Cary Bates, cómo salir de la “Crisis” de los 40

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Hacía tiempo que, gracias al repaso de las carreras de, especialmente, Ostrander y, por supuesto, Kupperberg en DC, habíamos prácticamente cubierto la parte gubernamental de dicho universo editorial tras las Crisis (o dicho de otro modo, los participantes en aquel evento llamado La Directriz Jano). Pero nos quedaba un departamento en particular enfocado en un superhéroe muy especial y, para pagar esa pequeña deuda con vosotros, vamos a repasar la carrera de uno de los autores más prolíficos e imaginativos de DC. Hablamos, está claro, del Capitán Atom del gran Cary Bates.

Cary Bates, un hombre de la casa

El futuro guionista nació en 1948 en Pensilvania (EEUU), y ya desde su tierna adolescencia empezó a mandar ideas de portadas para DC ¿De qué hablamos? pues que en aquella DC de los 60, en plena Edad de Plata de Weisinger y Schwartz, la portada lo era todo y hasta los propios guionistas tenían que amoldarse a aquellas ideas locas de la cubierta del cómic, incluso si éstas venían de cartas enviadas por los fans.

Éstas eran en su mayoría toscos dibujos del concepto sugerido. De hecho, el joven Cary quería ser dibujante y copiada posturas de otros comics para adaptarlas a la imagen que quería mandar. Pero con el tiempo se dio cuenta que su verdadera habilidad no estaba en el lápiz, si no en esas ideas fantásticas que le surcaban la mente cada vez que quería empezar un nuevo dibujo. Cual fábrica de “What if…”, Bates seguirá produciendo a lo largo de su carrera cientos de ideas geniales: ¿Y si Luthor y Brainiac se aliaran? ¿Y si Superman fuera criado por los Wayne? ¿Y el mundo real fuera parte del multiverso? ¿Y si Kal El hubiera llegado a la tierra con sus padres?…

Bates
Portadaca

A los 17 añitos consigue que le publiquen la primera portada (Superman #167), y no sólo le pagan 10$ sino que recibe el ejemplar con el maravilloso original de Swan (que no puede ser más kitsch), lo cual le impulsa a seguir enviando con relativo éxito. Hasta que Weisinger termina contratándole un año después para que sea él mismo el que desarrolle sus bizarradas. La primera de ellas, el Superboy #120, en abril de 1965. Le seguirá el mismo año World’s Finest Comics (que en realidad fue la primera que escribió) hasta completar toda la baraja del Hombre del Mañana.

Casi siempre acompañado por su adorado e invariablemente elegante Curt Swan, guionizó Superman’s Pal Jimmy Olsen, Action Comics, por supuesto Superman (comenzó en todas durante el 67), Superman’s Girl Friend, Lois Lane, Supergirl en Adventure Comics (a partir de 1969), The Superman Family (desde el 74) y finalmente los team-ups de Superman en DC Comics Presents (ya en 1979).

Es por tanto Superman su personaje fetiche (junto con Flash), con el que batirá el récord de permanencia ¡20 años! Entre sus éxitos con el Hombre de Acero están la creación de los villanos Faora, Terra Man y Captain Strong, del insufrible Steve Lombard, del indefinible Vartox (aka Zardoz, aka Connery en botas altas y trikini) y de la súper-armadura de Luthor (si, esa maravilla verdivioleta). Escribió sendos especiales (y memorables) Superman 200 y 300 (el segundo, que hizo junto con Maggin, sería la inspiración para el Hijo Rojo de Millar), y guionizó la primera serie de Supergirl. Sin embargo, se quedó a las puertas de la reinvención de Superman en 1986, su pitch sería rechazado contra el de Byrne.

