Edición original: Marvel comics – agosto 1983 – enero 1984
Edición España: Panini comics – junio 2014
Guión: J. M. DeMatteis, Peter B. Gillis
Dibujo: Mike Zeck, Sal Buscema, Brian Postman
Entintado: John Beatty, Kim DeMulder
Color: Bob Sharen
Portada: Mike Zeck, John Beatty
Precio: 19,95 euros (tomo en tapa blanda de la línea Marvel Gold de doscientas páginas)
El cuarto tomo recopilatorio de la etapa DeMatteis-Zeck en la colección del Capitán América tiene como elemento central una aventura temporal en la que el abanderado hace equipo con Deathlock el demoledor, el ciborg creado por Doug Moench y Rich Buckler en los años setenta. Antes, sin embargo, habrá tiempo para un poco de introspección, un mucho de desarrollo de la personalidad de Steve Rogers y un tanto más de episodio anual del que echar mano en el futuro.
El primer capítulo del libro se inicia con las consecuencias del enfrentamiento con Víbora. En ese arco argumental, DeMatteis dedicó una atención especial a Dum Dum Dugan, el fiel lugarteniente de Nick Furia desde los tiempos de la II Guerra Mundial. El pelirrojo bigotudo nota el peso de los años y está a punto de fenecer durante la batalla, por lo que, aún convaleciente, toma la decisión de colgar el sombrero y dejar paso a las nuevas generaciones. Su tuerto superior, en cambio, tiene otras ideas que pasan por aprovechar la experiencia de su camarada y convertirle en instructor de esa “sangre nueva” que se incorpora a SHIELD. Un gesto emotivo (recubierto por la mala leche habitual de Furia) y el resultado final es que Dugan sigue en la organización, aunque con otro papel. Si tenemos en cuenta que han pasado treinta años desde que estos tebeos vieron la luz y que además Dum Dum ha seguido dando guerra, huelga decir que ese intento de retirar parcialmente a unos personajes cuya cronología empezaba a ser incómoda quedó en agua de borrajas. En Conexión Escorpio, Archie Goodwin y Howard Chaykin lo presentaron como un maduro pero moderno padre de hijos preadolescentes, y en Guerreros Secretos vuelve a hacer equipo una vez más con su antiguo colega. Otra señal más, me temo, del estado de congelación que vive Marvel desde hace bastante tiempo.
Después de cumplir con Furia, el Capi vuelve a su identidad civil y a la relación con Bernie Rosenthal, a la que DeMatteis ha dedicado especial atención. El desfase generacional entre un hombre de los años cuarenta y el mundo de los ochenta aún se hace patente en ciertas vivencias que dejan patente la condición de Steve como hombre un tanto desubicado que, después de tantos años, sigue remontándose cuatro décadas en el tiempo. Esa situación es inevitable cuando Rogers evoca pasajes de su infancia y su adolescencia, pero resalta cierta inseguridad a la hora de afrontar su relación con Bernadette. Su pareja es una mujer del momento, que ha pasado ya por una experiencia matrimonial, tiene las ideas claras y no muestra inconveniente en expresar abiertamente sus sentimientos. Ello no impide que se sienta un tanto superada ante el desafío de tener una relación con una persona cuya profesión a tiempo parcial (entendiéndose por “parcial” la práctica totalidad del tiempo) es la de ser superhéroe y símbolo de una nación. El final del episodio es un conjunto de escenas en las que dos personas que afrontan los inicios de una relación amorosa dan un paso más en la misma: él vence sus miedos y expresa por fin unos sentimientos evidentes; ella asume lo que supone ser la novia del Capitán América. Si se lee esta última página bajo la lente de lo acontecido con el abanderado durante los treinta años siguientes, es inevitable experimentar cierta sensación de nostalgia ante el hecho de que esta faceta del personaje haya desaparecido por completo. Uno de los factores que hacía más simpático al Capi era precisamente esa vulnerabilidad propia de ser “pulpo en garaje” que suponía su adaptación a un mundo muy diferente del que le vio nacer y crecer. Ahora, ese detalle se limita a la existencia de una colección de trofeos de la segunda gran guerra. En cuanto al desarrollo de Rogers como alguien con vida propia más allá del escudo y la bandera, sólo Mark Waid se encargó de recuperar una dimensión que su tocayo Gruenwald había dejado muy de lado. Su breve estancia al frente del personaje (apenas una treintena de números en dos etapas) truncó una tendencia que, desde entonces, sigue olvidada. Brubaker se centró en las historias de espionaje y Remender lo ha hecho en las aventuras de sabor “kirbiano”. Quizá el futuro traiga consigo a algún autor que reivindique a DeMatteis, pero como de costumbre, me estoy saliendo del tiesto.
