Capitán Meteoro Cap. 5: El hombre del fin del mundo (Parte 2, de 4)

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Por José Antonio Fideu Martínez con ilustraciones de Jose Antonio Fideu

“La mayoría de las veces, los hombres que se dedican a hacer el bien, no tienen tiempo de parecer buenos…”

Capitán Meteoro número 412 (“El Arca de huesos”), en boca del propio Capitán. Dibujo de John Buscema e historia de Vincent F. Martin.

Capítulo segundo

Yvette Taylor llegó a mi casa tres días después de que desapareciera su marido. El primer día lo pasó esperando a que él regresara. El segundo lo empleó en llamar a sus amigos y familiares más cercanos, desesperándose y buscando en vano, y sólo al tercero, en vista de que él parecía haberse perdido completamente, consiguió vencer su miedo, y pesó más en su conciencia la posibilidad de que hubiera terminado cometiendo una locura o le hubiera pasado algo malo, que su inquietud ante las preguntas indiscretas o lo que pudieran pensar los jueces y fiscales al encontrarse con un proyecto como el suyo, realizado casi enteramente al margen de las leyes del hombre, y puede que incluso atentando contra las de la propia naturaleza. Por eso desperdició tres días antes de venir a verme. Si, tal y como había predicho su marido entonces, el fin de todo estaba a una semana de ocurrir, nos quedaban sólo cuatro días de existencia. Cuatro días para salvar al universo entero…

Mi primer movimiento –si no contamos el de llamar el poder del cosmos a mi interior y salir volando-, fue acercarme a su casa. George Taylor había ganado algo de dinero con las aplicaciones prácticas de algunas de sus teorías más elementales, y poco antes de jubilarse, empleó parte de ese dinero en comprar unos terrenos cercanos, un prado, medio hayedo y un molino en ruinas del siglo diecinueve junto a un riachuelo, monumento casual a la futilidad del esfuerzo del hombre y recordatorio de lo perenne de la vida humana… Quizás por eso le gustó aquel sitio. Construyó allí su propio laboratorio y una pequeña casita de madera, y vivió feliz en ella con su familia, desde entonces hasta el día en que encendió su máquina y miró al futuro. En realidad nunca dejó el trabajo, simplemente firmó unos papeles para hacer creer al rector y a cualquier otro que se interesara en preguntar, que había abandonado la investigación a la vez que la docencia, y se marchó de la universidad para dedicar todo su tiempo a su gran proyecto. Eligió a un grupo de jóvenes de confianza y se los llevó con él. Les hizo firmar un contrato de confidencialidad, que en realidad no habría sido necesario porque aquellos muchachos estaban casi tan entregados a la causa como él mismo, y así pudo, por fin, volcarse por entero en su trabajo.

Cuando yo llegué a la finca, un sudario de nieve cubría el campo circundante, dotando al paisaje de un cierto aire de tenebrosa quietud, como avisando sobre lo que estaba a punto de llegar. Desde la altura escruté la zona buscando señales extrañas que pudieran darme pistas sobre el paradero de George, antes de descender. Esperaba intuir las pisadas apresuradas de su mujer, a esa hora, pensaba yo, casi borradas ya por el tesón del temporal, pero poco más… Sin embargo, lo que me encontré fue algo muy distinto, algo sorprendente. Un ejército entero había desfilado por el jardín, prestando poca atención a las huellas dejadas a su paso. Detrás de la casa, el verano había llegado de repente a dos pequeñas zonas circulares, que aparecían descubiertas de nieve mostrando, extrañamente, el suelo requemado de debajo; desde el cielo dos oscuros ojos de tiburón, que me miraban fijamente y me auguraban lo peor. Las pisadas partían de allí y formaban una maraña de caminos serpenteantes que terminaban siempre cerca de la vivienda, en la entrada o junto a alguna de las ventanas. Era evidente que un grupo de hombres se me había adelantado y, por la forma en que llegaron, seguramente transportados en vehículos voladores imposibles de adquirir en cualquiera de los concesionarios que yo conocía, intuí que no se trataba de la policía, ni del párroco, ni del lechero…