Cary Bates autoficcionándose

Pero vamos que, mientras aquel jovenzuelo algo hippy abría hueco en la viejísima escuela junto con Shooter, no le hizo ascos a otros grandes de la editorial, como Batman, Wonder Woman, la Legión de Superhéroes (donde crearía a Tyroc y casaría a Bouncing Boy con Duo Damsel), la Liga (de nuevo casando gente, Strange y Alanna, y donde de hecho se introdujo junto con Maggin, por la cara y como villano nada menos, en una descacharrante historia a la que le tenéis que echar el ojo desarrollada en Justice League of America #123-124, de 1975) y, por supuesto, Flash.

Explorando nuevos caminos

Vale la pena detenemos en el Flash de Bates por varias razones. Por una parte, por el tiempo y el cariño que le donó al personaje, acompañado además por otro de sus ídolos, Carmine Infantino. Por otro lado, es donde el autor creó Tierra Prima (en The Flash #179, 1968), aquella versión de nuestro propio universo dentro del multiverso DCíta, lo cual le permitió codearse con sus propias marionetas en The Flash #228 (1974) y los mencionados JLoA. Pero principalmente, porque es donde el autor madura y comienza a canalizar su torrente de ideas disparatadas en tramas mucho más interesantes y atractivas de lo que los lectores de la época estaban habituados.

Porque no nos engañemos, Bates es una mente inquieta y nacida en la Edad de Plata, lo que se traduce en un continuo levantamiento de ceja para el lector actual ante muchas de las situaciones que nos presenta (y para muestra, ahí tenemos su participación en esa deliciosa ida de olla que es DC Challenge). Admito que eso me hizo algo difícil la primera lectura de su etapa con el Velocista Escarlata. Pero hay que saber perdonar (o qué parademonios, ¡disfrutar!) estos desvaríos para llegar a la verdadera innovación.

Esta llega con un puñetazo en la mesa con el asesinato Iris West en The Flash #275 (1979). Cómo no, le precede y le seguirá una rocambolesca trama de pistas falsas y villanos estrambóticos. Pero eso no quita el impacto de la muerte de la mujer del protagonista, que permanecería como tal durante años, sin cambiar al mes siguiente con alguna excusa alocada de la época. Tampoco se puede dejar de mencionar la subtrama del supuesto asesino, un convicto torturado por una máquina para cambiar la moral (sí Juanjo, 6 años antes que tu Escuadrón Supremo de los co/%&%).

Es obligado mencionar que el dibujante titular de estos números no es el omnipresente Infantino, sino un inspirado Alex Saviuk, que pese (o gracias) a sus forzadas posturas y exageradas expresiones, aporta un dinamismo más que necesario a una serie como Flash. Amén de las portadacas de Dick Giordano. Su substituto en la siguiente trama sería Don Heck, cuyo clasicismo y rigidez no son tan bienvenidos.

Le seguiría la captura de ese pobre diablo y toda la investigación para descubrir al verdadero autor, el Flash Reverso. Seguido por tanto de una agónica venganza que implicaría hasta fantasiosos viajes en el tiempo. Pasan los años, las aguas volverían a su cauce y Barry Allen terminaría reconciliándose con el pasado y hasta encontrando un nuevo amor. Pero Bates aún no había terminado de torturar a nuestro héroe ni de dejar pasmados a los seguidores de la serie.

Infantino rules

En agosto de 1983 (The Flash #324), en plenas segundas nupcias del hombre más rápido de la tierra, Flash Reverso aparece de nuevo para cobrarse la segunda pareja de su más odiado enemigo. Para evitarlo, Barry se ve obligado a matarlo. Comienza El Juicio de Barry Allen, que mantendrá al público en vilo durante casi dos años entre prometido desaparecido, prometida confundida, cambios de cara en Ciudad Gorila, jurado corrupto, testigos de renombre… y hasta una alianza y posterior traición de los famosos villanos de Flash.

Durante este periodo sí que vuelve el cocreador del Flash de la Edad de Plata, el gran Carmine Infantino. Libre “al fin” de sus labores como director editorial, aporta una madurez a su dibujo que simplifica líneas mientras que experimenta con los paneles. Además, se encarga de las portadas, en las que verdaderamente demuestra su amor por la composición y el diseño. De lujo.

