Por José Antonio Fideu Martínez
Capitán Meteoro, Archivos 10. Notas previas.
Título: “Cinco villanos…” Parte 1 de 2
Aquel microbús era como un interno más de la residencia, otro anciano, un camarada de la misma quinta que el más joven de los pasajeros, que había vivido junto a ellos en un garaje de madera en el que también se guardaban la herramientas del jardín, y que si sobrevivía, si todavía podía caminar, era gracias al esmero y al cariño que Mordechai Goldsmith, “Torpedo” Mordechai, había invertido en él durante todo ese tiempo. El bueno de Torpedo maldecía a la administradora a diario, se quejaba en secreto de la miseria de sueldo que cobraba; en casa, por las noches, cuando hablaba con su mujer, llamaba a los ancianos “cadáveres” o “zombis” o cosas peores, y cada vez que tenía que reparar alguna avería del vehículo, cambiar una bujía o limpiar el carburador, rugía como un oso atrapado en un cepo… pero al final, bien porque la vida no le brindó una oportunidad mejor, o bien porque él mismo tuvo miedo de tomar las que se le ofrecieron, terminaba siempre repitiendo la misma rutina día tras día, haciendo su trabajo de la mejor manera que sabía… Cuando se acercaba la fecha de una excursión, el señor Goldsmith pasaba tardes enteras escondido bajo la panza de aquel viejo ataúd con ruedas, buscando el último fallo, cambiando piezas viejas por otras de segunda mano, ajustando abrazaderas, poniendo aceite o, simplemente sacando brillo a unos embellecedores que ya ni embellecían, ni eran capaces de brillar como antaño. En realidad, aunque en los momentos de acaloramiento le costaba reconocerlo, estaba orgulloso de lo que hacía. A su manera, sentía un gran respeto por la vieja furgoneta y, cuando en un par de ocasiones o tres, la directora le habló de su primo, el “Honrado Anthony”, y le comentó sus ofertas en vehículos de ocasión, él siempre le recomendó esperar.
-Yo creo –solía decir-, que podemos tirar un par de años más con lo que tenemos. Seguro que hay cosas más importantes en las que gastar el dinero… Además, para el número de salidas que hacemos…
Por eso, “Torpedo” Mordechai, conducía calle abajo, enganchado al volante como un náufrago que se agarrara al último salvavidas, apretando los labios, acelerando con aprensión y dividiendo su furia entre las dificultades del tráfico –cada vez más escaso conforme se alejaban del centro-, y el secuestrador de traje ridículo que tenía a su derecha… Eran las diez menos cinco. Yo acababa de aterrizar en la oficina número treinta y nueve del Banco Americano. Me dirigía hacia la escuela de primaria de la calle Kant en vuelo rápido y rasante cuando una explosión me obligó a detenerme en aquel lugar. Mientras yo me esmeraba por apagar el fuego y sacar de allí a la gente, el viejo microbús, tan poco acostumbrado ya a este tipo de aventuras, engullía los kilómetros de manera apresurada, quejándose con los derrapes, atragantándose cada vez que Torpedo cambiaba de marcha, y carraspeando antes de volver a coger fuerza con muy poco convencimiento. El camino apenas le daba tregua -era un firme joven y cruel, de una época nueva sin educación ni caridad-, y, a pesar de que en ningún momento superaron las cincuenta millas por hora, los constantes cambios de rasante le obligaban a saltar de continuo, castigando sus artríticos amortiguadores sin piedad, forzándole a aplastar las gomas cuarteadas de los neumáticos en cada giro, enrojeciendo las pastillas de sus desgastados frenos…
-Ten cuidado, imbécil –gritó Ácido enfurecido volviéndose hacia el conductor-. Nos vas a matar a todos…
-Cualquiera que sube a este cacharro sabe que tiene que elegir entre aventura o seguridad –exclamó el señor Leerby con cierta chulería. El ser viejo te hace, a veces, sentirte muy valiente. Notas a la muerte tan de continuo a tu lado, que llegas a tener cierta intimidad con ella, y el que te amenacen con una pistola te impresiona menos… La demencia senil y el cabreo constante por sentir que sabes más pero que puedes hacer mucho menos que cuando no sabías, también ayudan a transformarte en un incauto descarado…
-¡Por Dios, Charles! –susurró su esposa tirándole de la manga de la chaqueta-. Haz el favor…
-¡Sí, anda, abuelo, cierra el pico! No vaya a ser que te lo tengamos que cerrar nosotros –El Hombre del Saco, que se mantenía en pie, en la parte trasera, entre los asientos, en plan timonel, como si de su vigilancia y sus indicaciones dependiera el rumbo de la nave, trató de hacerse el duro reprendiendo al señor Leerby. Pretendía así ganar de paso algún punto ante Ácido, recuperando una pizca del respeto perdido en el atraco… por supuesto no lo logró. El jefe apenas le prestó atención, lo despreció con un gesto, y volvió a mirar al frente…
-Ahora gira por la treinta y tres y toma la autopista –Ácido volvió a dirigirse a Mordechai. Cada vez que hablaba, se pegaba a su cara invadiendo de manera violenta y amenazadora el espacio propio del conductor. Su aliento era extrañamente fétido… A Mordechai le llamó la atención un detalle insólito. En una de las ocasiones en las que el secuestrador le gritó para que tomara un atajo, pequeñas gotas de saliva dorada cayeron sobre el salpicadero y la luna de delante, sembrando, de manera inmediata, la piel sintética y el cristal de úlceras que humearon durante unos segundos. Rápidamente entendió que las pistolas no eran las armas más peligrosas que habían subido al microbús…
-Lo intento, amigo –dijo en tono conciliador. Empezaba a sudar-. Este cacharro es muy viejo, no da para más… Si lo fuerzo demasiado vamos a terminar muertos sobre una cuneta…
-Lleva razón, tío –por fin, Calambre encontró valor para hablar-, no nos interesa mucho ir dando el cante por ahí…
-¿Te vas a cagar otra vez, Calambre? Anda, cierra ya la puta boca, haz algo bueno por la humanidad… ¡Y no vuelvas a contradecirme!
