Capitán América: La Verdad
«The Truth: White, Red and Black»
Edición original: Octubre 2003.
Editorial: Marvel Comics.
Publicación es España: Planeta Cómics. Forum.
Guión: Robert Morales.
Dibujo: Kyle Baker.
Entintado: Eduardo Risso.
Color: Patricia Mulvihill.
Formato: Tomo recopilatorio.
El pasado Jueves 18 de Abril nos enteramos a través de la prensa americana de la muerte del escritor Robert Morales a los 54 años de edad. A muchos es probable que su nombre ni siquiera les suene dado lo brevísima que fue su andadura en la industria del cómic. Originario de Nueva York, su producción se limita a una docena de cómics escrita para la casa de las ideas, dentro de la cual destaca la mini-serie Capitán América: La Verdad.
Publicada a mediados de la década pasada, La Verdad podría encuadrarse dentro de la tendencia del reinado de Bill Jemas y Joe Quesada a arrojar revelaciones sorprendentes en torno a los grandes iconos de la casa de las ideas. Lo que nunca supiste, la verdad jamás contada. Frases a medio camino entre el Stan Lee de los sesenta y un programa de Jorge Javier Vázquez y que tan fácilmente encajaba con aquella Marvel reivindicativa, sin miedo a romper los platos para meter el dedo donde más dolía. Con la inocuidad como única prohibición, durante aquellas fechas salieron a la luz varios proyectos en los que reinventaban los orígenes de sus más populares personajes franquicia.
Hace unos días os hablamos de las minisries en las que la editorial abordó los primeros pasos de sus villanos, como también pudimos haberlo hecho sobre el Origen de Lobezno o la verdad del Nacimiento de Punisher, así como de la revelación del vínculo totémico de los poderes de Spider-Man. La mano tras estas dos últimas fue el actual editor jefe Axel Alonso quien -recién llegado de Vertigo– fue responsable de arrojar una nueva luz sobre la sexualidad del héroe del far west Rawhide Kid, al participar en la gestación de la mini-serie escrita por John Severin.
En su caso, The Truth: White, Red & Black surgió de una reunión entre Joe Quesada y el difunto Robert Morales, en la que el predecesor de Alonso le propuso dar forma a una historia en torno al origen del Capitán América. La propuesta de Morales fue tan radical que estaba seguro de que Marvel la rechazaría. Cual fue su sorpresa cuando descubrió que su editor -Alonso- iba en su misma onda, por lo que no solo le encantó, sino que además le dio luz verde para llevarla a cabo.
Con el habitual de la línea Vertigo de principios de siglo Kyle Baker a los lápices, La Verdad descubría un turbio secreto en torno del proyecto del supersoldado, al insinuar de forma muy explícita que varios soldados de color habían sido usado como sujetos de prueba durante el desarrollo de la fórmula del supersoldado. En cuanto la imagen de Isaiah Bradley -el primer supersoldado de raza negra- salió a la luz vistiendo el uniforme del Capitán América, las redes ardieron, desatando una ola de histeria entre los internautas y varios sectores de la prensa escrita (quienes lo consideraban una afrenta contra la imagen del paladín de las barras y estrellas).
El revuelo provocado hizo que la miniserie de Morales y Baker causara un gran impacto mediático, abriéndose hueco entre medios como el New York Times cuando esto no era tan habitual como en la actualidad. A continuación analizamos la obra en homenaje al malogrado guionista, que si bien apenas tuvo continuidad dentro de editorial, dejó un calado imborrable con esta obra.
El Contexto
Pese a que la emancipación fue declarada a mediados del siglo XIX, el proceso de integración equitativa de la población de color de los Estados Unidos fue un proceso arduo que todavía esta lejos de haberse completado, y que se cobró infinidad de víctimas por el camino. Pese a ser un medio relativamente joven, los cómics de la primera mitad del siglo XX todavía hacían gala de esa discriminación con la que se abordaban a las minorías. Hasta los convulsos años 60, los cómics estaban escritos por y para varones caucásicos anglosajones con una situación social más o menos estable. Había excepciones como el de la publicación de limitada vida All-Negro Comics Inc., creada por el periodista de color Orrin C. Evans para cubrir ese nicho inexplorado. Sin embargo, en la mayoría de los casos la presencia de personajes de color en los cómics se limitaba a secundarios cómicos como el caricaturesco Ebony White de The Spirit de Will Eissner (que buscaría su venganza transmutado en Octopus de la mano de Frank Miller) o el fiel y selvático Lothar que acompañaba en sus aventuras al mago Mandrake.