En cuanto a la historia, podemos ver que, de nuevo, mientras hay ideas maduras y sumamente interesantes (el propio juicio moral al que Barry se ve sometido, el testimonio de Kid Flash, etc.), éstas se desarrollan sobre un mar de extravagancia y giros epatantes. El mayor de ellos vendrá en el último número, con travestismo femenino incluido, pues se cancela la serie. Se acercan las Crisis (1985) y se ha decidido que Barry Allen va a morir.

Pese a ese delirio final (en el que finalmente vuelve una renacida Iris y hay “regreso al futuro” para la feliz pareja), Bates le ve los cuernos al toro de la Edad Oscura de los cómics. A punto de cumplir cuarenta años, ha pasado de ser el estandarte de la nueva generación de DC a uno de los últimos representantes de la vieja guardia. De hecho, sus mayores medallas “extracurriculares”, las colaboraciones para Warren Publishing a finales de los 70 o sus pinitos en las tiras de prensa a principios de los 80, ya huelen a rancio. Toca contener su chorro creativo o, al menos, encauzarlo bajo los nuevos aires de postmodernidad.

Como lidiar con la Crisis

La nueva DC ha dejado a Cary sin su renovado plan para Superman y compañía, lo ha privado de su velocista favorito… Quizá es una nueva oportunidad, es el momento de volver a ese hippy interior que Schwartz enterró bajo la obligatoria corbata, de soltar esa melenaza que llevaba por montera. Entre 1987 y 1988, Bates revolotea por otras editoriales (por ejemplo, Continuity) y, especialmente, inicia tres series clave, dos de ellas más cortas y experimentales, y una tercera dentro del Universo DC que desarrollaremos en el siguiente capítulo.

De hecho, lo más loco que hace el guionista es salir de la compañía que lo ha acogido durante más de 20 años. Video Jack es uno de los pocos trabajos de Bates en Marvel (por la época también tonteó con el Nuevo Universo de su excolega Shooter), aunque en realidad en el sello Epic y por tanto propiedad del autor. O autores, porque el otro co-argumentista y dibujante es nada menos que Keith Giffen (entintado por Dave Hunt), que se encontraba también en su época más efervescentemente creativa.

El resultado es una alucinante serie de 6 números sobre un chaval que puede cambiar su realidad más cercana con un mando a distancia. Una bomba de diversión algo alucinógena en la que se nota demasiado la mano de Giffen tanto para lo bueno como para lo malo. El dibujante se impone una cuadrícula de 3×4 viñetas con la que juega dejándonos ojipláticos, mientras que suelta demasiada información y cambios de plano como para seguirle con facilidad en una primera lectura. En todo caso, cuando abandona parcialmente en los últimos números se le echa mucho de menos.

Por su parte Bates se divierte homenajeando la parrilla popular estadounidense con series de todo tipo, programas infantiles, películas y hasta videos musicales. Como colofón, en el último número, una serie de famosos invitados (Hembeck, Robbins, Simonson, Starlin…) nos deleitan con distintos universos televisivos alternativos. Una gozada muy particular (sólo las intros del editor Archie Goodwin para cada número ya valen la pena) que desgraciadamente nunca hemos disfrutado en España.

Pero la que ahora vamos a sumar a esa lista negra es aún más triste. Por su 40 cumpleaños, en 1988, Bates y el maestro Gene Colan nos regalan la extraordinaria Silver Blade. Una fabulosa e inclasificable narración en 12 números, ahora sí dentro de DC, que es puro homenaje al séptimo arte. No, no me he equivocado de numeración, el cine es el leitmotiv de esta escondida obra maestra.

Jonathan Lord es una vieja estrella de Hollywood que vive apartado de las cámaras en su aislada mansión de Los Ángeles. El que llegara a la cima de su carrera con la película fantástica Silver Blade, es atendido en un viaje sin retorno hacia el olvido por el otrora emergente actor infantil con el que compartió pantalla en aquel filme. Sin embargo, ambos serán visitados por una entidad que otorgará al actor la capacidad de convertirse en todos los papeles desempeñados en una vida de éxitos y fracasos.