Durante un largo rato nadie se atrevió a hablar. El ambiente tenso entre los secuestrados y los secuestradores se presupone, pero cuando los desacuerdos se dan también en el seno de uno de los bandos, y ese bando es el de los malos, la cosa pinta mucho peor. Si hay tiranteces entre los villanos, la aventura no suele acabar bien casi nunca. Se supone que el cabreo les viene porque su última empresa no ha terminado todo lo bien que debiera, y eso hace que la situación se vuelva tan inestable como un colchón de nitroglicerina. En tales casos no es de extrañar el que alguien pierda los nervios y termine pagando sus frustraciones con algún inocente. Por eso, casi todos los ancianos se miraron sin decir nada y esperaron en silencio, al borde del infarto, a que los ladrones llegaran a su destino y decidieran liberarlos de una vez. Sin embargo, al señor Azarello, sentado justo al lado de Calambre, lo que más le preocupaba era la peste que brotaba de los bajos del secuestrador que se había plantado a su lado. Al principio, a pesar de que caminaba, de que hablaba y se movía y respiraba como cualquier otro ser humano, le pareció que estaba muerto, tal era el perfume que se gastaba, pero en el momento en el que Ácido le gritó de tan mala manera, el señor Azarello comenzó a sospechar que, efectivamente, su captor estaba vivo, pero que se había cagado encima. La cosa comenzó a parecerle peligrosamente graciosa… Haciendo grandes esfuerzos, trató de mantenerse serio por miedo a lo que pudiera ocurrirles, pero la mala suerte quiso que en uno de los bruscos cambios de dirección del microbús, el pastel sobre el que se encontraba sentado Calambre se quejara con un sonido muy extraño. El efecto ventosa provocó un lamento fétido bastante desagradable, y el pobre señor Azarello ya no pudo más. Rompió a reír de manera incontrolada, con carcajadas violentísimas imposibles de dominar. A pesar de que lo intentaba con todas sus fuerzas, no podía controlarse. Todos lo miraban incrédulos y él hacía gestos con las manos, tratando de explicarse, pero sin poder articular palabra. Reía con tal violencia, llorando sin parar, que hasta el señor Goldsmith volvió la cabeza desatendiendo sus deberes al volante durante unos segundos…
-¿Y tú de qué cojones te ríes, hijo de puta? –preguntó muy ofendido Calambre-. ¿Qué mosca te ha picado…?
-Ten cuidado, hijo –dijo el viejo entre carcajadas-, llevas… llevas algo en el culo que protesta…
-Señor Azarello, ¡por Dios! –la enfermera Lawrence consiguió, por fin, superar el terror que la mantenía atornillada al asiento, para reprender al anciano que, con su risa, hacía peligrar el pescuezo de todos los presentes. Levantándose mínimamente y girando el tronco se volvió hacia él, esperando que su autoridad, le hiciera recapacitar-. ¡Haga usted el favor, que no está el tema para mucha guasa…!
Azarello no podía parar de reír, y el problema, lejos de amainar, comenzaba a extenderse a los hermanos Bird y al señor Evangeliopoulos, que ya empezaban a entender y a verle también gracia a la cosa.
-Haz que se callen ya, ¡cojones! –ordenó Ácido-. Va a hacer que nos matemos…
De manera muy violenta, de esa manera tan drástica que resulta de hacer las cosas sin pensarlas demasiado, dejándose llevar por el odio y la vergüenza, Calambre, agarró al señor Azarello, tapándole la cara entera con la mano. Liberó el poder de sus células sólo por un segundo y una terrible descarga eléctrica castigó el cuerpo del anciano, lanzándolo hacia atrás. El pobre hombre cayó sobre el respaldo del asiento, gimiendo con los ojos cerrados, encogido por el dolor. Algunos de los que estaban sentados cerca, llegaron a sentir también el latigazo eléctrico con el que Calambre lo había castigado… Normalmente, una agresión de esa naturaleza habría tenido consecuencias dolorosas, pero de escasa gravedad. Unos minutos después, el señor Azarello se habría recuperado, al menos físicamente, y del ataque de su secuestrador sólo habría quedado un recuerdo pungente, un poso de rencor y un aroma a mierda frita en el ambiente difícil de ignorar. Lo que no sabía Calambre, era que el corazón del viejo, funcionaba desde hacía un par de años gracias al trabajo de un marcapasos Medtronic de última generación, un cacharro tremendamente metódico, que había ordenado las sístoles y las diástoles de su dueño, de manera perfecta, durante los últimos veinte meses, sin olvidarse nunca de hacer su trabajo. Por desgracia, la descarga del hombre eléctrico, provocó un colapso en los transistores que lo hacían trabajar, y por primera vez en tanto tiempo, al diligente dispositivo le faltaron las fuerzas para cumplir con su obligación… El marcapasos y el corazón del Señor Azarello comenzaron a fallecer casi a la misma vez…
-¿Qué pasa? –preguntó Calambre volcando su desprecio sobre el anciano caído-. ¿Ya no te hace gracia la cosa…?
Por supuesto, el señor Azarello no le contestó. Apenas tuvo tiempo para echarse mano al pecho. Con voz ronca avisó de que se moría…
-¡Me duele mucho! –un mareo intenso se apoderó primero de su cabeza y luego de todo su cuerpo. Lo arrastraba lentamente hacia el más allá-. ¡No puedo respirar…!
-Anda abuelo, no exageres –El Hombre del Saco avanzó desde el último asiento, agarrándose en los respaldos, hasta situarse justo detrás de Calambre. Trataba de disimular su miedo subiendo el tono de voz.
