Capitán América: La muerte de un héroe

 

Edición original: Marvel Comics – abril-octubre 1982
Edición España: Panini Comics – febrero 2014
Guión: J. M. DeMatteis, David Anthony Kraft
Dibujo: Mike Zeck, Don Perlin, Alan Kupperberg, Ron Wilson
Entintado: John Beatty, Al Milgrom, Rick Magyar, Sal Trapani, Jack Abel, Vince Colleta
Color: Bob Sharen, George Roussos, Don Warfield
Portada: Mike Zeck, John Beatty
Precio: 19,95 euros (tomo de la línea Marvel Gold de 232 páginas)

 

El segundo tomo recopilatorio de la etapa de J. M. DeMatteis y Mike Zeck como cronistas de las aventuras del Capitán América presenta ya al equipo plenamente aposentado en la colección. Prueba de ello la encontramos en las aventuras que se recogen en el mismo, donde el guionista aborda la tarea de contar su concepto de vengador abanderado. Por su parte, el dibujante tendrá la ocasión de desplegar y desarrollar todas sus habilidades plasmando la variedad de personajes, escenarios y cacharros necesarios para llevar a imágenes los relatos planeados por el escritor.

La primera de las aventuras de La muerte de un héroe presenta un encuentro entre el Capi y los Defensores, el no-grupo protagonista de otra colección escrita por don Jean Marc. El enemigo común de uno y otros es una organización que habrá de convertirse en una de las piezas recurrentes de las historias de este guionista: el Imperio Secreto. Con o sin el profesor Poder al frente, esta asociación de fanáticos de la recreación histórica (sección “Roma clásica”) constituye una colorida forma de abordar (al estilo pijamero marveliano) los problemas inherentes a las tensiones entre superpotencias. DeMatteis escribe en los tiempos en los que la URSS y el bloque socialista se enfrentaban a los Estados Unidos y sus aliados occidentales, pero ahora que Rusia aspira a tratar de tú a tú a Norteamérica y ésta intenta rodear a aquélla con un cerco de bases militares, el plan a ejecutar por August Masters (a la sazón jefecillo del Imperio Secreto en esta historia) no desentonaría si el cómic se publicara en este mes de abril de 2014 y no en abril de 1982. El Capitán y los Defensores se enfrentan a un adversario que invoca los valores de libertad y democracia para ejecutar un acto de exterminio. El mundo será un lugar más seguro si el oponente está fuera de combate, y la decisión de llevar a cabo tan expeditiva medida es hurtada al gobierno y a la sociedad. Un grupo de “elegidos” se irroga la potestad de determinar que ésa es la mejor solución y de ejecutarla. La condición de héroes del Capi y de sus circunstanciales aliados se demuestra por la convicción en la máxima de que los medios no justifican ningún fin y que los principios que se defienden quedarían irremediablemente perdidos si deben construirse sobre la base de una matanza. Si se compara esta visión del superhéroe con la que encontramos actualmente (en el mismo Capitán América redefinido por Ed Brubaker) veremos que esta imagen altruista, romántica y quizá caballeresca ha dejado paso al uso de la fuerza y a la progresiva conversión en la punta de lanza de los métodos expeditivos de resolución de conflictos.

La siguiente historia presenta al Capitán como maestro de ceremonias para la presentación de un nuevo grupo que, según comenta Raimon Fonseca en el artículo que prologa el tomo, estaba basado en un línea de juguetes que pretendía repetir el éxito de otras adaptaciones al tebeo (léase Rom o los Micronautas). Equipo América era el nombre de esta formación, la cual estaba constituida por un grupo de motoristas cuyos coloridos atuendos lucían el rojo, el blanco y el azul de la bandera estadounidense. Un enfrentamiento con el Pensador Loco (donde DeMatteis aprovecha, entre moto y moto, para plantar alguna lechuga filosófica, aprovechando que el villano de la historia ha traído del más allá a los grandes pensadores de la historia de la humanidad) un par de garbeos sobre las dos ruedas por alguna que otra colección, una serie que apenas duró un año y adiós muy buenas. Una de las curiosidades que plantea la revisión de estas aventuras es la recuperación o conocimiento de estos experimentos que no siempre salían bien.