Con esa premisa, Bates y Colan nos irán presentando una serie de personajes trabajados, trasnochados, que se interrelacionan de alguna manera con aquel rodaje maldito. Sin olvidar la loca idea detrás de la trama de esos fantásticos poderes (sigue siendo Bates), son todas estas viejas glorias y sus coetáneos los que verdaderamente llevan el peso de la historia, a la que continuamente se suman nuevos giros y revelaciones de los que queremos saber más.

Colan se sale

Además del glorioso entintado de Klaus Jason en el primer número (el resto de la serie lo haría un correcto, pero comparativamente odioso, Steve Mitchel) y una serie de extras como la completa filmografía de Lord o recortes de prensa, la serie nos depara una sorpresa digna del guionista en el noveno número. A partir de ahí cambia de tercio para ofrecernos todas las teorías metafísicas de un Bates iluminado. Vale, quizá demasiado iluminado, pero el pobre tipo da por fin rienda suelta a todo su bagaje disparatado.

Ese final psicodélico no quita un ápice de genialidad a esta desconocida obra de dos grandes del cómic. Pero desde luego deja a nuestro autor desahogado de toda su fuente de ideas delirante y listo para afrontar su última gran creación dentro del campo superheroico.

El canto del cisne (atómico)

Vale, recreación, porque el Capitán Atom asumido por Bates en 1987, fue plasmado por primera vez en Space Adventures #33 (de Charlton comics, en 1960), por Joe Gill y Steve Dikto. La rocambolesca historia editorial ya os la contamos en un Magazine DC de lujo (para variar), pero vale la pena recordar algunos detalles, los cuales nos servirán para apreciar la posterior labor de nuestro guionista.

Porque, aunque la primera cabecera terminó al poco, el Capitán Atom volvería en Strange Suspense Stories, retitulándola a partir del número 78 con su nombre (en 1965). Aquí ya aparece un Jeffrey Goslin, compañero militar de nuestro héroe, el Doctor Espectro y el Fantasma, grandes enemigos, Nightshade, colega (y algo más) de mallas… y en el 84 cambio de traje con la excusa de contener las energías del Capitán. Muchos de estos cambios gracias a las ideas de Dikto, que guionizan en principio Gill y luego David Kaler.

Sin embargo, la crónica de un cierre anunciado llega a su fin en el 1968, lo que, salvo raras apariciones, deja al héroe atómico en el limbo hasta que DC adquiere los derechos de éste en 1983. La compañía pretendía revitalizar todos los personajes de la Charlton gracias a cierto escritor británico (ya sabemos todos cómo acabó la historia) pero termina incorporándolos en las Crisis en Tierras Infinitas (aunque Blue Beetle si tiene un papel más destacado, al Capitán sólo lo vemos en alguna viñeta con su último traje), aquellas que tanto arrebataron a Bates.

Es por tanto el destino el que pone en bandeja un personaje “a estrenar” para el frustrado guionista con mil ideas aún bajo el brazo. Y la más rompedora es hacer del Capitán Nathaniel Christopher Adam un desplazado en el tiempo, el resultado de un experimento con materiales alienígenas realizado en 1968 que no reaparece hasta 18 años después. Cual Capitán (mira tú) América congelado, el protagonista debe lidiar con el desbarajuste temporal, salvo que antes no tenía poderes atómicos. Para colmo, también pende sobre él una acusación de traición a la patria.

Aparte de poner al protagonista contra las cuerdas, le rodea de un buen plantel de secundarios. Recupera a su colega Goslin, ahora afroamericano, pero sobre todo le regala una familia, mujer (y se la quita, pues en el periodo transcurrido ha fallecido), hija e hijo. También crea al científico a cargo del proyecto, el Dr. Megala y su compañero Babylon. Y al mandamás por encima de todos ellos, antagonista del héroe y regalo para el Universo DC como más que sibilino villano, el General Wade Eiling.

