Capitán Meteoro Vol. 2 Cap. 11: Venus (Parte 2, de 4)

6
631

Por José Antonio Fideu Martínez con ilustraciones de Vicente Cifuentes

Capitán Meteoro, Archivos 9. Notas previas.

Título: “Venus” Parte 2 de 4



El más difícil no es el primer beso sino el último.
Paul Géraldy (1885-1983) Poeta y dramaturgo francés.

Últimamente han ocurrido cosas que me han hecho pensar mucho. Se ha juntado el asunto del Íncubo, que ha salido de la cárcel, con la aparición de esa chica nueva que te comentaba y, sobre todo, con la llegada de la primavera, la estación de los amores… Esos tres ingredientes se han mezclado en mi cabeza, desorganizando mis ideas y transformando mi mente en un revoltijo explosivo, inútil a la hora de pensar con claridad. Verás, después de mi fracaso con Anat, no había vuelto a fijarme en ninguna otra. Ya te he hablado de lo injusto que fui con aquella muchacha: jugué con sus sentimientos de manera caprichosa y la utilicé para reafirmar mi ego de macho, tan desgastado por el paso del tiempo… Tras vernos durante unas semanas, formé una idea, no sé si acertada o no, de lo que ella buscaba de mí y, sin siquiera preguntarle, sin llegar a certificar lo correcto de mis suposiciones, la excluí de mi vida de manera radical. Recuerdo lo maravillosamente cariñosa que fue conmigo en todas las ocasiones, con qué entrega se ofreció a colaborar en todos mis juegos amorosos, y cómo yo la rechacé por una sola palabra… ¿Te lo puedes creer? Ella siempre me llamaba Meteoro y yo entendí por eso que jamás amaría a mi otro yo. Creí que, de haberme visto sin la capa, abandonado por el poder del cosmos, convertido en el viejo de carnes colgantes y rostro arrugado que realmente soy, se habría reído de mí. Tuve miedo de que me rechazara por ser yo mismo. Pensé que, sin Meteoro, sin su capacidad para aguantar las emisiones de energía que emanaba su cuerpo, ella terminaría cansándose de mí y que buscaría a otro superhombre que me sustituyera… Ni por un instante se me ocurrió pensar que quizás habría aceptado mi otra vida. En ningún momento sospeché que probablemente ella se transformaba en una viejecita también al llegar a su casa por las noches… Creo que busqué excusas; en realidad, el poder de Meteoro no me abandona nunca y, verdaderamente, tampoco me habría costado tanto componer una vida a su lado en la que Jerome y el Capitán se alternasen de manera civilizada para formar una familia, extraña, pero estable. Abusé de ella, pero lo hecho, hecho está… Ya no puedo lamentarme. Sólo me queda aprender de aquello. Ahora Anat vive en otra ciudad, sale con Atomiun, un belga con poderes nucleares, y algunos me aseguran que todavía pregunta por mí de vez en cuando. La vergüenza me ha impedido presentarme en su casa, en más de una ocasión, para pedirle perdón…

La perspectiva que me ha dado el paso del tiempo me ha ayudado a entender perfectamente lo que pasó y por eso ahora hablo con esta seguridad. Me he juzgado por aquello cientos de veces, emitiendo veredictos muy parecidos en la mayoría de las ocasiones. En realidad todo se reduce a una rabieta de niño pequeño… o de niño grande, según se mire. Me fastidió que usara mi nombre de superhéroe en vez de mi nombre real -cuando ni siquiera le había confesado el segundo-, porque, cada vez que lo hacía, me recordaba cómo había pasado el tiempo, me hacía ver que la gente que me idolatra está deslumbrada por una mentira. Creo que esa es también la razón por la que te preferí siempre a ti: tú te enamoraste del hombre normal. Me quisiste cuando no era más que un estudiante de ciencias con la cabeza llena de pájaros sin un dólar en el bolsillo, y estuviste a mi lado incluso cuando el destino me transformó en un ser extraño. Me aceptaste en cualquiera de mis dos encarnaciones, aún sin estar segura de cómo podrían afectar mis nuevos poderes a tu vida, y cuando supiste que el Capitán había sido el responsable de tu desgracia, que te mataban por ser su mujer, seguiste amándome…

Hace unos días tuve una conversación en la que le conté todo esto a una persona. Hablamos de amor durante mucho rato y el vaciarme como lo hice me ayudó a aclararme bastante. ¿Sabes con quién hablé…? Ni te lo imaginas: hable con el Íncubo. Ese muchacho cree saber mucho del amor, pero en realidad no sabe casi nada. Le he hablado del placer que puede proporcionar si se exprimen todas sus posibilidades y, del dolor que puede causar si se lo utiliza mal.