-¡Este bastardo que chorrea mierda me ha matado! –fueron las últimas palabras que pronunció el desdichado Señor Azarello, antes de zambullirse en la oscuridad, perdiendo el sentido…
Inmediatamente los acontecimientos tomaron un cariz muy distinto. Lo que había sido una especie de aventura se convirtió de repente en una broma de muy mal gusto, que ya a nadie hacía gracia. Como si se hubieran puesto de acuerdo para actuar simultáneamente, Mordechai, la señora Lawrence y el señor Leerby, formaron una especie de rebelión improvisada en la que cada uno actuó según su naturaleza: Torpedo pisó el freno a fondo haciendo que el microbús se detuviera en seco, obligándolos a todos a agarrarse con fuerza para no caer. La enfermera se abalanzó sobre el asiento del anciano señor Azarello, apartando con desprecio a Calambre de su camino como si no le importara en absoluto que aquel salvaje pudiera freírlos a todos con un solo gesto de su mano, amonestándole por la torpeza que acababa de cometer, y recriminándole con ojos ígneos su falta de cabeza. Leerby empujado por el resorte de la responsabilidad, se puso en pie frente a Calambre, muy serio y se limitó a hablarle con una voz demasiado tranquila, teniendo en cuenta la situación.
-Mira hijo –dijo-, creo que estáis cometiendo un error muy grave y no os dais cuenta…
-¡Anda el abuelo! –se pavoneó Calambre-. ¡Qué valiente!
-Escúchadme –poco a poco la respiración del señor Azarello fue cambiando hasta transformarse en un ronquido desigual cada vez más débil. Los esfuerzos de la enfermera por recuperarlo eran totalmente inútiles-. Ahora estáis a tiempo de dejarlo, antes de que la cosa se os vaya de las manos. Dejadlo ya, bajaros aquí y así nosotros podremos llevar a este hombre a un hospital, será mejor para todos…
-¡Vaya! –dijo Ácido sonriendo cínicamente-. Si tenemos un puto motín entre los abueletes… ¡Tú, arranca! –se giró hacia el conductor, escupió sobre la ventanilla y un hueco casi inmediato de bordes derretidos apareció en el cristal. Mucho antes de que dejara de crecer y de humear, Mordechai Goldsmith ya había comprendido el mensaje. Con mano temblorosa, metió la primera y reanudó la marcha, mucho más pendiente de lo que ocurría dentro que de lo que ocurría fuera del microbús. Se sintió un traidor al acelerar-. Vamos a ver si me explico con claridad –continuó Ácido-. Esto no es un viaje de placer. Vosotros, vejestorios, no sois más que nuestro salvoconducto para escapar, y si alguien más se pone chulo, os aseguro que me voy a poner muy borde con él… ¡Venga, a disolverse!
-Hay que llevar a este hombre a un hospital inmediatamente –apremió la enfermera Lawrence.
-¡Nos falta muy poco para llegar! –gritó Ácido-. Portaos bien durante un rato y nosotros nos iremos y os dejaremos en paz… Dadme un solo problema más y yo mismo acabaré con el sufrimiento de este malnacido –señaló al caído señor Azarello-. Y luego iréis los demás…
Eran las diez en punto. Mientras el señor Azarello, inventor con más de cincuenta patentes a su nombre, se alejaba lentamente de este mundo de miserias, yo emprendía el vuelo, de nuevo, tomando rumbo hacia la escuela de primaria de la calle Kant. Un mutante llamado Don Nadie había amenazado con matar a los alumnos de uno en uno si el alcalde no atendía sus demandas. Curiosamente, el escurridizo secuestrador procedió a esfumarse del lugar, en el mismo momento en el que Mike Rata y yo entramos por la puerta. Se olvidó de repente de todas sus peticiones y procedió a hacer mutis por el foro de la manera más cobarde. Por suerte para nosotros y para desgracia suya, a pesar de que se volvía intangible y podía haber huido por cualquier sitio, atravesando una ventana sin romperla, o ascendiendo hacia las nubes liberado de su propio peso, o sumergiéndose en el subsuelo, optó por caminar, en línea recta, hacia la salida de servicio. Allí lo esperaba Tozeur, jugueteando con su bastón… Cuando nos lo entregó –metido en una botella de cristal atlante-, el mutante estaba tan aterrado que habría cantado sin necesidad de que le preguntásemos. El pobre muchacho aprendió una lección aquel día: que la vida fácil, puede fácilmente complicarte la vida, y en pago por la enseñanza nos dio todos los detalles sobre el plan de Ácido.
A las diez y cinco llegamos al Banco Nacional, a la oficina de la calle Jules Verne. James Stoddard y sus chicos estaban ya allí, habían acordonando la zona y se esmeraban interrogando a los testigos y tomando huellas. Calculo que más o menos en el momento en el que entramos por la puerta, “Torpedo” Mordechai tomó la autopista, dejando a su derecha el telón de fondo de la gran ciudad en la que habían comenzado a interpretar su tragedia particular. Todos callaban, hasta el ruido del motor parecía haber desaparecido y el silencio sólo se rompía, de vez en cuando, con algún susurro furtivo.
-Ahora, cuando yo te diga –ordenó Ácido-, estate atento. Vamos a tomar una salida…
-¿La siguiente? –preguntó de mala gana Mordechai Goldsmith.
-No, la que viene después. Nos queda todavía un tramo, pero no te despistes.
-Vamos flojos de gasoil –afirmó secamente Mordechai.
En ese momento, el vehículo ya había quedado dividido en tres secciones, perfectamente diferenciadas aunque no hubiera mamparas ni señales de ningún tipo que las limitasen. En la parte delantera Mordechai conducía, Ácido daba órdenes erigiéndose en brújula del destino de todos y el señor Long se mantenía muy firme, resentido por lo ocurrido con su compañero y por haber sido relegado a la segunda fila de butacas. Detrás de ellos, la enfermera Lawrence y el cuerpo vencido, todavía caliente, del señor Azarello, compartían asiento. Un segundo tercio, en realidad el bloque de los pasajeros, estaba formado por los señores Leerby, todavía más juntos que de costumbre, pegados por las manos como siameses extraños, Evelyn Koike, ya por entonces incapaz de apartar la mirada del asesino de su compañero en tantas partidas de bridge, el señor Evangeliopoulos, cuyo humor había quedado fatalmente teñido de negro, y los hermanos Bird, Alan y Kurt. Todos ellos eran vigilados por Calambre y la mierda tostada que permanecía pegada a su culo. El tercer grupo de personajes, en apariencia a continuación, pero de hecho alejado del resto por una única fila de asientos vacíos que los incomunicaban casi totalmente, lo formaban El Hombre del Saco, a esa altura de la película ya el “Asustado Niño del Saco”, Gastón Zorn y el Conde.
