Biografía: Osamu Tezuka, el dios del manga

Hacemos un repaso de la vida y obra de Osamu Tezuka, el autor más importante del manga y el anime moderno en el siglo XX.

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“El dios del manga”, “el padre del manga moderno”, “el padrino del manga”… Varios son los sobrenombres por los que se conoce a la inmensa figura del autor al que hoy le dedicamos el día en Zona Negativa. Y es que Osamu Tezuka ha sido, es y será uno de los japoneses más influyentes en la historia del cómic, no solo a nivel manga, sino a nivel global, pasando también por sus pinitos en la animación. Tezuka sensei es una pieza clave a la hora de entender la definición del manga y el anime moderno que hoy en día, ya en pleno siglo XXI, podemos disfrutar con más fuerza que nunca. Un autor que con su obra contribuyó a asentar las bases del cómic japonés y expandió sus fronteras, promoviendo masivamente su lectura y su consumo como uno de los principales medios de entretenimiento popular, y provocando que sus historietas, al igual que algunas obras y movimientos del cómic americano en occidente, tuviesen un gran y profundo impacto en la sociedad japonesa de la post guerra, marcando a varias generaciones. Podríamos llegar a considerar a Tezuka como una suerte de Walt Disney japonés, y no sería demasiado aventurado, ya que el mangaka se fijó mucho en la figura del norteamericano a la hora de desarrollar una nueva manera de hacer manga basándose en técnicas cinematográficas y de animación, un poso que podemos ver incluso en el diseño de sus personajes. De hecho la sombra de Osamu es, en muchos sentidos, bastante más alargada que la del americano. En este mes de noviembre, cuando Tezuka hubiese cumplido 90 años, celebramos en Zona Negativa el Osamu Tezuka Day, y esperamos descubriros o animaros a conocer más, sobre la figura y la inmensa obra de todo un titán de la viñeta, que aun hoy día sigue influyendo a autores y lectores como el primer día.

Orígenes y primeras influencias

Osamu Tezuka llega al mundo un 3 de noviembre de 1928, en la ciudad de Toyonaka, Osaka, siendo el mayor de sus tres hermanos. Desde pequeño su apodo fue gashagasha-atama (que viene a significar algo así como “desorden” y “cabeza”, respectivamente), lo que ya deja entrever que había muchas cosas que bullían en la cabeza del autor desde bien temprano, algo fundamental posteriormente a la hora de entender la inquietud y la iniciativa que demostró durante todos sus períodos profesionales. Como el mismo reconocería más adelante, la figura clave en su vida, personal y artística, fue su madre, a la que consideraba responsable de la confianza y la creatividad que reflejaban sus historietas posteriores. Era muy habitual que el pequeño/joven Tezuka acudiese con su madre al Gran Teatro Takarazuka, una compañía de teatro musical femenina, y sus obras románticas tuvieron un gran peso en las obras posteriores del maestro, incluidos sus diseños de vestuario o ese gusto por representar los ojos grandes y brillantes en sus personajes. Por otro lado, su padre fue el “culpable” de su otra gran influencia, la de Walt Disney, ya que el cabeza de familia de los Tezuka no perdía oportunidad para reproducir películas de animación del genio de Illinois, y el bueno de Osamu se obsesionó con ellas y con el deseo de reproducirlas o crear algo similar con estilo japonés. El fanatismo por Disney llegó a tal nivel que el propio Tezuka reconocía que veía los filmes varias veces seguidas, siendo su favorita Bambi, que llegó a visionar en más de 80 ocasiones. Así que de este modo, con las influencias del teatro oriental por un lado, y la animación occidental por otro, se empezaba a cocinar algo en el interior de Osamu Tezuka, que daría lugar a una de las expresiones artísticas más importantes del siglo XX.

