Capitán Meteoro Cap. 4: El hombre del fin del mundo (Parte 1, de 4)

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Por José Antonio Fideu Martínez con ilustraciones de Vicente Cifuentes

Capitán Meteoro, Archivos 3
Notas previas:
Título: “El hombre del fin del mundo” Parte 1 (de 4).

En el año 1943, Phoenix Comics cedió los derechos de su personaje más emblemático, el Capitán Meteoro, para la realización de una serie de televisión que gozó de bastante éxito en la época, sobre todo en el caso de los más jóvenes, pero en general, entre el gran público. Curiosamente, hasta llegar a emitirse en 1945, fueron muchos los avatares que marcaron la carrera televisiva del héroe creado por Vinvcent F. Martin. A principios de 1944 se realizó un primer capítulo piloto que no fue aceptado por ninguna de las cadenas importantes de televisión, quizás por la escasez de medios utilizados en la producción, y no sería hasta unos meses después, y tras regrabar el episodio con actores diferentes y utilizando un guión del propio Martin, cuando se consiguió, por fin, colocar la serie en las parrillas televisivas. Viendo el fracaso de su primer intento de incursión en la televisión, Vincent F. Martin movió hilos, y logró convencer a Craig Mulligan, un importante empresario petrolífero amigo de la familia, para que invirtiera una mínima parte de su fortuna en hacer volar al Capitán. Con la inyección de fondos del tejano y la esponsorización de una famosa marca de refrescos, las escenas de efectos especiales, que habían sido realizadas en la primera versión mediante dibujos animados, fueron sustituidas por animación real (se contrató para ello a un hasta entonces desconocido Ray Harryhausen, que sorprendió al mundo con sus revolucionarias ideas). La serie comenzó a emitirse, cada viernes, a partir del mes de octubre de ese mismo año, permaneciendo en pantalla durante cuatro temporadas. Fue en el capítulo trece de la primera, un episodio titulado “Atrapado en la red”, en el que aparecieron, por primera vez, dos personajes que luego serían adoptados por la serie de cómic y que gozarían de gran popularidad como villanos, acompañando, a partir de entonces, al Capitán, en casi toda su carrera: Se trataba del pérfido Conde Atrax y de su inseparable Madame Latrodectus. Ese capítulo en particular es la génesis del presente relato. Con esos dos personajes como villanos principales, y tomando como guía unas notas sobre una historia que Vincent nunca llegó a terminar, en la que hablaba del descubrimiento de una máquina del tiempo, he compuesto la narración de esta semana…

Un joven Rock Hudson durante una prueba para interpretar al Capitán Meteoro en la serie de televisión de los años cuarenta. Finalmente, y tras ser elegido como protagonista, rechazó hacerlo por miedo a encasillarse y aceptó pequeños papeles hasta el año 1949 en el que firmó un contrato con los estudios Universal. El personaje sería finalmente interpretado por Kane Richmond durante cuatro temporadas. Junto a Hudson Erika Eakright que sería a la pérfida Madame Latrodectus.

“Comienza a manifestarse la madurez cuando sentimos que nuestra preocupación es mayor por los demás que por nosotros mismos”.

Max Planck (1858-1947) Físico alemán.

“Lavoisier dijo en el siglo dieciocho que un objeto más pesado que el aire jamás llegaría a volar. Asómate a la ventanilla amigo… ¿Qué ves? Las nubes, y por debajo de ellas, el mundo entero a nuestros pies… Ayer hablé con un joven científico judío, un tal Einstein… Me dijo que, teóricamente, viajar en el tiempo era posible, pero que haría falta una cantidad de energía tal para lograrlo que lo creía prácticamente inviable… No lo dudes; dentro de unos años alguien se asomará a la ventanilla de su nave y lo que verá a sus pies será la eternidad…”

George Taylor, en uno de los diálogos escritos por Martin, para una historia del Capitán Meteoro titulada “El hombre del fin del mundo”. 1951