-¿Sabes? El señor Leerby lleva razón –Gastón susurró-, se os acaban las oportunidades, chico. Lo del señor Azarello ha estado muy feo…
-¿Qué dices abuelo? –El Hombre del saco no se atrevió a levantar la voz por miedo a que el incidente de antes, de Calambre con aquel viejo, se repitiera allí atrás, a su lado-. ¡Haz el favor de cerrar la boca, anda…!
-Digo que tú todavía tienes una oportunidad, no pareces mala persona. No eres como esos dos idiotas…
El secuestrador no dijo nada. Miró a aquel anciano y una sensación de terror absoluto se apoderó de su alma. Jamás llegaría a describir exactamente lo que notó, qué fue lo que causó ese desasosiego tan mareante en su interior, pero de cualquier manera, la poca fuerza de voluntad que le quedaba, sus restos últimos de convicción, quedaron disueltos en la mirada de Gastón Zorn. El viejo giró la cabeza para encararse con él, y no dijo nada más, solamente hizo un gesto, señalando de reojo hacia los asientos delanteros. Con ello dejó escapar un destello de sabiduría, de superioridad, tan abrumador, que el muchacho del zurrón mágico estuvo a punto de acompañar a Calambre, cagándose también en los calzoncillos.
-Bien, señores –Ácido se volvió para explicar sus planes a los presentes-. Vamos a tomar una carretera secundaria muy cerca de aquí. A unas diez millas hay una gasolinera. Pararemos un momento para repostar allí. Será un minuto. Nadie bajará del vehículo sin que yo se lo diga, y, a menos que quieran acabar como su amigo el risitas, nadie despegará el pico. Permaneceremos sentados como una familia feliz y, si todo transcurre con normalidad, luego continuaremos viaje, sólo un par de millas más, hasta llegar a nuestro destino. Tardaremos poco si no hay contratiempos. Una vez hayamos llegado al sitio del que hablo, nosotros nos bajaremos y ustedes podrán proseguir su excursión por su cuenta… ¿está claro?
Nadie contestó. Eran las diez y diez. La vida del señor Azarello se derretía lentamente. A esa hora, muy lejos de allí, yo trataba de buscar un testigo que me indicara hacia dónde habían huido los secuestradores y qué vehículo habían usado. Fue inútil, los que estaban dentro del banco se dividían también en tres grupos: el primero era el de los electrocutados y los inconscientes – el Rey Tantor, un par de guardias o tres, un hombre de traje gris y corbata, dos cajeros y el interventor-, el segundo era el de los que habían sido obligados a tirarse al suelo, que permanecieron con la nariz a ras de tierra durante más de un cuarto de hora y que, lógicamente, no fueron capaces de ver mucho, y el tercer grupo, el menos numeroso de todos, lo formaba un solo individuo, el muerto, Yuyu. La verdad era que la historia de Don Nadie parecía cierta, pero el hecho de que los ladrones hubieran abandonado su propio vehículo en la puerta y se hubieran esfumado sin dejar rastro, nos despistó un poco a todos al principio.
-Si dices que en el grupo no había un transportador, la cosa es sencilla. Por algún motivo, en el último momento decidieron dejar el camión y coger otro medio de transporte…
-¿Y por qué crees que hicieron eso, Mike?
-¡Rehenes! –ladró Stoddard desde el otro lado de la sala en su tono habitual-. Es evidente, Capitán. Ese Ácido ha encontrado un vehículo rápido, posiblemente conducido por una bella y estúpida señorita o por un pacífico padre de familia, se ha montado con él y ha salido pitando…
-Eran tres –añadí.
-Bueno, pues entonces habrán tomado una furgoneta o un autobús… o tres coches diferentes.
-¿Nos ponemos a buscar?
-Como queráis, pero intentad ser discretos. Si efectivamente han cogido rehenes, lo más probable es que los suelten en cuanto se encuentren a salvo. La cosa será muy diferente si os ven asomar el morro… Estén donde estén, el tema se complicará.
A las diez y cuarto, Mike Rata, me llamó un momento y me señaló una gota de color parduzco que habría pasado inadvertida para cualquier otro. Por suerte, Mike había sido bendecido por el Dios de los mutantes con un olfato agudísimo, prodigiosamente afinado.
-¿Sabes qué es eso, Capitán? –me preguntó.
-No, tú dirás…
-Pues resulta que es auténtico barro inglés…
-¿Barro inglés…? –yo nunca había oído hablar de ese tipo de barro ni entendía la relación que podía tener con el caso.
-Exactamente –prosiguió-, barro inglés. Una extraña materia… que parece mierda y lo es…
De no haber sido por lo grotesco de la situación, por el cadáver y todo lo demás, he de reconocerlo, me habría echado a reír. Mike era un enano zafio con una capa de pelo gris que le cubría casi todo el cuerpo y una cola prensil de casi dos metros, pero tenía mucha gracia a veces. Quizás por su afinidad con los roedores que le habían prestado el nombre, su especialidad era lo sucio, lo más grosero y maloliente. En el momento más inoportuno e inesperado, conseguía arrancarnos una sonrisa aludiendo a una flatulencia improcedente o a una diarrea folclórica…
-Por favor, Mike, no seas marrano… ahora no es el momento.