Tras desafiar a esta segregación racial en géneros como el bélico (Jackie Johnson en Our Army at War y Gabe Jones en Sargento Furia y los Comandos Aulladores) o aventuras (Sea Devils), el pistolero Lobo de Dell Comics fue el primero en protagonizar su propia serie, aunque fue cancelada en apenas dos números a causa del escaso apoyo recibido por parte de los libreros. Fue Stan Lee el que finalmente daría el golpetazo sobre la mesa, creando el primer superhéroe negro en las páginas de los Cuatro Fantásticos, con la inclusión de Pantera Negra en 1966.
Aquel no fue sino el primero de una larga lista de superhéroes y personajes de color que desembarcarían en la editorial durante las décadas siguientes, y con los que Marvel supo apelar a iconos raciales reconocibles e inspiradores sin caer en los clichés. Soberano de una nación africana que -lejos de seguir las pautas de atrasada tribu indígena- se erigía como una de las naciones más avanzadas de la Tierra, la identidad superheróica de T’Chala iba a ser en principio Coal Tiger, pero Stan Lee tuvo el buen ojo de zambullirse en el territorio de la cultura negra, llevándose consigo el nombre de Pantera Negra en la antesala de la fundación del partido pro-derechos homónimo.
Convirtiéndose en el primer héroe de color en forma parte de un grupo de superhéroes enmascarados con su incorporación a los Vengadores, Pantera Negra protagonizaría sus primeras aventuras en solitario en las páginas de Jungle Action, dentro de lo que se considera la primera historia río de la editorial. Mientras, comenzarían a llegar los primeros héroes negros de nacionalidad americana, en la mayoría de los casos originalmente ligados al mundo del crimen y la marginación, como fue el caso de el Halcón, Luke Cage o Tormenta. El auge de la década del blaxploitation mantuvo esta tendencia con la aparición de otros héroes como Goliat Negro, Blade, Misty Knight, el Hermano Vudú o Deahlok.
Sirviéndose de ellos para abordar temas de fuerte calado social; mientras, se sumaban a la lista otros como Capa, Destructor Nocturno, Bishop, Rabia o los mutantes Oruga o Sincro. La llegada de Joe Quesada a la editorial permitió recuperar la relevancia de varios de estos personajes entre los sellos Marvel Knights y MAX, retomando el espíritu de aquella Marvel aguerrida de su primer cuarto de siglo.
En esta línea, Robert Morales se dispuso a dinamitar todo el misticismo idílico en torno a la II Guerra Mundial, haciendo colisionar la segregación de la que fueron víctimas los soldados de color durante el conflicto, con la experimentación médica de dudoso carácter humanitario que padecieron entre 1932 y 1972 casi medio millar de ingentes de raza negra como parte del Proyecto Tuskegee. Pese a luchar junto al resto de sus conciudadanos como hombres libres, los soldados de color se vieron obligados a ejercer dentro de sus propias unidades, sin mezclarse con los soldados de piel blanca desde la Guerra Civil norteamericana, hasta bien avanzada la segunda mitad del siglo XX.
Esto no solo era un muro que dificultaba su integración de destacamentos como los Buffalo Soldiers que participaron en las Guerras Indias, sino que además abría las puertas a que oficiales poco escrupulosos pudiera usar a los como carne de cañón. Esta situación comenzó a cambiar en conflictos como la participación de la Brigada Abraham Lincoln contra el fascismo en la Guerra Civil española, a favor del ejército Republicano (convirtiéndose en el primer operativo del ejército norteamericano a cargo de un oficial de color, el veterano de la I Guerra Mundial Oliver Law). Durante la guerra contra las Potencias del Eje, muchos soldados de color se alistaron solo para descubrir que su tratamiento en el ejército distaba mucho de ser equitativo.
