Hablábamos la semana pasada del debut de
Descenso a los infiernos de la complacencia, del aburrimiento vital, de lo que los franceses llaman “spleen”, Consumido se regodea en las indulgentes rutinas de un Joe Matt desencantado, absorto en su propio ostracismo de racanería y onanismo compulsivo. El autor, queriendo sortear las trampas del mundo adulto (hipoteca, matrimonio, etc.), termina refocilado en un complejo de Peter Pan aún más exigente: apelando a la inactividad y a la huida de la responsabilidad y el compromiso sueña detener el tiempo, ignorando que el tiempo que se mata no se recupera, ni siquiera frena un ápice el declive. Matt se aferra con uñas y dientes a un estilo de vida que le zarandea entre el ensoberbecimiento y la miseria. Aguzada su misantropía por la adicción al porno, Matt culpa de sus fobias e inseguridades a los demás, como un adolescente resentido, y finge recrear un sórdido paraíso de juguetes, cómics y películas X en su cuarto alquilado de mala muerte. La lucidez, sin embargo, se abre camino, pese a todo, y Matt acaba confesando una insatisfacción demoledora que podríamos identificar con la crisis de los cuarenta.
Las páginas de Consumido rezuman la triste poesía del abandono y la decadencia al tiempo que gozan de un sereno equilibrio formal basado en tres ejes: la inmutable rejilla de ocho viñetas distribuidas en cuatro filas y dos columnas con predilección por los planos medios y los primeros planos, lo que le da un aire de cercanía “televisiva”; la línea, más gruesa y depurada que en sus comienzos, más hábil y funcional, también más académica, que en sus comienzos; y el uso del bitono, que aporta una elegancia al conjunto en términos semejantes a las atmósferas de costumbrismo lírico de
En apariencia, el argumento puede resumirse en un diálogo de la pág.56 (“¡Ah! ¡A la mierda las mujeres! ¿Quién las necesita? Tengo sesenta horas de porno de primera.”), pero detrás de la maquinal diatriba se esconde una amargura auténtica que toneladas de egocentrismo y misoginia no son capaces de enterrar. Hay también un atractivo punto de interés metaficcional en tanto Joe Matt reflexiona crudamente sobre sus encarnaciones anteriores en Pobre cabrón y Buen tiempo revelando incongruencias biográficas y francas falsedades de su alter ego dibujado, sospecha que siempre acomete al lector al acercarse a este material. Matt admite (de nuevo, pues lo había hecho ya en Pobre cabrón) que el género del slice of life -al menos como lo entiende él- no es sino otra forma de ficción, una que sirve para exorcisar demonios y construir un mundo donde el autor se sienta cómodo, aunque sea a costa del vampirismo emocional y el exhibicionismo.
Desde 2007, fecha de publicación de Consumido en USA (tras ser serializado en Peepshow #11-14), Matt trabaja en un nuevo proyecto que habrá de contar su regreso a EE.UU. tras los cantos de sirena de Hollywood. Así que no teman. Todo apunta a que el autor seguirá explorando sus patéticas e irritantes desventuras para nuestro solaz.