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Un pequeño Osamu Tezuka dibujando alguna de sus primeras viñetas (Fuente: tezukaosamu.net)

Cuando decimos que Osamu Tezuka es el padre del manga moderno, no queremos decir que no existiese producción de cómic japonés antes, ni que fuese el primero en plasmar una historia en viñetas y bocadillos. Pero si fue el primero en darle una forma y unos conceptos que permitían definirlo sin ningún género de dudas desde entonces. La palabra “manga”, en japonés, está compuesta por los kanjis de “dibujo” y “sin límite”, así que nos encontramos ante una definición algo vaga en la que entrarían innumerables obras que para denominarse como tal solo deberían contener dibujos que nos narrasen algo, y ni siquiera secuencialmente. Podríamos considerar entonces como “manga”, en su estado más primigenio, al Chōjū-giga, una crítica satírica nipona de los siglos XII y XIII que se basaba en caricaturas de animales que representaban la sociedad de ese tiempo. Y por supuesto también deberíamos considerar el trabajo del maestro Hokusai (sobre los que podemos leer en la obra de Hinako Sugiura, Miss Hokusai, publicada recientemente por Ponent Mon). Pero ni narrativa ni estéticamente entrarían dentro de lo que nos viene a la mente al mencionar la palabra manga hoy en día. Y el culpable de eso, de ese imaginario colectivo alrededor de la actual historieta japonesa, es Osamu Tezuka.

A principios del siglo XX ya sí podríamos hablar del surgimiento de un estética manga, en representaciones artísticas como las de Yumeji Takehisa o Junichi Nakahara, pero una vez más sería solo a nivel de ilustración, le seguía faltando algo que solo Tezuka podía darle. Y fue precisamente esa influencia de la animación posterior a la Segunda Guerra Mundial, esas películas de Disney vistas decenas de veces por el joven Tezuka y las tiras periódicas estadounidenses (la influencia cultural yanqui en el Japón de la poste guerra fue muy fuerte, y de hecho el propio Tezuka era fan declarado de Superman, llegando a ser miembro honorario de su club de fans) definieron la historia para que Tezuka se decidiera a desarrollar una obra que vino muy marcada por el contraste entre su infancia pre-conflicto y su madurez posterior al mismo, y el profundo y traumático paso de la sociedad y cultura japonesa a través del mismo.

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El joven Tezuka con su uniforme de la Universidad de Osaka (Fuente: tezukaosamu.net)

Tezuka comenzó a dibujar cómic como tal en su segundo año de escuela primaria, llegando a conseguir un volumen de producción tan grande que su madre se veía obligada a borrar sus cuadernos para que el muchacho siguiese teniendo dónde dibujar. En sus primeros años, Tezuka descubrió la existencia de un insecto llamado Osamushi, y se parecía tanto a su propio nombre que decidió adoptarlo como pseudónimo artístico. Posteriormente el propio autor reconocería que en sus primeros pasos, los autores que más le influyeron fueron Suihō Tagawa, uno de los primeros mangakas de la historia, que publicó con Kodansha la serie Norakuro; y Unno Juza, el padre de la ciencia ficción japonesa. Y el caso es que ambas influencias junto con ese estilo de toque cartoon de Disney serían hábitos artísticos que ya no abandonaría en el resto de su vida como autor de manga.

Ya en sus años de instituto Tezuka fue reclutado, como tantos otros jóvenes nipones, para colaborar con el esfuerzo de guerra trabajando en una fábrica, hecho que no le disuadió de seguir dibujando y creando, un tesón y una disciplina de trabajo que también marcó toda su carrera. No había nada que pudiese parar a Osamu y apartarle de su meta profesional. En 1945, con el dramático final de la Segunda Guerra Mundial, fue aceptado en la Universidad de Osaka, donde comenzó a estudiar medicina, un “frustrado” sueño de ser médico que se reflejaría posteriormente en una de sus mayores obras, Black Jack. Seis años universitarios y un graduado en medicina después, Osamu Tezuka pudo por fin dar rienda suelta a su producción de manga, comenzando a publicar sus primeros trabajos como profesional, con una difusión aun bastante moderada. Anteriormente, todavía durante su época de estudiante, ya había publicado algunas historietas en las que se veía la influencia de esos elementos de ciencia ficción que mencionamos anteriormente: Lost World, Metropolis (inspirada en la obra maestra de Fritz Lang) y Next World. Aunque sin duda el gran trabajo de Tezuka en esa época, o al menos el más reconocido posteriormente, fue La nueva isla del tesoro, una versión de la obra de Robert Louis Stevenson realizada junto a Shichimi Sakai que puede ser considerada como su primer gran éxito y que mostraría esa querencia por las animaciones americanas de autores como el ya mencionado Disney o los hermanos Fleischer.