En el transcurso de la II Guerra Mundial, unidades como 761 batallón de tanques apodado como los Panteras Negras destacó con su bravura en el campo, mientras hacían frente a los krauts a la vez que al racismo de sus compañeros. Paralelamente, su país buscaba encontrar un remedio contra al sífilis, aprovechando el analfabetismo de la población de color de Alabama para engañar a medio centenar de aparceros para someterlos bajo engaños a agresivas pruebas médicas. Esta situación se prolongó hasta que en los setenta, la situación se hizo pública a través del Washington Star, lo que se convirtió en un escándalo ante tan flagrante violación de los derechos humanos.
Consciente de que aunque la situación ha mejorado ostensiblemente respecto a entonces todavía estamos lejos de haber llegado a la meta, La Verdad: Blanco, Rojo y Negro sirve como recordatorio a nuestras consciencias para ayudarnos a no perder la perspectiva o que cometamos el error de olvidar nuestro pasado y terminar repitiéndolo. Al menos, hasta el día en el que podamos ver a unos Vengadores o una Liga de la Justicia formada integramente por miembros de color y que nadie repare en ello, o que los Donald Glover del futuro pueda optar a interpretar a Spider-Man en la gran pantalla y no suponga problema para nadie.
Compartiendo apellido con el Spider-Man multirracial de Spider-Man, la labor de Robert Morales con esta obra llegó en un momento necesario en el que sirvió para romper las convicciones raciales dentro de la comprometida Marvel de principios de siglo. Obras como Alias o la citada Rawhide Kid pusieron el dedo en la llaga sacando a relucir los prejuicios que permanecían agazapados dentro de la consciencia americana. La imagen de un Capitán América negro, fue suficiente para incendiar las redes, provocando una intensa polémica entre los aficionados y medios más radicales, quienes lo consideraron como una ofensa contra la imagen del portador del escudo de las barras y estrellas. Hoy, este debate puede parecer algo lejano y obsoleto, pero no hay más que ver como parte del público sigue mostrándose reacia a los cambios raciales en los personajes de toda la vida, como hemos podido ver en casos como el del Nick Furia de Samuel L. Jackson o el Electro de Jamie Foxx (ya sean quejas más o menos razonadas o no).
El trabajo de Morales con su miniserie junto Kyle Baker sirvió para explorar estas limitación, mostrando una cara oculta de la historia americana, en la que todo el esplendor y la gloria con la creación del más luminoso de sus superhéroes y la victoria contra los nazis durante la segunda Guerra Mundial, se iba por el garete con una historia tan negra como la piel de sus protagonistas.
Los Autores
Al igual que los protagonista de su historia, tanto Robert Morales como el dibujante Kyle Baker pertenecían a un gremio tan minoritario como es el de los artistas de cómic de color. Tirando de memoria, es muy probable que os cueste recordar al menos a diez guionistas, dibujantes o coloristas cuya obra hayáis tenido el gusto de disfrutar a lo largo de vuestra vida como lectores.
También es cierto que es un medio que permite un importante grado de anonimato totalmente libre de prejuicios, mediante el que uno puede disfrutar de Los Tres Mosqueteros o La Flor de las Ruinas sin conocer la raza o género de la persona que lo está escribiendo. Robert Morales comenzó su carrera dentro de la prensa especializada como crítico de entretenimiento y artes populares. Los cómics que escribió antes de Capitán América: La Verdad eran en su mayoría tiras satíricas que escribió para Kyle Baker para la revista Vibe, generalmente relacionadas con la cultura Hip Hop.
Morales creció disfrutando de los cómics de DC, Marvel y Archie, aprendiendo a leer gracias a los cómics de Batman que su padre le compraba. Esto le hizo albergar una gran pasión por el medio mientras estudiaba en la escuela de cine, con la intención de convertirse en un escritor de ciencia ficción. Apasionadamente atraído por la la poesía, se labró una carrera dentro de la prensa especializada y editando cómics.