Pero Cary, sabemos que tú puedes liársela más a nuestro Capitán, no nos decepciones… Efectivamente, Eiling se casó con la mujer de Adam y es ahora el padrastro de sus hijos. Sigamos, la falsa acusación de traición nunca se le quitó (pese a ser el trato previo al experimento en aquel ya lejano 1968). Gracias a ello, es chantajeado por Eiling para no desvelar su identidad y aparecer como un nuevo superhéroe del gobierno. Si esto no es drama y chicha para mantener una serie, que baje Claremont y lo vea.

Todo eso es desvelado en un primer número trepidante y distinto a cualquier otro origen del momento. Editada por Dennis O’Neil, la serie es cocreada visualmente por Pat Broderick, acompañado por Bob Smith a las tintas y Carl Gafford al color, que pese a sus carencias anatómicas se entrega a fondo al proyecto y termina siendo imprescindible para la serie. Domina sin duda el postureo superheroico, de hecho, diseña un traje icónico para el buen Capitán, pero también narra a la perfección y sorprende con atrevidas y curradas composiciones de página. Los correos de aficionados celebran las ideas de Bates, pero también se deshacen en halagos al dibujante.

En el segundo número toca integrar al superhéroe en el Universo DC. Pese a los excesivos cameos (Batman, Blue Beetle, Firestorm…), todos terminarán resultando clave para la serie. Comienzan las misiones de Atom, que serán la tónica del cómic, en esta ocasión para enfrentarse a la separatista Plastique y terminar salvando al mismísimo Ronald Reagan. Ha nacido una estrella.

Pero la traca viene con el número tres. Bates hace un fino ejercicio de homenaje y metatextualidad para encajar el Atom de la Charlton dentro de este nuevo Universo. La versión del origen que el ejército “vende” al mundo en la serie de DC, es el que tuvo el héroe en la desaparecida editorial. Un soldado que por accidente queda dentro de un cohete experimental destinado a explotar pero que se recompone gracias a sus adquiridos poderes atómicos (que por cierto también homenajeó Moore con su Dr. Manhattan, sosias de nuestro protagonista).

Pero no acaba ahí, el primer traje que llevó el personaje se recrea como el primer traje que se creó el falso Atom para entrenarse en secreto como supes (por eso la gente no sabía nada de él hasta que salvó la vida del presidente). Es más, en este mismo pasado inventado, su piel comenzó a cambiar y por ello llevó el segundo uniforme, el mismo que utilizó para contener sus energías el Atom de la Charlton. Para colmo, Atom se ve obligado a mentir diciendo haber luchado con villanos como Doctor Espectro y haberse enamorado de una chica, Eve (como la Nighshade original), cuya muerte fue lo que le hizo salir a la luz.

La siguiente grapa es más emotiva, pues Adam se desvela por fin a su ya adulta hija (al menos a su compañero Goslin le pudo decir la verdad en el segundo número) pese a los impedimentos de Eiling, que funcionarán mejor con su otro hijo. También vemos la cómplice relación entre Megala y Babylon (Bates ya demostró en SilverBlade tratar con más naturalidad que otros colegas editoriales las relaciones homosexuales, así que no me extrañaría que fueran pareja no declarada). Pero en las dos siguientes pisamos el acelerador, habemus peleíta con Firestorm y, sobre todo, la “vuelta” del Dr Espectro. En realidad, un ayudante del viejo villano Rainbow Raider, que ve la oportunidad de hacerse pasar por el inexistente enemigo de Atom.

La siguiente misión tiene como invitado a Steve Trevor y mezcla el pasado de Adam, la vuelta de Plastique, que comienza a significar algo más, y otro invento de Megala, el Ionizador-X, que traerá cola. Además, Bates inventa un nuevo villano, el Camboyano. A partir de aquí la serie se pone realmente interesante con el objetivo de limpiar el pasado de Adam y su supuesta traición, mientras las relaciones familiares se van recomponiendo o tensando según los implicados.