Entré en la casa levitando para no hacer el menor ruido. Estaba casi seguro de que aquellos visitantes misteriosos se habían marchado ya porque no habrían permanecido allí sin ningún tipo de vigilancia exterior, y menos aún, se habrían dejado abandonar por los cacharros que los habían transportado, su única posibilidad de huida en caso de problemas. Como no había ni vigías, ni transportes, deduje que habrían acabado ya con su operación, fuese cual fuese, y que se habrían ido. De cualquier manera, los años en el negocio me han enseñado que la prudencia es barata, pero la imprudencia pude costar demasiado cara… Decidí entrar en silencio y lo primero que me llamó la atención fue la manera en que se habían abierto camino hacia el interior de la casa. Habían usado armas de energía con las que perforaron enormes boquetes en ventanas, paredes y puertas. Era un método rápido de abrirse paso, desde luego, pero también caro, seguramente alejado de las posibilidades y el modus operandi del lechero.

Sin perder demasiado tiempo en las habitaciones, me dirigí abajo, al sótano dónde los Taylor habían construido su laboratorio. La intuición no me falló. La puerta de entrada, una enorme escotilla circular de cuatro metros de diámetro y uno de grosor, había sido forzada por el mismo método. Estoy casi seguro de que usaron una carga de plasma contenido o un detonador de Quantum… Con uno o con otro, el resultado no habría sido muy distinto, un enorme boquete, un hueco de sección de esfera, por el que cabían varias personas y por el que se adentraron hacia el interior sin detenerse más de quince o veinte segundos. De nuevo tecnología ajena al arsenal del lechero… Empezaba a estar claro, el que había entrado allí no lo había hecho con la intención de vender leche o huevos…

Lo que encontré dentro, ya no me sorprendió demasiado, visto lo visto. Los intrusos habían desmantelado el laboratorio casi entero, aprovechando la ausencia de los dueños, y se habían llevado gran parte del material elaborado por el doctor Taylor, además de toda la información, diseños y notas, que habían sacado de una caja fuerte… Quien quiera que fuese el caprichoso organizador de aquella expedición, tenía ahora una máquina del tiempo en sus manos o, por lo menos, los elementos e indicaciones necesarias para recrearla, y sólo había tenido que invertir, para hacerse con ella, unas cuantas granadas, un par de vehículos, varias pistolas de energía y el alquiler de algunos mercenarios… El negocio le había resultado barato…

Sin perder un momento me puse a buscar la última pieza del puzzle que todavía me faltaba. No me costó demasiado encontrarla. Desde que me convertí en lo que soy ahora, el ser que el mundo conoce como Capitán Meteoro, he aprendido a entender la energía como quien aprende un idioma extranjero. Percibo cambios en los campos magnéticos o variaciones en la radiación; soy capaz de notar alteraciones en la composición de la materia con sólo acercar la mano. No sabría explicar muy bien en qué consiste esa habilidad, ni siquiera cómo he llegado a dominarla. El hecho es que lo hago, tengo una sensibilidad especial, una especie de tercer ojo, que me permite entender el universo que me rodea de una manera mucho más profunda y completa… y suelo usarla. Un repaso rápido a las paredes y los techos me indicó dónde se habían colocado los micrófonos y las microcámaras. Una búsqueda algo más exhaustiva me llevaría después al fabricante de aquellos aparatos…

El primer rompecabezas había sido resuelto. Sin saberlo, el doctor Taylor había estado fabricando una máquina de encargo, y el cliente había esperado con paciencia hasta saber que su trabajo había sido terminado. Luego, no tuvo más que pasarse por allí a recogerlo… qué mejor momento para hacerlo que en ausencia de las únicas personas que habrían podido poner objeciones a la entrega. Sin embargo, todavía me quedaban muchas preguntas por responder, y de ellas, la primera continuaba siendo, para mí, la más importante: ¿Dónde estaba George Taylor…? De la respuesta a esta cuestión, podía depender el final de todo cuanto yo amaba, aunque, para ser sincero, he de decir que, mi deseo por encontrarlo, se veía tan animado por la oscura premonición del doctor como por las lágrimas de su esposa, lágrimas que no podía quitarme de la cabeza. Esa mujer a la que yo había conocido siempre radiante, brillando con su alegría y su belleza serena en fiestas de sociedad, conferencias y cenas de amigos, se había transfigurado en mi casa, apareciendo totalmente oscurecida por la pena, llorado con tal sentimiento, que casi llegué a convencerme de que encontrar a su marido era tan prioritario como salvar el universo entero del Apocalipsis que se aproximaba. En realidad, aunque no me diera cuenta, ambos asuntos eran el mismo.