El escritor entró dentro del radar de Axel Alonso mientras este trabajaba para Vertigo Comics y se interesó por sus tiras centradas en la música Hip Hop para Vibe, y descarado estilo blaxploitation. Sin embargo, su escasa experiencia dentro del cómic mainstream más lo poco habitual que era la propuesta de Alonso, hizo que Robert Morales y la editora Karen Berger no llegasen a un acuerdo, quedándose por el camino.
La incorporación de Axel Alonso al equipo de editores de Marvel permitió que Morales se pusiera en contacto con Joe Quesada, surgiendo el proyecto de crea una mini-serie centrada en los orígenes del Capitán América que dio como resultado La Verdad. Tras un breve paso por la cabecera central del centinela de la libertad, Robert Morales desapareció del mapa durante casi 10 años, hasta que la semana pasada supimos la noticia de su muerte a través de la prensa americana.
Por su parte, Kyle Baker venía de una familia ligada al mundo de las artes plásticas, por lo que llevaba el dibujo en la sangre. Tras crecer devorando las tiras cómics y revistas humorísticas que le permitieron desarrollar su estilo -citando a Jack Kirby, Jack Davis y Norman Rockwell como principales influencias-, Baker cursó sus estudios, convirtiéndose en interino de Marvel Comics.
Su trabajo en la editorial básicamente se limitaba a hacer fotocopias y a responder las cartas de los fans, aprovechando la estancia para aprender todo lo que le era posible de gente como John Buscema, Jim Shooter, Walter Simonson, Larry Hama o Al Milgrom. Sin embargo, Baker sentía que los superhéroes no iban demasiado con él y que lo que de verdad quería hacer era dibujar tiras divertidas. Sin embargo, el dibujante no tuvo demasiada suerte entre los medios de la época, viendo como todas las muestras que enviaba eran rechazadas. Así que continuó trabajando para Marvel ilustrando varios handbooks a la par que recibía encargos como dibujar el adaptación a cómic de la película de Howard el Pato, o sus tiras humorísticas inspiradas en los X-Men en la revista Marvel Age (bajo el título I’ts Genetic).
La oportunidad para llevar a cabo su propias obras le vino cuando un editor vio interés en su Cowboy Wally, lo que le permitió acceder dentro del ámbito de DC Comics, trabajando en publicaciones como The Shadow o Infinity Inc., mientras creaba material propio. Baker realizó Porqué odio Saturno en una época en la que se había visto frustrado por apenas disponer de tiempo para centrarse en sus propias creaciones mientras trabajaba para las grandes editoriales. Fue entonces cuando empezó a llamar la atención de los grandes nombres y empezó a colaborar con revistas como Rolling Stone, The New York Times, Entertaiment Weekley o Mad.
De ahí siguió su salto a la animación trabajando para canales como Warner Bros, MTV o Cartoon Network, sin dejar nunca de lado su pasión por el cómic, donde ha continuado lanzando proyectos como sus miniseries personales dentro de la línea Vertigo, o sus acercamientos a personajes mainstream como Platic Man o Masacre. Capitán América: La Verdad supuso su único trabajo dentro del mercado generalista junto a su amigo y colaborador Robert Morales, aplicando en ella un estilo de dibujo que recordase a las viejas tiras cósmicas de la edad de oro, alternando varios estilos a lo largo de la miniserie.
La Obra
Capitán América: La Verdad podría definirse como una suerte de híbrido entre Malditos Bastardos y Django Desencadenado si -en lugar de para el cine- Tarantino las hubiera realizado en uno de los canales de televisión para público afroamericano. Las similitudes temáticas y de tono de la historia son tantas que o bien sus creadores mamaron las mismas fuentes a la hora de concebir sus respectivas obras, o Tarantino pasó muchas horas leyendo el cómic de Robert Morales durante el montaje de la segunda parte de Kill Bill.
La trama narra como un grupo de soldados de color son elegidos para convertirse en conejillos de indias de su propio gobierno, en la búsqueda de reproducir los éxitos de la fórmula del supersoldado. Sometidos contra su voluntad a una serie de experimentos en los que escapar con vida es una probabilidad lejana, se trata de un relato desmitificador y de contrastes en el que se nos muestra sin ningún tipo de remilgos un papel del ejército norteamericano en la II Guerra Mundial, muy distinto en al que se ofrecía a los soldados en la propaganda. La inspiradora leyenda del nacimiento del Capitán América se convierte en la pesadilla de un grupo de individuos cuyo único delito fue nacer con un color de piel distinto en esta historia que nos traslada a la cara oculta del sueño de la nación de las barras y estrellas.