El segundo episodio supone el regreso del guionista a un asunto que ya había tratado en un especial anterior: el legado tricolor. Si en el anual de 1982 presentaba una aventura con los hombres que –según el canon del momento- habían vestido el uniforme del Capitán América, ahora toca despedir a uno de los mejor tratados en esa historia. Jeff Mace, el Patriota, se muere y pide como última voluntad poder despedirse del motivo de su inspiración. El tercer abanderado ha hecho las paces consigo mismo y se ha sacado de encima la sensación de fracaso, pero quiere decir adiós a su viejo camarada. Un villano de cuarta regional como el Puercoespín se interpondrá en el camino del vengador, dando a DeMatteis la oportunidad de contar otra historia con más contenido pijamero pero, a su modo, tan emotiva como la anterior. La despedida del antiguo aliado contrasta con la presencia de Jack Monroe, el nuevo Nómada, que se ha convertido en compañero y protegido de su antiguo ídolo. Quizá ayudando a un joven de los años cincuenta, el soldado de los cuarenta pueda ayudarse a sí mismo. Curiosamente,
Estos dos primeros capítulos no cuentan con Mike Zeck sino en las portadas. Serán Sal Buscema (con unos toscos acabados) y Kim DeMulder (encargándose de los acabados). Pese a la reconocida habilidad de ambos, ninguno de los dos está especialmente sembrado, repitiéndose esta situación en el anual de 1983, donde el citado DeMulder pasará la brocha a los lápices de un poco inspirado Brian Postman. Una vuelta de tuerca más a la relación entre el Capi y el Cubo Cósmico, por cortesía de Peter Gillis (un guionista injustamente olvidado que, curiosamente, trabajó sobre conceptos elaborados por DeMatteis en Los Nuevos Defensores) sobre la que autores como Roger Stern, Ralph Macchio, Len Kaminski o Steve Englehart seguirán trabajando en los años siguientes.
El retorno de don Mike y don John a los lápices nos lleva a la aventura más importante del tomo. Una vez asumidos los sentimientos respecto de Bernie, llega el momento –tan ansiado como temido- de conocer a la familia política. En la mejor tradición superheroica, Steve deberá dejar colgada a su pareja y embarcarse en una aventura en la que DeMatteis echa mano de uno de tantos conceptos desarrollados en la casa de las ideas durante los prolíficos años setenta. Deathlock es un cyborg creado a partir del cuerpo mutilado de Luther Manning que es reactivado en un mundo postapocalíptico situado cronológicamente en 1990. Sus aventuras, independientes en principio de la corriente principal, acabaron incorporándose a la misma a través de las colecciones de tándem de la editorial y colocando al demoledor en la línea temporal de los empijamados marvelianos. La patria chica de Manning (Detroit) y su viaje al pasado para eliminar a Jimmy Carter (que en esos años era Presidente de los Estados Unidos de América) evocan directamente a dos iconos del cine de acción cibernética como son Robocop y Terminator. El hecho de que el personaje viera la luz diez años antes que el T800 y trece respecto del policía tuneado por la OCP da una buena idea de la influencia soterrada que un entretenimiento que por aquel entonces era minoritario tenía sobre un sector de masas y sus creativos. Inspiraciones aparte, don Jean Marc contaría una historia en la que el Capi visitaría el mundo de Deathlock y éste volvería a su statu quo original. No era la primera vez que un héroe del presente viajaba para corregir el jorobado futuro presentado en un número suelto, y si no me falla la memoria, el propio abanderado fue el que ayudó a los Guardianes de la Galaxia en su batalla contra los badoon, pero una vez más, quedaba patente la idea (constantemente repetida en los años venideros) de que aquel futuro no iba a ser el oficial de la Tierra 616. El empleo de este truco se hacía inevitable conforme se acercaban las fechas fatídicas, al igual que los cambios de parentesco o de referencia histórica. Como curiosidad, hay que destacar el buen trabajo de Zeck y Beatty, aunque los diseños pensados y ejecutados para ese futuro hecho trizas hayan sufrido especialmente con el paso del tiempo. El mundo de Deathlock es un cruce entre Mad Max y la saga Death Wish, aderezado con lo mejor de lo peor de la moda de la época. Es lo que tiene intentar imaginar por dónde irán los tiros del porvenir. Como colofón de la historia, toca el número de la serie que corresponde al mes de los editores asistentes, y en el que Bernie fantasea con la posibilidad de un cambio de papeles entre ella y su atareada pareja.
Una colección de fichas de personajes –todas ellas actualizadas a la época en la que estas historias vieron la luz- completa el tomo y permite comprobar cómo ha pasado el tiempo –o no- para los distintos personajes reseñados en las mismas.
No leí estas historias del Capi, pero los futuros de Marvel (aunque sean alternativos) siempre suelen tener cierto atractivo. El personaje de Deathlock y su futuro, que son un misterio para mi, tienen algo especial. Y, como comentas en la reseña, no hay que ser un lince para darse cuenta de que pelis como Terminator han tenido que encontrar cierta inspiración en estas historias.
En resumen, que me apunto estos cómics. Seguro que acabaré echándoles un vistazo en un futuro próximo (espero que no tan lejano como para que sea post-apocalíptico) 😀
Los tres tomos intermedios de esta colección (desde el 2 hasta este mismo) son una maravilla. Se van sucediendo una tras otra sagas de entre 2 y 4 números con un nivel de calidad apabullante. Sin duda ésta es una de las mejores etapas del abanderado.
No deja de ser sorprendente que Shooter se soliviantara ante Stern y Byrne por tratar de saltarse su norma de que las historias no podían durar más de 2 números y aquí vemos, muy poco después, que Dematties hizo varias sagas de 3 episodios e incluso de 4 en el caso de la de Deathlock (con trampillas incluidas, colándonos un epílogo en forma de mes de los asistentes).