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Desde su juventud ya comenzó a usar la boina que convirtió en un elemento clave de su figura (Fuente: tezukaosamu.net)

Pero sin embargo, como ya hemos dicho, la Segunda Guerra Mundial fue un hecho definitorio en la vida y la mentalidad de Osamu Tezuka, al igual que para el resto de su generación. Los horrores de la guerra empujaron al mangaka a estudiar medicina en un esfuerzo para hacer del mundo un lugar mejor, y ese interés por cuidar el planeta y a sus gentes fue algo que también se reflejo una y otra vez en sus obras. Tezuka vio en el manga una oportunidad única para concienciar a las personas de la importancia de preservar lo bueno, de salvaguardar el mundo de la catástrofe que acababan de sentir en sus propias carnes en Japón y en buena parte de los escenarios del conflicto internacional. La nueva isla del tesoro daría el pistoletazo de salida a la considerada como la edad de oro del manga moderno, pero no sería hasta 1951 cuando se descorchase la botella del fenómeno que comandó Osamu Tezuka.

En ese año de 1951 Tezuka se unía a un grupo de mangakas conocido como Tokyo Children Manga Association, con otros autores como Baba Noboru, Ota Jiro, Furusawa Hideo, Fukui Eiichi, Irie Shigeru y Negishi Komichi. Tezuka viajó entonces a Tokyo en busca de un editor para que siguiese publicando sus trabajos, encontrándose en primera instancia con el rechazo de la editorial Kobunsha. Fue Shinseikaku la primera editorial en aceptar la publicación de los mangas de ese Tezuka post universitario, con El extraño viaje del Dr. Tiger, mientras que Domei Shuppansha haría lo propio con El misterioso Dr. Koronko. La primera serialización con éxito del sensei llegaría de la mano de la revista Manga Shônen con Jungle Emperor Leo (1950-1954), más conocida internacionalmente como Kimba, el león blanco. Una obra que generaría una gran polémica posterior cuando Disney la plagió descaradamente en El rey león, cerrando así, de una manera bastante irónica, el círculo de influencias que lanzaron a Tezuka a crear sus mangas.

La exitosa década de los 50: De Astroboy a Fénix

Pero fue en 1951 cuando llegaría el hecho clave, el punto de no retorno para que podamos hablar del manga como lo conocemos hoy día, y que sería la primera piedra para la leyenda de Osamu Tezuka. Ese año, el de su graduación, la revista Weekly Shōnen Magazine de Kodansha comienza a editar Ambassador Atom, introduciendo por primera vez al personaje que marcaría la vida tanto de Tezuka sensei, como de toda una generación de lectores, y a la propia historia del manga: Astroboy. En un primer momento, Ambassador Atom no iba a ser más que otra historia de ciencia ficción más. De hecho, el éxito en Japón del manga fue moderado en primera instancia, y habría pasado sin pena ni gloria por la producción de la historieta japonesa de no ser por la presencia de Astroboy/Atom, que rápidamente se convirtió en uno de los personajes favoritos de los niños y jóvenes. Tras un aluvión de cartas de apoyo y peticiones de los lectores, Tezuka no hizo oídos sordos y publicó, en 1952, en la revista Shōnen Kobunsha, el primer capítulo de Tetsuwan Atom, conocido en occidente como Astroboy, y se inició de esta manera todo un fenómeno de masas en Japón. Un fenómeno que posteriormente traspasaría todas las fronteras, dejando a ese robot humanoide de aspecto risueño y cartoon como uno de los mayores embajadores que la cultura popular japonesa en general, y el manga y anime en particular, ha tenido en su historia.