Sumergiéndonos en la antesala de la entrada de los Estados Unidos en el conflicto, Capitán América: La Verdad comienza situándonos en contexto, presentándonos a los distintos personajes sobre los que se sostendrá la historia. En principio, la introducción estaba prensada para darnos a conocer a un grupo de individuos dispares, con la intención de que los viéramos evolucionar a lo largo de la historia, sin saber quien de ellos terminaría convirtiéndose en el Capitán América negro. Este elemento sorpresa se ha perdido a causa de las referencias posteriores que se han hecho a la saga de Robert Morales desde otras historias, pero a pesar de ello, continúa destacando por la forma en que emplea al elenco protagonista de la historia para ofrecer un certero retrato de la situación de los ciudadanos de color en la América de la época.
Desde el humilde joven que está apunto de formar una familia y se niega a aceptar la sumisión a los blancos, hasta el heredero de una familia que ha prosperado para verse convertido en víctima de sus hermanos, pasando por un veterano sargento con los rasgos de Louis Gossett Jr. o el tipo pequeño y desgarbado con una clara tendencia psicopática, los componentes del batallón reclutado para participar en una operación secreta que los llevará directamente al matadero nos arrojan pequeños detalles sobre lo diferente que era la vida hace tres cuartos de siglo, y como algo tan venial como ir al lavabo o reclamar la ayuda de la justicia podía convertirse en un deporte de riesgo según el color de tu piel. Especialmente reseñables son episodios como el de los festivales temáticos en el que ofrecían a los ciudadanos negros disfrutar de la vida del hombre blanco, o la aterradora historia que narra el sargento cuando le pregunta por cual ha sido la mayor batalla en la que ha participado.
Pasajes que te hacen consultar las redes entre la incredulidad, solo para ver asaltado por el horror al descubrir episodios históricos tan reales como el Verano Rojo. Con una ambientación sumamente cuidada, en la que no faltan referencias al socialismo americano o a los conatos para dar forma a las primeras organizaciones pro-defensa de los derechos de los ciudadanos de color, La Verdad se muestra muy crítica respecto a la saña con la que fueron tratados por parte de su propio ejército. Sin embargo, lo hace desde la ligereza de la frivolidad funk de los guiones de Robert Morales y el deliberado tono cartoon de un Kyle Baker que aborda la trama desde el exagerado histrionismo de las tiras cómicas de los años 30.
Pidiendo a gritos aderezar la lectura con par de discos de música ragtime mientras seguimos las desventuras de los protagonistas, el primer tercio de Capitán América: La Verdad juega en una liga más cercana a las comedias ligeramente ácidas de Chris Rock que de la infatigable actitud reivindicativa de Spike Lee, primando un tono tragicómico en el que no faltan los detalles de humor negro. Pero entonces es cuando nos damos cuenta de que solo estamos en el ojo del huracán, y tras un par de giros un tanto sórdidos -que restan parte de credibilidad al conjunto- Robert Morales comienza a mostrar sus verdaderas cartas.
El traslado de los voluntarios forzosos al complejo secreto donde serán sometidos a los experimentos que los elevarán por encima del umbral humano es el punto de inflexión a partir del que nos damos cuenta que no se trata de una mera versión pedestre de la creación del Capitán América, sino de un relato más cercano a Arma X, o algo todavía peor. La imagen de los soldados aguardando su turno frente a una puerta por la que la mayoría de los que entran nunca llegan a volver, o ese traslado en barco en unas condiciones más propias del periodo de los esclavistas que de la nación que se auto-erigió a si misma como defensora de las libertades civiles.
