Las sombras de una vida
Del mismo modo que ningún niño elige su infancia, ningún niño se merece ir a Chartwell Manor. Los dos años que pasó en el ya desaparecido internado de Mendham, en Nueva Jersey, a principios de los setenta, le dejaron a Glenn Head cicatrices emocionales que sigue asimilando casi cincuenta años después. El director de Chartwell Manor ejercía sistemáticamente abusos sexuales y emocionales sobre los niños del internado.
Estas memorias gráficas cuentan la historia que hay detrás del escándalo para después profundizar en las repercusiones que experiencias de este calibre tienen en una persona a lo largo de toda su vida. Se trata de un relato de máxima crudeza publicado en febrero de este 2022 por Fantagraphics para el mercado norteamericano y traído recientemente al mercado español de la mano de La Cúpula.
Un ejercicio de desnudez
Marzo de 1988. En algún lugar de Estados Unidos, dentro de un apartamento de mala muerte, un joven sudoroso y medio desnudo abre una botella de cerveza de la que bebe como si su vida dependiera de ello. Ya con más calma, el joven da otro par de tragos a la botella mientras observa el caer de la lluvia frente a la venta. Tras ello, se dirige hacia una estantería de la que coge un vinilo de los Rolling Stones para ponerlo en el tocadiscos. El disco comienza a sonar a la vez que el joven enfoca su mirada en la única fuente de luz de la habitación.
La intensa luz de un flexo ilumina una mesa de trabajo en la que los lápices y demás utensilios de dibujo se entremezclan con los numerosos cigarrillos usados con los que comparten espacio. En medio de la mesa, perfectamente encuadrada por la luz del flexo, destaca una lámina en la que se halla dibujado el rostro sonriente de un hombre de mediana edad. En la parte superior de la lámina se pueden leer unas letras: “SIR”.
El joven, lejos de acercarse a la mesa, vuelve a la ventana, la abre y da unos tragos más a la botella, como quien apura la última bocanada de aire antes de sumergirse en el mar.
El sonido de los Rolling Stones se escapa por esa ventana y llama la atención de los múltiples viandantes que atraviesan la calle de enfrente del edificio. Al intentar localizar la fuente del sonido, su mirada se topa con el torso desnudo del joven y la botella de cerveza que sostiene.
Esta es la escena inicial de Chartwell Manor una escena capaz de condensar a la perfección el espíritu de la obra. Y es que este cómic es una ventana hacia hacia el mundo interior de su autor. Una ventana que el propio Head abre para invitar a todo el que pase por delante a echar un vistazo. Lo que verán los interesados no puede ser más honesto: alcohol y un toso descubierto. Alguien que se muestra al mundo en su momento más bajo y vulnerable, preso de alivios pasajeros que le permitan seguir adelante un día más. Alguien que evita fijar la mirada en los problemas que monopolizan la luz de su interior.
No es una llamada de atención ni la invitación a echar un vistazo, sino una petición de ayuda. Un desesperado ejercicio de desnudez.
Cicatrices en forma de viñeta
Glenn Head lleva casi cincuenta años procesando los traumas con los que el internado Chartwell Manor marcó su infancia, y ha necesitado más de treinta años para completar la realización de estas memorias gráficas.
En la introducción de la obra, Head deja claro que prefiere evitar el uso de la palabra “trauma” a favor de “cicatrices”. Una diferencia sutil que, sin embargo, dice mucho de cómo ve la vida. Los traumas se pueden superar, pero muchas heridas, aunque sanen, dejan una marca como recordatorio perpetuo de su existencia. Heridas que mejoran, pero nunca desaparecen del todo. Heridas que pueden tardar mucho en curarse, infestarse durante el proceso o incluso reabrirse cuando ya parecían cerradas.
Las cicatrices son recuerdos impresos en carne. Los traumas, recuerdos que se incrustan en nuestra mente y afectan a toda la estructura, del mismo modo que una foto quemada sigue siendo reconocible aunque toda su tonalidad cambie. En cualquier caso, siempre se trata de recuerdos, y de los pensamientos y reflexiones que estos nos evocan.
Con Chartwell Manor, Glenn Head realiza uno de los ejercicios más sencillos y efectivos para procesar el caos de nuestras mentes, para procesar esos pensamientos y reflexiones que nos lastran con su peso: los plasma sobre el papel. Lo hace en formato de novela gráfica, sí, y mediante un tortuoso parto creativo de décadas de duración; pero la base del proceso es la misma y eso se nota a cada página.
Head se atreve a narrar su vida sin concesión alguna, incluyendo adicciones y toda clase de comportamientos repugnantes o autodestructivos. El autor explica al principio de la obra que su intención era la de mostrar a cada personaje de la forma más neutral posible, sin establecer buenos ni malos, inocentes ni culpables. Se puede considerar que tiene éxito en esta empresa, la de concederle cierta neutralidad a los personajes. Una neutralidad que, sin embargo, no se mantiene a la hora de presentar su visión del mundo.
Y esto tiene mucho sentido, pues es una de sus principales armas narrativas. Durante la mayor parte del cómic, por ejemplo, el autor solo se centra en los elementos más oscuros de su vida, ignorando casi por completo aquellos momentos más agradables que sin duda ha debido de vivir también. Incluso en puntos de la historia en los que parece que por fin ha encontrado un lugar en la vida que lo hace feliz, las cicatrices siempre vuelven para atormentarlo.
Este enfoque narrativo resulta muy apropiado por dos motivos. Uno, que la obra se centra en los efectos de los traumas de su infancia a lo largo del resto de su vida y tiene sentido, por tanto, que las escenas giren en torno a ello. Y dos, que se trata de una representación indudablemente fiel de las sensaciones que puede tener alguien que atraviese una depresión; de cómo todo lo bueno puede empezar a parecer trivial a la vez que todo lo malo se amplifica.
Chartwell Manor no es una novela gráfica al uso, sino prácticamente una terapia a la que Glenn Head se ha sometido a sí mismo durante gran parte de su vida para intentar aligerar la carga de su pasado. Cada uno de sus elementos, desde la estructura hasta el dibujo, contribuye a la representación más fiel posible de sus recuerdos desde un enfoque brutalmente crudo y personal.
Porque Chartwell Manor es, en definitiva, un recuerdo, un trauma, una foto quemada. Una cicatriz en forma de viñeta.
Lo mejor
• La crudeza de la historia.
• El estilo realista y neutro.
• Lo original de su estructura.
Lo peor
• Da la impresión de que en algunos puntos podría haberse mejorado la cohesión entre escenas.
• Aunque tampoco es que pretenda evitarlo, a veces se puede llegar a hacer un poco pesada.
• Quizás se reitere demasiado en algunos de sus elementos sin mucha justificación.
Guion - 8
Dibujo - 7.5
Interés - 8.5
8
Cruda
En un ejercicio de intimidante desnudez creativa, Glenn Head nos ofrece una obra brutalmente honesta y sin concesiones. Un trabajo autoterapéutico para el autor y un incómodo viaje por las sombras del ser humano para el lector.