Edición original: Cesc (Sin Palabras), Noviembre 2013, Astiberri Ediciones.
Guión y dibujo: Cesc.
Formato: 208 páginas en B/N editadas en rústica con solapas.
Precio: 10 €.

 

Astiberri continúa con su encomiable labor de traer al mercado obras cómicas y tiras de humor. Tras recopilar los trabajos más recientes de Fontdevila, Bartual o Entrialgo, la editorial pone el foco en el rescate de material del pasado, haciendo caer sus garras sobre la presa deliciosa que supone el material creado por el inolvidable Cesc.
Con una mirada tendente al costumbrismo, el dibujante catalán muerto en 2006, distribuyó su talento durante la segunda mitad del siglo pasado en cabeceras de aquí como Diario de Barcelona o Cavall Fort o de allá como Paris Match o Punch. Saltando las barreras del idioma y de las traducciones donde los bailes de significado de las palabras pierden el fuelle y por tanto el sentido del humor, Cesc trató de fomentar en muchas de sus tiras una universalidad muda, donde el gag se entiende exclusivamente de manera visual. Así, todas las tiras que reúne este volumen se enmarcan en este tipo de comedia.
Y es que resulta curioso cuanto menos redescubrir la obra del catalán para confirmar que el pulso constante de su trabajo se basa en una sensación lánguida y tristona. Cesc no trata de arrancarnos una carcajada a base de elaboradas asociaciones mentales, ni pone la mirada sobre la actualidad más rampante. Su perspectiva es distinta y personal: la sonrisa viene por la asociación, sí, pero gracias a una crítica menos velada de lo que parece hacia los agujeros del sistema que nos envuelve. Sin cargar las tintas en ideas políticas, ni tirando hacia derechas o izquierdas, Cesc se centra en la denuncia amable de las insensateces de la sociedad de consumo, la injusticia de la igualdad de clases o la inutilidad de ciertas normas legales. Y es así como logra sacarte una sonrisa con la misma facilidad con la que te clava un dardo sobre tu conciencia. Lo que hace más efectiva esa crítica, ya que la lleva a un terreno emocional, cercano, que de seguro cualquiera ha podido vivir. Esa cierta ingenuidad en el trazo y esa aparente simpleza en el fondo consiguen que el mensaje cale con hondura al apelar a situaciones que pueden haber sido padecidas por todos, ya sea durante el atasco inútil en una ciudad cualquiera, ante el salvajismo de las modas de consumo dictadas por medios de comunicación vendidos al mercadeo, o ante la desenmascarada falsedad de iglesias y confesiones varias. Sus dardos, efectivos como digo, lograron hacer enfadar a sectores retrógrados y a individuos beligerantes y faltos de autocrítica que no dudaron en llevarlo a juicios, largos y dolorosos, como suelen serlo todos. Pero Cesc mantuvo el tipo y no se arredró. Su forma de ver la vida quedó reflejada en miles de tiras cómicas, donde el mundo jugaba a ser mejor al tratar de culpar de manera evidente a aquellas instituciones o aquellas personas empeñadas en hacer infelices a los demás. Y todo, por lo general, por codicia o empecinamiento.


Pero no todo era crítica o denuncia. Cesc demostraba su empatía hacia los más débiles –los niños- o a los desamparados –mendigos y vagabundos-, llevando su objetivo hacia temas más dulces. Y es en estos momentos donde el autor logra con creces envolver nuestra sonrisa con un pátina lánguida y melancólica, pues juega con nuestra fibra más sensible al reflejar las miserias de las clases sociales más maltratadas o esas infancias abocadas a la aspereza de la vida en la gran ciudad a partir de la segunda mitad del XX, donde los chavales dejaron de tener contacto con la naturaleza para crecer rodeados del hormigón de los bloques de edificios y los gases de las largas caravanas de automóviles. Lo que le permite articular otra de sus obsesiones: la deshumanización del individuo a través de la vida en las grandes urbes. La alienación frente al número, la televisión como tumba de la vitalidad o la auto-locomoción como un sinsentido más a este mar de caos, se concretan como temáticas que Cesc no dudará en proyectar una y otra vez como culpables de esa insatisfacción perenne del urbanita. Y sí, repito, vuelve a denunciar, pero sacándonos una sonrisa de la boca.
Larga vida a Cesc.


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HenryJones
HenryJones
Lector
27 noviembre, 2013 9:31

Gran artículo Raúl, y gracias por recordar a uno delos autores de mi infancia y de mi madre,quien tenia montones de Cavall Fort. Ya de mayor es cuando aprecias de otra manera su obra. Con un trazo exquisito capaz de contar mucho con poco. Cae por Navidades fijo, ya sea para mi o para regalar.

Spirit
Spirit
Lector
27 noviembre, 2013 22:32

Yo voy a hacer una triple defensa;

La primera, de la obra de CESC, que tan bien describe el artículo y que fue una especie (definición de andar por casa inventada por mí y simple como todas las que hago), de EL ROTO (en referencia a ese humor reflexivo e intelectual sobre la sociedad) en unos años en que hacerlo no era fácil.

La segunda defensa, sobre el rescate de los clásicos del humor gráfico en prensa, como este cesc y otros dibujantes quizás no tan conocidos ni que hacen rayitas infográficas en usa, pero que son parte de nuestro patrimonio cultural. Personalmente, creo que los chistes de CONTI merecen una edición ya, igual que la LOLA DE IÑIGO, las tiras de ALFONS FIGUERES para el AVUI (EL BON JAN, MR HYDE), los chistes de JIMMY CHUMEZ para la CODORNIZ, ETC…

Y la tercera, decir que el formato de 208 páginas, aunque sean en formato reducido, por 10 euros es una idea para hacer llegar al máximo público posible estas obras.