Decidí rebuscar en las cenizas… Para la mayoría de compañeros, Tozeur era un ser, cuando menos, sospechoso. Incapaz de definirse con claridad, siempre alejado de nuestras reuniones y de las portadas de los periódicos, el Hombre de Ceniza se acercaba más a la imagen de un conspirador acechante que a la del héroe auténtico que era. Los que no le conocían como yo, se fijaban más en su apariencia de villano de película barata que en sus acciones siempre sacrificadas. La verdad es que su aspecto era realmente muy peculiar, con el rostro perpetuamente oculto tras un pañuelo, como un cuatrero, la mirada casi siempre velada por la sombra del ala del sombrero, aquellos trajes oscuros y aquella capa, incongruente con la moda de la época y, sin embargo, no lo era menos el de cualquiera de nosotros, y muchos, la mayoría, a pesar de los colorines de nuestros uniformes y de llevar los calzoncillos por encima de los pantalones, éramos tan populares como la Coca-Cola, quizá más… Él huía de todo protagonismo y se abstenía de dar explicaciones innecesarias y discursos grandilocuentes… Quizás por eso fue siempre tan mal entendido, porque siempre pensó que su misión era demasiado importante como para detenerse a explicarla… o puede que por una razón más sencilla, porque a muchos les fastidiaba ese aire suyo que parecía decir: “mirad, estoy por encima de todos vosotros… Estoy por encima del mundo entero”. Lo que esa gente no sabía era que, en realidad, Orham Tozeur lo estaba. Estaba por encima de la mayoría de cosas que les preocupan a los hombres normales… Aguantaba una carga tan pesada, que ninguno de los que se atrevía a juzgarle la hubiese soportado siquiera un segundo.

Vivía en un castillo que había mandado traer de España, transportado piedra a piedra y luego reconstruido en una colina a las afueras. De nuevo, aquel acto, inspiró desconfianza entre algunos de nuestros vecinos. Muchos periodistas lo criticaron y tomaron el levantamiento de la fortaleza del Hombre de Ceniza como una señal más de esnobismo o de locura. Muchos lo tomaron simplemente como una amenaza. Pocos conocían la verdadera función de aquellos sillares, y no es lugar éste para referir la historia completa, pero, baste decir que, si Tozeur colocó aquel edificio en aquel sitio, no lo hizo por un capricho sino por una necesidad imperiosa.

Cuando llegué, él me esperaba sentado frente a la chimenea, bebiendo vinagre en una copa y mirando el fuego. Mi llegada había sido anticipada como tantas otras veces: el balcón de la biblioteca estaba abierto aún a pesar del frío en el exterior y, junto a su bebida, en una mesita cercana, había dejado para mí una botella de coñac y otra copa. Me había servido de aquella misma botella cientos de veces, parecía reservada únicamente para que yo bebiera de ella, y en cada una de las ocasiones me ofreció licor a la temperatura adecuada…

