Por José Antonio Fideu Martínez con ilustraciones de Vicente Cifuentes y José Antonio Fideu Martínez
El presente relato es adaptación libre de un bosquejo de guión escrito en la década de los sesenta (se desconoce el año exacto), por el propio Vincent F. Martin. Existen, al menos, otras diez versiones de la misma historia, con ligeras variaciones, que fueron escritas por otros tantos guionistas de la época, lo que nos puede hacer sospechar que el argumento original pudiera haber servido de base para todas ellas. No fue infrecuente, sobre todo a partir de esta década, el que Martin entregara notas con directrices generales a los guionistas que trabajaban para él entonces, con el fin de que éstos terminaran el trabajo. Con los años, las obligaciones del creador del Capitán Meteoro se multiplicaron, y muy a su pesar, poco a poco, la labor creativa fue siendo relegada a un segundo plano en la vida del editor de Kansas. Entre los escritores firmantes de estas historias se encuentran, por ejemplo, Lorenzo Semple Jr., que luego participaría escribiendo algunos episodios en la serie de televisión de Batman, o George Lowther y Otto Binder, dos veteranos de la industria que habían trabajado en años anteriores imaginando aventuras para Superman.
“Si tus manos fueran de cuarzo, sabrías el verdadero valor que tiene poder colgar una de esas bolitas de la rama de un árbol».
Texto puesto en boca del propio Hombre de Cuarzo, en el especial de Navidad del Capitán Meteoro del año 1978, titulado “Recuerdos de Cristal”.
En el lugar donde se cruzan las calles Bradbury y Jules Verne, tres manzanas más allá del parque Wells, hay una pequeña plaza cuadrada, muy concurrida cuando llega el buen tiempo, donde los viejos van por la tarde a jugar al ajedrez y a las damas, o a discutir sobre sus cosas, y las parejas de enamorados se entretienen echando de comer a los patos o regalándose arrumacos en los bancos más discretos… Se trata de un lugar por el que todos los habitantes de la ciudad hemos paseado en alguna que otra ocasión, casi siempre con demasiadas prisas, esa es la verdad, sin haberle concedido el tiempo que quizás se merecía, pero que vuelve a recibirnos cada vez que regresamos a él con la misma cordialidad, con los mismos colores, los mismos aromas y casi los mismos sonidos… sin ningún reproche. Y eso es raro. Las calles de las ciudades son celosas, rencorosas me atrevería a decir, te echan en cara el haberlas abandonado a la más mínima oportunidad. Te vas durante unos años y a tu vuelta, tu traición queda reflejada en el cambio de las fachadas, en el solar donde jugaste tantas veces, sobre el que ha brotado, como por arte de magia, un nuevo y aséptico centro comercial, una gasolinera o un bloque de apartamentos. Hasta las sombras te castigan y te arrastran a la melancolía; buscas una, bajo la que besaste a tu primer amor, y ya no está… Te das cuenta de que el árbol que la proyectaba fue talado junto con tu niñez, y te sientes viejo y vencido… un traidor derrotado por la vida y el paso del tiempo… Sin embargo, la plaza de Las Maravillas no es así… nunca ha sido así. Parece la misma desde que yo recuerdo: los bancos ocupan los mismos lugares, y las farolas son idénticas a las que se plantaron allí a los albores del siglo veinte. El quiosco es el quiosco de siempre, si acaso de otro color, y hasta el quiosquero parece un fantasma que hubiera dejado de envejecer hace años… Si me apuras, podría decir que las palomas son las mismas, que las flores son idénticas cada nueva primavera… y nunca te acoge con desdén. Vuelvo a ella, me acerco hasta la fuente del centro como hacía de pequeño, me planto a los pies de la estatua del Héroe y la miro desde abajo, sintiéndome igual de asombrado que entonces, regresando a la niñez…
Podría decirse en realidad que la plaza es la antesala del Museo de la Maravillas. En realidad, muchos la consideramos una suerte de vestíbulo y, casi siempre, cuando se queda para visitarlo, la gente se reúne allí, a los pies de la estatua, cerca de los columpios o en tal o cual banco; se forman los grupos y los guías comienzan con su explicación antes de entrar.