Uno de los aspectos que se destaca a estas alturas es el hecho de que el Capitán América tenga una vida civil como Steve Rogers. Trabaja como dibujante, se relaciona con sus vecinos y tiene una incipiente relación con Bernie Rosenthal (el interés sentimental introducido por Stern y Byrne) que se ve lógicamente entorpecida en su evolución por la doble identidad de Rogers y por el desfase generacional del que la dama no es consciente. Ítem más, las relaciones afectivas de Steve acabaron muy malamente y el buen hombre tiene miedo de dejarse llevar. No hay que olvidar que en ese momento Sharon Carter estaba oficialmente fenecida y aún tardaría quince años en volver al mundo de los vivos. Mientras Rogers y Rosenthal juegan al juego de “que si sí, que si no”, un antiguo amigo del primero hace su aparición. Arnie Roth cumple en esta ocasión el papel que fílmicamente se asignó a Bucky Barnes en El primer vengador. El amigo fortachón y ligón que protegía al corajudo pero enclenque Steve. Ahora, físicamente y psicológicamente, les separan treinta y tantos años de vida que Arnie ha malvivido y Rogers ha dormido. Todavía la distancia entre la Segunda Guerra Mundial y la actualidad no era tan grande como para tener que hacer pespuntes en la continuidad. Este nuevo personaje servirá para demostrar por parte de DeMatteis que Rogers es de ideas liberales (en el sentido estadounidense del concepto), cuando de forma más o menos patente Roth le revela que es homosexual y que necesita su ayuda para rescatar a su pareja. Lo que parece ser un secuestro vulgar y corriente será el avance de una de las principales aportaciones de esta etapa a la casa de las ideas, pero no hay que adelantar acontecimientos.

Una nueva historia, con el Halcón como co-protagonista, es narrada a dos bandas bajo el denominador común de la degradación humana. En esos tiempos, también Sam tenía una identidad civil como asistente social y utilizaba su profesión para poder mejorar las condiciones de su comunidad. Su presencia constituye un ejemplo para quienes aspiran a cambiar las cosas, pero es insuficiente para contrarrestar el poder de las armas entre unos colectivos abocados a moverse en los escalones más bajos de la pirámide social. Mientras averigua quién puede haber disparado contra su sobrino, el Capitán se enfrentará a otra clase de miseria haciendo frente a un nuevo personaje que, nuevamente, se convertirá en recurrente para su creador literario: Alimaña. El señor de las ratas llevará al abanderado hasta el límite, como más tarde sucederá con Spider-Man durante la Última cacería de Kraven.

Tras esta sucesión de novedades toca el turno de hacer el consabido homenaje a la condición de reliquia del buen Capitán, en la forma de una reunión con los antiguos comandos aulladores de Nick Furia, muchos de los cuales siguen en servicio activo en SHIELD. En esta ocasión, si los héroes son un puñado de fósiles de la Segunda Guerra Mundial, los adversarios han de ser los coloridos nazis de HIDRA, comandados por el muy prusiano, muy “stroheimniano” y muy ridículo Barón Wolfgang von Strucker. Trama de espionaje modelo 007 (en la parte de los tiros y las explosiones), veteranos desvencijados, heroísmo y villanos de opereta en un relato no exento de cierta emotividad.

Cierra este tomo el anual de 1982, en el que DeMatteis aprovecha para reflexionar una vez más sobre los factores que hacen que el Capitán América sea lo que es. Para ello, nada mejor que hacer unos “abracadabras”, utilizar un personaje creado por Jack Kirby para Batallas del Bicentenario y reunir a los cuatro hombres que, con cierta continuidad, habían vestido el uniforme de las barras, las estrellas y la cabeza alada. La sensación de fracaso de Jeff Mace, el tercer Capitán América, evoca el declive del género de los superhéroes tras el final de la Segunda Guerra Mundial. La recuperación del original (con el oportuno “borrado” por parte de Stan Lee de las aventuras de los años cincuenta y su posterior recuperación por parte de Steve Englehart) en la forma de su descongelación, se percibe por parte de Mace desde una perspectiva frustrante. Él fue el sucesor del sucesor y nadie le recuerda, en tanto que el original sigue gozando de popularidad. Ahora bien, el aciago destino los tres sucesores (muerte, olvido, locura) parece indicar que sólo un hombre tiene los hombros lo bastante anchos como para cargar con la leyenda del Capitán América. Míster Buda se encargará de poner a prueba esta afirmación. Como puede comprobarse, la premisa es muy interesante, pero el equipo gráfico está conformado por dos dibujantes cuyos estilos casan bastante mal. Los sencillos lápices de Ron Wilson se complementan con las más sencillas tintas de Vince Colleta, dando como resultado un especial que gráficamente es anodino, simplón y olvidable. Esta sensación se repetirá cada vez que Mike Zeck haga pausa o se vea sustituido por autores tan denostados como Kupperberg o Perlin. Cuando al final de la etapa DeMatteis su sucesor sea el británico Paul Neary la cosa será aún peor, pero para eso todavía queda mucha tela por cortar.