Guión, dibujo y tinta: Jeremy Bastian.
Formato: 128 páginas a color editadas en rústica y cartoné.
Cursed Pirate Girl supone un soplo de aire fresco en un panorama independiente plagado de tebeos del montón perpetrados por dibujantes mancos que narran epopeyas de ciencia ficción de ostentosos diseños y fondos inexistentes. Desde el punto de vista de lo que cuenta, nada más lejos de lo habitual, repito, en el mercado americano actual: esta es la historia de una muchacha, la hija de un pirata que jamás ha conocido a su padre, que se embarca en su busca, para poner fin a todas sus dudas. Pero esto no es un universo bucanero al uso: mundos fuera de este y criaturas imposibles pueblan esta narración en un arrebato visual y formal plagado de grandes momentos y demostrando una personalidad del todo particular. Hay peces parlantes, animales antropomorfos y corsarios sobrenaturales. Hay brujas, criaturas de allende los mares e incluso más allá, bestias mitológicas y aristócratas aún más terroríficos. Hay aventura, viaje iniciático y personajes deus ex machina. Todo recuerda a algo anterior, a los mundos fantásticos de Piratas del Caribe, Harryhausen, incluso a Terry Gilliam. A las ilustraciones de Brian Froud, los diseños de Alan Lee y las criaturas de Jim Henson. Pero también desprende el amor marinero de un Tony Millionaire o un Gary Gianni. De hecho, Jeremy Bastian podría ser alumno directo de Gianni, con una manera de plantear la ilustración más cercana a Doré que a cualquier contemporáneo. De ahí el blanco y negro, de ahí el trazo plagado de detalle. Tanto es así que sus páginas resultan abrumadoras, tremendas en su capacidad para recrear minucias, poblando unas viñetas que cuesta llegar a asimilar en su totalidad. Y aún y todo, suena a nuevo y original. Ya sea por ser una isla en medio del mar, por su incoherencia en un mercado -el americano- cada vez más homogéneo, Cursed Pirate Girl debe ser aplaudido por ser insólito, no solo por su mimo y cuidado. Es común, hasta un cliché vivir las vicisitudes literarias de un huérfano en mundos imposibles, pero desde luego es un faro desparramando su luz durante una tormenta el hecho de crear un tebeo que mire de tú a tú a la Alicia de Carroll, que baile con referencias consideradas caducas y que busque desarrollar una personalidad propia, a pesar de las referencias evidentes. Solo por eso debe destacar la obra en medio de los lomos de sus competidoras y debería acercar al lector de Neil Gaiman y similares.
Alejado del canon de las tendencias temáticas actuales, Bastian también destaca, como decía, por su trazo barroco, de pincel minucioso que atiborra las viñetas de detalles. Cada panel es un juego, un reto, un Dónde está Wally de complementos y arabescos que exigen que la atención baile por entre viñetas que saltan sobre la siguiente en páginas diseñadas muchas veces como un pretexto para el lucimiento del autor. Tanto es así que el tebeo en ocasiones más parece un libro de ilustraciones que un cómic al uso. Esto podrá molestar a puristas de la narración tanto como alegrar la vista de estetas adictos al abigarre. Lo que es evidente es que tanta parafernalia, tanto virtuosismo, enmascara ciertos defectos en las virtudes narrativas del dibujante, que no puede esconder cierta cojera para que algunos movimientos, algunos gestos, resulten verosímiles. Además, ese abigarramiento crea un ritmo intermitente en la lectura, que pervierte el tempo de ciertas acciones que piden más dinamismo y menos detalle. Esto no quita para que el tebeo pueda ser disfrutado a nivel visual, pues resulta evidente que Bastian es un ilustrador excepcional, aunque no, repito, un narrador a la altura de su pincel. Pero ya llegará, imagino, pues la narrativa de la obra va mejorando a medida que se desarrolla este primer volumen.
En definitiva, un caramelo visual que anticipa algo aún mejor. Estaría muy bien que algún editor español se animara a publicarlo por estos lares.
Guión - 7
Dibujo - 8
Interés - 7.5
7.5
Curioso y agradable a la vista.