-El Museo de las Maravillas –he oído la misma retahíla cientos de veces-, es uno de los lugares más sorprendentes de la ciudad, del país sin lugar a dudas y casi me atrevería a afirmar que del mundo entero. Fue fundado por el alcalde Joe Torralba, Joe “el bueno”, en mil novecientos diecinueve, utilizando para ello el antiguo edificio de la cámara de comercio, en homenaje a los héroes fallecidos defendiendo la ciudad… Si bien el museo es mundialmente conocido por su contenido, no existe otro edificio que cuente con mayor profusión de detalles las biografías de los héroes y villanos de nuestra historia reciente, no podemos infravalorar tampoco el continente: Diseñado en mil ochocientos noventa y uno por el arquitecto español Raúl López, es muestra preeminente del neoclasicismo instaurado a partir del la mitad del siglo diecinueve en muchos edificios del país, estilo cuya preocupación fundamental era la búsqueda de la creación de una construcción ideal en la cual todas las partes tuvieran una función esencial y práctica y en la que los órdenes arquitectónicos fueran elementos constructivos y no sólo decorativos. Ya en la fachada podrán observar los principios de funcionalidad y vuelta al pasado antes señalados, tomando como modelos los edificios de Grecia y Roma. Las estatuas situadas a ambos lados de la escalera principal representan a los miembros de la Guardia del Sol, fallecidos en acto de servicio o retirados en los últimos ochenta años… Los nombres y poderes de cada uno de ellos podrán encontrarlos en el folleto que se les ha entregado a su llegada.
Cuando era niño, solía ir allí, de vez en cuando, con mi padre y mi tío, o con mi abuelo. No existía para mí un sitio mejor para pasar una tarde de sábado. Primero íbamos a tomar un batido o a merendar al parque si la economía no nos permitía gastar mucho, y luego dábamos un paseo hasta la puerta del mueso. Dos centavos la entrada… Ya subiendo por esa enorme escalinata de mármol, la misma que todavía me recibe hoy en día, antes de entrar, miraba a los lados y me fijaba en las estatuas, todos guerreros poderosísimos sin mácula, campeones de la humanidad sobre los que había escuchado hazañas increíbles, y me sentía, de alguna manera, uno más de ellos. Sacaba pecho y me creía mucho mayor de lo que era. Los colosos pasaban revista y yo no quería decepcionarlos. “No tengo poderes”, les decía, “pero soy uno de vosotros, y llegado el momento, yo también estaré dispuesto a dar mi vida por la justicia, la verdad y el bien…”. No me cabía duda. Ya digo, era un niño, la vida era muy sencilla de entender para mí entonces.
-Este es el vestíbulo. Desde aquí pueden ustedes acceder a cualquiera de las salas principales. Si quieren seguir el itinerario recomendado por el patronato, deberíamos comenzar por la que se encuentra justamente al otro lado de esta entrada. En esa primera exposición se cuentan los orígenes del movimiento superheroico a partir de sus primeras manifestaciones en el siglo dieciocho. También en esa zona se adelantan diferentes teorías científicas que explican el surgimiento de los metahumanos en la sociedad moderna, así como la clasificación de Rafael Kosgüorz que divide a los héroes y villanos, como ustedes sabrán, en guardianes, psicópatas autopotenciados, humanos alterados por agentes externos, maravillas de la alta tecnología, alienígenas, deidades, hechiceros y humanos mutados espontáneamente o mutantes…
En aquellos años las salas estaban menos llenas que ahora, las vitrinas contenían trajes, algún aparato sorprendente, el antifaz de uno, la capa de otro, un escudo, un anillo, una pistola desmontada, o un casco… Había fotos por las paredes, la mayoría en blanco y negro, recortes de periódicos y alguna reproducción en cera de los villanos más famosos. También recuerdo haber visto con asombro restos de naves espaciales que hoy nos parecerían de juguete, pintadas de colores llamativos, los primeros trajes espaciales, fragmentos de algún meteorito, maquetas en miniatura de los vehículos más sorprendentes… Me parecía imposible encontrar objetos más maravillosamente extraños que aquellos y, sin embargo, a cada nueva visita mía, un recién llegado me dejaba sin habla. Habría sido capaz de pasar horas y horas embobado mirando como un lelo el nuevo uniforme, o las nuevas alas, o la cabeza del robot asesino de turno… Un día llegaba y me encontraba la armadura neumática de Corazón de Vapor y se me antojaba el cacharro más asombroso del universo, imposible de superar por manos humanas, y a las dos semanas volvía por allí y resultaba que alguien había colgado de unos cables el arnés volador del primer Halcón de Hierro… Mi clasificación de las maravillas se veía automáticamente modificada y el nuevo inquilino del museo pasaba casi siempre al primer lugar de la lista… Con los años fueron llegando más y más objetos, nuevos personajes, y jamás dejé de asombrarme al encontrármelos… Incluso hoy que una reproducción mía recibe a los visitantes a la entrada, hoy que una estatua del Capitán Meteoro ha sustituido en la plaza a la antigua estatua del Héroe, sigo sorprendiéndome al entrar allí, y no termino nunca de explicarme cómo el ingenio humano ha llegado a crear algunos de los aparatos allí almacenados.