El Íncubo es un chaval joven, tendrá unos treinta años escasos. Es alto y de porte atlético, todo un adonis de piel morena, que parecería un galán de los años treinta, de no ser por el pelo -media melena ligeramente engominada con un flequillo bastante largo que luce con orgullo-, el rojo intenso de sus ojos -dos ascuas-, y una protuberancia en la parte superior de las orejas que le dan cierto aire de duende travieso, cierto encanto élfico. Es todo un guaperas, pasaría por otro aprendiz de actor más, recién llegado de Hollywood de no ser por estos detalles que te he contado, que lo señalan como un bicho raro entre la gente normal. Viste un traje de cuero azul con adornos rojos, mezcla de modernidad y sastrería victoriana, fajín incluido, que termina de conformar esa imagen suya de crápula, de amante libertino, que tanto cuida. Oímos hablar de él por primera vez, hace unos años, poco tiempo antes de que empezara mi aventura con Anat. Salió en los periódicos tras ser acusado por tres mujeres distintas, en el mismo mes, de haber entrado a robar en sus casas. Las tres contaron historias muy similares a los periodistas: al parecer, aprovechando la cobertura de las sombras, el joven había trepado de tejado en tejado hasta colarse en sus dormitorios, y las había desplumado: se había llevado joyas, un par de relojes, tres cuadros -un Picasso, un Degas y un Goya-, un manuscrito atribuido a Truman Capote, mucho, mucho dinero, y gran parte de su honra… Sin embargo, creo que la historia no habría pasado a las primeras páginas si no hubiera sido por lo que ocurrió después. Las redacciones de los diarios más importantes y un par de comisarías de policía, recibieron paquetes, cajas envueltas en terciopelo rojo, en las que con una carta de caligrafía exquisita, el Íncubo se defendía de las acusaciones. Varias grabaciones de video, mucho menos elegantes, acompañaban al escrito. En ellas, las damas, todas mujeres muy respetables, esposas, hijas o nietas de prohombres multimillonarios, prometían amor eterno al supuesto ladrón, apenas cubiertas por elegantísimas sábanas de satén, siempre tendidas sobre camas de la más lujosa manufactura. Esas cintas estaban cortadas, terminaban siempre en los prolegómenos de una noche de amor que sólo se sugería. En ellas la cosa quedaba ahí, pero llegaron a circular por la ciudad, también, otras grabaciones no tan castas. En estas últimas, -yo pude ver una de las originales, sin censura, porque Sttodard me la enseñó-, se podía comprobar que el amor que sentían por él era verdadero… Al menos la pasión lo parecía si nos guiamos por el entusiasmo con el lo que agasajaban. Todas se entregaban a sus brazos con devoción y él, a juzgar por lo visto, las contentaba con creces. Las posiciones en las que esas señoras respetables aparecían haciendo el amor con el Íncubo, eran tan variadas como sus declaraciones absolviéndolo de los delitos de los que, poco más tarde, sería acusado. Las cintas eran verdaderos festivales de lo erótico en las que las felaciones, la sodomía, el sadomasoquismo y las prácticas sexuales más singulares, se alternaban de manera ininterrumpida con los besos más sentidos y las caricias más tiernas. He de reconocer que me extrañó ver la manera en que todas aquellas mujeres se entregaban a una lujuria tan desenfrenada sin poner la menor objeción, no me pareció normal… aunque he de reconocer también que parecían divertirse mucho. La capacidad amatoria del Íncubo era, desde luego, admirable… y su imaginación en la cama también.

Hoy en día he llegado a convencerme de que el muchacho desconocía el daño real que podía hacer con aquello. Daño a los demás y también daño a sí mismo…

Un día después de que llegara el segundo lote de paquetes, un lote que incluía escenas muy tórridas de la señora de un senador, de dos hijas de un magnate de la televisión, y de la novia de un torero español muy famoso, uno de los ofendidos esposos, decidió pasar a mayores y contrató a Víbora y al Agente R.I.P. para que solucionaran el tema de la mejor manera posible: rápida y violentamente. Con dinero se puede encontrar casi cualquier cosa, y ese hombre pretendía recuperar con él su honor perdido. Nos enteramos por el Cazador Escarlata de que estos dos iban en busca del casanova de los ojos de fuego y rápidamente nos pusimos nosotros también manos a la obra. Desde luego, el Íncubo era un sinvergüenza y había que darle una lección, pero todos coincidimos en que no se merecía la muerte a manos de aquellos dos salvajes.

Rápidamente nos enteramos de quién era el hombre que había contratado los servicios de los dos asesinos y programamos una visita para convencerlo de que desistiera en su empeño por escarmentarlo, pero antes de llevarla a cabo, el Íncubo volvió a la carga, trastocando nuestros planes. Recuerdo que discutíamos del asunto en la terraza de la mansión Wild. Estábamos, si no me equivoco, Aarón, el hijo mayor de Conan, Mákina, la hija de Mekániko, el Cazador Escarlata, Taquión, el Titán Negro y la Exclamación. Estaba también allí Anat. Ella y yo nos encontrábamos, por aquel entonces, en el ecuador de nuestra cortísima luna de miel. Hablo de semana y media después de nuestro primer encuentro amoroso en la estratosfera, si no recuerdo mal. Creo que era justo el momento en el que yo empezaba a desilusionarme… Un par de días más tarde lo dejamos.

