Emprender esta sección tiene un punto complicado. Por un lado, hay que hablar de una obra, un cómic en concreto, que tenga el suficiente calado como para ser merecedor del calificativo de clásico. Pero, ¿qué hay que diferencie un trabajo de otros porque es clásico? ¿el tiempo transcurrido desde su creación? ¿la relevancia que supuso en el momento? ¿el legado? En la RAE, entre unas cuantas acepciones que hablan de la antigüedad de la obra o el periodo en que tiene lugar, hablan de «…un autor o de una obra: Que se tiene por modelo digno de imitación en cualquier arte o ciencia». Y otra que se ajusta a la elección final: «Que no se aparta de lo tradicional, de las reglas establecidas por la costumbre y el uso». Y por eso elegí finalmente este número tan concreto de la historia de DC Comics. Uno que tuvo una relevancia, a lo mejor no en su momento, porque el impacto pudo no ser mayor en la fecha de publicación como sí ha supuesto con el tiempo.
Corría el año 1940 cuando Action Comics era promocionada como la revista más vendida del mundo. Seguramente no fuera más que una estrategia de marketing, pero la calidad de sus historias era bien merecedera de ser una de las publicaciones de cómcis más célebres. Y es que Superman estaba en pleno apogeo. Su mitología iba creciendo mes a mes, con nuevas e intensas historias, de apenas quince páginas, o menos, pero condensando un nivel de intriga, emoción y heroicidad con una técnica de la época que hoy en día ningún autor se atreve a emular. El equipo original, Jerry Siegel y Joe Shuster, seguía a pie del cañón, haciendo grande a su personaje. Y en la entrega número #23 de su revista de acción se introdujeron unos cambios significativos.
Superman en Action Comics #23
Aquella edición, con fecha de portada de abril de 1940, fue la primera publicación que llevó en la esquina superior derecha el logotipo de DC Comics. Hasta entonces la cabecera había estado huérfana de identificación. Fue un pequeño detalle que ha permanecido hasta nuestros días y seguirá permaneciendo, aunque ahora figure en torno a la esquina superior izquierda. Entre sus páginas tenía dos grandes novedades. Primero, como era habitual, aunque no siempre fue así, aparecía la nueva aventura de Superman, que seguía luchando en Europa, aunque en naciones ficticias, junto a Lois Lane. Perdón, Clark Kent y Lois Lane seguían su periplo por el viejo continente, continuando con el número anterior, un rara avis en aquella época en la que la continuidad era algo abstracto e inexistente, con el Hombre de Acero resolviendo conflictos a su paso. Un argumento que estaba a la orden del día, pues en el momento de la publicación Europa estaba en plena segunda Guerra Mundial, un conflicto del que se hablaba en las calles de Estados Unidos y se temía, aunque algunos deseaban, la implicación americana, a la que aún le faltaba tiempo para que fuera una realidad.
En esta ocasión el enemigo que iba a enfrentar era un científico peligroso, que lideraba una secta que buscaba la guerra universal, provocando a todos los países para que se enfrentaran y destruyeran unos a otros, esperando a que llegue el día en que, gracias a su ingenio y sus invenciones, pudiera conquistar el derruido mundo. Ese personaje era Lex Luthor.
Lex Luthor es uno de los villanos más peligrosos, grandiosos, célebres, carismáticos y heterogéneos que existen en el género de los cómics de superhéroes. A lo largo de sus 78 años de vida han sido muchos los autores que lo han transformado, siendo sus versiones del político y el empresario influyente con grandes dotes científicas las que más han calado en el ideario colectivo. En esta primera aparición el lector se encontraba con un líder de un ejército secreto, casi sectario, que, aparentemente, tenía poderes. Podía comunicarse con sus esbirros haciendo aparecer su rostro sobre la superficie de las rocas, ejercía una influencia hipnótica sobre su ejército personal, poseía unos recursos tecnológicos interminables, tanto que tenía armas capaces de disparar rayos láser que hacían daño a Superman. Pero todo esto era gracias a, según sus propias palabras, que poseía el cerebro de un supergenio.
La historia se desarrollaba con Clark investigando el proceso de paz entre Galonia y Toran, que estaba resultando imposible debido a sorprendentes ataques, traiciones y movimientos militares que hacían más lejana la conclusión del conflicto. Haciendo varios cambios de atuendo, pasando del periodista al héroe casi en cada página, lograba dar con el saboteador que estaba actuando en las sombras. Lex Luthor. Que al ver que un reportero estaba entrometiéndose en sus planes iba tras él para eliminarlo, pero no lo localizaba y en su lugar sus esbirros capturaban a Lois Lane… el clásico recurso, célebre en la época, de la damisela en apuros. En un tiempo en que la querida Lois no era una reportera tan voraz como llegó a ser con el tiempo, su papel de víctima, imán para Superman, estaba más presente de lo que los lectores de hoy en día podrían soportar. Pero esta es una historia de su tiempo.