Capítulo primero

Es difícil de explicar. Sería muy complicado hacerle saber a un cerebro plano, dibujado sobre una servilleta de papel, que existe un espacio tridimensional por encima, debajo y a los lados de ese papel… Ese cerebro entendería su propia amplitud y quizás su anchura, pero difícilmente llegaría a creer que pudiesen habitar seres en el universo dotados de una tercera dimensión. El cerebro plano no creería nunca en la altura. Tendríamos que, de alguna manera, despegarlo de su propia realidad bidimensional, sacarlo de la servilleta de papel, y moverlo hacia arriba y hacia abajo, para que pudiera darse cuenta de que lo que decimos es cierto…

No nos comportemos como ese cerebro dibujado con tan poco seso. Imaginemos que todo nuestro universo en tres dimensiones fuera una gran esfera o un gran cubo. Nosotros nos movemos dentro de él con mayor o menor libertad y él, a su vez, se mueve también, pero no en el sentido tradicional de movimiento que siempre hemos entendido. Toda nuestra realidad comenzó a desplazarse, quizás en el momento del Big-bang, y desde entonces, ha estado avanzando en una única dirección temporal, la que nos lleva al futuro, empujada por una fuerza irresistible. Todos nosotros nos movemos con él, avanzamos inexorablemente hacia delante en esta nave que nos conduce a través del desconocido océano del tiempo. Por eso nacemos, crecemos y morimos, siempre en ese orden….

Podemos decir, por tanto, que el tiempo es una dimensión adicional, que se puede sumar al cubo euclídeo en el que existimos, pero que no nos está permitido desplazarnos por ella nada más que en un sentido, porque viajamos catapultados por una vía de dirección única. Existe un tiempo futuro en el que nosotros, toda nuestra realidad, todavía no ha estado, y un tiempo pasado, por el que hemos transitado ya… Por tanto, si conseguimos despegarnos de nuestra particular hoja de papel, que es el presente, y volamos hacia el espacio situado antes de ahora, o después de este momento, estaremos viajando en el tiempo.

Todo esto me lo explicó por primera vez un profesor mío de física en la universidad cuando yo tenía sólo veinte años y me preparaba para una brillante carrera científica que, en cierta medida, me ha llevado hasta el punto en el que me encuentro ahora. Se llamaba George Taylor, y fue el primer hombre en poner en práctica sus conocimientos para crear una máquina, con la que moverse atravesando edades fuera tarea tan fácil como volver la esquina. Aunque en las enciclopedias figure otro nombre, y al consultar la entrada se indique otra fecha y aparezca otra foto, yo fui testigo de cómo, el treinta de enero de mil novecientos cincuenta y uno, el bueno de George Taylor, se adelantó a su tiempo… permítaseme el juego de palabras.

Se le conoció entonces, por lo que dijo ver, como el “Hombre del Fin del Mundo”…

Nevaba fuera de mi laboratorio, eso lo recuerdo bien. Era una nevada plácida, no demasiado abundante, una de esas nevadas que uno gusta de disfrutar siempre y cuando se encuentre bajo abrigo, a buen cobijo cerca de una estufa o al amor de un hogar oportunamente cebado. Al otro lado del cristal la borra helada venía a recubrir un suelo ya almohadillado, forrado de blanco desde hacía días, que invitaba a los corazones más jóvenes al juego y a los más maduros, yo me contaba ya más cerca de éstos últimos, al recogimiento y la nostalgia. Muchas partes de esta historia han quedado, quizás, algo más diluidas con el paso del tiempo, pero, por alguna razón, aquella imagen de una mujer caminando apresurada bajo la borrasca, al otro lado de mi ventana, ha permanecido perfectamente definida entre mis recuerdos desde entonces. No debería haber sido así. Hubo momentos en aquella aventura que fueron más importantes, sin duda, pero de todos, el principio y el final, no sé muy bien por qué, han sido los que más veces he rememorado.