El caso es que nos extrañó mucho lo que ocurrió. Conversábamos de manera despreocupada, y de repente se hizo el silencio. Alguien señaló hacia la cornisa, a mi espalda, reclamando la atención de todos los presentes.

-Mirad, tenemos visita.

Era Víbora, que había subido trepando por la pared hasta colocarse justo a nuestra espalda, en una esquina, al lado de unas macetas enormes. Esperaba en cuclillas, agazapado pacientemente, en actitud confiada. Saludó con bastante educación y esperó cobijado entre las sombras hasta que todos nos volvimos a mirarle. Me inquietó aquella recién adquirida urbanidad. Víbora es un mutante, un hombre con piel de reptil y cola prensil, muy fuerte y ágil. Un asesino experto y sin conciencia, que cubre casi todo su cuerpo con cuchillas de un metal irrompible previamente emponzoñado con su propio veneno. Dicen que su cerebro mutó también, a la vez que el resto de su persona, involucionando hasta convertirse en un cerebro sólo ligeramente parecido al humano, semejante al de una serpiente o al de un cocodrilo: incapaz de sentir amor o remordimiento. Los médicos advierten de que las conductas más primarias, los instintos de supervivencia, el temor, la ira, la violencia, provienen de la primera capa que se forma en nuestro cerebro. Llaman a esa capa el “Cerebro Reptil o Básico”, y es muy parecido al cerebro de estos animales. La huída, el engaño, las respuestas agresivas, son respuestas propias del reptil… Vamos, que el tal Víbora era un tipo simpático, cuya mordedura, además, resultaba mortal casi siempre… un corte con cualquiera de sus cuchillos también.

-¿Vienes a tomar una copa? –preguntó Aarón.

-Vengo a informarles –los discursos de Víbora resultaban siempre desagradables. Interrumpía sus palabras cada dos por tres para sisear, mostrando su legua bífida, en un tic que era incapaz de controlar-, caballeros. Sé que todos ustedes están al tanto –un nuevo siseo-, de mi contratación por parte del Señor Greene, para solucionar el tema de su esposa con ese tal Íncubo…

-Algo habíamos oído, sí –contesté mirando a mis compañeros.

-Bien, me he pasado por aquí para evitarles trabajo –otro silbido y de nuevo la lengua, como un ente con inteligencia propia, agitándose fuera de la boca de Víbora. Muy desagradable-. Quiero que sepan que he roto esa relación contractual. No perseguiré a ese muchacho. He devuelto el dinero y he compensado a la parte contratante con un diez por ciento extra –siseó-. Sé que algunos de ustedes han estados preocupados por este particular. Puede que ese malnacido merezca la muerte, pero yo no me encargaré del trabajo, ahora mismo estoy demasiado ocupado con otro negocio…

-Lo dices para que no nos molestemos en perseguirte –Mákina habló y su voz sonó distorsionada por el modulador de su garganta, ocultando toda feminidad en su timbre-. Parece una treta un poco burda. Sabía que menospreciabas nuestra inteligencia, pero esta vez nos estás insultando… ¿Cómo podemos estar seguros de que no has acabado ya con ese muchacho?

-Todavía no podéis. Tenéis sólo mi palabra y sé que eso para vosotros no vale nada, pero en unos días veréis que no miento –esta vez el siseo fue más largo, ya no tan involuntario como los anteriores. Vívora escupió veneno antes de seguir hablando-. Estoy seguro de que tendréis nuevas noticias de ese bastardo follador muy pronto… Espero que entonces te disculpes, Makinita…

Lo cierto es que, en aquella ocasión al menos, Víbora no mentía, aunque he de reconocer que entonces no creí nada de lo que dijo y que, si no fui tras él nada más saltar hacia la calle, fue más por no quedar mal ante mis compañeros que por fe en su inocencia. Noté cierto deje en sus palabras, en su manera de referirse al Íncubo, tan cargada de desprecio, que me extrañó sobremanera su renuncia a la caza. Pude ver claramente el odio marcado en su mirada llorosa de depredador, y como sabía que por menos, aquel psicópata había arrancado las tripas a más de uno, no entendí su declaración de inocencia. Pasaría un tiempo antes de que comprendiera…

Tres días después de aquel encuentro en la terraza de la mansión de Cornelius Wild, encontraron el cuerpo del Agente R.I.P., al menos una parte de él. Había quedado atrapado en una salida de desagüe, atorándola e impidiendo que la mierda de las alcantarillas circulase con la debida fluidez en su camino hacia el río. Los operarios del ayuntamiento que lo encontraron se llevaron un buen susto y avisaron inmediatamente a la policía. Tardaron otros tres días más en encontrar la cabeza… Había sido separada del cuerpo por un elemento cortante muy afilado y arrojada al otro lado de la bahía. Cuando el forense examinó las dos partes en las que quedó fraccionado el interfecto, encontró los esperados restos de veneno de serpiente en ambas. R.I.P. había muerto de muerte natural… es natural morirse si un tío como Víbora decide ponerse a afilar sus útiles de trabajo con tu cuello…