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Tezuka haciendo historia en esta imagen dibujando a Astroboy (Fuente: tezukaosamu.net)

Ya hablaremos en profundidad de la obra de Astroboy y del resto de títulos en las reseñas que pueblan este día de homenaje a la figura de Osamu Tezuka, pero podemos decir que este manga sigue estando marcado por esas influencias de la ciencia ficción y esa combinación artística de estilo manga como lo conocemos hoy día (ojos grandes, rasgos infantilizados) y estilo Disney, pero por primera vez, o al menos por primera ocasión en un fenómeno de masas, se produjo ese contraste entre esa concepción alegre e infantil y una historia con tintes de drama, aun muy leves, y que en posteriores obras de Tezuka se iría profundizando más y más. Astroboy, no obstante, sigue siendo uno de los shônen por antonomasia, con un robot representando ese lucha del bien contra el mal y dejando un mensaje positivo para los lectores más jóvenes. Astroboy nos dejaba esa moraleja final de que los malos pueden acabar siendo buenos, o al menos no tan malos, y la importancia de proteger a los demás.

Con 23 tomos publicados en Japón (1952-1968), Astroboy fue la primera serie manga que también arrasó en Estados Unidos y Europa, y quizá por eso, por ser la pionera, se considera unánimemente como el verdadero nacimiento del manga moderno. Astroboy fue adaptada también al formato anime, tanto en serie como en películas, y tiene el honor de ser la obra que posiblemente más haya influenciado a las generaciones de autores posteriores, con homenajes, precuelas o secuelas de la talla de Pluto (Naoki Urasawa) o Atom: The Beginning (Tetsuo Kasahara y Masami Yūki). El éxito de Atom fue arrollador, y de la noche a la mañana Tezuka se convirtió en el mangaka más importante del país, y uno de los que mayor reconocimiento tenían a nivel internacional, comenzando a romper esa barrera cultural que separaba hasta entonces oriente y occidente. Lo habitual, con ese bombazo que supuso Atom y la buena forma de la que gozaban sus obras menores, hubiese sido quedarse ahí, disfrutar de ese éxito cosechado tan temprano y tratar de sobrevivir al extenuante ritmo de trabajo que supone la publicación de una serie manga. Pero Gashagasha-atama no había cambiado ni un ápice desde que su madre tuviese que borrar sus cuadernos para que no se le agotase el papel en el que dar rienda suelta a todo lo que tenía en su imaginación. Y así, tras sentar los cimientos del manga y el shônen moderno, a Osamu Tezuka no se le ocurrió otra cosa que parir una de las obras más influyentes en el otro género demográfico por antonomasia en el cómic japonés, el shôjo. Así nace, en 1953, La princesa caballero.

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La Princesa Zafiro y Tink, protagonistas de La Princesa Caballero

La princesa caballero se publica en las páginas de Shôjo Club hasta 1956, y es un manga curioso y único desde el momento de su concepción. Tezuka comienza a introducir elementos occidentales y europeos en su obra (algo que hoy día vemos muchísimo en la obra de Urasawa, uno de los mangakas más influenciados por la producción de Tezuka), y situándonos en un contexto europeo medieval nos cuenta la historia de la Princesa Zafiro, una joven heredera al trono cuya familia ha fingido toda su vida que es un hombre para saltarse la ley sálica que impera en su reino y vetaba su ascenso al poder por su género. Y no solo eso, sino que por la influencia del ángel Tink, Zafiro posee dos corazones: uno azul de chico y uno rosa de chica, iniciando un conflicto entre ambos ya que la princesa considera que ambos, masculino y femenino, son suyos por igual. Solo con esa concepción ya podéis intuir que este manga supuso una revolución en todos los sentidos en la sociedad, tanto internacionalmente, como particularmente en una cultura tan falocéntrica como la japonesa. Tezuka ponía sin ningún rubor por primera vez sobre la mesa un tema tan polémico como los roles de género y la figura femenina en una historia de fantasía dirigida a los jóvenes, redefiniendo un género como el shôjo de arriba abajo. Daba además por primera vez un papel importante a la mujer, algo que sería constante en muchas de sus obras, dotando al género femenino de una profundidad, humanidad y matices pocas veces vistos hasta ese momento en el cómic nipón.