Para la primera decena de números ocurren un par de hechos importantes. A nivel creativo, entra Greg Weisman como coguionista, al que Bates ya mencionó agradecido en número uno y con el que en el futuro compartiría carrera en la televisión. En el Universo DC, Atom comienza a formar parte de la Liga de la Justicia Internacional, y eso lo aprovecha Eiling en la serie para obligar al Capitán a espiar a su propio equipo. También se suman nuevas revelaciones del experimento que dio poderes a nuestro protagonista, pues conocemos a otro implicado clave, Anton Sarrok.

Llega el evento Millenium y se descubre el traidor dentro de las filas del General, aunque lo verdaderamente interesante es la nueva batalla, pero en este caso dialéctica, entre Firestorm y Atom. Y en el #12, junto con el primer anual de la colección, se presenta uno de los más oscuros antihéroes del UDC, El Mayor Force. Segundo experimento con el material alienígena después del “fracaso” de Atom (en su momento no fueron conscientes del desplazamiento temporal), salvo que el sujeto de pruebas es un asesino despiadado. Adam se ve obligado a participar en una nueva mentira para que la sociedad acepte a semejante monstruo como su nuevo colega.

Soy consciente de que, al contrario que en otros artículos de este tipo donde trato de resumir sagas y destacar hechos importantes, aquí me detengo casi número por número. Pero es que, al menos al principio de la colección, Bates se las arregla para dirigir esta Soap Opera añadiendo tensión gradualmente en cada nueva grapa. La sensación para el lector es que siempre están pasando cosas, constantemente se revelan nuevos secretos o aparecen nuevos personajes clave para la trama.

Para colmo, la permanente angustia del protagonista frente a las triquiñuelas de Eiling para empeorarla, nos hace mantenernos enganchados con la esperanza de una cada vez más lejana resolución. Eso sin contar los intensitos dramas personales de personajes secundarios como la hija de Adam, que ha de buscar su propio camino rodeada de señoros con poderes o ansias de poder, o el oficial a cargo del control del Mayor Force, hijo de una de sus víctimas con trauma acorde.

Hay por supuesto episodios más tranquilos, pero nunca de relleno, pues se aprovecha, por ejemplo, para introducir a la verdadera Nightshade (que fue presentada para el UDC en el Escuadrón Suicida) de nuevo como colega/interés romántico (aparte de otros, el Capitán está hecho un lover…¡y lo sabes!), o al padre de Eiling (¡que se batió con el mismísimo Enemy Ace!)… o al Fantasma. Éste es reinventado, al contrario que el Espectro, como antagonista real y muy peligroso para el Capitán.

Por el camino (#16-17) encuentro con la Liga, Brainwave Jr., Tornado Rojo, la Cosa del Pantano y hasta el Corredor Negro. Bates saca su parte más new age para entroncar al Capitán con el concepto de Elemental creado por Moore y ampliado por Ostrander (Atom será el elemental Cuántico) y menearlos con un poco de Schrödinger. Blue Beetle, Booster Gold y Mr. Miracle salen picados de esa misión y comienzan a sospechar que no es plateado todo lo que reluce del Capitán.

Pablo Marcos se cuela en el #20 para otro homenaje metatextual a la Charlton, se narra un “falso” encuentro entre Atom y Daniel Garrett, el Blue Beetle original. Comienzan a descubrirse los lazos entre Escuadrón Suicida y Proyecto Atom, lo que provoca una pelea de gatos entre Eiling y Waller y una de gatas entre Nightshade y Plastique. Adam deja el ejército, el Fantasma sigue maquinando y Goslin se lía con la hija de Adam, a la que dobla en edad (algo que se desarrollaría algo más en el segundo anual de la colección, más relajadito que el primero).