-¡Que te digo que es mierda, tío! Mi olfato no falla nunca, en estos casos menos –en realidad parecía que hablaba en serio-. Verás, es curioso, pero estoy seguro de que el muerto se cagó encima. Lo olí cuando se lo llevaron. Pasó al retrete poco antes de morir, de eso también estoy seguro, y creo que este rastro de aquí no es suyo… Mira –señaló una procesión de goterones marrones que avanzaba hacia la puerta, orientando nuestra búsqueda-. Algo extraño ocurrió. Algunos de los rehenes se hicieron también sus necesidades encima, pero el tío que estaba aquí no era uno de ellos…
-Quieres decir que uno de los ladrones ha dejado un rastro de mierda y que puedes seguirlo…
-Más o menos –Mike avanzó olisqueando el suelo hasta la puerta como un sabueso-. Ven –me dijo-, salieron por aquí… Llegaron hasta la acera y en aquel punto montaron en un autobús o en algo parecido… Aquí pierdo el rastro de la mierda, pero quizás pueda seguir el del vehículo, pierde aceite y es muy viejo, el tubo de escape desprende un olor muy especial…
A las diez y veinte, Mike Rata y yo comenzamos a seguir el rastro del microbús de la residencia W. Eisner King para la tercera edad, sin demasiada convicción por mi parte. Él avanzaba dando saltos a ras de suelo, yendo de una acera a otra como loco y haciéndome indicaciones con las manos para que lo siguiera. Yo me había alzado sobre los edificios para tener una mejor perspectiva de las calles, por si acaso. A las diez y veintitrés minutos, los ancianos y sus captores llegaron a la estación de servicio de Oliver Norton para repostar. Calambre pidió permiso para bajar y Ácido se lo concedió.
-Anda, sí, pasa al retrete y límpiate el culo, que nos vas a asfixiar a todos –le espetó sin ningún disimulo, mofándose de él delante de todo el mundo-, pero date prisa o te dejamos aquí. Yo voy a acompañar al señor Mordechai a pagar, no vaya a ser que se le ocurra hacer alguna tontería –dijo inmediatamente después, volviéndose hacia El Hombre del Saco-. Tú, chaval, vigila a las momias un momento y no dudes en pegarles un tiro si ves que alguno se pone tonto…
Así el muchacho con la camiseta de los Rolling se quedó sólo, acompañado por aquel grupo de ancianos tan variopinto. Para entonces, una sensación de urgencia extrañísima se había apoderado ya totalmente de su ánimo. Si seguía allí, fingiendo, haciéndose el valiente, era únicamente por el miedo que le tenía a su jefe. Sabía que en el mismo momento en el que lo viera dudar, lo mataría. Se veía ya con un agujero en el estómago y la cara deshecha como el pobre Yuyu, tirado en una cuneta perdida del camino…
-No sabéis dónde os habéis metido -volvió a susurrar Gastón Zorn.
-¡Callate, haz el favor! Vas a hacer que nos maten a los dos.
-Me llamo Gastón Zorn –continuó- y aunque mi vida ha sido, quizás, la más vulgar de todas las vidas de los presentes que nos acompañan, te aseguro que ha sido una aventura bastante singular. Aunque no te lo mereces, voy a hacerte un favor. Voy a ponerte al día sobre el currículum de mis compañeros –se detuvo un momento haciendo una pausa dramática. Era extraño que un rostro tan inexpresivo pudiera sugerir tantas cosas-. Verás, ese hombre de ahí que está tan cerca de convertirse en un cadáver, ese montón de carne arruinada, ése al que habréis asesinado de una manera vil y gratuita si no nos damos prisa para evitarlo, es Ismael Azarello, inventor retirado con más de cincuenta patentes a su cargo, entre ellas, la del cerebro sintético del Hombre Final, la del desintegrador de plasma con base de tracktum del Erradicador Negro y la del levitador maniobrable autodirigido usado por el Fantasma de las Navidades Pasadas, por nombrar algunas. Como estoy seguro de que su nombre real no te dirá nada, lo llamaremos por el apodo que usaba antes de jubilarse. Habéis estado a punto de matar de un calambrazo al Doctor Azar –definitivamente, el señor Zorn, acababa de ganarse la atención de su captor. El muchacho lo miraba ojiplático, sin atreverse a replicar-. Ése otro –continuó-, ese gordo apático, es Jack Long, El Bibliotecario. Acumula en su cerebro el saber de todas las bibliotecas que ha visitado, y te aseguro que ha estado en algunas muy sorprendentes. Muchas de ellas no están ni siquiera en este mundo… Conoce todas las maneras de matar a un hombre que han sido relatadas en libros de cualquier época. El de ahí –miró al otro lado del pasillo, sin apartar la vista de la misma fila- , el señor Leerby, fue un villano muy famoso. No sé si habrás oído hablar de él, se hacía llamar Mister Misterio, y estuvo riéndose de los héroes de este país durante muchos años –el Señor Leerby se volvió sonriendo y lo saludó cucándole un ojo-. Mordechai y la enfermera Lawrence no tienen poderes, pero tampoco deberías subestimarlos, dicen que nuestro conductor mató a Kenedy, a Hitler y a Martin Luther King… No me extrañaría que hubiera matado a Atila y a Julio César también… Evelyn Koike, esa ancianita honorable sentada frente a nosotros, fue la esposa del primer Maestro de Espadas. Es una asesina mortal, y aunque ya no puede levantar la pierna como antes y se mueve mucho más lentamente que en su juventud, podría quitarte la vida de mil maneras diferentes, con esas agujas de tricotar o con la horquilla del pelo. Aprendió mucho de su marido. Los dos de este lado –señaló a los hermanos Bird-, son, en realidad, dos manifestaciones de un mismo ser, el mutante alienígena Mitosistema. Ya sólo quedan ellos dos de una familia que fue muy numerosa en su momento. Te sorprendería lo que son capaces de hacer con sus cuerpos, son prácticamente invulnerables al daño físico. Del señor Evangeliopoulos, apodado el Sátiro, sólo te diré que fue miembro fundador del Olimpo Oscuro y que derrotó a Aquiles el Invencible con un solo golpe. Ahí donde lo ves, con su metro y medio… Yo, ya te lo he dicho, me llamo Gastón Zorn y no soy más que un humilde sirviente. Desde hace muchos años, sirvo a mi amo, el Conde Vlad Ceauşescu. Evidentemente ese no es su nombre auténtico, el suyo es mucho más elegante y conocido.
–Buenos días, señor -dijo el conde bajando un momento las lentes que protegían sus ojos y sonriendo malévolamente-. Mi apellido real es Drakul, hijo, que, por si no lo sabe, quiere decir dragón… Otros lo traducen como demonio.