-Las teorías más recientes, esta sala en concreto sigue los postulados del doctor Rafael Kosgüorz de la universidad de Miskatonic, que quedaron expresados en su famoso libro “Los héroes que caminaron junto a nosotros”, a la venta en la tienda del museo, indican la presencia de metahumanos en casi cualquier época de la historia del hombre. Desde la antigua Grecia hasta nuestros días, pasando por la Edad Media europea, el Renacimiento o la Revolución Industrial, los hombres extraordinarios han marcado de una manera u otra el devenir de la humanidad. Hoy se sospecha que personajes tan notables como Aquiles, el rey David de los judíos, Alejandro Magno, Atila o Leónidas el espartano, por nombrar algunos, pudieron ser metahumanos, hombres dotados de poderes increíbles que marcaron con su presencia el rumbo de la historia… y se sabe que existieron muchos más, la mayoría de los cuales actuaron en secreto por miedo a ser marcados por sus iguales, por temor a ser castigados por sus dones… Casi detrás de cada leyenda hubo, según parece, un superhombre.
Balthasar Britt era un niño muy parecido en eso a mí. Cuando lo conocí por primera vez, calculo que sería mil novecientos sesenta y uno, tenía sólo doce años y, sin embargo llevaba ya dos o tres acudiendo al museo, casi cada tarde, con una puntualidad religiosa. Era bastante popular en el lugar, los celadores lo saludaban como saludarían a alguien de la familia; Agus el quiosquero le guardaba siempre fotos y revistas donde aparecían superhéroes, y si se abría una exposición nueva, la señora Moore, la taquillera, se las apañaba para hacerse con un cartel, algún folleto o, si lo había, cualquier tipo de souvenir para él: una chapita, una postal conmemorativa o un llavero. Por la tarde, cuando el muchacho llegaba, en vez de pedirle el carné, lo llamaba a la parte de atrás y le regalaba lo que le había conseguido y, de vez en cuando, añadía al paquete una bolsa con caramelos o galletas… Él la miraba entonces con los mismos ojos con los que habría mirado a la Guardiana Lunar, y ella se sentía realizada, tan feliz como si hubiera conseguido salvar al mundo de una invasión alienígena… quizás más.
No llegué a encontrármelo entonces, pero sé perfectamente lo que sentía al mirar aquellas vitrinas…. Exactamente lo mismo que sentía yo de pequeño. Me lo imagino, sentado frente a las botas de salto perpetuo del Saltamontes, soñando con poder calzárselas algún día, o copiando en su libreta la escena pintada en la pared: Conan Wild enfrentándose a Terminux-9 el Robot gigante venido de las profundidades cósmicas, deseando ser el héroe… Llevaba un cuaderno de hojas arrugadas en el que tomaba mil notas, nos dibujó a todos. Para él, esa libreta era más valiosa que ninguna otra cosa en el mundo, la completaba con paciencia, intentando ser lo más fiel posible a los originales, como un escriba de monasterio, poniendo todo su cariño y su arte en cada boceto… no se imaginaba el muchacho que esas hojas en las que él pretendía apoderarse de la vida de sus ídolos, terminarían un día colocadas en otra vitrina del museo, junto a la chaqueta agujereada de Conan Wild y la capa del Hiperhombre, justamente al lado de la espada ígnea del Enviado…
Era noviembre, un noviembre muy frío, Louie recuerda perfectamente la fecha exacta, suele hablar a menudo de aquel día. El muchacho llegó temprano. Como si no le costara esfuerzo subió la larga rampa de entrada empujando las ruedas de su silla, saludó a la señora Moore con prisas y se coló hacia dentro disparado. No tenía tiempo para demasiado protocolo; tenía oído que un hombre muy rico de Boston había donado material nuevo… se decía que pronto colgarían por algún lado el uniforme de Medbúho y si era así, quería ser el primero en verlo…
-¡Hola Relámpago…! ¿A dónde vas con tanta prisa?
-Buenas tardes, Señor Ploog –contestó Balthasar casi sin detenerse-. Me ha dicho un compañero que han traído cosas nuevas… ¿Es verdad…?
-Bueno, nuevas para el museo… en realidad no son más que cacharros viejos, los trajes de esos locos. No me explico cómo pueden gustarte tanto esos trastos…
-¿Han puesto la armadura? ¿La armadura de Medbúho…? ¿La primera?
-¿Medbúho? ¿Ese que parece un buzón volador…? Sí, eso creo… No he visto cosa más fea en mi vida…
-Bueno, voy para dentro. Nos vemos luego –dijo el muchacho alejándose en dirección a la sala de enfrente, dejando con la palabra en la boca al pobre viejo…
-Adiós, Ciclotrasto –saludó sonriendo el Señor Ploog.
Louie cuenta que, cuando él llegó, el pequeño Balthasar se encontraba ya en la sala. Plantado en el medio, miraba hacia en techo como si se le acabara de aparecer la Virgen María, incapaz de bajar la vista; seguramente no habría nada en el mundo, por debajo de aquella altura, que le interesara lo más mínimo. Efectivamente, habían colgado allí la armadura de mi amigo Daniel Rivers, la primera armadura de Medbúho… Coincido con la docta opinión del celador, el señor Ploog, uno de los cacharros voladores más feos que yo haya visto nunca, y sin embargo el muchacho no podía apartar la mirada de él…
-No estás disecado ¿verdad? –preguntó Louie.