Y es que Tezuka mostró esa inquietud, esa imposibilidad de quedarse quieto y revolucionar todo no solo en su prolífica producción, sino en su capacidad para meterse en todos los charcos posibles, tratando temas complejos y peliagudos, casi vetados en su época, y que contrastaban totalmente con ese aspecto infantil, “estilo Disney”, de sus diseños artísticos. No solo el papel de la mujer y el conflicto de género estuvieron presentes en sus obras, también temas como la corrupción política, los riesgos de las armas químicas y atómicas, el racismo, la homosexualidad, el ecologismo, la superpoblación o el crecimiento y crisis económica estuvieron presentes de un modo u otro en sus mangas, de una manera profunda y a la vez ligera, para que todo el mundo se empapase de esas temáticas. Algo que también le granjeo algunos problemas, ya que como todas las obras hijas de su tiempo, han sido consideradas machistas o racistas de un modo u otro, al menos si lo entendemos con un pensamiento más contemporáneo, algo que debería evitarse si se quiere hacer un análisis más certero de obras clásicas.

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Fénix fue, sin lugar a dudas, la obra de su vida

Por si no fuera poco con Astroboy y La princesa caballero, en 1953, con sus dos grandes mangas en pleno apogeo inicial, a Tezuka le pareció que era el momento apropiado para comenzar la que consideró siempre como la gran obra de su vida: Fénix. Con más de 20 años de producción y más de 3000 páginas recopiladas en 12 tomos, Fénix es una historia inmensa y ambiciosa que va desde el inicio de la civilización hasta el final de la misma, y que prácticamente es imposible de abarcar y resumir en pocos párrafos. Una de esas obras que es prácticamente imposible volver a ver, con la dificultad añadida de ser producida por un autor con un volumen de trabajo tal como Tezuka, en un proyecto que recuerda a la megalomanía de autores como Tolkien. Cada uno de sus tomos aborda una época distinta, con personajes o conceptos de los mismos recurrentes, con un género distinto en cada uno de ellos, experimentando con la forma, la narrativa, el dibujo, dando lugar a algunas de sus páginas más brillantes y con una exquisita cohesión gracias al hilo común que genera la simbólica imagen del mitológico fénix. Quizá no sea su historia más popular, ni conocida, puede que su lectura sea difícil y se requiera de sus pinitos previos en el mundo del manga para poder tragarla, pero no hay duda de que Fénix es y será la mayor historia jamás contada en el manga.

Producción de anime y la revista COM

La exitosa década de los 50 para Osamu Tezuka culminaría con el broche de oro que le permitiría cumplir uno de sus sueños de la infancia. En 1958, Toei Animation entraría en conversaciones con el mangaka para que adaptara en un guion la historia tradicional de El mono Son Goku, algo que el sensei aceptó con la condición de dirigir la película, siendo esta su entrada en el mundo de la animación. En 1961 llegó a fundar su propio estudio, Mushi Productions, con el que llevaría a cabo adaptaciones de sus propias obras, innovando también la industria con la llegada en 1963 de la versión anime de Astroboy, primer gran éxito del anime serializado tal como lo conocemos hoy día y también primer producto de animación japonés en ser doblado al inglés para la audiencia estadounidense. Kimba fue de nuevo un elemento capital en la producción, en este caso animada, de Tezuka, siendo en 1965 la primera serie en ser elaborada a todo color. En 1968 el mangaka fundaría un nuevo estudio, Tezuka Productions, donde se dedicaría fundamentalmente a experimentar con la animación hasta el final de su vida. Mushi Productions, por su parte, y pese a producir con éxito un gran número de series y películas, se vería obligada a echar el cierre en 1973 debido a la bancarrota, siendo su escisión un elemento clave para el nacimiento de varios estudios de éxito posterior, como Sunrise.

