Cuando has leído un par de trabajos de Shun Umezawa sabes ya muy bien qué te vas a encontrar. Relatos crudos, inestables y desagradables de un autor que no tiene reparos en meterse en el fango del tabú para intentar enviar un mensaje de crítica social, o quizá simplemente para enseñarnos su manera de ver el mundo. Con el primer tomo de
Este segundo tomo de Con uno y noventa y nueve nos presenta a su protagonista, Hamana, un joven en los veintilargos/treintaipocos que trabaja en una empresa dedicada a la fabricación de semiconductores y demás elementos similares que se emplean en el desarrollo de televisores, videoconsolas, móviles y demás aparatos electrónicos. Tras el fallecimiento de su madre después de una larga enfermedad, Hamana se convierte en el encargado de guiar en sus primeros días de trabajo en la empresa a Mami Kurimoto, una nueva y joven compañera. Como Hamana es el trabajador más eficiente y productivo del lugar, no tarda en impresionar a Mami con sus conocimientos, y ambos comienzan a entablar una relación cada vez más estrecha.
Mami es una devota religiosa, que cree fielmente en llevar una vida que gire en torno a cumplir los preceptos y dogmas del catolicismo. Mientras que Hamana, por su parte, es una persona mucho más racional, que se mueve a caballo entre el ateísmo y lo agnóstico, y que de repente se ve sorprendido por el interés que le suscita la fe casi ciega de Mami. Cuando Hamana conoce a la familia de la muchacha, no puede dejar de sorprenderse del buen efecto que tiene el llevar una vida religiosa: la madre y la hermana de Mami parecen dos personas maravillosas, y se respira amor y tranquilidad entre las paredes que alojan a la familia Kurimoto.
Tanta perfección comienza a sacar de quicio a Hamana, que siempre ha considerado que la vida es una etapa cruel y sin recompensas, que premia la maldad y el egoísmo antes que la bondad y la generosidad, y se obsesiona con darle una lección vital a su compañera: contacta con un conocido, bastante desequilibrado, y le ofrece una importante suma de dinero a cambio de violar a Mami. Yûki Kaita, el susodicho conocido de Hamana, acepta la oferta. Pero tras el suceso, Hamana se desespera al ver que Mami oculta todo a los demás y se refugia en su fe para poder seguir adelante tras esta prueba que le ha puesto el señor en el camino. Así que, va un paso más allá con el objetivo de forzar la situación y abrir los ojos de Mami a la realidad.
Para ello, vuelve a contactar con Kaita, y vuelve a ofrecerle dinero por otra violación, en este caso a Noriko, la hermana adolescente de Mami. Kaita vuelve a aceptar, pero surge un problema: Noriko se resiste con uñas y dientes y en medio de la lucha y el crimen, el violador no controla su fuerza y la mata. A partir de ese momento veremos el descenso a los infiernos de Mami y Hamana, que se unen más que nunca a través de la culpa y el dolor en un camino de venganza contra el hombre que les ha provocado tanto daño.
Con uno y noventa y nueve #2 arranca con una frase que resume a la perfección el sentir de Umezawa y el mensaje que quiere lanzarnos con esta obra: el ser humano es un error. De nuevo Umezawa utiliza los preceptos con los que coqueteaba en los relatos del primer tomo, y vuelve a cuestionar la racionalidad humana, que guía su vida a partir de unos instintos que se ven cohibidos por la convivencia en sociedad. Una vez más, Umezawa vuelve a poner sobre la mesa la peligrosidad del individualismo frente a lo colectivo, y a lanzarnos a un relato sobre ovejas descarriadas. La principal diferencia entre esas ovejas descarriadas y Hamana es sencilla, y a la vez, aterradora, ya que si en el primer tomo veíamos a personajes totalmente desconectados de la realidad social, que tendían a aislarse del mundo y de la manera de vivir “normal”, aquí tenemos a un protagonista que está adaptado a la sociedad, y que sin embargo guarda toda la oscuridad y escepticismo hacia los humanos en el interior. Además, Hamana es un personaje sumamente inteligente, lo que provoca que se sienta atacado por la capacidad de Mami para ser feliz, buena y altruista en un mundo que es en realidad un valle de lágrimas, y que además pretenda darle una lección para demostrar que tiene razón.