Volvimos a saber del Íncubo poco tiempo después. Seguía vivito y coleando, si me permites el chascarrillo… Al menos, Víbora no había mentido al respecto de su contrato. Del tema de su compañero de aventuras no hablo, es otra historia. Nada teníamos que reprocharle, si exceptuamos el hecho de que hubiera cambiado de víctima, sustituyendo a uno por otro. La causa de este trueque fue un misterio para mí hasta el momento en que el Íncubo se entregó, unos días después de que nos enfrentáramos y me venciera con la facilidad con la que me venció.

A primera vista puedo parecer prácticamente invencible. Mucha gente piensa que la fuerza física lo es todo en este negocio. Es verdad que disponer de músculo ayuda casi siempre, pero también es cierto que los enemigos más peligrosos no suelen ser excesivamente potentes en el cuerpo a cuerpo. Ejemplos los hay a miles: telépatas, magos, elementales, genios científicos… y de todos ellos, los adversarios con poderes extraños suelen ser los más difíciles. Odio a los exóticos… El Íncubo es uno de ellos. Por suerte, a día de hoy parece reformado. El destino me ayudó en su caso, pero estoy seguro de que si se hubiera decantado, finalmente, por la senda del mal, ahora mismo sería el dueño de medio mundo. Seguiría riéndose de nosotros desde su trono, señalándonos con el dedo con total impunidad, rodeado de tesoros y de amantes entregadas.

Verás, una noche me llegó un aviso. Alguien había visto movimiento por la zona de Goldsmith Fields, en el centro. Un tipo disfrazado saltaba de tejado en tejado, como un demente, ignorando el grave riesgo que aquella práctica entrañaba para su salud. Sin pensármelo dos veces me encaminé para allá a toda prisa. No me costó demasiado dar con mi presa. Sólo tuve que husmear en las terrazas de los más acaudalados de la ciudad, curiosear con disimulo a través de alguna ventana entreabierta, y ya está. A la media hora de llegar allí, me encontré con la escena que andaba buscando, una escena de amor demasiado vodevilesca para mi gusto, en la que otra rica aburrida juraba amor eterno al Íncubo a los pies de una cama. Pensé que me apuntaría un tanto fácil, que la cosa sería coser y cantar: entrar, una pose heroica, un aviso, la petición de rendición, quizás un par de puñetazos y punto. Asunto resuelto con profesionalidad y elegancia… No te imaginas lo equivocado que estaba.

La primera parte de mi plan se cumplió tal y como yo esperaba, pero una vez que el Íncubo estuvo apresado –una mano me valió para retenerlo-, todo se torció. Me resultó extraño que un tío tan ágil se dejara atrapar con tanta facilidad, pero entonces no le di más importancia. Pensé que, impresionado por mi aparición, se había quedado paralizado por el miedo. En realidad se entregó sabiendo que, al hacerlo, apretaba el lazo invisible que me dejaría a su merced. A nuestro lado, la dueña de la casa gritaba como poseída conminándome a que soltara a su amante, armando un gran escándalo, amenazándome con todo tipo de represalias y golpeándome la espalda sin parar. Parecía importarle muy poco que los empleados de la casa la encontrasen en aquella situación tan embarazosa, medio en cueros, con dos desconocidos… Yo mantenía mi presa, apretando con firmeza, pero tratando de no usar demasiada fuerza, y el Íncubo, simplemente me miraba y me sonreía sin decir nada.

-Voy a entregarte a la policía, chaval –le dije…

-Es un honor conocerte Capitán. Por favor seamos civilizados, me haces daño…

¿Sabes lo que ocurrió? Pues que poco a poco, aquel muchacho comenzó a serme cada vez más simpático. A los dos minutos de estar en su presencia, empecé a dudar de que hubiera hecho algo malo, pasados cinco, ambos estábamos sentados el uno frente al otro, conversando amigablemente mientras la señora salía al salón a traer algo de beber. Resulta embarazoso confesar esto, pero a los siete minutos, calculo yo, comencé a sentirme atraído por él, comenzó a gustarme su olor y me pareció guapo… A los diez, no deseba otra cosa más que acostarme con él…. Tú me conoces, sabes perfectamente cual es mi orientación sexual. Si fuera homosexual, me costaría poco reconocerlo, pero simplemente, no lo soy, y sin embargo, el poder de aquel muchacho era tal que habría matado por acompañarlo a la cama. El compartir una velada con él y la señora de la casa, se convirtió en la única prioridad de mi vida, pasado un cuarto de hora.