Yo hacía girar una cucharilla sin prisa, saboreando el acogedor aroma del café y disfrutando del calor que la taza me prestaba, cuando la vi llegar. Miraba el paisaje al otro lado de la ventana, pensativo, en el momento en que apareció frente a mi puerta. Bajó de un Cadillac negro que conducía ella misma y corrió hacia mi casa, avanzando torpemente entre la nieve, tropezando cada dos pasos, la cabeza cubierta por un pañuelo de flores y el cuerpo, muy menudo, protegido bajo un abrigo de paño beige que no había tenido tiempo para terminar de abotonarse. Al principio no la reconocí, pero antes de que hubiera recorrido cuatro metros más, ya supe quien era… Me asustó verla tan alterada y corrí a esperarla a la puerta. Roger, que trabajaba conmigo ordenando facturas en un pupitre, a mi lado, presintió al instante mi preocupación y se volvió, mirándome inquieto, en cuanto la abrí.

-¿Qué pasa, Jerome? –preguntó-. ¿Quién es…?

-Es Yvette Taylor, la esposa del doctor Taylor… Parece muy asustada. Ven…

Salí al porche y la escuché llorar mucho antes de que se lanzara sobre mis brazos. Parecía desesperada, y al principio, apenas pudimos entenderla. Su voz estaba rota y su ánimo mucho más. Durante unos instantes no pude hacer otra cosa más que consolarla con la calidez de mi cuerpo y escuchar sus sollozos. Se me encogió el corazón y temí por lo que pudiera contarme.

-Jerome –me dijo entre lágrimas-, es George…. Ha enloquecido. Se ha marchado y lo ha dejado todo… Estaba como loco… Tienes que ayudarme a encontrarlo, por favor, Jerome…

-Entra, anda –le dije-. Tranquilízate un momento y cuéntame qué pasa…

Sin dejar de abrazarla, la conduje adentro y la obligué a sentarse. No comenzó a contar su historia hasta pasado un rato. Ayudó que Roger apareciera al poco con una taza de tila templada y que no dejáramos en ningún momento de hacerle creer que todo se arreglaría, aún cuando todavía no sabíamos nada de lo sucedido. Él no se daba cuenta, siempre se creyó un hombre vulgar porque no lanzaba rayos por los ojos ni podía volar, pero el ser vulgar no depende, aunque muchos lo crean así, de la extrañeza o singularidad de nuestros cuerpos ni, si me apuras, de la mayoría de nuestros actos, casi todos rituales huecos imitados sin demasiado criterio; muy al contrario, el factor determinante es, pienso yo, la calidad de nuestro espíritu, la capacidad de entender el mundo y de actuar de forma única ante las demandas de éste. En eso Roger era verdaderamente extraordinario. En más de una ocasión, los actos comunes de este hombre normal, me salvaron en circunstancias en las que todos mis poderes no sirvieron de mucho.

-Terminó su proyecto –continuó Yvette-. Ya sabes que llevaba años con él…

-¿La máquina…? –no pude por menos que sorprenderme-. ¿Terminó la máquina…?

-Sí. Se sentía orgulloso y emocionado, y me pidió que buscara champán para celebrarlo –cada dos por tres, la pobre se detenía para enjugarse las lágrimas y secarse la nariz-. Descorchamos un par de botellas y bebimos unas copas, pero él apenas terminó la suya. Estaba ansioso por empezar… No podía dejar pasar un segundo… corrió enseguida para hacer la primera prueba. Se encerró en el laboratorio y pude escuchar el ruido odioso de los generadores produciendo corriente. Fue como si hubiera encerrado un huracán allí abajo, pero como siempre era así, no me pareció raro… Nada me pareció extraño hasta que al cabo de un par de horas salió de allí abajo –de nuevo el dolor le impidió continuar. Debimos esperar hasta que tomó aliento y pudo seguir con el relato-. Al salir ya no era él. Sus ojos habían cambiado…. Tenía esa mirada que tienen los moribundos. Lo miré y tuve miedo… ya no era él, ya no era mi George… No sé qué fue exactamente lo que vio, pero fuera lo que fuese lo cambió por completo…

-¿Qué te dijo?