Sin embargo, Lois ayudaba a Superman inconscientemente, pues al estar en peligro el héroe la seguía y daba con el quid del problema. Y para resolverlo le bastaban sus puños. Aquí estaba la magia de las aventuras de la Edad de Oro. En unas páginas teníamos a Clark, el reportero audaz, apocado y tímido, pero inteligente, resolutivo, que investiga y bucea hasta llegar al fondo de la cuestión. Y en otras, a Superman, al indestructible forzudo que habla lo justo y resuelve los peligros a mamporros. Este es el origen de los cómics de superhéroes. Con un protagonista al que nada detiene. Y al que vemos hacer malabares con sus adversarios, dejando un rastro de cuerpos para salvar el día. Esta fue la fuente de inspiración de Grant Morrison para desarrollar al personaje en el reboot de 2011. Un tipo duro, el azote de los malvados, ya fueran líderes de una secta o empresarios malvados, políticos corruptos, miembros de una banda de criminales o gangsters… sin embargo, la psicodelia que continuó su historia se alejó de este punto.
Decíamos al principio que este número introducía varios cambios. Además del debut en la séptima página de Lex Luthor (que, por cierto, era pelirrojo, sin pistas de si usaba peluca o no), en la última se descubría que Lois y Clark trabajaban para el Daily Planet, que era nombrado por primera vez. Esto supuso un cambio sutil, perecedero en el tiempo. Pero hasta ese momento, en los 22 números anteriores, habían trabajando para el Daily Star. Este se basó en el Toronto Daily Star, el periódico al que sus padres estaban suscritos y para el que él trabajó como repartidor en su infancia. Sin embargo, el serial radiofónico que narraba las aventuras de Superman, que estaba en pleno auge, hablaba del Daily Planet, así como la tira cómica del periódico, que desde el 13 de noviembre de 1939, en su entrega #259, había cambiado el nombre para evitar problemas de derechos con otros negocios que usaran la palabra «Star».
Lex Luthor volvió en Superman #4, publicado en marzo de 1940. Aquí hay una ligera controversia, pues Action Comics #23, aunque lleva la fecha de portada de abril de ese año, vio la luz en febrero. En este número, ambos enemigos se enfrentaban en una competición en la que se medían los músculos de uno contra las hazañas científicas del otro. El personaje del villano científico, que muchos pueden tender a denominarlo científico loco, pero creo que de loco no tiene nada, empezaba ya a ofrecer buenas e interesantes historias. Todavía quedaba mucho para ir desarrollando a la familia Luthor, su padre, Lionel, tardaría 21 años más en aparecer. Faltaban 46 años para que empezara a hablarse de LexCorp. Pero ya había en este Luthor primigenio un germen del que es hoy. Su orgullo al ser un humano corriente, pero con una inteligencia superior a la media. Su poder para embaucar a sus seguidores. Sus maquiavélicos planes. Ya estaban en este Lex Luthor.
En el arte estaba Shuster a su nivel. Dibujó una composición de páginas de 4X2, frente a la habitual de tres filas. Condensaba como nadie la acción y una sola viñeta podía incluir mucha información con reflexiones de los personajes o cuadros de texto explicativos. Con expresiones faciales siempre rígidas, pero un lenguaje corporal que aportaba muchísimo. Como curiosidad, en la última página, en la última viñeta, se anunciaba la serie del Sandman original, Wesley Dodds, en Adventure Comics. Y, por cierto, en España solo se ha publicado, que tenga constancia, en la colección Los Archivos de Superman de Planeta en 2006.
Las otras historias de Action Comics #23
Como era habitual, las aventuras de Superman no venían solas en las entregas de Action Comics. Y sería muy poco respetuoso no hablar de ellas, ya que también ofrecían detalles muy dignos de ser leídos. La primera que continuaba el cómic estaba protagonizada por Pep Morgan, Trouble at the mine, escrita y dibujada por Fred Guardineer (esta sí, dibujada en formato 3X3). Una historia de mineros saboteadores contra trabajadores decentes, una defensa en favor de los currantes honrados, señalando a los que solo piensan en el caos por el caos.