-¿Sabes?, hace unos día mandaron a Víbora y a otro fulano a darme un escarmiento. Después de ocuparme de ellos, tenía ganas de probar mis habilidades con un peso pesado como tú. Veo que funcionan igual de bien… Fue gracioso. Tuve suerte de que a los dos les perdiera su ansia de sangre. Querían pegarme, verme sufrir, y terminaron dándose besos como dos adolescentes idiotas –el Íncubo no podía disimular hasta qué punto aquel recuerdo le divertía-. Ahora sé que las serpientes son más pasivas en esto del amor… El otro tío, el de negro, se lo pasó por la piedra con gran amabilidad y él, se divirtió de cojones… nunca mejor dicho.

Es extraño, yo seguí siendo el mismo hombretón que había entrado allí dispuesto para la batalla, podía recordar todo mi pasado, y sin embargo, había perdido la voluntad de actuar en su contra. No habría movido un dedo de suponer eso el más mínimo alejamiento del amor del Íncubo. Me tenía a su merced, tirado a sus pies, como habían estado todas aquellas mujeres de los videos que me había enseñado Stoddard. No podía hacer otra cosa más que mirarlo como un imbécil, con el estómago revuelto por la emoción, esperando que me besase. Desconozco la naturaleza real de un don así, no sé si es mental o si se basa en el uso de feromonas, pero lo cierto es que es uno de los poderes más aterradores a los que me he enfrentado.

-Esta es una de mis dos habilidades, querido Capitán -me dijo al oído-. La menos radical. Por suerte, mientras me funcione bien no voy a tener necesidad de usar la otra… Las dos se basan en calentar el ambiente, aunque de maneras muy diferentes…

A un toque suyo la temperatura de mi cuerpo comenzó a subir. Al principio creí que no era más que un efecto secundario de la emoción que me provocó su contacto, pero luego me di cuenta de que mis células habían entrado en ebullición, mi piel comenzó a tornarse rosada de manera antinatural, y luego enrojeció. Unos instantes después, habría ardido, estoy seguro, como un espantajo de papel prendido por una cerilla, de no haber detenido él el proceso…

-Te lo muestro para que estés advertido –posó su mano sobre mi hombro-, y para que adviertas a tus amigos. No soy un ladrón, menos aún un asesino. Todo lo que he conseguido ha sido en pago por unos servicios prestados; servicios que, por cierto, administro con maestría… Así que no quiero tener problemas. Yo no soy violento. Mi lema es “haz el amor y no la guerra” –moviéndose con una gracia que en aquel momento me pareció exquisita, me llevó de la mano hacia la cama. Allí me esperaba, desnuda ya, recostada sobre almohadas de satén rojo, la dueña de la casa, tan enfebrecida por la espera como yo, igual de enamorada de él que yo, tan hambrienta de placer como yo… Cuando me senté a su lado, no dudó en abrazarme. Entendió perfectamente un gesto del Íncubo y, creo que sólo por complacerlo, comenzó a agasajarme con sus mejores besos y caricias. Yo las acepté gustoso, a la espera de la llegada de él, momento en el cual nuestra satisfacción habría sido máxima-. Ahora quiero que os divirtáis un rato sin mí -continuó-. Yo tengo que salir, pero regresaré en un momento. Mientras tanto, quiero que me hagáis feliz jugando un poco. Si lo hacéis bien, los tres compartiremos la cama a mi vuelta… Y os aseguro que no os defraudaré…

Y eso fue todo. Así de simple, una derrota sin paliativos, totalmente irreprochable. Me dejó allí, en un dormitorio desconocido y abrazado a una mujer bellísima que, unos minutos más tarde, desaparecido el embrujo, me pareció sucia, su tacto tan desagradable como el de un leproso. Por supuesto, jamás comenté aquel incidente. Escapé volando del lugar lo más rápido que pude, avergonzado, dejando a mi anfitriona todavía en estado de celo extremo, vestida solamente con perlas y apenas preocupada por haber cambiado de amante de manera tan brusca. No lo sé, puede que el efecto hubiera caducado en ella también, pero una vez puesta en harina, aquella dama se dejó las exquisiteces de lado y se animó a probar con su otro invitado. No todos los días un superhéroe se presenta en tu alcoba dispuesto a hacerte pasar una noche de pasión… Tuve que ponerme bastante serio para despegarme de ella, y apenas fue capaz de contener las lágrimas cuando me elevé del suelo para escapar por el balcón. Nada más salir a la calle noté el frescor de la brisa nocturna en mi rostro y me sentí aliviado. Di gracias a los dioses porque el poder del Íncubo hubiera dejado de afectarme. Me preocupaba que la fuerza del Meteoro, liberada de toda atadura por una pasión desbocada, hubiera terminado hiriendo a aquella mujer… Hay leyendas horribles sobre noches de sexo entre humanos normales y seres poderosos, que acabaron muy mal. Es difícil controlar ciertas reacciones corporales en algunas ocasiones…