Tanto o más aterrador que los padecimientos que sufren los soldados para que sus superiores consigan su objetivo resulta la desidia y despreocupación con la que los mandos los someten a atroces experimentos. No es crueldad, no es odio. Ni siquiera se molestan en buscar una coartada mínimamente sostenible cuando han de ocultar a sus familiares. Es que para ellos resulta tan natural y mecánico como arrojar carbón a una caldera. No dudando en celebrar el éxito con bailes y alegría cuando todavía están sobre los restos de los pobres desdichados.
Pero lo peor de todo es que el logro de una variantes de la fórmula del supersoldado mínimamente estable ni siquiera es el final de la agonía de estos pobres desdichados que tuvieron la desgracia da nacer en una época en la que la opinión pública y lo que sucedía de verdad no tenía nada que ver. Trasladándonos al frente de la Selva Negra alemana, La Verdad sustituye su vitriólica actitud para convertirse en un artefacto explosivo contra la consciencia norteamericana. Jugando entre la realidad y la ficción mediante esos cómics del Capitán América que lee uno de los protagonistas, y sin perder ese aire a lo serie de dibujos animada producida por Bill Cosby, la caída de los soldados en terreno alemán rompe en pedazos la imagen que teníamos de la nación de las barras y estrellas sobre el fantasma del III Reich Nazi hasta resultar imposible diferenciar donde empieza una y donde acaba la otra.
Lo primero que puedo decir sobre el último tercio de la historia es que no me cabe en la cabeza como Marvel pudo tener los redaños de publicar algo como esto sin que la opinión pública se le lanzara al gaznate más de lo que ya hicieron al ver la imagen de un Capitán América más moreno de lo habitual. La forma tan sibilina y aguda con la que Robert Morales extrae los paralelismos y conexiones entre el imperio yanki y la nación de Adolf Hitler es tan reveladora como si te disparasen un bala de diamante a la cabeza y expandiesen tu mente hasta la estratosfera.
Si antes se había asegurado de privarnos de cualquier rastro de idealismo para mostrarnos la II Guerra Mundial como un conflicto terriblemente sucio, a partir del asalto al campo de concentración se transforma en una carrera en la tierra de las sombras, en la que todas las direcciones conducen a la madriguera del lobo. Como quien cae en una pesadilla de la que quieres despertar sin conseguirlo por mucho que lo intentes, los protagonistas se enfrentan a una serie de revelaciones que harán que todas sus ideas preconcebidas se caigan como un castillo de naipes.
¿Hasta donde llegó la colaboración entre los gobiernos alemán y americano en el desarrollo de planes eugénicos antes del estallido de la guerra? ¿Es la guerra entre ambas potencias una carrera armamentística entre dos ramas de una mismo árbol enfrentados por el bombardeo sobre una isla de Pacífico? ¿Es le benévolo Erskine tan nazi como Mengele y se trasladó a Estados Unidos para transformar a un joven de Nueva York en la imagen del Übermensch ario? ¿Cómo de amplio era el grado de separación entre las campos de concentración y la experimentación de los científicos nazis sobre prisioneros Judíos que los que practicaron militares americanos con pleno conocimiento sobre sus ciudadanos?
Blanco es negro. Arriba es abajo. Un relato en dos tiempos en el que se nos narra que fue del último de los supervivientes del batallón de supersoldados negros que saltó sobre Schwarzebitte a través de las investigaciones de Steve Rogers. Lo que descubrirá será tan descorazonador y poco reconfortante que removerá los ideales del centinela de la libertad hasta dejarlos tan ajados como un muñeco de trapo. El interrogatorio con el veterano fan del Capitán América -basado vagamente en uno de esos personajes de las tiras militares cómics de la época- o el clímax final de la serie resulta mucho más intenso que cualquier intercambio de puñetazos que Steve haya podido tener contra Cráneo Rojo, Zemo o cualquiera de sus enemigos.
“No lo entiendes Capi. El objetivo de la guerra era mantener las cosas limpias y puras. Peleamos en el bando equivocado”
Porque al final, los grandes enemigos son aquellos contra los que no se puede luchar a base de golpes, y que se esconden entre despachos y documentos burocráticos, extendiéndose como un cáncer que envenena los corazones de aquellos por los que luchamos hasta convertirlos en un oscuro reflejo del enemigo. Roger Morales supo entender al Capitán América como la imagen de esa nobleza de los ideales sobre los que se fundó la nación de las barras y estrellas, usándolo para remover las conciencias de la nación, y enfrentarles a un fantasma que les persigue desde hace mucho tiempo.