-Adelante, Capitán. Sé bienvenido… Siéntate, comparte conmigo este fuego…

La verdad es que Tozeur me impresionó siempre, incluso antes de conocer su historia. Había algo en su mirada, en sus gestos y en el tono de su voz, que sugerían antigüedad y secreto, dolor y conocimiento… La decoración de su casa servía de marco para resaltar la singularidad del personaje: más parecida al bazar de un mago de feria, siempre mal alumbrada por colecciones inmensas de cirios que, aún a pesar de acumularse a toneladas por los rincones, nunca terminaban de arrojar la luz necesaria; donde los objetos, a cada cual más extraño, y los libros, se amontonaban en un orden que sólo él conocía. Cientos, ¿qué digo cientos?, miles de volúmenes en columnas que llegaban hasta el techo, apilados en equilibrio precario o colocados en estanterías, y en medio de aquel caótico laberinto de conocimiento escrito, souvenires de todas las épocas, utensilios increíbles sacados de lugares que, a buen seguro, habrían sido mucho infinitamente más sorprendentes que aquel: un telescopio enorme, tres armaduras, espadas, hachas, dagas y armas de todas las formas y tamaños, cuencos, tarros de cristal que apenas mostraban las monstruosidades prodigiosas que contenían, mapas a cientos, colgados de las paredes, enrollados en papeleras, máquinas construidas en los albores de los tiempos pero que todavía funcionaban, botellas, arcones de madera, cajas de música, astrolabios, vitrinas con animales disecados de especies que nunca antes, fuera de allí, yo había visto…Todo aquel atrezo formaba un telón de fondo que no hubiese sido necesario para hacer de su dueño un ser más inquietante. Con él detrás, sin duda, el retrato se volvía infinitamente más barroco y misterioso.

-Gracias por recibirme, Orham.

-No me des las gracias por eso. Ya sabes lo que dicen: los amigos son los que se acercan cuando los demás se alejan. Debería ser yo quien te agradeciera que vinieras a verme. No tengo mucha vida social últimamente –se volvió hacia mí, saliendo del parapeto que suponía el respaldo de su sillón y haciendo un gesto con la mano, me animó para que me acercara a la chimenea-. Anda, tómate un coñac. Lo he calentado para ti…

-Perdóname –dije yendo hacia él-, pero no creo que tenga tiempo para eso ahora… tengo un problema. Bueno, en realidad todos tenemos un problema…

-Sí, es cierto. Te veo turbado y sé por experiencia que es difícil oscurecer tu gesto así… ¿Qué pasa? ¿En qué puedo ayudarte?

Le conté mi peripecia desde el momento en que Yvette llegó a mi laboratorio y él la escuchó con tranquilidad, sin decir nada, como si ya la conociera en su mayor parte. Como única muestra de comprensión, frunció a veces el ceño, y dejó, ante los pasajes más importantes, de hacer girar su dedo sobre el borde de la copa.

-Sabes –me dijo-, que aunque mi dominio es otro, yo no desdeño nunca el poder de la ciencia del hombre. Desde luego, el asunto, tal y como me lo has contado, merece nuestra atención. Si, como el doctor Taylor dijo, el fin del universo puede estar cerca, debemos investigarlo, no es asunto baladí… pero, de cualquier forma, ¿no te extraña que yo no haya sabido nada de ese Apocalipsis…?

-No sé… estoy todavía sorprendido. Confío plenamente en Taylor. Es uno de los hombres que más admiro, su cerebro es afilado y certero. No suele equivocarse. Hace años vi los planos de su máquina y, por muy sorprendente que parezca, no encontré error en ninguno de los cálculos. Aunque parezca increíble, me pareció factible construir un aparato así, y estoy seguro de que él lo logró…

-Pero, habría predicciones, ¿no crees? En ninguno de los libros sagrados que conozco se menciona la fecha que tú indicas como el fin de los tiempos –se levantó y se acercó a una estantería cercana. De una de las repisas más altas, sacó un pesado volumen encuadernado en cuero, muy antiguo, y me lo mostró-. Mira, no hay nada… ¿Crees posible que ninguno de los profetas, en ninguna de las civilizaciones, haya, siquiera intuido un acontecimiento así…?

-No lo sé… ahora mismo soy una duda andante… o volante, depende del momento –me detuve un segundo esperando que mi comentario hubiera relajado, aunque sólo fuera un poco, la tensión y, cuando Tozeur me contestó con una leve sonrisa, proseguí. Era todo cuanto se podía esperar de él-. No, en serio. ¿No sería posible que un acontecimiento inesperado hubiera podido cambiar el destino del hombre…?

-¿A qué te refieres?