-¡Qué hijo de puta! –yo no suelo hablar mal, reservo los tacos para las grandes ocasiones y aquella, en aquel momento, desde luego que me lo pareció-. La próxima vez –pensé tratando de consolarme-, tendré que intentarlo a distancia, con un disparo de energía o algo por el estilo. No me acercaré a él, eso seguro…

Sin embargo no hubo próxima vez. Por suerte o por desgracia, los hechos que se desencadenaron en las semanas siguientes hicieron que las andanzas del Íncubo terminaran de manera rápida. Verás, ocurrió que, a los pocos días de aquello, el senador de Iowa, loco de celos, descargó el cargador de su revólver en el pecho y el rostro de su infiel esposa. Limpiaba así la ofensa que no había podido lavar de otra forma, en realidad con la persona menos culpable. Luego, tras escribir una carta maldiciéndose y maldiciendo al Íncubo, se voló la tapa de los sesos, él también, junto al cadáver de su mujer. Además, como si el destino confabulara para enseñar una lección al muchacho, al día siguiente, una chica, otra de las muchas que había sido tocada por su embrujo, una que no salió en los periódicos y de la que nada sabíamos, decidió arrojarse al vacío desde un séptimo piso, loca de amor, desesperada porque su amante la hubiera olvidado con tal rapidez… Dejó también carta. Cuando, algún tiempo más tarde la leí -el juicio fue seguido con profusión de detalles por periódicos, emisoras de radio y televisiones-, entendí el remordimiento que invadió la conciencia del casanova de los ojos de fuego, comprendí que se entregara… Jamás he leído una declaración de amor tan sentida. Nunca palabras escritas me llegaron tan dentro.

Y así resultó que tenía corazón. La realidad le obligó de manera violenta a abandonar aquella pose de sátiro todopoderoso y al amanecer del día treinta de septiembre, se entregó en la comisaría de Daniken Falls, con la conciencia partida. Fue un día después de que apareciera la noticia de la muerte de la segunda muchacha. El hombre que había bajo la máscara del villano no pudo dejar de llorar en horas… He de reconocer que al principio yo lo despreciaba, que lo odiaba por haber usado tan mal un don tan valioso y que creía que si lo castigaban con la muerte lo tendría merecido, pero poco a poco, una vez la ira se fue calmando, cuando lo perdoné por abusar de mí de la manera en que lo hizo, comencé a sentir cierta piedad por él. En realidad no tardé en comprender que sólo se trataba de un niño al que el destino había regalado un juguete demasiado peligroso…

De eso hace ya unos cinco años. Tuvo suerte: su arrepentimiento sincero provocó una entrevista en la cárcel en la que Conan y él se conocieron bastante bien. El Íncubo me llamó para pedirme disculpas unos meses después de ingresar en prisión y me pidió que le ayudara. Al principio dudé, pero luego lo comenté con Wild y él me señaló la necesidad de ganar a un ser tan poderoso para nuestra causa.

-Si se ve totalmente acorralado –me dijo-, es posible que termine escapando. Ahora puede estar muy arrepentido, pero cuando vea que la cosa se pone verdaderamente fea, tan fea como una silla eléctrica, es probable que empiece a encontrar razones para escapar. No quiero a ese tío por enemigo… Además, sería un desperdicio terrible. Ha demostrado tener alma, si no, todavía seguiría violando viejas por los tejados.

Devolvió parte de lo robado, todo lo que no se había gastado, y aceptó la celda como castigo merecido por su comportamiento aún sabiendo que sus aventuras pasadas podían costarle un pijama de madera de pino. Wild accedió a pagarle un buen abogado y todo se resolvió con una condena no demasiado severa. Por suerte, en aquella época todavía existían lagunas legales bastante importantes en lo referido al uso de poderes, a sus consecuencias, y a la tipificación de ciertos delitos relacionados con ellos. Hace unos días salió en libertad provisional. Nada más pisar la calle se presentó en la cornisa del Sieguel-Shuster, vestido de uniforme, y me ofreció ayuda en un salvamento: un incendio, el hotel Metrópolis, que si no ardió hasta los cimientos fue únicamente gracias a su intervención. Me pareció que no había pasado el tiempo por él, seguía moviéndose como un felino, y al verlo a mi lado, estuve seguro de que su deseo por compensar el mal que hizo lo convertiría en un aliado muy poderoso… Una vez más, el ingenio y la visión de Conan han acertado beneficiando al mundo. Dicen que desde que salió de prisión no ha vuelto a usar su poder de seducción… Yo, sinceramente, espero que vuelva a hacerlo… para una buena causa, por supuesto. Estoy deseando ver al Gusano Eléctrico, perdidamente enamorado de él, rindiéndose a nuestros pies…

Esa noche hablamos de muchas cosas. Volvió a pedirme perdón una vez más y me relató su estancia en la cárcel. Ha tenido tiempo allí de estudiar una carrera y ya no parece el muchacho que yo conocía…

-¿Sabes? –le dije-, te habría matado…

-No, no lo habrías hecho. Tú no, Capitán…

-Bueno, ya sabes lo que quiero decir.

