Compañeros de fortuna

7
1995
 

Edición original: Compagnons de Fortune (Delcourt, 1999-2001).
Edición nacional/ España: Compañeros de fortuna (Ponent Mon, 2012).
Guión, Dibujo y Color: Franz.
Formato: Tomo cartoné 96 págs.
Precio: 22€.

 

Me apetecía leer una obra de aventuras ligeras, al modo clásico, no demasiado larga, a poder ser, y tropecé con Compañeros de fortuna, las dos entregas (reunidas con acierto por Ponent Mon en un solo volumen) de la última serie que Franz abordó antes de su fallecimiento en 2003. Conocido en nuestro país por Jugurtha (con Hermann), Thomas Noland (con Daniel Pecqueur), Lester Cockney o Muñeca de marfil (estas dos como autor de guion y dibujo), Franz, cuyo nombre completo era Franz Drappier, se labró desde fines de los ’60, cuando inició su carrera en las revistas Spirou y Tintin, una sólida carrera en la bande dessinée, gracias a su trazo meticuloso y sus entretenidos guiones de tendencia historicista y exótica, añorantes de la época imperial. Compañeros de fortuna recupera los tiempos en que corsarios y bucaneros infestaban las aguas, con la peculiaridad de arrojar una mirada desmitificadora al modo que películas como El día de los tramposos (J. L. Mankiewicz, 1970) dedicaban al Salvaje Oeste, si bien Franz, como buen europeo, carga las tintas en los escarceos sexuales y los ataques a la iglesia, amparado en la desvergüenza y el cachondeo de quien sabe que no ha de rendir cuentas a nadie o, en todo caso, ante un público bastante permisivo -sino entusiasta- con tales inclinaciones.

«Más vale no querer ser a la vez marinero y mujeriego. Por saltarse esa regla elemental con la voluptuosa señorita Priscilla, Andrew Eastbourne acaba abandonado en una isla desierta sin mediar juicio alguno… Al parecer, el aprendiz de Robinson atrae al género femenino, porque pronto aparece en su vida una Viernes a la que le falta ropa pero le sobran ideas. Además, resulta que el islote, que de desierto no tiene nada, es también refugio de feroces piratas que esconden un preciado botín… Y así nuestro dúo se embarca en un torbellino de aventuras por parajes donde nadie respeta las normas de la tierra ni del mar.»
[Sinopsis extraída de la contraportada]

Compañeros de fortuna es un divertimento desenfadado y salaz, donde los bandidos compiten entre sí por los tesoros y los ropajes se extravían sin descanso, más los femeninos. Franz, con un pie en la tumba, olvida toda flema y contención y se mofa a diestro y siniestro, sin librar sano personaje alguno: del pérfido Sin Cuartel, pirata avaro y sentimental tras su fachada implacable, a la bella y procaz Priscilla, al quite siempre de la réplica afilada, pasando por el vividor Andrew Eastbourne, que se las prometía de contable al embarcar en el puerto inglés de Plymouth, o la nativa Timi Ti Ahhré, quien aparece en cueros musitando una lengua incomprensible. Aventura desquiciada que encadena riesgos a la manera del folletín, se distingue de este en la sorna que desactiva el brillo de cualquier hazaña, sea el rescate de ingleses vendidos como esclavos o el más fiero envite naval a cañonazos.

La bella indígena otea la llegada de un barco a la isla donde desterraron al contable seductor
La bella indígena otea la llegada de un barco a la isla donde desterraron al contable seductor

Con los citados mimbres, la serie podría haber continuado por varias entregas, a cada cual más disparatada, de no ser por la muerte del autor, aunque es probable que sucesivos capítulos no lograsen sino desvirtuarla, como un chiste repetido hasta perder la frescura. En los dos volúmenes que dejó completos bien se nota una complacencia por volver sobre lugares y situaciones ya explorados, por recurrir a la iteración de la secuela, en vez de evolucionar en saga, tal vez tratando de acuñar una batería de gracias cómplices, como el contumaz regreso a la isla del tesoro pirata y los negros caníbales.

Franz no se pierde en sutilezas narrativas y sus personajes, culos inquietos que se mueven casi siempre sin rumbo ni propósito definido, hablan por los codos incluso en soledad. Algunos de los mejores momentos del tebeo nacen en esta feliz verborrea, sembrada de ocurrencias, guiños y pequeñas maldades, especia que sazona un caldo de motines, rescates, traiciones y cavernas subacuáticas rebosantes de riquezas, o sea, todos los tópicos de sesión matinal cinematográfica. Puede chocar algún exceso erótico, en terrenos cercanos al italiano Milo Manara (Las aventuras de Giuseppe Bergman, Verano Indio, El Clic): en una escena, mientras el grupo debate un plan de huida, una de las parejas se lanza a copular, con pasmo del protagonista y del lector. Todo resulta tan enloquecido y trepidante que, al cabo, se acepta como cualquier otra veleidad argumental, resurrecciones improbables incluidas, arrastrados en una delirante espiral de diversión de serie b. Por desgracia, tampoco deja, una vez concluida su lectura, huella más duradera que el rato de satisfacción proporcionado durante el viaje. Confío al lector juzgar si le merece la pena la inversión de tiempo y dinero.