Balthasar lo miró de arriba abajo, sin saber muy bien qué contestar, casi ofendido por la intromisión… Aquel hombre gordo de bigote lo había traído de vuelta bruscamente, arrancándolo, de un tirón, de su propio mundo de fantasía ideal… Y ¿para qué? ¡Para preguntarle si estaba disecado…! Otro imbécil que se aburría y que quería reírse de él… La mujer que lo acompañaba, una rubia despampanante vestida con un traje varias tallas más pequeño de lo que hubiera sido decoroso, sonrió de manera idiota como si el comentario de aquel tipo fuera lo más poético e inteligente que hubiera escuchado nunca…
-No debería usted reírse de un pobre inválido…
-¿Quién se ha reído? Yo no, desde luego –con un gesto amable, Louie se libró de la presa de su tigresa. La mujer entendió perfectamente, quizás porque ya en otras cien ocasiones, con anterioridad, su amor había procedido de manera similar con ella. Se soltó del brazo y esperó órdenes-. Anda Norma Jeane, cariño, sal afuera y espérame donde te dije… Y no te olvides de tener el coche en marcha, que no perdamos tiempo arrancándolo como siempre –luego regresó con la mirada al muchacho-. Te he visto por aquí un par de tardes…
-¿Sí? –contestó nuevamente molesto, Balthasar-. Yo a usted no…
-No me extraña… Lo raro es que llegues a ver a alguien. Estás tan absorto en la contemplación de esos aparatos que podrían llevarse el museo entero a otro planeta y, mientras dejaran la vitrina a la que estás mirando, no te enterarías de nada…
-Me gustan los héroes ¿es eso malo? Aquí me entretengo…
-Ya, ya lo veo… No, desde luego no hay nada de malo en eso, aunque yo creo que los villanos son mucho más interesantes, pero eso es cuestión de gustos.
Por un instante el silencio regresó a la sala. El resto de visitantes apenas se atrevían a susurrar, de vez en cuando, algún comentario desde la otra punta…
-¿Sabes una cosa, muchacho? La mayoría de los aparatos que ves por ahí colocados ya no funcionan… muchos no son más que burdas reproducciones…
-Eso no es cierto –contestó nuevamente ofendido Balthasar.
-Sí, sí que lo es. Hay algunos que son reales, ocho o diez incluso podrían funcionar todavía, pero la mayoría no…
-Les quitan las baterías y desconectan los componentes principales –afirmó con seguridad el crío-. Muchos de esos artilugios se guardan en una sala acorazada del sótano… Todo el mundo lo sabe.
-Mira, el arnés de Medbúho tiene pinta de ser el auténtico, pero las armas de aquella vitrina son falsas, las espadas no cortarían ni un pastel de mantequilla, y la cola prensil y las botas de pulgar oponible del Rey Simio, que ves allí, tampoco son las auténticas. Ni esa máscara de hierro, ni las pistolas de chicle del Goloso, ni los robots esclavistas de George Nexus, el Doctor Nexo, ni la hélice de Rotor, ni aquellas bombas de gas, ni el lanzallamas de la Salamandra, ni, por supuesto, la armadura de batalla de la princesa Ailegor…
-¿Y usted cómo sabe eso?
-Muy sencillo: porque me los he llevado a mi casa para examinarlos y lo he comprobado…
-Es usted un embustero -la paciencia de Balthasar comenzaba a agotarse.
-No, no lo soy. Lo he hecho, te lo juro… aunque luego los he devuelto siempre. Tomo notas y aprendo, y luego los dejo en su sitio…
-El museo tiene medidas de seguridad increíbles… nadie podría salir de aquí si cogiera algo… Las vitrinas están selladas perfectamente y el cristal es a prueba de bombas, hay alarmas y cámaras y rejas de ultranium que se cerrarían si alguien las hicieras saltar… Además el sistema está conectado por cable con el cuartel de La Guardia del Sol, me lo ha contado el celador, el señor Ploog, que es mi amigo.
-¿Crees que esa vitrina de ahí está sellada? –preguntó Louie señalando justo enfrente-. La que contiene el casco de control del Amo…
-Me parece que sí…
-Pues te equivocas, el que la selló lo hizo mal. Lo he comprobado, hay lugares por los que queda un hueco de varias micras…
-¡Pues vaya hueco! Nos lo han explicado en la escuela, una micra es mucho más pequeña que un centímetro –poco a poco, Louie fue ganándose la atención del muchacho- . Eso y nada es lo mismo… además yo no lo veo…
-Pues está ahí. Ten, sujétame esto por favor –y hablándole así le entregó una bolsa vacía al chico-. Y estate atento… vas a ver.