Más allá de ser un relato sobre la inestabilidad, el egoísmo, las terribles pasiones y parafilias, en el segundo tomo de este manga encontramos una gran crítica religiosa. Ya desde el comienzo del primer volumen veíamos como Umezawa usaba el tema religioso como uno de los pocos vínculos que había entre sus obras, aunque pasaba de puntillas sobre ello. Sin embargo, y acercándose más de este modo a autores de los que beben sus relatos como Usamaru Furuya, en esta segunda incursión Umezawa vertebra por completo su historia y su mensaje en torno a la religión, a lo absurdo de sus dogmas y premisas, al peligro de consignar la vida a ella. De este modo podemos ver pasajes en los que el autor juega con temas que todos nos hemos podido preguntar alguna vez, como el porqué Dios, de existir, puede permitir que le pasen cosas malas a las personas buenas y viceversa. O cuestiona la cordura de la gente de fe al ser capaces de perdonar a aquellos que les han causado un daño irreparable. Se mofa con crueldad del hecho de poner la otra mejilla, y diseña un escenario terrorífico para recrearlo y que tanto el lector, como Mami, se den cuenta de ello.
Y una vez que lo consigue, nos pone en la piel de la muchacha, que ha visto como todo su mundo y su fe se desmorona y solo le queda abrazar la venganza, el pecado, el odio, el sufrimiento. Gracias a ello la verdad es que el autor consigue crear mucha humanidad en sus personajes, y gracias a la deshumanización que gradualmente va introduciendo, quitando todos los buenos valores que podían mostrar al principio para terminar en un escenario en el que las malas acciones y sentimientos son las únicas que generan algo de paz y alivio. Umezawa muestra así su opinión de que el ser humano solo es verdaderamente humano cuando se quita la máscara de buenismo que le obliga a llevar la sociedad. Y por tanto, remarca ese inicio que decía que el ser humano, es un error. El hombre es un lobo para el hombre es una frase que bien podría formar parte de este relato.
Pero como decía en la introducción, más allá de lo evidente, el segundo volumen de Con uno y noventa y nueve es un relato sumamente alegórico, siendo desde el comienzo una gran metáfora de la bíblica historia del Pecado Original, como se puede ver en el mismo título de los capítulos. Y así los personajes pasan por las mismas etapas que Adán y Eva, arrancando en ese “paraíso” en el que Mami vive dentro de su religiosidad y la inocencia que le muestra a Hamana, pasando a la tentación que supone para este mostrarle la verdadera cara de la vida, la aparición de la serpiente encarnada por Kaita, que es el que finalmente “ofrece el fruto prohibido” a Mami para que se desencadene la locura, con la muerte de su hermana, hecho que le obliga a pecar en pos de la venganza.
Desde este punto de vista alegórico hay que reconocer que el trabajo de Umezawa es muy superior al del primer tomo, con mucha más coherencia y conexión narrativa, y un trabajo de estructura y creación de la trama más que interesante. Es una de esas obras en las que el autor tiene muy claro lo que quiere contar y cómo tiene que hacerlo, y la verdad es que en ese sentido deja un buen sabor de boca, es un manga muy bien escrito. El “problema”, como siempre con Umezawa, es que hay que ser cierto tipo de lector para poder acercarse a sus relatos, por buenos que sean, ya que la violencia extrema, los golpes morales y lo desagradable está a la orden del día entre sus páginas.
En este caso concreto, Umezawa no se corta un pelo en emplear esa violencia tanto en su forma visual como psicológico, por lo que recomiendo acercarse a la obra sabiendo muy bien lo que se va a encontrar, porque hay escenas y situaciones terriblemente duras y que dejan mal cuerpo instantáneo. Evidentemente todo queda justificado en el momento que comprendemos el mensaje que quiere dejar el autor, ya que no es morbo por morbo, ni tampoco estamos ante un autor enfermo que busca satisfacer extrañas parafilias con su trabajo. Umezawa necesita que el relato sea crudo y descarnado, que escandalice y que nos saque de debajo de las faldas de la moralidad y la ética, y vaya si lo consigue. Pero pese a esa justificación no voy a negar que en más de una ocasión dan ganas de pasar rápidamente de página o pensar que quizá se haya pasado o frivolizado en cierto modo alguna de las terribles situaciones que describe.
En definitiva,
Valoración Final
Guión - 7
Dibujo - 7
Interés - 7
7
Con una trabajada construcción narrativa y tirando de alegoría y metáfora, Umezawa hace un gran trabajo crítico del ser humano, la sociedad y la religión, volviendo a su estilo más crudo y desagradable, que a veces puede llegar incluso a echar para atrás. Pese a ello, interesante obra de un autor que no deja indiferente al lector.