Crisálida, de Carlos Giménez

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Edición original: Crisálida (Reservoir Books, mayo 2016)
Guion: Carlos Giménez
Dibujo: Carlos Giménez
Color: Blanco y negro
Formato: Cartoné. 96 páginas. 17,90€

El sentido de la muerte

«Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando,
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado, da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquier tiempo pasado fue mejor.»
Coplas por la muerte de su padre, de Jorge Manrique.

Puede resultar paradójico que para conmemorar el nacimiento (un cumpleaños no deja de ser eso) de Carlos Giménez, haya optado por una obra que aborda justamente todo lo contrario. La muerte es segura, pero el cómo la afrontamos es cuestión de perspectiva. La crisálida es un insecto que se encuentra en la fase de desarrollo posterior a la forma de larva y anterior a la forma adulta. Siguiendo con el símil zoológico, Giménez utiliza dicho nombre para explicar la metamorfosis que surge cuando tomamos conciencia de nuestra propia fecha de caducidad. La idea de la muerte es como un veneno que, una vez inoculado, carcome nuestro día a día pudiéndose convertir en una obsesión que agudice en crisis existencial.

Como si de una matrioska se tratase, Giménez encadena alter ego tras alter ego en un ejercicio creativo sin parangón. El tío Pablo, viejo conocido en la bibliografía del autor, está acompañado por Raúl, protagonista de la historia quien, a su vez, ha gestado al abuelo Paquito como replica particular. Parece como si a Giménez le faltaran voces que manifiesten su descontento con el sistema imperante y decidiese duplicarse, triplicarse o lo que hiciera falta con tal de montar el ruido suficiente para despertar nuestras adormiladas conciencias. El creador de Mientras el mundo agoniza fabrica una máquina de clones metafórica que permite sumar adeptos para la causa; una causa con la que hacer frente a los poderosos que, dispuestos a conseguir sus fines, son capaces de justificar cualquier tipo de medio.

Giménez trastea con la metaficción de manera magistral

El fin del trayecto es la viga maestra sobre la que se sustenta este cómic, pero también cuenta con capiteles periféricos como la soledad, la vejez o la enfermedad que son tratados con igual mimo. La sordera, sufrida por artistas como Beethoven o Goya, aparece como mal somatizado que afecta al proceso creativo. Pablo y, principalmente, Raúl son quienes ponen voz a la casi totalidad del relato, quedando el resto de personajes (que bien podríamos ser los lectores) como espectadores de excepción. Ambos son dos caras de la misma moneda. Los deliciosos diálogos (que más bien son monólogos) se exponen con cabal argumentación, situándose en las antípodas de los tertulianos de tres al cuarto que se han impuesto en nuestra sociedad.

Aunque el tema central de Crisálida sea la muerte, no por ello Giménez se aleja de su faceta más reivindicativa. El autor mete, de manera constante, el dedo en la herida, sencillamente, porque esta nunca llegó a curarse. La fallida adaptación cinematográfica de Muñecos (claro paralelismo con Paracuellos) deja bien a las claras que los vencedores de la Guerra Civil siguen ocupando posiciones de privilegio en nuestro maltrecho país. Giménez es inconformista por naturaleza, mostrando un ímpetu más propio de la juventud que de un hombre de su madurez. El historietista madrileño no da puntada sin hilo poniendo sobre la mesa cuestiones que le inquietan como la libertad de expresión (la tragedia de Charlie Hebdo) o las relaciones sentimentales, mientras hace un repaso de sus principales fobias: la corrupción política, el fanatismo religioso, la incultura o la estupidez humana.

Crisálida es un canto de amor al mundo del noveno arte

Pablo habla de Raúl una vez muerto a la vez que volvemos al pasado para ver en primera persona la etapa crisálida del protagonista. La casa de este último y los bares son los escenarios más habituales en los que transcurre la historia con el alcohol como asiduo compañero de viaje. Si quitamos la extraordinaria carta de presentación y su no menos genial epílogo, de sus 58 páginas, tan solo en diez de ellas no aparece ningún tipo de fluido etílico. El alcohol sirve como anestesia para la angustia que genera perder interés por las cosas. Tanto monta, monta tanto. Giménez, como sus personajes, tiene en el trabajo su válvula de escape. Los tebeos son el refugio. El proceso creativo es la salvación.

