Fue el célebre arco planteado en The Amazing Spider-Man #96-#98 USA, entre mayo y julio de 1971, el que lo inició todo. Aquella historia diseñada por Stan Lee, Gil Kane y John Romita sobre el impacto de las drogas en la sociedad estadounidense de principios de los 70 fue la primera que no llevaba el sello del inefable Comics Code Authority con el que las grandes editoriales practicaban la autocensura para no incluir en sus historias ninguna temática controvertida o delicada. Ese primer síntoma de flaqueza fue el que permitió cierta permisividad para recuperar historias que durante la silver age desaparecieron casi por completo y, como es lógico, entre ellas se encontraban las de género de terror. De manera que, al igual que sucedió con el Hombre Lobo con Werewolf By Night o Frankenstein en la colección homónima, Drácula no podía quedarse sin su propia cabecera en aquella Casa de las Ideas de principios de los 70. La reinvención de la figura histórica de Vlad Tepes como un vampiro sanguinario ideada por el escritor irlandés, Bram Stoker (1874-1912), asentó las bases de un personaje que trascendería la obra maestra literaria en la que nació para ser absorbido por la cultura pop en forma de relatos apócrifos, películas, series y sí, cómics. En esta entrada vamos a reseñar los primeros números de La Tumba de Drácula, la colección con la que Marvel Cómics dio su particular versión del no muerto más famoso de la historia y que ahora reedita Panini Cómics.
The Tomb of Dracula comenzó su andadura editorial en abril de 1972, con el equipo creativo formado por el guionista Gerry Conway y el dibujante Gene Colan, este último encargado también de entintar aquel primer número. Dicho tándem duraría poco en modificarse con el baile de guionistas que sufriría el arranque de la colección ocupándose el co creador de Punisher de los números 1 y 2, el mítico Archie Goodwin del 3 y 4 y el no menos célebre Gardner F. Fox del 5 y 6. Siempre se ha afirmado que esta alternancia de escritores mostraba una serie que en sus primeros compases no sabía hacia dónde encaminarse hasta que finalmente, en el número 7, llegó Marv Wolfman para hacer suya la narrativa de un proyecto que ya no abandonaría hasta su finalización siete años después. Un servidor no sólo no está de acuerdo con dicha sentencia, sino que considera las seis primeras entregas de The Tomb of Dracula algunas de las mejores de la historia de la publicación. No sólo porque estoy en desacuerdo con ese supuesto argumento caótico, que para mí tiene una cohesión impecable, sino porque aquellos números en los que se presentan los personajes y primeros conflictos son los más deudores de la literatura y el cine de terror en general o de los relatos vampíricos en particular.
La historia sigue los pasos de Frank Drake, un descendiente directo del Conde Drácula que ha heredado su famoso castillo de Transilvania. Ante los problemas económicos a los que se enfrenta desde hace tiempo en su Estados Unidos natal y aconsejado por su amigo, Clifton Graves, Frank viaja al país rumano para intentar vender la fortaleza en la que el vampiro más legendario de todos los tiempos vivió durante siglos sembrando el terror en aquellas tierras asoladas por su sed de sangre. Acompañado de Clifton y Jeanie, su actual pareja y antigua amante de su amigo, Frank Drake llega al castillo y en cuanto cruzan el umbral del mismo sus vidas cambian drásticamente. Clifton encuentra la tumba de Drácula y arranca de su esquelético cadáver la estaca que le había matado, devolviéndolo así a la vida. A partir de ese momento comenzará una encarnizada batalla entre Frank Drake y su vampírico antepasado en la que poco después también se verán implicados Rachel Van Helsing, nieta del icónico archienemigo de Drácula; su guardaespaldas, Taj; Quincy Harker, hijo de los Jonathan Harker y Mina Murray de la novela de Bram Stoker; y Edith, su primogénita.
Las seis primeras grapas de The Tomb of Dracula tienen una deuda reconocible, sobre todo, con la Hammer Films Productions británica que por aquel 1972 se adentraba en sus años de decadencia, precisamente explotando la figura del señor de los vampiros con producciones como Scars of Dracula (Roy Ward Baker, 1970), Taste the Blood of Dracula (Peter Sasdy, 1970) o Dracula AD 1972 (Alan Gibson, 1972) todas con el añorado Christopher Lee ofreciendo una versión salvaje y sensual del personaje. Los juegos de luces y sombras, la estética oscura, el diseño del castillo de Drácula o personajes secundarios como Frank Drake, Jeanie, Clifton Graves, Rachel Van Helsing o el silencioso Taj nos retrotraen a las producciones de aquella inolvidable productora con sede central en los Bray Studios. Pero no sólo de la Hammer bebe el primer arco argumental de The Tomb of Dracula, ya que situaciones como la resurrección de Dracula mediante la intervención de Clifton Graves es una referencia clara a la de Barnabas Collins, el vampiro catódico interpretado por Jonathan Fried en la serie televisiva Dark Shadows (Dan Curtis, 1966-1971) la misma a la que homenajearía Tim Burton en su película homónima de 2012.