-Estoy pensando que, a lo peor, los videntes no contaban con Taylor, o con que su máquina fuera robada…

-No, eso no es posible. Todo está escrito…

-Pero, y si el que mandó allí a esos tipos hubiera encontrado una manera para ocultarse de las visiones de todos vosotros… No sé, estoy pensando en una mente ultradesarrollada o en un mago de gran poder, capaz de camuflarse en las corrientes del tiempo como si fuera un camaleón… ¿No sería posible…?

-Bueno, yo parto de la base de que todo es posible, pero, ¿qué sentido tendría usar la máquina de Taylor para destruir el universo entero?… sería un suicidio.

-¡Vamos, Orham! Tú has peleado con locos tantas veces como yo, y con malvados muchas más… sabes que hay tíos por ahí, tan entregados al mal y al pecado, que no dudarían un segundo en apretar el botón del fin del mundo si se lo pusiéramos delante…

-Sí, eso es cierto, pero aunque se diera el caso, y nos enfrentáramos a un enemigo tan vil y a la vez tan poderoso, sería sumamente difícil ocultar un crimen así…. Estamos hablando del fin de todo, de detener el tiempo y acabar con el universo entero… De la muerte de infinidad de almas, en infinidad de mundos, incluido el nuestro. Los gritos de todos esos seres resonarían como un eco ensordecedor en las profecías de un sinfin de planetas…. Y no hay nada.

-No lo entiendes, Tozeur. No estamos hablando de una gran explosión y todos muertos, hablamos de un cese en la corriente temporal, es un fenómeno físico que no se ha producido nunca y no es comparable con ningún holocausto imaginado. No sé cómo sería, pero puede que simplemente todo se detuviera y, los seres y las cosas, quedaran suspendidas en el mismo instante para siempre… eternamente.

-Bueno, aún así, aunque yo sea incapaz de imaginarlo, sería el segundo acontecimiento más importante en la historia, después del principio de todo… Si hay tantas crónicas sobre ese primer instante, ¿por qué no escribir ninguna sobre el final…? Además, habrían acudido a mí ángeles y almas confusas para advertirme, incluso algún demonio… Los demonios suelen preocuparse mucho de su propia seguridad, en eso suelen estar muy atentos…

-No lo sé –por un momento dudé, no tenía otra cosa a la que agarrarme más que a mi fe en la mente del doctor Taylor-. ¿Entonces no crees que debamos preocuparnos…?

-Bueno, ese es otro tema. Como te he dicho, el asunto es importante, quizás el más importante al que nos hayamos enfrentado. No debemos dejarlo tan a la ligera. Lo que intento es tranquilizarte…

-¿Qué podemos hacer entonces? He venido aquí para que me ayudes, amigo.

-Mira –dijo- hay una cosa que sí puedo hacer por ti –de manera teatral apartó una cortina y me mostró algo que yo nunca hubiera esperado encontrar allí. En un aparador, el Hombre de Ceniza había colocado un aparato de radio, lo más normal del mundo en un hogar americano, pero allí, una maravilla tan sorprendente y llamativa, como un nudista en una pecera llena de pirañas-. Escucha, creo que en unos segundos van a dar una noticia que te interesará…

Me contó que su ángel guardián -incluso un ser como Orham Tozeur, al parecer, tiene ángel guardián-, le había avisado de mi llegada un poco antes y que ya se había puesto a indagar en ese momento. Había tenido una visión de nuestro futuro inmediato, a lo más que podía llegar él usando sus mancias, y había sabido que el mensaje de la radio nos interesaría… No le pregunté como. De no haber tratado con el Hombre de Ceniza tantas otras veces, puede que ni le hubiera creído, sin embargo, todo ocurrió como él había vaticinado. Cuando conectamos el receptor y las noticias comenzaron, supimos finalmente del paradero del doctor Taylor. Al parecer, contaba un policía, había vagado por la ciudad durante los últimos días, enloquecido, predicando el fin del mundo, llevado por una furia mesiánica que atemorizó e inquietó a los que se detuvieron a escucharlo. Luego, continuaba la crónica, gritado por las calles, asustando a los niños y a las viejas, el doctor había caminado hasta las escalinatas del congreso y allí había solicitado con vehemencia ver al presidente, al gobernador o a cualquier otro representante del pueblo con poder suficiente como para emprender medidas que evitaran el acontecimiento que estaba por llegar. Lo había hecho con demasiado ímpetu, según parece, escupiendo algo más que reproches, mordiendo a un guardia y golpeando a otros dos, y por ello había sido finalmente detenido y llevado a una celda. En realidad, la noticia no era esa. El que hubieran arrestado a un loco más no habría ocupado ni un segundo en el informativo de la tarde de no haber ocurrido luego algo sumamente extraordinario, teniendo en cuenta los tiempos que corren… la reportera se hacía eco de la visita, en ese mismo instante, del gobernador al calabozo del doctor. Eso sí era noticia. Lo que no sabía la joven corresponsal era que Taylor había sido mentor también de muchos de nuestros políticos, entre ellos el gran jefe, que todavía seguía sintiendo un gran respeto y cariño por su viejo profesor.