-Casi nada… salió jadeando, sudoroso, como si acabara de ver al mismísimo Satanás, y cuando me acerqué a él me gritó y me apartó de un empujón… Me dijo que no lo entendería, que había visto algo terrible y que tenía que avisar al mundo… Estaba enloquecido y no pude reprimir el llanto. No me dolió el golpe, me dolió verlo así… Lo miraba desde el suelo y no podía creer lo que veía. Habíamos esperado aquel día durante años, iba a ser nuestro gran día, el día en el que íbamos a entrar en la historia… ¡Nada menos que una máquina del tiempo, el ingenio soñado por el hombre desde que tiene razón, y lo habíamos fabricado en nuestro sótano! La confirmación de todas sus teorías. Haría que todos los que se rieron de él tuvieran que comerse sus palabras… Debía ser glorioso… y sin embargo se convirtió en el peor día de mi vida… en el peor día de nuestras vidas.

-Pero, ¿te dijo algo antes de marcharse…?

-Me dijo que la máquina funcionaba, que había conseguido ver el futuro…

-¿Y qué? Eso era lo que había estado esperando durante años, ¿no? -por un momento vacilé, casi ni me atrevía a preguntarlo-. Debió ver algo más ¿verdad?… Algo horrible. Seguro que te dijo lo que vio…

-Sí, me dijo que había mirado al futuro, su futuro, y que no había visto más que oscuridad… la nada, el fin de todo lo que existe… El fin del mundo, Jerome… salió de aquel sótano convencido de que el tiempo del hombre estaba cerca de agotarse –de nuevo se detuvo un momento como para coger aliento, y por un instante pude ver en sus ojos una mirada de terror infantil muy parecida a la que ella misma había descrito poco antes en su marido-. Dijo que tenía que avisar a la gente, que buscaría ayuda, que tenía que encontrar al Capitán Meteoro y a los demás héroes, que quizás todavía el destino pudiera cambiarse… Cuando salía, se volvió y me miró con una cara de pena que no olvidaré jamás. Me dijo que si no lo conseguía, en una semana todo habría terminado… y que me quería

–acogiendo su rostro entre las manos, tratando de protegerse de un recuerdo que la acosaba y le arañaba el corazón, terminó la frase-. Lo último que me dijo fue que me quería…
Creo firmemente en lo que dije antes. George Taylor se había adelantado muchas veces a su tiempo antes de aquel día, aunque nunca usara una máquina. Lo había hecho con sus teorías científicas y su audaz manera de entender el universo. Una vez me explicó algo que me dejó helado. Todavía cuando pienso en aquello, siento un desasosiego mareante, y me veo obligado, rápidamente, a intentar distraer mi pensamiento con otra cosa, porque de lo contrario, de persistir en el intento de racionalizar aquella idea suya tan loca y tan cuerda a la vez, perdería la razón sin remedio… Estaba yo en tercero y él ejercía de tutor mío en un proyecto de investigación sobre física cuántica. Teníamos una cita concertada desde la semana anterior, y como en las demás ocasiones, yo había dejado pasar casi toda la semana, esperando que el tiempo transcurriera lo más rápidamente posible para ir a su encuentro. Las clases del doctor Taylor eran entonces para mí un gran estímulo, una suerte de juego de ingenio, que ambos compartíamos convirtiéndonos en cómplices de ideas locas y jeroglíficos científicos que, muy pocos aparte de nosotros mismos, encontraban mínimamente divertidos. Llegué a su laboratorio después de las tres y lo sorprendí lanzando una pelota de goma sobre la pared. La hacía rebotar una y otra vez y observaba la trayectoria, muy atento, tratando de extraer de sus progresiones una verdad absoluta que cambiara nuestra manera de entender el mundo. Me hizo gestos apresurados con la mano para que pasara y me llevó casi a empujones hasta una mesa sobre la que había preparado los instrumentos para realizar un nuevo experimento. Un huevo, un orgulloso huevo de gallina, nos esperaba de pie, colocado sobre un pequeño pedestal de alambre, y frente a él, a apenas a dos metros, una pared de ladrillos improvisada. El huevo colgaba de un gancho del techo por un hilo, y por lo que pude ver, algunos de sus hermanos habían practicado el vuelo parabólico, terminando su vida sobre el muro poco antes de pasar yo, porque quedaban restos del hovicidio esparcidos por toda aquella parte de la sala. Recuerdo que pensé que muy pronto todo olería a podrido si no nos poníamos manos a la obra y retirábamos los cadáveres, clara yema y cáscara, tan mezcladas, que las hacían inservibles incluso para la más infame de las tortillas.