En el número 7 llega Marv Wolfman para hacerse con las riendas de la colección y la misma va cambiando gradualmente de tono. Desde el mismo momento que el autor de Crisis en Tierras Infinitas, confeso detractor de las historias de terror, se responsabiliza de los guiones de The Tomb of Dracula esta se va alejando poco a poco del género al que se adscribía de manera ortodoxa para en ocasiones acercarse más al de aventuras o acción. No decimos con esto que Wolfman niegue la naturaleza misma de la cabecera y su personaje, de hecho irá dando un tratamiento cada vez más tenebrista a sus andanzas en viñetas, pero sí es cierto que su visión del terror es más propensa al espectáculo operístico con inclinaciones incluso por el tono superheróico intrínseco en el cómic comercial de Marvel. Esto se deja ver en el número 8, The Hell Crawlers, con la presencia del proyector de Heinrich Mortte que convierte en vampiros a los muertos, un MacGuffin argumental más propio de relatos de ciencia ficción que a planteamientos adheridos al vampirismo clásico. Con todo, Wolfman sólo daba aquí sus primeros pasos en The Tomb of Dracula, pero al poco tiempo la convirtió en el clásico secuencial que todos conocemos e idolatramos.
Pero si hay un nombre que convirtió a The Tomb of Dracula en una de las series más importantes, no ya de los años 70, sino de la historia de Marvel Comics, ese es el del tristemente desaparecido Gene Colan. Dibujante de personalísimo estilo, brillante en las composiciones o todo un titán a la hora de estructurar pasajes dinámicos y de acción, Colan extrapoló su narrativa deudora del medio cinematográfico a una colección que era casi el elaborado storyboard de una película de terror. La versión de Drácula de Colan estaba inspirada en el actor estadounidense Jack Palance que, no sabemos si por influencia de esta colección, dio vida al conde transilvano en 1973 en una memorable tv movie escrita por Richard Matheson, a partir de la novela de Bram Stoker, y dirigida por Dan Curtis. Fue un dibujo de su versión del personaje el que convenció a Stan Lee para ofrecerle encargarse de los lápices de la colección materializando con ella el mejor trabajo de su extensa carrera cuando, y es algo que no se suele mencionar muy a menudo, contaba ya con casi 50 años de edad. The Tomb of Dracula es Gene Colan y viceversa, pero lo más interesante es que en este primer tomo sólo se ve una pequeña muestra de lo que fue capaz de hacer con la cruenta batalla entre Drácula y el equipo de cazadores de vampiros encabezado por su descendiente, Frank Drake, ya que una vez se estabilizó el rol como entintador de Tom Palmer, otro nombre clave en esta serie, el apartado gráfico se antojó legendario.
Si La Tumba de Drácula es una de mis colecciones favoritas de Marvel Comics, junto a otras como The ‘Nam, estos primeros números ocupan un lugar muy especial en mi estantería porque marcaron mi infancia hibridando dos de mis mayores pasiones, el mundo del terror y el de los tebeos. Hasta dos retapados de Cómics Forum llegué a tener con los seis primeros números, uno de ellos todavía conservado en perfecto estado, y por supuesto años después me hice con la Biblioteca Grandes del Cómic de Planeta DeAgostini, siendo esa edición la primera que me permitió leer completa la colección, aunque en blanco y negro y a tamaño reducido, como todos sabéis. La economía y la velocidad a la que se descatalgaron los tomos de Marvel Limited Series hicieron casi imposible que los fans de la serie de Marv Wolfman y Gene Colan pudiéramos adquirirla en su totalidad, a color y con su tamaño original. Por eso desde aquí quiero dar las gracias a Panini Cómics por traernos de vuelta al príncipe de las tinieblas en esta edición impecable con el material tal y como fue concebido por sus responsables y con jugosos extras que a lo largo de diez entregas nos llevará a un viaje inolvidable alrededor del mundo para dar caza al alter ego demoníaco de Vlad Drăculea en el que un servidor tendrá el honor de ser vuestro guía.
Guión - 10
Dibujo - 10
Interés - 10
10
Obra maestra
Los primeros números de La Tumba de Drácula son una compacta obra maestra y el acercamiento más puro de la colección al terror vampírico. El equipo de guionistas y un Gene Colan descomunal asentaban las bases de una de las cabeceras más míticas de la historia del cómic.