Otra pregunta respondida.

Visite esa misma tarde al doctor en una habitación del hospital donde se le ingresó tras su encuentro con el gobernador, y aunque lo encontré cansado, lo vi también mucho más tranquilo, como si, al saberse escuchado, la carga que transportaba hubiera sido, por fin, traspasada a otros hombros. Me pareció que había aceptado su destino con resignación y se había abandonado… Lo noté enfermo, enormemente desgastado por el sufrimiento y muy envejecido, pero perfectamente lúcido. Como solíamos hacer en mi juventud, charlamos de muchas cosas, aunque cualquiera que nos hubiera escuchado habría podido pensar, perfectamente, que sólo hablábamos de física. Una vez más, repasamos los fundamentos de su proyecto y me contó su visión… Me convenció totalmente de lo que decía. A cada objeción mía, él respondía con la mayor claridad, con argumentos sólidos y férreamente fundamentados… A pesar de sus limitaciones, seguía siendo un titán al que yo nunca podría derrotar con ideas. Nunca pude vencerlo en ese tipo de duelo, esa tarde tampoco, y no miento si digo que en aquella ocasión me hubiera gustado desmontar su discurso más que en ninguna otra. Lo intenté con todas mis fuerzas. Luego, en vista de que estaba férreamente convencido de haber visto el futuro, tratamos de buscar la raíz para su visión. Durante horas nos preguntamos por las causas que podrían desembocar en una consecuencia así. Usamos la navaja de Occam para ir asesinando a la mayoría de ellas.

-Entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem –dijo citando en latín, y luego tradujo-. No ha de presumirse la existencia de más cosas que las absolutamente necesarias. Ya lo sabes, es lo primero que te enseñé…

-¿Qué quieres decir con eso, George? –pregunté.

-No te hagas el tonto. Sólo hay un elemento que haya cambiado en esta compleja ecuación que es el universo entero, y tú sabes perfectamente de qué se trata…. Mi máquina. Destrúyela Jerome, te lo pido por favor…

-Pero, es el trabajo de toda tú vida…

-¡Destrúyela! –se agarró a la solapa de mi chaqueta, con ambas manos, y me obligó a mirarlo directamente a los ojos, loco de furia-. ¡Destrúyela! Tienes que hacerlo… ¿No lo ves…? Por favor –dijo apartándose, casi escondiéndose bajo las sábanas-, si valoras en algo tu vida, y la mía, y la de toda la gente que amas, hazlo… y no le digas nada a Yvette…

