A golpe de talonario (literalmente)
El mundo se está viendo arrastrado hacia su declive de forma cada vez más pronunciada. La pobreza, la superpoblación (calla, Thanos, que a esta fiesta no estás invitado), las guerras, el cambio climático, las amenazas biológicas… A veces, la pregunta que me hago no es si seremos capaces de sobreponernos a todas esas y otras muchas amenazas, sino cómo hemos conseguido aguantar durante tanto tiempo. Si echamos la vista hacia el futuro, hasta los más optimistas admitirán que el panorama que se nos plantea no resulta muy esperanzador.
Pero en toda crisis, por muy grave que sea, hay personas que acaban saliendo beneficiadas, al menos temporalmente. En la actualidad, un porcentaje significativo de esas personas lo constituyen las grandes fortunas: aquellos mandamases, padres del hipercapitalismo, que a menudo siguen nutriendo sus inconmensurables arcas a costa de los más vulnerables.
Aquí es donde entra en juego Mark Russell, el polémico guionista al que más de uno conocerá por el descaro de sus sátiras. Conocedor de la situación en la que está envuelta el mundo ahora mismo, en Billionaire Island Russell decide imaginar un escenario hipotético, unos 20 años en el futuro, en el que los peores pronósticos se han cumplido y la humanidad se encuentra al borde del colapso. Ante esta situación, esas grandes fortunas, aquellos con la capacidad de cambiar el mundo a golpe de talonario, deciden construirse su propia nación móvil en medio del océano. Una nación en la que solo tienen cabida los multimillonarios (y sus escl… sirvientes).
Reconozco que hasta ahora no me había acercado a ninguna obra de Mark Russell. A pesar de que las buenas críticas de Los Picapiedra o la repercusión mediática de Second Coming me llamaran la atención en su día, las circunstancias no han querido que coincidiésemos hasta ahora; y, a juzgar por esta primera experiencia, estoy más que dispuesto a repetir.
Hablemos primero del estilo de Russell. Puede que las palabras que vengan ahora no sean del todo justas porque me estoy basando en una sola obra para redactarlas, pero cuando menos representan con precisión mi opinión sobre el guion de Billionaire Island. Para empezar, aunque el estilo de Russell francamente tiende hacia el humor, esta no ha sido una lectura que me haya resultado excesivamente tronchante. Esto se debe a que, si bien esa tendencia existe, en la práctica el humor se puede presentar de muchas formas, y la forma en la que decide presentarlo el autor es una que, más que centrarse en los golpes de humor, se decanta por la sátira conceptual.
Un buen ejemplo de esta diferencia lo encontramos al comparar Billionaire Island con The Fix, la obra de Nick Spencer y Steve Lieber. El humor de The Fix se basa en golpes de humor puros y duros, lo que normalmente llamaríamos “chistes”, una sucesión de acontecimientos que podría resultar graciosa incluso si se expone la escena de forma aislada. Es el tipo de humor más clásico, practicado por la mayoría de nosotros en el día a día y basado en el poder de los contrastes. Dado que la narrativa en general es una materia que básicamente alimenta sus engranajes mediante el uso de contrastes, este tipo de humor es también uno que encaja de forma muy natural con la mayoría de historias.
El humor de Billionaire Island, por otro lado, existe en un plano mucho más “ambiental”, por así decirlo. En vez de intentar sacarles carcajadas a los lectores con chistes explícitos, lo que plantea es una situación que lleva nuestra realidad actual hasta ese delicado punto entre lo exagerado y lo plausible. La historia expone situaciones cuyo contexto en sí nos resulta divertido, pero normalmente no nos hace reír explícitamente porque la forma de transmitir esa información es mucho más lenta.
Al fin y al cabo, la risa es el resultado de esos contrastes inesperados cuando ocurren en el momento oportuno. En el humor, la forma del contenido es incluso más importante que el mensaje. Por eso, un mismo chiste puede ser muy gracioso o un muermo en función de “la gracia” con la que se cuente; o, por poner un ejemplo todavía más claro: si le tienes que explicar un chiste a alguien, por bueno que sea el concepto, y aunque esa persona lo entienda al final, seguramente no se reirá. Es más, lo más probable es que todos los presentes en la sala consideren que ha sido un chiste fallido. De hecho, esa sería una buena forma de describir el humor contextual del que hace gala Billionaire Island: un chiste satírico que te tienen que explicar poco a poco.
Claro está, este tipo de humor no solo tiene desventajas, sino que más bien funciona a niveles muy distintos. En el humor más tradicional, los chistes pueden convivir junto a la historia, sin estorbarla, pero también sin elevarla. En el humor contextual, sin embargo, la historia se construye alrededor de esos chistes y, al contrario que una explicación anodina tras un chiste mal contado, aquí el interés de los lectores se debe mantener mediante el uso de otras estrategias narrativas eficaces que acompañen a la explicación.
Del mismo modo que una trama se puede hilar partiendo de un concepto dramático, como un padre que busca a su hijo desaparecido, una trama se puede hilar con igual validez alrededor de un concepto humorístico, como un papa que transforma su pasión por la fe en pasión por ir al gimnasio para derrotar a los demonios a collejazo limpio (gracias, Robert Kirkman)… o como multimillonarios que escapan a su propio país móvil cuando las cosas se ponen feas en el resto del mundo.
Pasando al apartado artístico de la obra, debo decir que he decidido dejarlo un poco de lado hasta ahora porque no me ha parecido muy destacable, ni para bien ni para mal. Con lápices de Steve Pugh y color de Chris Chuckry, el dibujo de Billionaire Island narra con eficacia pero sin brillo las escenas a las que se enfrenta. Aunque el resultado final se sitúe muy lejos de merecer una mala crítica, también está muy lejos de la chispa de otros trabajos que buscan lograr sensaciones parecidas como, por volver al ejemplo anterior, el de Steve Lieber en The Fix.
En conclusión, Billionaire Island es un cómic que resulta muy entretenido gracias a las situaciones que plantea y a su ligero ritmo de lectura. No quedará para el recuerdo como la obra más rompedora de Mark Russell, pero es una buena adición para su fondo de catálogo.
Lo mejor
• Es muy entretenido.
• Propone algunos conceptos interesantes.
Lo peor
• No llega a ser del todo eficaz ni como comedia pura ni como sátira impactante.
• El dibujo no destaca para mal, pero tampoco para bien..
Guion - 7
Dibujo - 7
Interés - 7
7
Satírica
Aunque Billionaire Island no quedará para el recuerdo como la obra más rompedora de Mark Russell, es una entretenida adición para su fondo de catálogo.