Animación y manga aparte, ya hemos visto que Tezuka fue lo que podríamos denominar vulgarmente como un “culo inquieto”. Y eso provocaba que sintiese curiosidad y casi obligación por responder con su sello personal a casi todas las manifestaciones culturales que aparecían en su época. Así que, como respuesta al nacimiento de la revista Garo de Katsuichi Nagai y Sanpei Shirato en 1964, y al movimiento gekiga, Tezuka creó la revista COM en 1967. Hasta 1972, COM competiría con Garo como espacio reservado para los autores más personales y experimentales del Japón de los años 60 y 70, siendo en ambas publicaciones donde surgieron las obras que parecía impensables 10 o 20 años atrás, con fuerte influencia de la ideología radical de izquierdas, la abstracción, el eroguro o el punk. Garo ganó la batalla y es considerada universalmente como una de las mayores revistas de culto de la historia del arte, hasta su cierre en el año 2002. Pero incluso ante este titán, Tezuka fue capaz de plantar algo de cara, y eso que llegaba a colocar mensualmente alrededor de 80.000 ejemplares, una cifra tremenda para los cánones occidentales, pero que palidecía ante los números del monstruo editorial japonés de aquella época (y aun de la nuestra): la Weekly Shônen Jump de Shueisha.

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Portada del primer número de la revista COM

Quizá una de las claves para que COM no fuese capaz de arrebatar ese trono alternativo y experimental a Garo fue la imposibilidad de Tezuka para ser considerado como un autor revolucionario o contracultural en lo político y lo estético, pese a que ya hemos visto que, a su modo, lo era con creces. Sin embargo, para ser revolucionario estás obligado a ir contra lo establecido, y en ese momento Tezuka era lo establecido. Era el sistema, el mainstream, el cajón más alto del podio al que todo artista de manga japonés quería llegar. Tezuka era el manga, y pese a esa espinita de no triunfar en todos y cada uno de los campos en los que se propuso trabajar, la producción del genio de Osaka no decayó lo más mínimo. Al contrario, más allá de esa santísima trinidad de obras que hemos visto anteriormente, Tezuka siguió creando algunos de los mangas mejor elaborados de la historia. Su trabajo fue, de hecho, tan grande en número, que es prácticamente inabarcable, de ahí que ninguna editorial se haya atrevido a producir unas obras completas del mismo. Se estima que realizó alrededor de 700 mangas, la mayoría producida de manera simultánea y ocupándose al mismo tiempo de guion y dibujo, con unas 150.000 páginas y compaginadas con la producción de 60 películas en 35 años. Una auténtica locura que tiene casi nulas posibilidades de volverse a repetir.

Más allá de sus obras más conocidas, podemos comentar el inicio de su etapa más madura y adulta, que en cierto modo arrancó con Fénix, aun siendo esta una rara avis en su producción. Mangas de la talla de Black Jack, El libro de los insectos humanos, Alabaster, La canción de Apolo, Buda, MW o Adolf son ejemplos de ese Tezuka más maduro y crítico, sin perder para ello su estilo narrativo y visual, y moviéndose entre la estética pulp y las tramas complejas y rebuscadas que esconden una profunda crítica social, con personajes humanos y grises repletos de matices. Cómics en los que Tezuka respondía al auge de ese manga más adulto que llego con el gekiga, y con los que daba un puñetazo en la mesa contra aquellos que pensaban que solo era capaz de producir manga infantil o juvenil. Un abrazo al seinen con argumentos que se sienten profundamente pesimistas, pero a los que es capaz, aun así, de aportar esa visión vitalista y de esperanza que siempre quiso transmitir con sus obras.