-Sí, quieres decir que la misma rabia que sentiste tú, la sintieron otras muchas personas… y que muchas de esas personas, la mayoría, no son tan razonables como tú.

El Íncubo se detuvo un momento para mirarme fijamente. Yo flotaba a un par de metros de él con la capa al viento, suspendido frente a la fachada de un viejo edificio de oficinas. Podía ver mi imagen reflejada en el cristal de una ventana a su espalda. Vi a un falso Dios, de brazos cruzados, que juzgaba los actos de los demás, en ocasiones sin comprenderlos del todo. Tuve que cambiar de postura porque me pareció ridículo el gesto, y me pregunté cuántas veces, a otros hombres, aquella manera mía de comportarme, posicionado por encima del bien y del mal, no les habría parecido ridícula también.

-Escucha hijo –le dije avanzando unos centímetros-, yo no voy a juzgarte más. Bastante has pagado ya… Además, no creas que en la cárcel has terminado tu penitencia. Lo más duro vendrá ahora, has de tener cuidado. No hay peor cárcel que el mundo cuando el mundo no te quiere. Se convierte en una prisión de la que es difícil escapar. Sólo por un túnel muy oscuro se puede huir… Ya sabes al túnel que me refiero –hice un gesto con el dedo pulgar simulando que cortaba mi cuello-. Sé que ya te has dado suficiente cuenta, pareces listo, pero por si no fuera así, te lo repetiré una vez más: tienes un poder muy peligroso… Mira, soy perro viejo. En todos estos años de carrera me he enfrentado a muchos tíos, villanos de todas las formas y colores. Muchos de ellos me han pegado duro, muy duro. Han tratado de hacerme daño destruyendo mi cuerpo, mi alma, mi reputación, mi futuro, incluso mi cordura… Creo que he recibido puñetazos, y no me refiero sólo a golpes físicos, tú ya me entiendes, en cada centímetro de mi cuerpo… Bueno, pues a todos esos bastardos los he perdonado… Cuando pasa el tiempo te acuerdas de ellos con una sonrisa y ves que se han convertido en una anécdota más. Te das cuenta de que el rencor ha desaparecido en casi todos los casos, e incluso con los más despiadados, sientes que el odio se ha transformado en lástima o en desprecio. Sigo atento para evitar que hagan daño a otros, pero en lo que respecta a mí, los considero tan insignificantes que apenas gasto tiempo en maldecidlos. Estoy seguro de que no condenaría mi alma por castigarlos… Me refiero a eso cuando te digo que los he perdonado, no al perdón cristiano, más bien al perdón de la indiferencia o al de la comprensión.

-¿A mí también me has perdonado, entonces?

-A ti hace tiempo que te perdoné… Total, sólo me trataste como a un perro y me humillaste un rato –hice ademán de golpearle con el puño y él respondió con una sonrisa-. Sólo te reíste de mí, como ahora… No me está mal empleado, por estirado y por soberbio, aunque, no te creas, todavía no he descartado la idea de darte una buena somanta de palos para desquitarme por aquello. Algún día lo haré… No te descuides.

El Íncubo dio un salto, y con esa seguridad de la que hacen gala algunos de mis colegas, con ese tipo de destreza antinatural y siempre certera por mor de la cual, el caer al vacío pasa a convertirse, misteriosamente, de caso probable en evento imposible, rebotó en un mástil de bandera, tomó impulso en uno de los salientes de la pared y quedó agarrado de la cornisa que coronaba el edificio. Burlándose de la fuerza de la gravedad, en una maniobra que se me antojó imposible, el muchacho se catapultó de nuevo hacia arriba con los brazos, como un atleta olímpico que ejecutase un ejercicio mil veces repetido, para terminar de cuclillas junto al borde de la terraza del piso superior. He visto acrobacias como esas miles de veces. Mike Rata, el Cazador o Dragón Sombra, suelen alardear de sus cualidades repitiéndolas a la menor ocasión, pero nunca dejan de sorprenderme. Tuve que ascender un par de metros para volver a colocarme a su altura…

-Escucha, chaval –le dije-. Quiero que sepas una cosa. Es algo que no suelo contar… Si te lo cuento a ti es porque sé que te ayudará. Sólo por eso…

-¿Vamos a ponernos serios?

-Sí, vamos a ponernos serios…

Descendí un poco hasta posarme a su lado y él me miró desde su posición sin decir nada.

-Te he dicho que he perdonado a todos mis enemigos… Es mentira. Hay uno al que no he perdonado. No he podido y creo que nunca podré. Lo he intentado con todas mis fuerzas, pero me ha sido imposible… A ese enemigo no dudaría en quitarle la vida si pudiera. Rezo para que el destino no me dé la oportunidad nunca, pero si algún día me encuentro en esa tesitura, realmente no sé cómo reaccionaré. He deseado su muerte durante años, cada noche, en cada instante de soledad…

-Hablas del Doctor Núbilus, ¿verdad?