Eso fue tres días antes de que se acabara el mundo… Por supuesto no le conté nada de lo que había ocurrido en su casa. No necesitaba saberlo, sólo lo habría desesperado más, y le rogué a su mujer que tampoco lo hiciera. Luego me marché. Durante la tarde de ese día todavía me quedó tiempo para hacer un par o tres de recados. El primero, visitar a Conan Wild. Los aparatos eran lo suyo, en realidad, casi todo era lo suyo, y nadie mejor que él podría darme pistas sobre el paradero de la máquina de Taylor. Usaría el micrófono que habían escondido en su laboratorio y tiraría del cable hasta dar con su constructor… Los otros recados serían más sencillos: mientras Tozeur investigaba por su cuenta, escuchando escondido las conversaciones de las almas en pena, o comprando rumores a algún leviatán bien relacionado, rebuscando en el purgatorio o, si hacía falta, entre las ruinas del mismísimo infierno, la Guardia Solar peinaría el espacio investigando, y yo me presentaría en casa del ladrón y le enseñaría una lección. Recuperaría la máquina y así se controlaría la última variable independiente de nuestra ecuación, demasiado independiente para mi gusto, desde que alguien la sacara del laboratorio del doctor…. Hecho esto, ya sólo nos quedaría esperar y rezar para que Dios no se hubiera cansado de jugar con este juguete en el que todos vivimos. Cabía la posibilidad de que la visión de Taylor fuera cierta, pero nada de lo que hiciéramos pudiera evitarla. Quizás nosotros éramos tan ajenos a la causa del problema como a la solución… Recordé aquel huevo que el doctor estrelló sobre una pared en su laboratorio, años atrás…

En realidad, como comprobaría después, no se trataba de recados tan sencillos, pero eso yo, entonces, no lo sabía… Sólo sabía que nos quedaban tres días para que el universo dejara de existir, y con él, todos nosotros.

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mag_jonas
mag_jonas
8 octubre, 2008 9:09

Vamos, Vamos!!!
La cosa se va poniendo calentita…
Esto promete más aun de lo que imaginaba…
Ánimo y a seguir!!

Ailegor
Ailegor
8 octubre, 2008 15:22

Bueno, amigos, la trama empieza a desarrollarse… Y la semana que viene, Tozeur, el Hombre de Ceniza y el Capitán Meteoro en acción… y una nueva ilustración de otro superhombre: Vicente Cifuentes el chico de los brazos mágicos (por su rapidez y la calidad de lo que dibuja…).
Saludos.

Fideu
Fideu
8 octubre, 2008 15:31

Efectivamente, la semana que viene llega la gran ilustración de Vicente Cifuentes… La de esta semana, y para no ir agobiándolo mucho, (lleva varios proyectos en rueda, tintas para E.E.U.U., proyectos para Francia y algo nuevo que estamos preparando para Planeta…) es mía. Trataré de ir introduciendo fichas como la de hoy, si tengo tiempo, de los personajes más importantes de la serie. Se trataría de las fotos de los archivos de Jammes Stoddard (o algo que intenta parecérsele…). Espero que os gusten. Hoy Orham Tozeur, el Hombre de Ceniza, un personaje con sorpresa dentro, como los huevos Kinder…
Nos escribimos y gracias por vuestra fe en el Capitán.

José Torralba
8 octubre, 2008 15:57

Magnífico como siempre… la única pega: toca esperar otra semana 😉

Cifuentes
Cifuentes
8 octubre, 2008 23:21

Hola gente!!!!!!!!! perdonar que no me suela pronunciar muxo por estos lares! pero keria agradecer a todos por la acpetacion de este nuestro proyectillo 😉 que con tanto gusto y talento esta realizando Fide y que yo tengo el privilegio de ilustrar algunas de sus andaduras 😉
esperemos q cada vez es siga gustando mas y please no dejeis de leer a Fide q guarda muchos «ases» bajo su manga. Tiene tantas cosas q contar!! jajaa
gracias!! y saludines!!!

kosgüorz
kosgüorz
8 octubre, 2008 23:36

Esto lo malo que tiene es que te enganchas 🙂
Me gusta esa ilustración. Tiene un aire a Lovecraft impresionante.

Agus
Agus
10 octubre, 2008 15:06

Otra vez el maestro Jose Antonio, nos deleita con otra parte de la aventura, pero porque nos haces esperar. Ya quedan un pocos dias menos para la siguiente entrega.

potajacion
potajacion
23 octubre, 2008 9:58

Bueno, otro personaje bastante interesante este Tozeur, espero que vaya apareciendo en los relatos, aunque en realidad casi deseo que aparezcan en todos los relatos tantos buenos personajes…….Maravilloso relato, voy a seguir con la continuación.