-¿Recuerdas lo que te expliqué el otro día sobre el universo? –me preguntó sin saludarme siquiera…

-¿Se refiere usted a lo de la gran explosión? –por un momento dudé-. ¿Lo del comienzo del espacio y del tiempo…? El Big-bang lo llamó usted…

-Eso mismo muchacho…

-Sí, claro que lo recuerdo. Llevo mis lecciones al día, doctor…

-Muy bien, no esperaba menos de ti –el doctor se quejaba muchas veces de mi falta de sentido del humor. Con el tiempo aprendí a contestar de manera más relajada a algunas de sus cuestiones, a entender los significados ocultos debajo de las palabras, pero por aquel entonces yo me encontraba todavía en las fases iniciales del entrenamiento. Supe que mi respuesta no había sido la que él esperaba porque le vi esbozar una cordial sonrisa antes de proseguir-. Era sólo una pregunta retórica… Observa lo que vas a ver. Esta pequeña célula oval representará en nuestra prueba el universo entero en el que existimos –dijo señalando el huevo-. Ahora mismo tú y yo, Jerome, somos dioses y nos encontramos observando el instante justamente anterior al nacimiento de ese universo. En el momento en el que yo golpee el huevo se producirá la gran explosión inicial que generó nuestro tiempo y nuestro espacio –De un garbilote, el Doctor Taylor inició la historia, y el huevo, ignorante de su destino, se lanzó directo hacia la pared, colgando del hilo como un alpinista muerto. Describió una trayectoria elíptica y chocó contra los ladrillos desintegrándose y esparciendo su alma viscosa por los alrededores-. En un instante has asistido al nacimiento, vida y muerte de todo cuanto existe, tú y yo incluidos,… ¿Qué te parece, Jerome?

-Bueno… ha sido… ¿impactante…?

-Sí –dijo sonriendo de nuevo-, sobre todo para el huevo. ¿No?

-Sí, sobre todo para el huevo…

Durante unos segundos lo miré sin saber muy bien qué añadir. Traté de buscar la clave del acertijo pero me fue imposible averiguar hasta dónde me quería llevar el doctor con aquel viaje en el tiempo.

-Todo ser que ha nacido tiene, indefectiblemente, que morir… ¿no lo crees así?

-Sí, por desgracia así es…

-El universo entero, creo yo, es uno de esos seres vivos. Muy grande, demasiado alejado en todos los sentidos de nuestro umbral de entendimiento, pero vivo, desde luego –miró al suelo, y entornó los ojos tratando quizás, de entrever una imagen que era demasiado monumental como para ser apreciada por ojos humanos-. Nació, ahora mismo está creciendo, se está moviendo por la corriente temporal como todos nosotros, y llegará un día en que morirá… seguro. ¿Te has parado a pensar en eso alguna vez, Jerome? Los hombres construimos escenarios irreales, para poder representar en ellos la comedia que es nuestra irreal vida. Necesitamos creer, necesitamos buscar una estabilidad que no existe para sentirnos seguros. Sólo así podremos sobrevivir… Pensamos que nuestra vida será infinita y que será infinitamente feliz, y es mentira. Pensamos que la tierra que pisamos es firme y que estará perpetuamente colocada bajo nuestros pies… y es mentira. Creemos que los imperios que levantamos durarán siempre, que las leyes con las que juzgamos serán eternas, y que nuestra raza reinará en el infinito por siempre… Y todo eso es mentira también… La gran falacia que nos ayuda a vivir sin enloquecer –lentamente fue acercándose hasta el muro de ladrillo, y sin dejar de hablar, señaló con el dedo el lugar exacto en el que nuestro pequeño universo unicelular había perecido-. De todas esas mentiras, Jerome, la mayor es la que afirma que el universo es infinito… Es cierto que nuestras vidas son gotas insignificantes en la corriente inmensa de la historia cósmica, apenas fragmentos fugaces insertados en ese continuo inconmensurable que es el tiempo durante el que existirá él… pero no es eterno, desde luego. Llegará un día en que el tiempo se acabe… Un día en el que nuestro universo se detenga, quizás chocando contra una pared ciclópea, como nuestro huevo…

-Eso que dice, doctor, va en contra de todo lo que han creído los hombres durante milenios.