Louie Hansen, miró a uno y otro lado y, tras asegurase de que estaban solos, de que los otros visitantes habían salido de la sala para pasar a otra contigua, accionó un dispositivo oculto en su cinturón e, inmediatamente, comenzó a disminuir de tamaño.
-Ahora vuelvo chaval, no te muevas –y su voz fue volviéndose cada vez más aguda…
Ante los ojos atónitos del muchacho el Dispositivo de Escalación Molecular Hansen hizo su trabajo, transformando a un hombre de unos ciento treinta kilos vestido con un abrigo de pieles en una mota de polvo volante. Con la mandíbula encasquillada, el joven Balthasar, observó cómo, efectivamente la mota emprendía el vuelo y se colaba en la vitrina. Una vez dentro, quizás para hacer más vistosa su actuación, Louie creció hasta alcanzar los cuatro centímetros de altura. Se volvió sonriendo para saludar al pequeño, en ese momento unas treinta veces mas grande que él y, con una pistola que parecía de juguete, apuntó al casco, que comenzó a encogerse también inmediatamente; más y más pequeño hasta desaparecer. Los transistores, los cables, los condensadores, las antenas, la carcasa, las baterías de nanium… todo se redujo a la misma velocidad hasta desvanecerse, para volver a crecer un instante después en el mismo sitio. El enano Louie, sonrió mirando de nuevo al muchacho y le hizo una señal indicándole que todo iba viento en popa… luego desapareció y, apenas medio minuto después, tras haber recuperado de nuevo su talla normal, conversaba con el muchacho, otra vez, como si nada, tan tranquilo; de nuevo otro distraído visitante más del museo…
-Lo que he hecho es utilizar mi dispositivo de reducción para colarme por la rendija… Por cierto, calculé mal, medía más de cinco micras… Luego he reducido el casco original y lo he sustituido por una réplica barata, pero casi idéntica a ojos de un espectador inexperto… Me llevo el bueno, lo reviso, intento aprender algo y luego lo traigo… Si lo pidiera no me dejarían. ¿Comprendes?, muchacho
-¡Es usted el Abejorro! -Balthasar apenas podía cerrar la boca, se sentía tan excitado que notaba el corazón en el pecho, palpitando con tal fuerza, que pensó que terminaría partiéndole el esternón y escapando dando botes, dejándolo a él allí, moribundo y sin palabras para protestar siquiera…
Louie se agachó junto a él, y con mucho mimo, hizo ademán de dejar el preciadísimo objeto invisible que portaba, en el suelo-. Ya está. Ahora revertimos el proceso. ¿A ver? No viene nadie -giró una palanquita de su pistola, y disparó un rayo sobre el lugar. Inmediatamente un objeto comenzó a materializarse. Era el casco que antes ocupaba, orgulloso, la vitrina, creciendo como por generación espontánea, pasando de ser una mota de polvo, a un grano de arroz, luego a un guisante plateado, más tarde a tomar el tamaño aproximado de una manzana, y terminando siendo lo que había sido antes de sufrir el proceso de reducción-. Lo guardamos todo en la bolsa, la encogemos un poquito hasta que parezca un monedero, y nos vamos -Balthasar seguía sin poder articular palabra.
-Bueno, chaval, me pasaré a dejarlo en tres o cuatro días. Si estás por aquí, ya charlaremos un rato… Puedo contarte unos cuantos cotilleos sobre estos estirados que sólo yo conozco. Toma –y diciendo esto sacó una foto suya en uniforme de faena, una autografiada en la que firmaba con su nombre de guerra, no con el auténtico, claro, se la entregó al pequeño y se alejó de allí tan pancho…
Louie es un tío muy listo, sabe camelarse a las personas… En realidad creo que por encima de los dones que le otorgan los cacharros que inventa, ese es su mayor y verdadero superpoder. Había cumplido su misión. Sabía que a Balthasar le costaría dormir esa noche, que lo tenía en el bote…
El muchacho no regresó al museo en toda la semana. Pasó la tarde siguiente en el hospicio, alerta, pegado al televisor, temiendo escuchar noticias del robo. Ya se veía apareciendo en el noticiario, su foto junto a la del Abejorro con un cartel de “se busca” pintado debajo, huyendo en medio de la noche con su silla y su maleta como únicos acompañantes, convertido en un fugitivo… Se sorprendió calculándolo todo. Primero iría a la cocina a buscar algo de aceite, se acercaría antes de la cena y engrasaría bien las ruedas, luego doblaría su ropa, guardaría los tebeos, cuarenta centavos que tenía ahorrados y la foto de mamá, y cuando todos estuvieran durmiendo, saldría sin hacer ruido por la puerta del almacén, que tenía la cerradura rota, y no volvería