Legado
El impacto mediático que cosechó La Verdad fue la plataforma que sirvió a Robert Morales para auparse como nuevo guionista de Capitán América, tras la frustrada etapa de John Ney Rieber. Apenas había pasado año y medio desde que la editorial relanzó las aventuras del centinela de la libertad dentro de la línea Marvel Knights con un enfoque menos superheroico y más cercano a temas políticos de candente actualidad.
El atentado del 11 de Septiembre dejó una profunda herida en el corazón de los americanos, la cual intentó aprovechar el guionista John Ney Rieber para devolver al Capitán América a su enfoque inicial, enfrentándolo al terrorismo de una forma similar a la que lo había hecho contra los nazis en la II Guerra Mundial (aunque de forma más alegórica, usándolo para examinar las diferentes perspectivas del incidente del World Trade Center, que desde el campo físico). Sin embargo, el sobrio acercamiento de Rieber no acabo de cuajar entre los lectores a pesar de poder antojarse como un precursor a la mirada de Ed Brubaker y de contar con los lápices de John Cassaday, por lo que el guionista de Los Libros de la Magia abandonó la colección a los nueve números, dejándola en manos Chuck Austen hasta que la editorial pudo encontrar un sustituto.
Tras una historia de cuatro números firmada por Dave Gibbons y Lee Weeks, Robert Morales aterrizó en el título acompañado por Chris Bachalo y el bombo de haber sido el responsable de Capitán América: La Verdad, manteniendo un ojo crítico similar al que hizo gala en la miniserie, mientras abordaba cuestiones de actualidad como la inmigración o la polémica en torno a los prisioneros de la Bahía de Guantánamo. Hasta Fidel Castro llegó a pasearse por las páginas de su etapa, teniendo un tú a tú con Steve Rogers y Nick Furia.
Desgraciadamente, Morales tuvo la mala suerte de llegar al título cuando la editorial se encontraba en pleno proceso de transición, viéndose atrapado entre los tira y afloja entre Axel Alonso y Tom Brevoort. Básicamente, su editor le daba vía libre para toda propuesta radical que se le ocurría, mientras que Brevoort parecía determinado a que los argumentos no fueran demasiado lejos. De este modo, cuando Morales se dispuso a recuperar la vieja idea de Roger McKenzie y Don Perlin (con la que posteriormente jugarían John Byrne y Roger Stern) en la que Steve Rogers era elegido presidente, no encontró problemas para ir cociéndolo a fuego lento con el apoyo de su editor… hasta que el resto de la editorial descubrió lo que estaba haciendo.
Obligado a desechar el argumento central sobre el que había planificado su etapa, Robert Morales concibió una nueva dirección que pasaba por devolver a la vida a Bucky Barnes. Una vez más, contó con el beneplácito de Axel Alonso… hasta que la idea llegó a oídos de Brevoort, quien se mostró totalmente contrario a la misma, vetándola antes de que Morales pudiera embarcarse en ella. El resultado fue que tras un primer arco argumental y un breve arco de dos números, Robert Morales abandonó la colección de El Capitán América, dejándola en manos de su tocayo Robert Kirkman, quien firmaría el arco que marco el fin de la andadura del título dentro del sello Marvel Knight para ser relanzada bajo la batuta de Tom Brevoort.