Cualquiera de las religiones que conozco, incluida la de mis padres, lo consideraría a usted un hereje por hablar así…

-Sí, lo sé. ¿Y sabes una cosa? ¿Sabes por qué creo que es cierto todo esto que te he contado? –el doctor calló un instante y me miró con una de esas miradas suyas que horadaban el alma-. Dejando aparte cálculos matemáticos y experimentos de laboratorio, creo que mi teoría podría ser cierta, sobre todo, porque produce dolor… El pensar en el fin de las cosas, en el fin de uno mismo, es algo muy doloroso… La verdad siempre duele, hijo.

-Pero –pregunté angustiado-, ¿no creerá usted que ese fin pueda estar cercano, verdad?

-Es imposible saberlo. Nuestras vidas, ya te lo he dicho, son demasiado cortas. Es posible que si el extremo del universo hubiera empezado ya a chocar contra esa pared, nosotros no nos enteráramos nunca, porque el impacto podría, perfectamente, tardar eones en reflejarse en el punto donde nosotros nos encontramos ahora… O puede que sí. Nunca antes se ha producido un fenómeno similar, se trataría de un hecho irreplicable… A lo peor, esta misma noche, o mañana, el tiempo se acaba. Literalmente. Sin más. Es imposible saberlo… Hasta hoy siempre ha salido el sol, pero mañana… ¿quién sabe?

-Doctor, ¿no me estará hablando en serio, verdad? ¿Qué probabilidades existen de que ocurra algo así? ¿Acaso las ha calculado…?

-No, mi querido Jerome, no lo he hecho, pero no te asustes. Se trata sólo de un ejercicio. Un juego teórico –Tratando de tranquilizarme, se acercó a mí, y sonriéndome, me mostró un viejo libro encuadernado en piel-. Quiero que lo intentes tú. Esos serán tus deberes de esta semana. Si lo consigues se te quitará un poco el miedo, verás que la probabilidad es infinitamente reducida, o al menos eso creo…

-Pero, Señor Taylor –pregunté desconcertado-, ¿qué tiene todo esto que ver con nuestro proyecto?

-Mucho… En la última sesión hablamos de Werner Heisenberg y su principio de incertidumbre ¿recuerdas? Heisenberg decía que por ser imposible fijar a la vez la posición y el momento de una partícula, debemos renunciar, en mecánica cuántica, al concepto de trayectoria, fundamental en la otra mecánica, la mecánica clásica. Él afirma que el movimiento de una partícula queda regido por una función matemática que asigna, a cada punto del espacio y a cada instante, la probabilidad de que la partícula descrita se halle en una posición dada en ese preciso momento… Cuando estudies el tema con profundidad verás lo inmenso que es el espacio en realidad, y te sorprenderá que las partículas choquen…

-Y sin embargo chocan…

-Así es…

Al salir del laboratorio corrí hacia mi habitación y me encerré con llave. Estuve cinco días seguidos sin salir, reñido con el universo entero por haberme mentido, buscando la luz de la razón pero iluminado únicamente por la bombilla de un flexo viejo, haciendo cálculos sin parar y alimentándome de pizza rancia, latas, y cerveza caliente. Cuando terminé, miré orgulloso mis apuntes y pude por fin relajarme. Tal y como él había predicho, la posibilidad de que ocurriera un evento así era mínima, casi insignificante… Perdí el miedo y la felicidad de la ignorancia volvió a mi cerebro. Perdoné al universo, salí de mi encierro y durante los días siguientes me comporté como un humano más… Lástima que a la semana siguiente el trabajo consistiera en calcular las probabilidades de que las partículas que formaban los átomos más sencillos chocasen entre sí. Eran también insignificantes… y sin embargo se producían a diario, en cada instante, millones de ellos, miles de millones de impactos… De nuevo volví a tener miedo… En el momento en el que dejé a la esposa del doctor Taylor en mi casa con Roger, y salí en busca de mi antiguo profesor, aquel terror olvidado regresó a mí. Se me ha concedido un gran poder, y sin embargo, como cualquier humano, temo a la muerte… Muchas veces consigo sobreponerme a ese miedo por orgullo, o por el sentido del deber que me inculcó mi padre, pero aún así, el miedo está ahí.

