Constantine: The Hellblazer

Edición original:_The Hellblazer núms. 1 a 13 USA.
Edición nacional/ España: ECC Ediciones.
Guion: Ming Doyle, James Tynion IV.
Dibujo:Brian Level, Chris Visions, Eryk Donovan, Ming Doyle, Riley Rossmo, Scott Kowalchuk, Travel Foreman, Vanesa Del Rey .
Color:Iván Plasencia.
Formato:Cartoné, 328 páginas. A color.
Precio: 34 euros.

La lista de escritores y artistas para la primigenia serie Hellblazer del sello Vértigo es inabarcable en cuanto a figuras históricas del mundo de las viñetas. Insuflado de vida por Alan Moore, definido como icono de la irreverencia británica por Jamie Delano o Garth Ennis y convirtiéndose en el rostro de la generación antiTatcher a través de algunos de los mejores lápices que la industria haya dado jamás como Steve Dillon, Dave McKean y David Lloyd. El bastardo de la magia del Reino Unido fue, es y será siempre palabras mayores.

Por ello, no es fácil escribir sus historias. Con la caída en importancia del sello que le vio dar sus primeras caladas a un cigarrillo, se tomó la controvertida y a la postre fundamental decisión de reintegrarle en el Universo DC, lo cual suponía rebajar la tensión, tono y pulso de un personaje inconciliable de primeras con sus nuevos compañeros de patio de recreo.

Después de unos años aciagos en cuanto a calidad para el scouser maldito, nacía en 2015 esta colección, con dos autores interesantes, Ming Doyle y James Tynion IV, y con dibujantes con un estilo visual atractivo como Riley Rossmo y Vanessa del Rey acompañados de Iván Plasencia como colorista. Casi seis años después, con la reedición del material por parte de ECC Ediciones, cabe hacerse la pregunta “¿Cumplió esta serie con las expectativas puestas en ella?”.

Lejos de lo que pueda parecer de primeras, la cabecera es continuista con el mejor John Constantine. Si bien se opta por un diseño más juvenil, la verdadera personalidad del mago está en la historia desde la primera viñeta. Aunque la violencia no sea tan plástica, las tramas tan terroríficas y la colección tan desafiante, sí que tenemos a un protagonista a la altura y que conocemos.

Lejos del heroísmo y búsqueda de cierta virtud por encima del vicio en el que habían caído autores anteriores, lastrando al personaje desde el fin de Hellblazer en su número 300 (o incluso antes, para algunos), aquí vemos al de Liverpool en su peor y más interesante faceta, debiendo enfrentar a sus fantasmas, sin salida ante el reguero de cadáveres dejados por su propia experiencia. Ha de ponerse al día con sus responsabilidades y errores, sin posibilidad de redención, al haber cruzado la línea no solo de lo moralmente aceptado sino de lo imperdonable. El Constantine de toda la vida, con ecos a la etapa de Mike Carey en cuanto a la depuración de culpas o al de los primeros números de Warren Ellis.

El primer arco se resume en esta idea. A la carga por el viejo amigo arrastrado a la fango se une el producido por una novia del pasado, Verónica, compañera de sus días de pinta de cerveza y vasos rotos como líder de su banda de punk, Membrana Mucosa. A caballo entre dos de las capitales mundiales del vicio, Londres y Nueva York, habrá de descubrir la identidad de un peligro que le acecha a él y ectoplasmas pasados que le rodean.

Se exploran lugares de magia tan comunes cuando la serie aún era de Vértigo, con las compañías siniestras y malos hábitos de siempre. Todo unido por escenas retrospectivas, entre las que destaca la de la grapa 4, obra de Chris Visions, Vanesa del Rey e Iván Plasencia, con un diseño distinto pero adecuado, permitiendo que el guion, cargado de reflexiones internas, pueda salir adelante.

La acción culmina en un desenlace esperable, pues hablamos de John Constantine, pero muy interesante para desprenderse del pasado inmediato, mostrando su amoralidad en pleno esplendor.

A modo de nexo entre las dos líneas argumentales tenemos dos capítulos menos inspirados, de nuevo en Nueva York, con John haciendo las veces de Cazafantasma, acompañado de su viejo compañero La Cosa del pantano. Después del arco anterior, se opta por un aire más cómico y accesible que no termina de funcionar, en lugar de seguir explotando la irreverencia del personaje.

Para este segundo arco, sus autores optan por explorar el lado bisexual de Constantine, algo que no es novedoso de primeras (el personaje salió del armario en el número 52 de Hellblazer (1992) y se vio en años posteriores), pero sí lo es por el tratamiento del mismo. Aquí, a diferencia de historias precedentes, tenemos una relación de lo más sana para John, adulta y honesta, dejando que Oliver entre en su vida y le conozca. Es un momento importante para el personaje, alejando de esta manera ciertos estereotipos sobre las personas bisexuales.

Aparte de este factor, la colección transita por aguas calmadas, en la línea de lo relativo a las historias intermedias, con una aventura ligera y entretenida pero que cae en un conformismo evidente. Los secundarios cumplen su papel, como también lo hace el acompañamiento y entorno demoniaco, pero no está a la altura de lo que se había preparado en el arco anterior que, como hemos dicho, terminó a un nivel alto.

Respondiendo a la pregunta que daba inicio a la reseña, la cabecera cumple con las expectativas puestas en ella, aunque solo sea por esos primeros seis números. Además, el factor del tiempo muchas veces permite juzgar de mejor modo aproximaciones como esta.

El cómputo global nos deja una serie que en su extremo inferior resulta de todo menos aburrida y en su apartado superior nos da a un Constantine rejuvenecido pero tan villanesco y sinvergüenza como siempre, por mucho que no haya tanta sangre, sexo y violencia.