Somos animales sociales que, si nos encerramos demasiado en nosotros mismos, acabaremos mirando a un abismo que estará encantado de devolvernos la mirada. Sin embargo, la más absoluta de las amarguras no es óbice para que Giménez riegue Crisálida con un fino sentido del humor. Giménez nos ofrece un relato honesto y sincero. Una vez más, abre su alma para construir una obra emotiva e inteligente echando la vista atrás para hacer un repaso de lo vivido. A nivel visual, su reconocible estilo está al servicio de las reflexiones. Puede que nos encontremos ante el apartado menos destacado de Crisálida, pero lo cierto es que sus viñetas tienen el vigor necesario como para que el conjunto no decaiga en ningún momento. Alegría, tristeza, mal humor… las expresiones de sus protagonistas ayudan a empatizar con ellos. Todo esto queda en agua de borrajas cuando llegan las dos últimas páginas y Giménez se suelta la melena con una composición para el recuerdo.

Con su lengua mordaz y afilada, Giménez nos ayuda a entender el mundo. Como le pasa a Raúl mientras se encuentra en la crisálida, la realidad va pesándole cada vez más mientras comprueba como va llegando su hora. La mentira, que se ha convertido en algo habitual en todos los estratos de la sociedad, erosiona sus ganas de vivir. Lejos de resignarse, Giménez protesta, se revuelve ante el sistema clamando humanidad. Tiene un compromiso social. Es por ello que muestra las costuras de los poderosos y la ceguera de la mal llamada clase media.

«No podéis justificar vuestra inmoralidad es una enfermedad que no podéis curar» LPR

Crisálida profundiza en el tercer acto de la vida hasta que toca bajar el telón. El autor realiza un ejercicio complejo en el cual mira a los ojos a la mismísima muerte. Como los deportistas que deciden dejar su carrera cuando están en la cúspide de la misma, Raúl hace lo propio siendo artífice de su peculiar cierre. Aunque pueda helarnos la sangre, tanto por fuerza como por coherencia, el final cuadra la trama de manera perfecta teniendo en cuenta todo lo narrado anteriormente. A su vez, el epílogo, poniendo el término resiliencia en el escaparate, hace que esta lectura sea, si cabe, más dolorosamente fresca y actual. Con nuestro regateo habitual, miramos para otra parte evitando atajar lo inevitable aunque la parca siempre esté a la espera, afilando su guadaña. Crisálida es un cómic no apto para lectores con aprensión a la muerte. O tal vez sea al revés. Tal vez sea una obra destinada a normalizar la única profecía que, sabemos, está destinada a autocumplirse.

Lo mejor

• La valiente aproximación a un tema nada popular.
• Carlos Giménez en su máxima expresión.
• La metaficción como recurso para tratar la importancia del proceso creativo.

Lo peor

• Por mucho que duela, todo lo bueno acaba.
• Sigue habiendo gente que se molesta por el carácter crítico en la obra del autor.
• El (maravilloso) final puede no ser entendido si solo te quedas con el acto en sí y no con la totalidad de lo expuesto en el conjunto del cómic.

Edición original: Crisálida (Reservoir Books, mayo 2016) Guion: Carlos Giménez Dibujo: Carlos Giménez Color: Blanco y negro Formato: Cartoné. 96 páginas. 17,90€ El sentido de la muerte "Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando, cuán…
Guión - 9.5
Dibujo - 7.5
Interés - 10

9

Imperecedera

Carlos Giménez nos regala una auténtica obra maestra realizando un generoso esfuerzo al tratar un tema incómodo. Crisálida merece estar en cualquier estantería y volver a su lectura habitualmente. Sin miedo a la muerte, sin miedo a su disección.

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