Lo más irónico de todo es que el guionista elegido por la editorial para este relanzamiento –Ed Brubaker– llegó con la intención de resucitar a Bucky también. Pero de alguna forma consiguieron venderle la mercancía a Brevoort y este acabo cediendo a pesar de sus negativas originales. Lo de la presidencia lo dejarían para la línea Ultimate, pero -aun así- Rogers se convertiría eventualmente en el máximo responsable de la seguridad nacional de los Estados Unidos al frente de SHIELD, que debe ser lo más cerca que ha estado nunca de la Casa Blanca.,
Sin embargo, el legado de La Verdad continuó vivo a través de otros autores, primero con Christopher Priest en la miniserie The Crew (en la que introdujo a Josiah X, un hijo perdido que había sido creado por el gobierno de Eisenhower en un intento de replicar la fórmula que convirtió a Bradley en supersoldado) y más tarde por Allan Heinberg en sus Jóvenes Vengadores, haciendo que uno de sus nietos creciera de forma acelerada para convertirlo en el sucesor de su abuelo bajo la identidad de Patriota. Tras una transfusión de sangre al más puro estilo Hulka, Eli Bradley heredaría parte de las aptitudes metahumanas de su abuelo, convirtiéndose en uno de los integrantes principales de los Jóvenes Vengadores hasta el fin de la etapa Heiberg con La Cruzada de los Niños.
Perdido por el camino el carácter crítico de la obra de Robert Morales, al menos su legado continúa vivo a través de todos aquellos que vieron interés en las ideas que introdujo en Capitán América: La Verdad. La muerte del escritor a los 54 años de edad, mientras residía en su hogar de Nueva York. Deja detrás de sí a un padre y una madre, así como los amigos que lloran su perdida. Para los lectores de cómics fue un nombre casual que pasó fugazmente por la industria del cómic mainstream, pero que supo hacerse notar con un arrojo y una determinación muy superior a la de muchos de sus coetáneos. Siempre nos quedará su obra para recordarlo, anhelando que otros -cómo él- se vean instados a usar la plataforma que ofrece el cómic para narrar historias comprometidas y desafiantes, que vayan más allá del simple enriquecimiento de la continuidad.
Muy buena reseña, gran trabajo de recopilacion 😉
Coincido. Muy buena reseña. En su día lo dejé pasar, y creo que como fan del Capi debería solucionar ese error.
Descanse en paz. Una putada, con 54 tacos aún le quedaba mucho por delante.
En cuanto al cómic, para mí es una muy buena obra. El que dibuje Kyle Baker ya es una garantía para que entre por los ojos, pero es que el guión también es tremendo.
Articulazo, Daniel.
Un ARTICULAZO.
Este tomo me lo perdí en su día y reconozco que he ido retrasando su compra… demasiados años.
La estapa de Morales en la cole del Capi también me la perdí, esta por dibujarla Bachalo, que no es para nada, de mis artistas predilectos…
Siento llegar tarde para reconocerte el gran trabajo en primera página, Daniel, pero no puedo resistirme a quitarme el sombrero ante este inmenso artículo.
Le has hecho un bonito tributo al señor Morales, de quien desconocía su fallecimiento. No tuvo muchas obras, pero sólo por Truth ya es parte reseñable de la historia de Marvel.
Obra que por cierto no me gustó demasiado en su momento. En realidad ni esa ni su etapa en la serie regular (Patria fue lo que más me agradó). Este hombre tenía ideas interesantes, pero creo que su estilo no encajaba del todo en el comic superheroico.
Truth empieza cojonuda, pero luego va tirando por un camino imprevisto que decepciona un poco. Igual es que yo iba con expectativas del drama histórico que anticipaba el primer número y no me esperaba el tono satírico y anticlimático posterior, pero a mí se me fue deshinchando y Baker va pasando de lo espectacular a lo apresurado.
Tu artículo me ha dado hambre de relectura, pero lamentablemente la caté de prestado y ya no podría conseguirla hoy día.
En cuanto a tu genial repaso de la historia del hombre de color en Marvel, deja bien claro que fue una compañía pionera en la integración racial.
Mientras que en DC no le darían colección a un negro hasta el 77 con Rayo Negro, Marvel ya tenía a un icono como T´Challa, había puesto hacía años al Halcón compartiendo el título con el Capi, lanzado a Luke Cage (el primer super de color con cabecera propia) y, meses después de Cage, el vaquero Reno Jones se convirtió en el segundo personaje de Marvel con su propio título al pasar a ser único prota de Gunhawks.
Como único inciso: A Deathlock lo pones como de la blaxplotation, pero originalmente (Luther Mannig) era un personaje blanco. La versión negra (Michael Collins) llegaría en los 90.