-Mira, estos caballeros están jubilados, han pedido perdón por los delitos que cometieron en el pasado. Los que vendieron su alma al diablo la han recuperado pagando un alto precio, y no desean estropearlo todo al final; creo que hablo en nombre de la mayoría si digo que no tienen ganas de más líos –Zorn zangoloteó con la cabeza-, pero, ha de tener usted una cosa clara, si se les enfada demasiado, puede ser que, durante un rato, se diviertan recordando los buenos tiempos… Lo del señor Azarello ya ha ido demasiado lejos, y alguien tendrá que pagarlo, así que, compórtese con inteligencia y no sea usted…
-¡Nos vamos! –gritó Ácido, que acababa de subir al microbús escoltando a Mordehai. Con la panza llena el viejo cacharro estaba listo para reemprender viaje.
-Falta Calambre –advirtió el Hombre del Saco sin apartar la vista de Zorn. Era como si aquel viejo deslucido lo hubiera hipnotizado con sus palabras. Se sintió como un conejo encerrado en una cesta de boas…
A las diez y veinticinco, el señor Azarello comenzó a morirse realmente. A esa hora exactamente, yo volaba sobre la autopista, siguiendo a Mike Rata. Mi amigo, el Señor de los roedores, saltaba de vehículo en vehículo, del capó de un coche al remolque de un camión, de nuevo a un utilitario que quedaba abollado, y otra vez a un camión, a una furgoneta o a otro autobús, repitiendo el proceso mil veces sin fallar ni una, como si hubiera entrenado ese mismo recorrido, con esas mismas paradas exactas, durante años. En una ocasión, aterrizó sobre el techo de un coche de policía, se tomó un respiro allí para asegurarse de no perder el rastro, olfateó a uno y otro lado, y luego siguió adelante tras saludar a uno de los agentes. Gustándose en cada nueva pirueta, usaba la cola, las manos, los pies e incluso en alguna ocasión los dientes, para asegurarse un nuevo punto de apoyo, desde el que catapultarse hacia adelante. Era increíble verlo progresar así, en zigzag, apoyándose en la velocidad de aquella marea de automóviles para avanzar mucho más rápido que ellos. Yo calculo que el microbús de la residencia W. Eisner King arrancó, dejando atrás la gasolinera, en el mismo momento en el que nosotros abandonamos la autopista desviándonos hacia la derecha. Calambre regresó poco antes. Por los testimonios del dueño y por lo comentado por un par de testigos, sabemos que la dinamo humana, entró en el servicio vestido de supervillano hortera, y salió de él con un pantalón gris dos tallas menor de lo que hubiera sido mínimamente elegante, manteniendo sólo el casco japonés de su uniforme, pieza fundamental para salvaguardar su identidad secreta. Del tipo que entró justo antes que él al baño y que le prestó la mitad de su nuevo vestuario, seguramente un viajante mucho más pequeño que Calambre, no supimos nada y, por tanto, los detalles exactos del robo son desconocidos. El caso es que, por fin, en el retrete del la estación de servicio del señor Oliver Norton, pudo limpiarse el culo. Imagino que agradecería los calzoncillos usados de aquel incauto, como un beduino perdido en el desierto habría agradecido una botella de limonada fresca…
-Este hombre está muy mal –informó la enfermera Lawrence en voz alta-. Si no lo llevamos ahora mismo a un médico…
-¡Cállate zorra! –Ácido gritó volviéndose hacia los pasajeros. Su cara era un mapa en el que todos los caminos conducían a dos pozos de locura: sus ojos. Cada vez, viendo la salvación tan cerca, estaba más nervioso. Sudaba y no paraba de mirar a los retrovisores, inquieto ante la imagen que pudiera aparecer en ellos: nuestra imagen-. Ya he dicho que estamos llegando…
-¡No lo entiendes, animal! –la mujer se enfrentó a él de manera muy valiente-. Os estoy diciendo que se muere…
-¿Animal? –moviéndose apresuradamente, como un perro rabioso, Ácido se fue hacia ella pistola en mano. Se había agotado su paciencia, pensaba que era el momento de dar una lección-. Vas a ver, vieja loca, lo que es ser un animal –la agarró por los pelos y tirando del moño hacia sí, la derribó a sus pies-. Os he avisado ya demasiadas veces…
Lo que ocurrió entonces, la verdadera historia que no salió en los periódicos, ha sido un misterio durante muchos años. Sólo dos o tres personas -Mike, Stoddard, un par de detectives, quizás el Cazador Escarlata y yo-, conocemos a grandes rasgos lo que pasó realmente. La composición de lugar que me hago, resulta de pegar con el engrudo de mi propia imaginación, retales de conversaciones, confidencias susurradas, análisis químicos, y dos o tres páginas medio quemadas, del diario del señor Leerby, escritas con mano temblorosa, que alguien encontró entre sus cosas el día de su entierro. Al parecer, Ácido se fue hacia atrás, hacia la fila de asientos en la que el señor Azarello agonizaba y la emprendió a golpes con la pobre mujer. Aunque “Torpedo” Mordechai frenó en seco y todo en aquel pequeño universo rodante se tambaleó, el villano no dejó de patearla. Pretendía darle una buena paliza para después matarla. Sin embargo, las cosas no salieron como él esperaba. Desde luego, que el Señor Leerby se levantara y con sus noventa años cumplidos le hiciera cara, no era algo que él hubiera creído siquiera posible, y sin embargo así ocurrió. Un puñetazo del viejo lo obligó a retroceder sólo un momento. En ese instante él hubiera deseado que Calambre se lo quitara de encima con una descarga o pegando un par de tiros, pero nada de eso ocurrió. Con un movimiento felino impropio de una señora de su edad, Evelyn Koike se transformó en un rayo humano, golpeando con el bolso la cabeza del idiota de Calambre. Aquel casco suyo tan llamativo de factura japonesa, le impedía también ver con claridad a los lados, detalle importante que, unido a su propia miopía, su gran secreto oculto, fueron los dos elementos desencadenantes de su desgracia. No sé si fue por casualidad o no –me extraña que fuera así, visto lo visto-, pero resultó que el muy desgraciado fue a caer justo sobre una de las agujas de tricotar de la anciana. El señor Evangeliopoulos la había colocado con la punta hacia arriba, entre los asientos, de manera que cuando Calambre notó el agudo dolor atravesando su pierna, calando hasta el tuétano, ya era demasiado tarde. Los nervios de su espalda quedaron terriblemente dañados y su pierna izquierda se convirtió en corcho, ya no volvió a sentirla jamás. Curiosamente, aquel pequeño detalle provocó también un efecto secundario muy chocante: una terrible descarga eléctrica involuntaria con la que el mutante agotó temporalmente su poder. La corriente se derramó a través de la aguja, hasta el chasis del vehículo, distribuyéndose de manera equitativa entre los presentes. Los hermanos Bird, al parecer menos afectados que los demás por el ataque eléctrico, aprovecharon ese momento para agarrar por las muñecas a Calambre y arrebatarle el arma.