jamás… En realidad pensó todo esto sin sentir demasiada pena, solo echaría de menos a dos o tres personas de allí, y a ésas podría llamarlas de vez en cuando. No le disgustó demasiado su nuevo rol de prófugo… Sin embargo, no se dijo nada del asunto, en ninguna cadena, ni una palabra, y a la hora de irse a la cama la carrera criminal de Balthasar Britt había terminado ya… Volvía a ser un niño bueno en silla de ruedas. Antes de apagar la luz miró la foto que le había regalado el Abejorro. El hombre volaba sobre la ciudad, vestido con su traje de licra, apuntándole con la pistola reductora, como retando al mundo entero… Sintió envidia. Parecía que se movía entre las nubes con facilidad y, sin embargo a él le costaba trabajo hasta ir al baño; subirse a la cama, vestirse o bajar una acera eran tareas tediosas en las que empleaba el triple de tiempo que cualquier otro chico de su edad, ni siquiera podía hablar del todo bien…
Al tercer día, Balthasar, ya perdido el miedo, volvió al museo. Como era su costumbre, llegó temprano, al poco de abrir, y repitiendo el ritual de saludos, se coló directamente hasta la sala en la que había tenido su primer encuentro con el Abejorro. Esa vez no fue el primero en llegar. Cuando entró lo esperaba ya Louie. Mi amigo el Abejorro lo saludo sonriente nada más verlo…
-Hola Ciclotrasto –dijo.
-Hola -contestó el muchacho emocionado, fingiendo toda la sobriedad que el rostro de un niño puede fingir-. ¡Ha venido!
-Por supuesto, somos socios… ¿Qué te pensabas…? Y ya he devuelto el préstamo –Louie cucó un ojo de manera pícara y por primera vez, Balthasar le sonrió-. Te he esperado para darte las gracias.
-¿Las gracias? ¿A mí? ¿Por qué…?
-Por no cantar… Por guardar nuestro secreto –Luoie hizo una pausa para calcular el efecto de sus palabras en el muchacho. Siempre lo hace, sobre todo cuando se gusta, cuando está disfrutando de la faena-. He tenido socios, tíos que se decían duros, que a la más mínima han corrido a dejarme con el culo al aire… Se nota que tú eres diferente, lo noté en cuanto te vi…
-Bueno, yo…
-Mira, Balthasar, en pago a tu fidelidad, creo que es el momento de que yo te cuente algunas cosas sobre estos cacharros que tanto te gustan y sobre sus dueños. Cosas secretas, claro… No voy a repetirte lo que viene en los carteles… Cotilleos…
Y sin terminar de recibir el consentimiento del muchacho, Louie se lanzó a dar una conferencia… para su oyente era música celestial, la escuchó sin perder detalle, seguro que sin pestañear, me atrevería a decir que casi sin respirar. El Abejorro comenzó por la estancia en la que se encontraban y terminó por la sala de la amenazas, recorrieron el museo de arriba a abajo y para cuando se quiso dar cuenta, Balthasar, era ya prisionero del Abejorro. Lo había capturado sólo con historias, con respeto, con una pizca de atención, empujando su silla despacio, pasándole la mano por el hombro de vez en cuando… agachándose para ponerse a su altura, para mirarlo directamente a los ojos, durante los momentos más importantes de la narración.
– Escucha Balthasar –le dijo finalmente muy serio-, oirás muchas cosas malas de mí por ahí, pero no has de creerlas. Cuando te dije que prefería a los villanos no hablaba totalmente en serio… En realidad sólo me gustan algunos de ellos, los que no hacen daño a las personas, los ingeniosos… Por desgracia hay por ahí algunos elementos con ideas muy raras en la cabeza, gente que sólo piensa en conquistar el mundo o en vengarse de éste o de aquel… Hay mucho loco avaricioso y sin conciencia… Esos no piensan en nadie, en el daño que pueden hacer a otros… Yo no soy de esos y tú tampoco. Esos tíos se escudan, muchas veces, en el sufrimiento que les han inflingido a ellos, para obrar mal, pero eso no es excusa… siempre se puede elegir. Tú lo sabes –el muchacho lo escuchaba sin moverse, petrificado-. Si alguna vez tienes problemas con uno de esos, si ves que la cosa se pone fea de verdad y necesitas ayuda, hay dos o tres objetos aquí que podrían serte útiles –Balthasar no podía creer lo que escuchaba. Aquel hombre, un tío que podía volar y cambiar de tamaño hasta desaparecer, un tío que se había partido la cara con el Capitán Meteoro, con Conan Wild, con Dragón Sombra, y con otros mil superhéroes más, le estaba hablando a él de tú a tú, considerándolo un héroe, planteando la posibilidad de que se vistiera una capa y saliera a ayudar en caso de necesidad-. Te lo digo porque sé que no los usarás a la ligera. Mira, el casco del Amo