf y Alan Moore todas las noches. Procura restringir todo escarceo mental a eso que algunos llaman artefactos culturales. Su interacción con el mundo de la historieta empezó a los cuatro años coloreando a brochazo limpio un reaccionario "Tintín en el país de los soviets" de su hermano. Ha publicado sobre literatura un buen puñado de artículos muy aburridos. Sigue pensando que era feliz cuando no tenía teléfono. Suele llegar tarde, con una sonrisa y bisbiseando historias sobre ese “campo de batalla constante” que es la cultura.