De ahí a la triunfal participación del Capitán Atom en ¡Invasión! como comandante-en-jefe de las fuerzas superheroicas (#24-25). Pero el orgullo le dura poco al Capitán pues sus compañeros de la Liga desvelan sus sospechan y le fuerzan a decir la verdad. Bates mezcla con maestría las tramas de las mentiras del Proyecto Atom, la acusación de Adam, el Camboyano y el Fantasma para atar la mayoría de los cabos y limpiar a nuestro protagonista de casi toda culpa, aunque Eiling sale relativamente impoluto.

En el #29 se despide Broderick y entra definitivamente Rafael Kayanan, entintado por Romeo Tanghal. Se echa mucho de menos al primero porque, aunque el estilo del segundo es mucho más elegante, tiene demasiada personalidad, quizá más apropiada para el comic underground. Y para el #30 llegaría la famosa Directriz Jano, que reforzaría a Eiling como cabeza del proyecto Atom, con sólo al Sargento Steel por encima de él y eliminando a Waller de la ecuación.

Tras un cameo de Rocket Red en el #31 (que, por cierto, fue el último número editado en España por Zinco), se descubre que la nave cuyo material dio poderes a Atom es sintiente y comienza a afectar a todos los implicados en el proyecto. El Capitán se queda sin poderes y recurre a Batman para aprender a seguir siendo un héroe. La nave se revela como Silver Shield, y Bates aprovecha para dar rienda suelta a sus teorías metafísicas explicando el origen de los poderes cuánticos y de paso de todo el elenco implicado en el experimento original (#35-36).

También se ocupa de la confesión de Atom a sus compañeros de la Liga de la Justicia Europa (y lío con su liasson oficial, Catherine… ¡y lo sabes!). Llega otro importante villano de DC a la colección, Kobra, en un magnífico número (el 39) en el que la traición y el espionaje se entremezclan con la historia. Su alianza con el Fantasma se cobra buenos resultados que terminarán explotando en otro momento.

Pero integrando a Atom en el Universo DC, Bates se pasa de rosca y, en una búsqueda de su desaparecida esposa, conoce a Muerte (#42). Para mí la explicación que da, sobre el Corredor Negro como la inevitabilidad, Muerte como la liberación y Nekron como la certeza de la muerte, me parece fantástica. Sin embargo, Gaiman se quejó del uso de su personaje en el UDC y llegó a un acuerdo para que no volviera a hacerse sin su permiso.

Pero que si por permisos fuera, en el episodio salen, además, Destino, el Fantasma Errante y hasta el Coronel Flag ¡en el purgatorio! Lo que sería una incongruencia con la posterior serie de Ostrander en la que resulta que no estaba muerto… (no puedo evitarlo, todos juntos: “¡Estaba tomando cañas!”)

A la vuelta de esta experiencia transcendental, se despliegan los subterfugios del Fantasma, que implican lavados de cerebro y agentes dormidos. Sin embargo, Bates parece dividido con sus compromisos audiovisuales y falta en algún episodio o cuela alguno de relleno. Parece que ya no le quedan tantas ideas, o ganas, en el mundo del cómic.

Por suerte, vuelve para nuevos episodios metafísicos (sus preferidos) con Tornado Rojo de por medio, para aclarar los sentimientos del Capitán lover y dejar todo atado y bien atado para el 50, en 1991. Un número apoteósico en muchos sentidos, con tramas entremezcladas, tensión, sentimientos a flor de piel y muchas, muchas ideas. El cual supone, ahora sí, la aparente despedida de Bates del noveno arte, en el que lo dio todo y supo surgir de las cenizas de su propia crisis.

Podría haber terminado perfectamente ahí la serie, pero suponemos que las ventas acompañaban o quizá Bates no lo había dejado muy claro. En todo caso, tras un episodio de relleno, será substituido por Dan Raspler un par de números y, especialmente, John Ostrander, que le dará un dignísimo final metafísico, como no podía ser de otra manera, a la colección.