funciona, podrías controlar con él a cualquiera, pero una persona con sentido común no lo usaría más de una vez o dos… Si uno se excede con ese cacharro puede acabar como acabó su inventor, con la cabeza más trastornada que el metabolismo del Hombre de Cuarzo, loco de atar. También puedes usar mi primer levitador, es pequeño y fácil de manejar. Lo doné hace años, cuando desarrollé la segunda versión. Incluye un campo de fuerza –Louie señaló al fondo, a la vitrina en la que estaba expuesto-. Y si quieres algo de poder ofensivo en combate cuerpo a cuerpo y mejorar la movilidad, yo usaría el arnés de potencia de Vanguardia, aunque puede quedarte un poco grande y si te metes en distancias cortas a lo peor te llevas una buena paliza… Yo rehuyo el cuerpo a cuerpo, intento siempre resolver las cosas desde lejos, usando el ingenio… Es lo que te recomiendo. Aquella vitrina también tiene dos o tres cosas interesantes; bombas de humo, pegamento ultrarrápido, una ampolla de regeneración celular ultraveloz, unos lanzatelarañas muy curiosos y algún cacharro que otro que te puede ser de de ayuda. Todos objetos en perfecto estado y muy interesantes. Yo usaría eso en vez de los desintegradores y los rayos mortales de allí –torciendo el gesto señaló al otro lado de la estancia-. Podrías pegarte un tiro en un pie sin querer y perder una pierna, o lo que es peor, dispararle a alguien sin darte cuenta y pasar arrepintiéndote el resto de tu vida…
-Gracias Louie –dijo Balthasar llegando a la puerta-. Me ha encantado todo lo que me has contado…
-De nada socio, solo estoy formándote un poco… Una deferencia lógica entre colegas. Toma esto –y cucándole el ojo le entregó una bolsa con unas bolitas, en realidad mitades de esfera pintadas a rayas amarillas y negras-. Son cargas adhesivas. Tienen la potencia justa para fundir el cristal de una de esas vitrinas. Para que no puedas hacerte daño, las he programado para que sólo reaccionen al contacto con el vidrio. Tras colocarlas tendrás veinte segundos antes de que se activen. Escucharás un zumbido. Con ponerte a diez metros estará a salvo…Espero no tengas que usarlas, son sólo para emergencias, ya sabes.
-¿Volverás la semana que viene?
– Creo que sí. Vendré con Norma Jean, quiere que compremos unas cosas y nos pilla cerca. Seguramente me pase el miércoles a coger algo… Si te parece, y terminamos pronto, podemos ir a tomar un batido…
En ese preciso instante, una mujer de unos sesenta años, la señora Straczynski, pasó a su lado seguida por un rebaño de turistas. Tuvo tiempo para sonreír un momento a Balthasar. Repetía la misma letanía que le había escuchado contar cientos de veces.
-Según los postulados del profesor Rafael Kosgüorz, el movimiento superheroico, lejos de ser una actividad marginal y ajena a la cultura, llevada a cabo por sujetos enfermos o personajes estrambóticos, es, en realidad, una nueva forma de progreso, en la que personas dotadas de poderes singulares se enfrentan a las maneras arcaicas de organización social, económica y política, aportando puntos de vista mucho más personales, mas amplios y desinteresados, lejos de institucionalismos. Con los superhéroes han llegado nuevas palabras, nuevas técnicas, nuevas leyes, nuevas ciencias… En definitiva un mundo culturalmente distinto, pero incardinado en el que ya existía. Podemos afirmar que se libra una nueva batalla, una batalla por el cambio, externo, en la sociedad, e interno, en los propios sujetos. Incluso en el caso de los supervillanos, aquellos que inflingen las más básicas normas de convivencia, existe una conciencia de grupo, una nueva forma de entender la vida social, quizás equivocada, pero siempre distinta…
-Nunca lo había visto así –dijo el Abejorro.
-¡Vaya galimatías! –susurró Balthasar-. ¿Tú has entendido algo?
-No lo sé, pero por si acaso, me opongo…
-Salgan por aquí, señores –prosiguió con su monótono tono de voz la señora Straczynski-. Si son tan amables de visitar nuestra tienda, allí se les hará entregará de un bolígrafo… Nada, un regalito sin importancia por gentileza del patronato, para que no nos olviden. Tenemos tarifas especiales para colegios y grupos numerosos. Muchas gracias por su visita, y recordad chicos: no lo intentéis en vuestras casas.
Fantástico y emotivo relato navideño, del que espero ansioso su continuación. Y muchas gracias a los autores por dejarnos participar de este fantástico universo narrativo que han creado. Con las referencias a los lectores os ganáis aún más nuestro cariño.