La bandera pirata que ondea en el mástil no presagia nada bueno para Andrew y Timi
La bandera pirata que ondea en el mástil no presagia nada bueno para Andrew y Timi

En lo artístico -a nadie creo que esto sorprenda- el libro goza de buen nivel, con fisonomías y entornos retratados con primor, una narrativa clara y fluida, cuyo ritmo descansa en el tamaño de las viñetas (que Franz alterna en eficacísimos contrastes entre planos generales minúsculos y cerrados planos medios que cortan las figuras), y un diseño que saca partido de la composición en cuatro filas, apretada disposición que remite a las publicaciones europeas de clásicos de prensa norteamericana, comprimidos para eludir el formato horizontal. La línea es más laboriosa y certera en el primer álbum, que también se beneficia de una coloración más terrosa y atmosférica. La segunda historia, en comparación con su predecesora, muestra una pluma más blanda y descuidada, acentuada por unas tonalidades intensas, con verdes y rojos más cargados. El cambio, sin ser estridente ni molesto, alimenta la sospecha del deterioro progresivo de la serie, supuesto de haber sido continuada. Tal parecía ser la intención de su autor, a juzgar por el abrupto (aunque irónico) final.

Me apetecía leer una obra de aventuras ligeras, decía. Y esto fue lo que conseguí.

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Professor Castanya
Professor Castanya
Lector
23 septiembre, 2014 17:09

serán ligeras, pero no veas que bien saben estas aventuras…

el plato tiene todos los ingredientes necesarios para ser de mi gusto: aventuras, tesoros, islas, y encima tías en bolas… un placer para los sentidos.

en cuanto al precio, señalar q la obra en cuestión se puede encontrar saldada en el Mercat de Sant Antoni a unos 9 pavetes que la hacen irresistible…y hasta creo q en una tienda de cómics de una conocida Vía de barcelona, con un nombre muy de barcelona, de incluso antes de que se llamara así la ciudad…tb la tienen, ahi lo dejo…como decía el gran intelectual John Cobra…para el que lo quiera…

Retranqueiro
Retranqueiro
Lector
24 septiembre, 2014 12:36

No es lo que más me ha gustado de lo que he leído de Franz. Pero es un tebeo la mar de entretenido. Tiene muchos de los elementos (que a mí me parecen) típicos de Franz pero sí que, aquí, es como si el autor buscase pasárselo bien por encima de todo. Hay momentos en los que parece que lo único que importa es el cachondeo por encima de todo.
Pero aunque esto esté por debajo de Lester Cokney o Muñeca de Marfil tampoco está tan mal. Y Franz dibujaba muy muy bien.

Agente Sadness
Agente Sadness
Lector
24 septiembre, 2014 13:39

Veo que las vacaciones le han sentado bien, Maese Javier.

Malegro.

Y leyendo la excelente disección del tebeo en cuestión, no puedo evitar que se me venga a la mente la siguiente pregunta: ¿Ya no se hacen tebeos «ligeros» de «aventuras»?

No lo digo con sorna, sino de forma sincera. No sé, en estos tiempos llenos de supertipos profundos y densos, de historietas que en su intento de ser «realistas» a menudo provocan el bostezo, de guionistas megalómanos que aspiran a la iluminación última a través del onanismo mental…

¿Qué ha sido de los tebeos cuyo único objetivo era hacer pasar un buen rato al lector, así, sin más pretensiones? Lo único parecido a esto que me he encontrado últimamente son los seriales del 2000AD, aunque reconozco que por alguna extraña razón, el común de los lectores no le pilla la gracia a tal material fuera de las fronteras británicas. Y también he de reconocer que ya no soy el ávido buscador de novedades que era hace 25 años, por lo que quizá estas cosas existan y yo me las esté perdiendo…

En fín, dejo abierta la pregunta y admito recomendaciones.

Professor Castanya
Professor Castanya
Lector
24 septiembre, 2014 14:28

Agente Sadness suscribo todo lo dicho por Vd. al 100%

Al igual q estoy totalmente de acuerdo con Retranqueiro de que no estamos ante el mejor Franz.

Y todo ello, reiterándome 100% en lo dicho anteriormente.

Y aprovecho para señalar lo muy acertado -como siempre- del análisis que hace Javier.

Y creo q en realidad todo esto no se contradice. Un saludo

Eso si, el cliffhanger del final… en fin

Retranqueiro
Retranqueiro
Lector
25 septiembre, 2014 18:04

«Y todo ello, reiterándome 100% en lo dicho anteriormente»

Con este tebeo podría decirse lo mismo que se suele reservar para grandes autores pijameros en horas bajas. Es un Franz menor. Pero un Franz a medio gas es mejor que muchos al 100%. Hala.

Y Agrafojo, no creo en los Reyes Magos, así que ya me has dado un motivo para aguardar expectante la navidad.
¿Me equivoco si aventuro que esa futura reseña tratará las peripecias de un irlandés enrolado a la fuerza en los ejércitos de Su Graciosa Majestad?