Nuevos caminos y despedidas

Como decíamos, durante su largo periodo con el Capitán, Bates había tirado los tejos al mundo de la televisión, siendo el guionista principal de la serie Las Aventuras de Superboy (la de Salkind Sr. & Jr.) entre 1989 y 1990. Incluso en el 1992, Los Salkind le abren las puertas para coquetear con el mundo del cine co-guionizando (nada menos que con Mario Puzo y John Briley) Cristobal Colón, el descubrimiento.

Metido de lleno en el mundillo, es su compañero de fatigas Weisman quien le invita a participar en la celebrada serie de animación Gárgolas, durante 1995-96. Aún alargaría hasta el 1998 su carrera en el mundo audiovisual con colaboraciones puntuales en otras series de animación.

En 2008 vuelve a los comics y crea True Believers para Marvel. Tras ello, por fin volvería a su casa y a su querido Hombre de Acero en 2010 para guionizar la interesante Superman: La Última Familia de Krypton. A ésta le siguen nostálgicas colaboraciones puntuales. La mayor de ellas en 2017, donde retoma al Capitán Atom con Weisman gracias a los Nuevos 52: Renacimiento. Ese Caída y auge del Capitán Átomo, con una calidad bastante aceptable pero sin aportar nada nuevo realmente al personaje, lo disfrutamos en España gracias a un tomito de ECC ese mismo año.

Un final de carrera (por lo que parece) que le une con sus orígenes y aquel superhéroe que le dio nueva vida en sus 40. Ojalá la crisis de los 80 nos regalara una nueva montaña rusa de ideas de este genio de los comics, el inconmensurable Caty Bates.

Biblio

Comenzamos por las clásicas entradas de Wikipedia y la recomendadísima fuente de anécdotas DC fandom.
Un par de interesantes entrevistas, una de ellas más centrada en Superman. Aunque si sois capaces de entender el acento de Millar, vale la pena escuchar su entrevista telefónica al maestro.
Para saber más sobre el Capitán Atom, aquí tenéis la biblia en verso.
Y si os han picado la curiosidad las miniseries, aquí más info de Video Jack y aquí un análisis de SilverBlade al detalle.

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Manin
Manin
Lector
20 agosto, 2024 8:47

No conocía la trayectoria del personaje (lo único suyo que he leído han sido los tomos que sacó ECC de Flash, que siempre había querido leer esa historia) y la verdad es que me ha parecido interesantísimo.
Mil gracias y enhorabuena por otro articulazo.

Gustavo Higuero
En respuesta a  Manin
20 agosto, 2024 9:53

Pues ahora toca recuperar los números de Zinco ya que es el único material que ha llegado a nuestras tierras. Un pequeño aperitivo de un personaje al que el paso del tiempo y la editorial no ha tratado del todo bien.

La verdad es que el artículo es crema de principio a fin. Enrique es un maestro.

Dr Kadok
Dr Kadok
Lector
20 agosto, 2024 12:28

Gracias Enrique otro artículo tremendo! Nunca me animé con la serie del Capi, creo que los dibujos de Broderick me pateaban un poco (Año 3…puaj) pero capaz deberia asomarme.

Justiciero Desmesurado
Justiciero Desmesurado
Lector
20 agosto, 2024 20:45

El puñetero Capitán Atom ochentero. Y leo esto y me parece que me he perdido algo fundamental y que todo lector de comic tiene que conocer sí o sí. Ahora solo quiero leerme este volumen del Capitán Atom, en el que jamás había pensado ni cinco minutos. Pero ahora creo que el Capitán Atom ochentero es una p*** pasada, el Capitán Atom mola, ¿Cómo he podido vivir yo sin leerme esto? ¡dadme Capitán Atom por favor!

Las reseñas DC de Enrique tienen ese misterioso poder, una capacidad de llamada y enganche que le hace más peligroso que la cocaína en una discoteca de polígono. Deberíamos apodarle “el camello de la DC Zinco” o algo así.