Y con esta frase, cargada de nostalgia, se pone un contrapunto melodrámatico a una historia situada en fechas luminosas:
«Hasta las sombras te castigan y te arrastran a la melancolía; buscas una, bajo la que besaste a tu primer amor, y ya no está… Te das cuenta de que el árbol que la proyectaba fue talado junto con tu niñez, y te sientes viejo y vencido… un traidor derrotado por la vida y el paso del tiempo…«.
P.D.: Estoy de acuerdo con muchos otros compañeros lectores, ¿para cuándo una novela del Capitán Meteoro? Si Muy pronto seré invencible pudo ser publicada, estos relatos no tienen nada que envidiar en absoluto.
Con cada uno de los relatos que hemos publicado Jose Antonio y Vicente nos han demostrado que han puesto toda la ilusión del mundo en el proyecto de las aventuras del Capitan Meteoro y eso se nota en todas y cada una de sus aportaciones las iban incrementando su calidad a medida que iban saliendo a la luz, algo que creedme parecía imposible despues de leer los primeros textos.
Estas dos ultimas entregas son el broche perfecto para este primer volumen y el homenaje a lectores y redactores de zn es un detalle inesperado.
Mil gracias Jose Antonio y Vicente os habeis ganado mi admiracion eterna 🙂
Un cambio radical tras la saga de la Guerra Fría (que no era tan fría después de todo)…
Me ha encantado este tierno relato navideño que viene que ni pintado para estas fechas..
Y estoy de acuerdo con Némesis, una novela del Capitán Meteoro (o de sus compañeros de aventuras, más bien) acompañada de una buena campaña, podría romper moldes…
Sigo disfrutando con los relatos de J.A.F… y que siga!!!
¡¡Qué puedo decir!! José Antonio no sólo le dedica (en parte) este relato a mi personaje favorito, sino que además me ofrece una imagen suya, lo hace salir con Marilyn Monroe y me hace alcalde de la ciudad. Esto es un regalo y todo lo demás son tonterías…
Y esperad a ver cómo termina esto, esperad… pero de lo maravillosamente bien que escribe José Antonio y el tremendo honor que nos hace con su trabajo aquí hablaré la semana que viene. De momento, aquí tengo esta delicia con pizcas de metaliteratura para leer y releer. ¡¡Y muchas gracias por el detalle, José Antonio!!
muy chulo, la verdad la introduccion de este relato ya te deja enganchado para seguir esperando como se desarrolla esta mini novela.
estoy de acuerdo con lo que dice nemesis y con lo que dice el escritor jajaja, cuando vas a un lugar y deseas volver a encontrarte esa fuente, esa fachada, ese cartel que estaba alli durante años, cuando lo echas en falta es cuando no está, es la traicion, es el precio que uno debe de pagar, cuado abandona un lugar… ( ohhh que filosófico jajajja).
esperando a la segunda parte….. byeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee.
Bueno, pues aquí va el penúltimo capítulo de lo que será el primer volumen de las Aventuras del Capitán Meteoro… aunque de eso ya hablaremos la semana que viene con más calma.
Es un pequeño homenaje a Zonanegativa (el auténtico Museo de las Maravillas), y a los lectores mas fieles… Sin vosotros nada de esto tendría sentido y, por eso, todos aquellos que os habéis mantenido al pie del cañón, habéis pasado a formar parte también de mi particular museo…
Muchas gracias a todos… Nos escribimos la semana que viene.
Qué historia más bonica!!! Me encantaría ir al Museo de las Maravillas y hacerme amiga del Abejorro porque es uno de mis personajes favoritos. Qué pena que sólo sea ficción!!! Pero bueno, siempre podemos leerlo e imaginárnoslo. Estas historias me gustan más que las de guerra porque tienen un encanto especial sobre todo en estas fechas. A ver si lo vemos publicado, que seré la primera en comprar la novela…
Ojalá tenga mil páginas como ha prometido Fideu en algún lado.
Un abrazo.
Pues al ritmo que va Ailegor me da que Fideu se quedará corto con las 1000 páginas pues ya lleva escritas y publicadas en ZN casi doscientas 🙂 y que dure!! Eso si, edicion en libro y de tapa dura ya!!
la de la novela empieza a ser un clamor popular 🙂
Estupendo relato…..te pone en situación desde el primer momento……este Noviembre también ha sido muy frio.
Y eso a ver si lo vemos publicado y premiado con un Planeta por lo menos.Un saludo para todos.
Mu rica!!! esta primera parte de la última historia. Esto tiene que seguir de alguna otra manera, no se puede quedar así. Necesitamos película, comic, album coleccionable o poster desplegable, algo… Bueno con la novela sería un buen comienzo.
Un saludo.
Creo que el Abejorro no sólo se ha ganado al bueno de Balthasar, más de uno nos hemos quedado encandilados con la verborrea que gasta el tío. ¡Qué personaje tan cojonudo! ¡A por el desenlace!