-Sí, de él hablo…

-Todo el mundo sabe que sois enemigos mortales. La mayoría de la gente de la calle entendería que acabaras con él. Ha hecho demasiadas cosas malas… Puede que yo me haya equivocado en muchas ocasiones, Capitán, pero ese demonio y yo jugamos a juegos diferentes…

-Sí, ya lo sé. Sólo trato de advertirte… Los disfraces, las personalidades secretas, en realidad todas esas convenciones que parecen absurdas se montaron para proteger a las personas que queremos. Hoy se repiten como rituales, y casi nadie se para a pensar demasiado en porqué llevamos máscara, pero la razón fue esa. Es muy peligroso jugar con temas de amor. ¿Sabes?, yo no lo supe hasta muchos años después de que ocurriera, pero él mató a mi primera novia… Se llamaba Marie…

Subscribe
Notifícame
6 Comments
Antiguos
Recientes
Inline Feedbacks
View all comments
Nemesis
Nemesis
8 diciembre, 2009 14:51

Fideu y Cifuentes,
Grandísimo relato e ilustración intimistas las que nos regaláis hoy. Es una maravilla la combinación de la historia de Íncubo, y su humillación hacia Meteoro, con las reflexiones sobre la naturaleza del amor y la capacidad egoísta que tenemos de negar nuestra propia felicidad, seamos héroes o no.
Espero con interés las siguientes partes de Venus, para descubrir finalmente lo que le ocurrió a Marie y la razón de ese poderoso odio que Meteoro siente por Núbilus. Es incréible como puede surgir un relato de profundidad como éste de unas meras reflexiones sobre el amor. Fideu, eres grande.
Un abrazo para los lectores del Capitán Meteoro y otro para los autores.

Mickel
8 diciembre, 2009 19:11

No es la primera vez que veo derrotado al Capitan Meteoro pero es la mejor…

Ver al Incubo como un villano convertido en heroe parece genial. Yo compraria una miniserie de sus aventuras e iria a ver la pelicula, y compraria todo el merchandising y…

oh no! sus poderes estan aun funcionando!!!!

Fideu
Fideu
8 diciembre, 2009 22:24

Hola neganautas:
Me alegro de encontraros aquí una semana más…
Némesis: no sé si soy grande (1,84), pero lo que si es grande es mi amor por la serie y por los cómics (y creo que eso trasciende mis relatillos…). Disfruto como un enano escribiendo Meteoro y escribiéndome con vosotros…
Por cierto, también es grande mi agradecimiento hacia tí, por estar siempre ahí, por tus palabras de ánimo, por el artículo sobre Alma en la Dolmen y por alguna otra cosa que seguro se me olvida… Pagaré una parte de mi deuda con unas cerves cuando nos veamos en persona…
Mickel: A ti tres cuartos de lo mismo. Mil gracias por tu fidelidad. Espero que alguna vez haya serie de Meteoro y podamos ver muchos capítulos del Íncubo… Y que se vendan muchos muñecos, y así podré pagaros esas cervezas que os debo, de las que hablaba antes.
Un abrazo a los dos y a los demás fieles de esta hermandad de mutantes que estamos formando.

Ailegor
Ailegor
9 diciembre, 2009 0:21

Qué personaje más original el Incubo, claro que para una historia sobre el amor, no pega otra cosa…
Me ha gustado mucho, como de costumbre. A ver qué nos deparará la siguiente parte, porque cuando parece que ya no hay posibilidad de sorprenderse más, Fideu lo consigue.
Un saludo a todos.

José Torralba
9 diciembre, 2009 7:53

Pues sí… el amor como pasión desenfrenada en el primer capítulo, como obsesión destructiva en este segundo y todo ello con el amor más doloroso, ése que pensamos que es para toda la vida y después se trunca, en segundo plano (¿o es al revés?).

De este capítulo me quedo con el amago de incursión en la homosexualidad entre superhéroes y con un detalle delicado pero muy bien tratado: la vergüenza que esta clase de obsesiones, esta pérdida de voluntad en aras de un amor patológico, nos queda de poso cuando se nos pasa… como si nos molestara nuestra debilidad a la hora de «dejarnos llevar» y odiásemos a la otra persona por haber hecho quebrar nuestra individualidad y nuestra autoestima. Muy bien reflejado, sí señor.

¡Ah! Y el Íncubo me ha incomodado más que otra cosa. Soy heterosexual convencido, y la idea de que un tipo pueda forzar un cambio de orientación sexual me parece turbadora xD

mag_jonas
mag_jonas
21 diciembre, 2009 12:39

Viva Magneto, Ojo de Halcón, y los Heroes-Villanos!!! Como enganchan esas historias de «ahora soy bueno, mañana malo y luego me arrepiento!!!«…

Sigue así…