Pep Morgan era un tipo duro, confiado, un héroe con traje y corbata que luchaba por los obreros. Fue creado también por Siegel y Shuster, en More Fun Comics #12 y además de poseer muchos detalles en su personalidad que también se encontraban en Clark, ofrecía lecturas muy interesantes, como su descaro a la hora de enfrentarse a grupos de delincuentes, sin poderes, sin miedo. Solo con sus puños. Y cómo se hacía respetar.
La siguiente suponía la presentación de un nuevo personaje: Black Pirate, titulada Dead Men Tell No Tales (Moldoff), con Sheldon Moldof como artista completo. Era el comienzo de una épica aventura de piratas y forajidos. La puesta en escena de un héroe, el Pirata Negro, hábil con la espada como ninguno, capaz de enfrentarse a treinta hombres él solo, gritando que es un honor morir a sus manos. Un primer capítulo que terminaba en medio de la acción para continuar más adelante.
Continuaba con los Three Aces, The lost city of gold. Del genial Gardner Fox unos años antes de escribir la primera aventura de la Justice League y Chad Grothkopf. Una entretenida historia de tres aviadores exploradores en busca de una ciudad azteca, que se ven atacados por unos aviones pilotados por zombis. Todo un planteamiento de cine fantástico y de terror, aunque el misterio de los zombis y porqué existen no se llega a trabajar en profundidad en este número, resulta una lectura entretenida.
Ahora llegaba el turno de Tex Thomson y su aventura The Man with the Rubber Face, con Bernard Baily como artista completo. Thomson era un personaje célebre de los primeros años de Action Comics, también debutó en el #1 junto a Superman. Aquí, como siempre, protagonizaba una aventura intensa, con el descubrimiento de un ser que crea carne sintética para construir rostros y poder convertirse en quien quiera. Con un siervo llamado Enak, tipo Ígor de Frankenstein. Una historia entretenida, que deja con ganas de más. Rex no lleva la capa y el látigo que llevaría más tarde. Es un tipo duro, que habla poco y pega mucho. Sus dos compañeros le idolatran. Un gordito y un negro con habla tipo cubano cerrado, lenguaje clásico para los negros de la época, tristemente.
Turno para Clip Carson, Revolution in Verdania, de nuevo con Sheldon Moldoff. Aquí tenemos a un mercenario que llega de resolver un asesinato a bordo de un barco que cruzaba de África a Sudamérica, llega a un nuevo destino u fama le precede. Le contratan para llevar munición y provisiones a un fuerte en el corazón de la jungla, para luchar a favor de un bando revolucionario. Una historia entretenida, que no resiste el paso del tiempo. Una hazaña bélica.
Y se cerraba este número con The Treasure Tower, con Gardner Fox acompañado ahora por Fred Guardineer como dibujante, la historia protagonizada por el gran mago Zatara. Después de Superman, de los personajes que aparecieron en Action Comics #1, Zatara es el que más recorrido ha tenido en el Universo DC. El padre de Zatanna, que entonces no existía aún, protagoniza esta historia llena de acción en la que el mago se luce en cada página con sus hechizos. Hablando del revés, su magia le obedece para todo lo que necesita, ya sea convertir las balas de sus enemigos en palomas o cigarrillos, hacer aparecer alas en un coche y ordenarle que vaya a un destino, alargar sus brazos, convertir en cristal las paredes y los suelos para buscar a alguien, convertirse en sombra para seguir a su enemigo… una infinidad de posibilidades. En este relato, Zatara ayuda a un amigo a encontrar unas joyas que pertenecen a un oscuro personaje que las custodia en una torre. Contrata a trabajadores personales y al llegar, el techo y el suelo los aplastan. Zatara quiere llegar hasta el final y recuperar esas joyas, aunque realmente se las está robando a su dueño. Pero éste usa esas joyas para adquirir una fortuna y hacer el mal desde su misteriosa torre.
Después de la aventura de Superman, sin duda la de Zatara es la mejor. Las aventuras de este mago eran muy disfrutables, por la cantidad de alternativas que ofrecía en todas sus entregas. Hoy su hija goza de cierto status en la galería de personajes de DC, pero él hace tiempo que ha pasado a un limbo en el que se encuentra en situación de semiolvido. Y es una lástima, pues presenta una gran variedad de alternativas con sus poderes que podrían ayudar a escribir una serie de magia muy interesante.
Gracias por acordaros de los clásicos. A ver si hubiera suerte y se pudieran ver por aquí clásicos como los «archives», «chronicles» o los fantásticos «golden» y «silver age»