Me elevé sobre el mundo, y por primera vez en años, sentí vértigo al hacerlo. Tenía miedo… Soy humano…

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José Antonio Fideu
José Antonio Fideu
1 octubre, 2008 12:22

Esta primera entrega tiene menos acción, lo sé, pero tened fe… pronto llegará Tozeur el Hombre de Ceniza, para defender al Capitán de la Red Pentáculo…

Ailegor
Ailegor
1 octubre, 2008 14:29

¡Sorprendente! Totalmente diferente al anterior, aunque muy intrigante este principio… Creo que con las historias del Capitán Meteoro no nos vamos a aburrir. Me pasa como con la serie «Perdidos», que estoy deseando ver (en este caso leer) el siguiente capítulo.
La parte filosófica muy interesante.
Abrazos a toda la gente de zonanegativa.

José Torralba
1 octubre, 2008 15:50

Felicidades José Antonio; y no te preocupes por la parte de la acción… el 1 de 4 deja bien claro que esto es sólo la presentación y, además, ¡¡menuda presentación!! Deseando estoy que llegue la semana que viene, porque además todo el tema de las paradojas temporales siempre me ha apasionado. Veremos en qué acaba todo esto 😉

mag_jonas
mag_jonas
2 octubre, 2008 10:36

Soy un Ansioso!!! No puedo esperar otra semana para leer los siguientes actos… creo que piratearé el ordenador de J.A. Fideu para enterarme de que es lo que pasa con ese tal Tozeur!!!

Ánimo, que estás haciendo un gran trabajo!!!

koxgüorz
koxgüorz
2 octubre, 2008 19:06

La historia me ha encantado. De hecho, he tenido que volver varias veces a la lectura porque se me ha ido la cabeza con divagaciones sobre el tema del paso del tiempo. Como ha dicho el compañero, no te preocupes por el tema de la acción. La atención está captada y se espera el próximo capítulo.
Como único comentario, me ha parecido que las notas previas están menos pulidas que en los capítulos anteriores.
Abrazos,

Agus
Agus
4 octubre, 2008 9:21

Me parecen increibles tus historias, ya he leido todas las publicadas y no me canso. El miercoles mas. Como bien dicen, la accion ya llegara.

potajacion
potajacion
4 octubre, 2008 16:44

¿Pero bueno, qué tenemos aquí? ¡Un diamante en bruto aún sin pulir! Ni una pizca de acción y no he podido levantar (en este caso agachar) la cabeza del monitor. Ni que decir tiene que esto de las entregas semanales es una PUTADA, conqueasiejque (¡qué palabra más bonita!) más relatos YA.

Realmente fascinante.

Ana
Ana
4 octubre, 2008 20:37

Cada capitulo me parece mejor en dos palabras im-presionante….si por mi fuera leria uno cada día….Bueno tendré que conformarme y esperar ansiosa al próximo miercoles.Un saludo a todos.

Ana
Ana
4 octubre, 2008 20:38

Cada capitulo me parece mejor en dos palabras , im-presionante….si por mi fuera leeria uno cada día….Bueno tendré que conformarme y esperar ansiosa al próximo miercoles.Un saludo a todos.

Matute
Matute
4 octubre, 2008 20:40

Me ha impresionado……estoy ansioso por la siguiente entrega…..eres un fenomeno!!!!!Abrazos.

Cortes.
Cortes.
27 octubre, 2008 13:52

mae mia no me dejan tregua eso de empezar a estudiar hace casi imposible que tenga tiempo para leer estas aventuras( sí lo reconozco me he vuelto una empollona) pero ahora me pondre al dia en leer estas hisotrias que por cierto una cambio radical eh??? muy chulaaaaaa esta primera parte…. voy a leer la segunda y la tercera…. etc jajajaj es lo que pasa cuando no vas a clase jejeje.