La obra de
Cielos radiantes presenta ciertas novedades interesantes en estilo de Taniguchi. Si bien en Barrio lejano nos encontrábamos con un adulto que, de repente y sin explicación aparente, se encontraba de nuevo en su cuerpo infantil, en una especie de viaje al pasado pero manteniendo la consciencia adulta, en Cielos radiantes el protagonista adulto se introduce en el cuerpo de un joven ajeno a sus circunstancias. Es interesante este juego de suspensión de la realidad que acomete Taniguchi porque nos abre las puertas hacia las posibilidades de una narración mucho más ambiciosa pero al mismo tiempo lineal y sencilla. Tenemos al chico joven, cuya memoria y consciencia se han perdido pero que poco a poco va volviendo, y al hombre mayor, que puede pensar y actuar en el cuerpo del joven pero cuyo cuerpo adulto ha fallecido. La diferencia con Barrio lejano es que aquí las dos consciencias coexisten, y destacaría sobre todo cómo Taniguchi se muestra especialmente habilidoso para ir, poco a poco y sutilmente, desenmarañando los secretos de las familias de los accidentados. Aunque el joven es menos interesante y se le presta menos atención, protagoniza grandes momentos narrativos en los que Taniguchi nos explica sin palabras el por qué de algunas cosas (las páginas 159 y 160 son muestra magnífica de ello). Sin embargo, todo gira alrededor del hombre adulto y la oportunidad que se le da de despedirse de su familia. En palabras de propio Taniguchi en el epílogo final:
Si, a pesar de todo, debo decir algo sobre ella [la obra], diré que en esta historia he querido plasmar mi sospecha de que en la vida de una persona suceden cosas que determinan su evolución futura y, que a lo largo de toda una vida, esos puntos de inflexión se presentan varias veces. Aunque quizás suene algo rimbombante, serían esos instantes en que uno vuelve a ser quien es; esas situaciones en que uno se reencuentra consigo mismo.
Estos párrafos nos muestran cúal es el tema principal de Taniguchi: la vuelta al pasado, la memoria de aquello que hicimos y nos convirtió en lo que somos. Tanto en Barrio lejano como El almanaque de mi padre tenemos personajes con una perspectiva errónea de los hechos, de manera que vuelven a sus recuerdos con la necesidad de enmendar o simplemente entender. Esto se relaciona con Cielos radiantes con respecto a esa segunda oportunidad, pero ahora con el personaje ya muerto:
Pensé en que ojalá las personas pudiesen morir en paz, sin remordimientos ni arrepentimientos, después de haber resuelto todas sus preocupaciones y pesares. Me tentó la idea de dibujar una historia que relatase la conmoción de vivir de cerca la muerte de un ser querido y narrase, además, la posterior reparación del dolor.
El ritmo narrativo es magistral, y aunque la composición extravagante y espectacular de viñetas solo tiene lugar en las escenas de carretera, Taniguchi se deja llevar por el ritmo, por el tiempo que necesita cada escena, le presta a cada momento las viñetas que sean necesarias para que se desarrolle con plenitud; Taniguchi sabe dar, pero también sabe cuándo hay que cortar, cuando hay momentos que no necesitan más que algunos matices o una breve conversación.
El problema con esta obra es que perdemos el interés cuando todo queda al descubierto. Los problemas familiares se ven claros y se resuelven las tensiones que el autor había ido creando. Por eso mismo, por esa necesidad de mostrarlo todo y de además dar un final hasta cierto punto «feliz» deja al cómic con regusto de final facilón que es rematado con un deus ex machina que carece bastante de sentido. Me parece una buena obra, magníficamente construida y bajo una gran idea que abarca temas ambiciosos, que es algo siempre digno de admirar y apreciar y que, aunque pierde puntos en sus última páginas, cierra el libro con unas páginas —las de la moto— que ponen los pelos de punta.