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Tezuka no se echaba para atrás a la hora de salir en sus viñetas. Aquí le tenéis entre un puñado de algunos de los personajes que creó

Para terminar con su producción no podemos dejar de mencionar algunas de su creaciones “menores”, como Oda a Kirihito, influenciada por sus grandes pasiones de medicina, ciencia y humanismo; también Mañana los pájaros, un manga de corte apocalíptico donde vaticinaba el fin de la raza humana; y por último, El árbol que da sombra, con inspiración histórica en la etapa final del shogunato (1870) y el conflicto médico entre el uso de la medicina occidental neerlandesa y la oficial evidencialista.

El legado del dios del manga

Tezuka es considerado el padre del manga moderno, un dios en su tierra y fuera de ella, pero fue mucho más que eso. Revolucionó los principales géneros del cómic japonés, sentó las bases de la animación y, sobre todo, puso en el mapa internacional la cultura japonesa en uno de los momentos más delicados de su historia tras el desastre de la Segunda Guerra Mundial, dotando al país de una identidad a la que agarrarse y promocionar por el mundo. Tezuka murió el 9 de febrero de 1989 como consecuencia de un cáncer estomacal, pero como todos los grandes hombres, ha seguido vivo a través de sus obras y su legado. Casi 30 años después de su muerte, Tezuka sigue estando presente en todos los autores y lectores de manga, a los que influyó directa o indirectamente. El diseño artístico, la manera de narrar, la serialización de sus obras… Osamu Tezuka redefinió lo que hoy día conocemos como “estilo manga” y sin él las cosas serían muy distintas hoy en día. Tezuka sentó las bases estéticas del manga contemporáneo, con unos diseños de figura estilizada y especial hincapié en los ojos grandes y deslumbrantes que hoy día ya se asocian al tan repetido «estilo manga». No solo eso, sino que fue una figura clave en la adopción de formalismos que hoy día siguen rigiendo el día a día del cómic japonés, como la serialización en tomos de formato tankobon o la propia paginación y estructuración de los capítulos de dichos tomos, tomando como base el modelo norteamericano y adoptando el modelo yonkoma (4-koma), una estructura con 4 viñetas consecutivas.

Esa influencia en otros autores se ve directamente cuando aún vivía, apadrinando a mangakas que son hoy día conocidos y venerados por sus obras, como Go Nagai (Mazinger Z, Devilman) o Shotaro Ishinomori (Relatos de Sabu e Ichi, Kamen Rider). O quizá de una manera más tangencial, pero igualmente evidente, como en el ya mencionado Naoki Urasawa, cuya obra debe casi todo a las lecturas que realizó de niño del maestro de Osaka; o en Akira Toriyama, otro de los tótems del shônen. De una manera u otra, cualquier producto manga o anime que consumimos hoy en día tiene parte del alma y la esencia de Osamu Tezuka, y es por eso que, a través de su trabajo, se ha ganado la inmortalidad.

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Osamu con su hijo mayor, Makoto

En su vida personal, Tezuka contrajo matrimonio en 1959 con Etsuko Okada, con quien tuvo un hijo, Makoto Tezuka (o Macoto Tezka, como se le conoce artísticamente), que hoy día colabora en la producción del manga y anime de Atom: The Beggining; y dos hijas, Chiiko y Rumiko. Los tres llegaron a aparecer, junto a su padre, en un manga parcialmente biográfico que llevó por título Mako, Rumi and Chii. El dios del manga, como dijimos, se nos fue en 1989, dejando tras de sí un legado difícilmente igualable y poniendo patas arriba el mundo del cómic y la animación. Tras su muerte se postuló su posible candidatura al Premio Nobel de Literatura, que finalmente se desestimó. Pero quedó tras de él la aclamación y el reconocimiento popular a toda su obra, hasta tal punto que, en 1997, se crea en Japón el Premio Cultural Osamu Tezuka, uno de los mayores, sino el mayor, galardón que se le puede conceder a un mangaka hoy día. El manga de Tezuka sigue más vivo que nunca, algo que sin duda enorgullecería a un autor que se fue como vivió, deseando continuar con su obra pues, según cuenta la leyenda, las últimas palabras del sensei, dirigidas a su enfermera, fueron: “Te lo suplico, ¡déjame seguir trabajando!”

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