Los viejos regresaron de aquel paseo momentáneo por el universo del dolor preparándose para una pelea que no se produjo. Cuando los efectos del latigazo eléctrico les permitieron recuperarse y volver a ser ellos, se encontraron con que todos sus problemas se habían resuelto de golpe, desterrados de un plumazo a un universo alternativo de bolsillo. Ácido seguía allí –al menos una parte de él-, pero su cabeza había desaparecido en el interior de la bolsa mística del Hombre del Saco. Permanecía en pie, rígido, con la enorme pistola todavía en la mano, temblando como si para él la descarga no hubiera cesado, contrayendo y aflojando los músculos de todo su cuerpo de manera caótica. Dividido entre dos dimensiones, su cabeza, sus ojos, sus oídos y su escasa inteligencia, se asomaban al infierno, y no tenía ni brazos, ni piernas con las que enfrentarse a aquel horror, seguían aquí.
-Por favor, muchacho –dijo el señor Conde-. Haz algo con ese desgraciado… Verlo sufrir así me pone los pelos de punta.
El Hombre del Saco abandonó el trance en el que su último acto de rebeldía lo había sumido. Sin acabar de creerse lo que había hecho, asintió, y tiró del bolso hacia abajo. El mejor truco en un concurso de prestidigitadores no habría producido un efecto tan sobrecogedor en los espectadores. La bolsa fue engullendo totalmente el cuerpo de Ácido, hasta que del secuestrador de la saliva corrosiva no quedó más que un recuerdo desagradable. Desapareció para siempre en un universo infernal más acorde con sus merecimientos que este mundo real nuestro…
-Tú quedas perdonado –dijo hieráticamente Vlad Ceauşescu mirando con displicencia al Hombre del Saco-. Vete corriendo y aprende de lo que te ha ocurrido hoy… En cuanto a ti –se incorporó y extendiendo un sarmentoso dedo índice señaló con desprecio a Calambre-, por caballerosidad, te concedo un margen de tiempo para que huyas. Hasta que las tinieblas no cubran el mundo, no serás perseguido… si logras sobrevivir a esta noche, serás perdonado también…
Cuando yo llegué al lugar –en la gasolinera no tuve más que ascender y echar un vistazo para localizar a lo lejos el pequeño microbús parado en un cruce de caminos-, todo había terminado. Los ancianos agradecieron nuestra llegada sin dramatizar demasiado, me rogaron que volase hasta el hospital más cercano con el señor Azarello y fingieron no saber mucho de ladrones ni de secuestros cuando les pregunté.
-Entonces –pregunté extrañado-, ¿no saben ustedes nada de los ladrones del banco de la calle Verne?
-¿Ladrones? ¿Qué ladrones?
-Nosotros bastante hemos tenido con lo del señor Azarello, que casi se nos muere… Por cierto, señor Meteoro ¿sabe usted cómo va la cosa?
-Bien, va bien –contesté extrañado-. Le están colocando otro marcapasos… Saldrá de esta.
-Oye –dijo el señor Long haciéndose el tonto-, a lo mejor, el Capitán se refiere a esos muchachos tan simpáticos que cogimos en la puerta del teatro… Parecían muy buenos chicos, ya ve usted. Se bajaron en la gasolinera…
La verdad es que nos habríamos creído la historia de aquellos ancianos de no ser por unos cuantos detalles extraños. De no habernos fijado bien, esa versión azucarada que apareció en los diarios que contaba cómo los tres villanos habían viajado en un microbús plagado de jubilados hasta dar esquinazo a la policía, habría quedado como la versión oficial en nuestras mentes también. Sin embargo, algunas pistas nos indicaban que todo había ocurrido de otra manera. Los primeros indicios de fraude en la explicación de los jubilados, los halló Mike en la vieja furgoneta. Un orificio de sección circular en la ventanilla del conductor indicaba que una sustancia altamente corrosiva había fundido el cristal, mierda, restos de mierda reseca en los asientos y en el suelo y sangre, demasiado abundante como para tratarse de un reventón de narices como ellos contaron. Luego llegaron los testigos en la gasolinera y en la autopista… Y a la mañana siguiente nos encontramos con una sorpresa muy desagradable que terminó de derrumbar el castillo de mentira de aquellos ancianos pacíficos: era un cuerpo, un cadáver encontrado muy cerca del lugar en el que localizamos el microbús. Un hombre joven, no demasiado en forma, vestido con un traje marrón y ataviado con un casco extrañísimo. Tenía una herida punzante en la base de la espalda y restos de mierda en unos calzoncillos que no eran de su talla. Se había arrastrado hasta el río huyendo de algo, pero, por lo visto, su perseguidor había conseguido darle caza. Ponía los pelos de punta el verlo, con las piernas contraídas y las manos convertidas en dos garras que no le valieron para defenderse, los dedos tan crispados. Miraba al más allá, con una expresión de terror que recordaré siempre. Su piel era pergamino, nunca he visto a nadie tan pálido… La autopsia nos reveló una última sorpresa final. Había muerto desangrado. Tenía una mordedura terrible en el cuello, a la altura de la yugular, que los médicos atribuyeron a un perro salvaje…
En aquel momento ya estuve seguro de que aquellos carcamales no nos habían contado toda la verdad…
-Ha sido una gran historia – masculló el señor Evangeliopoulos de camino a la cafetería del hospital. Pude escucharlo sin que él se diera cuenta, hablaba muy cerca del oído de su compañero, Gastón Zorn, acompañando sus palabras con pequeños codazos de complicidad-. ¡Nada menos que miembro fundador del Olimpo Negro…! Leerby, Mister Misterio, y el Conde Vlad, un Drakul…
-Por favor –le reprendió el Conde-, señor Evangeliopoulos… No sea usted indiscreto. Le rogaría que no utilizara el apellido de mi familia en público. Le tengo mucho aprecio, pero me ha traído también muchos quebraderos de cabeza. Gasté una fortuna para cambiármelo…
-¿De verdad mató usted a Hitler, señor Mordechai? –volvió a preguntar el señor Evangeliopoulos.
-No, señor. Se me adelantó la enfermera Lawrence… Nunca la perdonaré por eso –los viejos se echaron a reír.
¿He dicho que los malos eran cinco…? Bueno, más o menos.
¡GRACIAS A TODOS POR ESTAR SIEMPRE AHÍ!
Qué rapidez!!! Ayer teníamos la primera parte y hoy ya hemos terminado con el segundo volumen. Con el divertídisimo final, Fideu, has cerrado un volumen espectacular: el fin del mundo, amor, risas… Sólo espero que el año que viene nos traiga más aventuras de Meteoro, Wild, Tozeur… Gracias a ti por compartir estas aventuras con nosotros.
Un abrazo y Feliz Año para todos!!!
Pues sí; un volumen mucho más oscuro que el anterior (mención especial para la soberbia Tunguska, Las Vegas) y que, sin embargo, acaba como aquel con una gran dosis de optimismo. Divertidísimas las aventuras de estos abueletes y como decía, deudoras de una de las mejores películas de la Ealing, sí señor.
¡Un abrazo, José Antonio, y hasta el año que viene! ¡Esperamos impacientes nuevas aventuras de Meteoro!
Wow… Nunca mas vuelvo a visitar a los ancianos en un asilo!!!! xP
Gracias por el genial paseo…
Hasta la proxima temporada Fideu!!!
Como sabremos que habra proxima temporada?
Porque sonara mas alla de los confines de este universo…
¡Khaboooom!
Y la historia volvera a empezar…
Por cierto, recien me doy cuenta lo genial que eres, Fideu…
Porque ya sabiamos que
Leerby era Mister Misterio desde https://www.zonanegativa.com/?p=7415
🙂
¿Qué puedo decir?
Daros las gracias una vez más quizás sea repetirme, pero no me queda otra…
He de reconocer que, a pesar del esfuerzo que ha supuesto el escribir esta segunda temporada, ha merecido la pena. Me siento feliz por haber podido contar las aventuras de Meteoro y sus amigos, metiéndome en la piel de un superhéroe y con total libertad creativa… Es como si hubiera dispuesto de una editorial para mí sólo…
Mi idea, es seguir escribiendo estas historias durante lo que me queda de vida (espero que sean muuuuuchos años), aunque no puedo asegurar si mis obligaciones me permitirán hacerlo al ritmo al que lo he venido haciendo, y tampoco quiero aburrir a nadie… De cualquier manera, ya digo, seguro que habrá más Meteoro, porque he disfrutado tanto en estas citas de los martes que creo que me he vuelto adicto.
Y con respecto a vosotros, mis lectores fieles (ahora más escasos, pero no por eso menos valiosos), he de decir que también formáis ya parte de mi historia personal y de la de Meteoro. Como he dicho en muchas ocasiones, sois mi Guardia Solar. Vuestros comentarios nos han dado fuerza (al Capitán y a mí), nos han animado a seguir… En resumen, que sois cojonudos y espero seguir viéndome con vosotros antes o después, aquí o donde sea…
En realidad, Tozeur, Conan Wild, la Exclamación y demás, de existir, se parecerían mucho a vosotros…
Dos notas: Ahora que lo dices, José, es cierto el paraleismo entre esta saga y «El Quinteto…», incluso coincide el número de los «malos». Por supuesto he visto la peli y seguro que un poso quedó en mi memoria, pero en ningún momento, hasta que me lo has recordado, he pensado en ella… Yo que pensaba que estaba siendo tan original… Está ya todo inventado!!! Ojalá mi relato se acerque a una décima parte de lo bueno que tenía esa joya del cine.
Mickel: Eres un lector atento. Efectivamente, quería volver a sacar a Mister Misterio… Me gustaba el personaje y quería poner optimismo en sus últimos años de vida. Seguro que sigue arreglando grifos en el asilo de W. Eisner King. No me imagino como será una partida de póker entre los internos… Seguro que dá para otro relato…
Bueno, lo dicho. nos quedan muchas aventuras por vivir: invasiones atlantes, alguna guerra intergaláctica, y un montón de conversaciones en la azotea de S-S… Ojalá pronto pueda presentároslas…
Khaboooom!!!!
No quería que comenzara el 2010 sin desearos lo mejor… y sobre todo que no nos falte Meteoro…
Me ha encantado esta última saga…
Feliz 2010!!!
Un abrazo
Genial!!! Junto con el Museo de las Maravillas, es uno de mis favoritos. Me parece divertida y los supervillanos son unos abueletes encantadores… aunque un poco peligrosos. Me iamgino de lo que serían capaces con una dentadura postiza usada, un transistor viejo, un bastón, un video beta roto y una silla de ruedas… Serían capaces de crear el robot asesino jubilado definitivo… por lo menos.
Un abrazo y feliz año a todos los amigos de Meteoro…
Espero ansiosa nuevas aventuras. No me imagino los martes sin echar un vuelo con Meteoro….
Me ha gustado mucho la parte final de la historia, muy divertida. Enhorabuena!!! sigue así.
Feliz año!!!