Edición original/ nacional: Cuttlas. El vaquero samurái (Panini, 2014).
Guión, Dibujo y Color: Calpurnio.
Formato: Volumen cartoné 242 págs.
Precio: 20€.
Citar a Calpurnio y asomar el término “minimalismo” parece una inviolable regla no escrita de la prensa española. El minimalismo, corriente artística surgida en la década de los ’60 del pasado siglo, utiliza elementos básicos (colores puros, formas geométricas simples, etc.) en aras de la abstracción y la síntesis. Tal designación procede del vocablo inglés “minimal”, con el que el filósofo británico Richard Wollheim se refirió en 1965 a los lienzos del norteamericano Ad Reinhardt, pintor adscrito al neodadaísmo. Vamos, que es pertinente y se ajusta al caso. Pero como me gusta complicarme la vida, mi reto de hoy va a ser escribir sobre Cuttlas. El vaquero samurái sin tirar de la dichosa palabreja.
Decía Francisco Ibáñez, padre de Mortadelo y Filemón o 13 Rúe del Percebe (entre otros), que lo difícil no es crear personajes. Lo difícil es saber qué hacer con ellos después de cincuenta, cien, mil aventuras. Calpurnio ha de saberlo. Nacido Eduardo Pelegrín en 1959 en Zaragoza, lleva desde 1983 sacudiendo el magín en busca de nuevos desafíos para su escueta criatura, que ha sobrevivido incluso a dos intentos de asesinato de parte de su propio creador. Cuando vi Cuttlas por primera vez, creo que en algún periódico, mi pensamiento inmediato fue algo así como “han hecho un tebeo con las notas manuscritas de ‘La aventura de los bailarines’”. ‘La aventura de los bailarines’, publicada en 1903 en The Strand Magazine, es un caso del mítico Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle donde el sagaz investigador recibía unos sobres con monigotes en posturas enigmáticas. Ni que decir tiene, había un siniestro propósito detrás que el residente en el 221-B de Baker Street sacaba a la luz, para solaz de sus admiradores. Nada hay de siniestro en Cuttlas, un despreocupado vaquero como extraído de la imaginación de un niño, talmente El principito de Antoine de Saint-Exupéry, al que homenajea en una de las planchas recogidas en este volumen.
Cuttlas se presta a la vieja (y nunca resuelta) batalla “Imagen de síntesis vs. Naturalismo” que enfrenta a aficionados y teóricos preocupados por los exactos fundamentos de algo tan resbaladizo como “un buen dibujo”. Quienes defienden la excelencia gráfica de Calpurnio osan incluso enarbolar leyendas del arte como Picasso o Miró, incidiendo en las emociones variadas que acierta a despertar con -a priori- tan limitados recursos. Temo no ser el más indicado para enjuiciar este aspecto pero mi apuesta es que la efectividad de Calpurnio descansa más en su inteligencia que en su técnica. Sobre ello volveré luego. Quienes denuestan el trabajo del autor tienen una frase que resume su pensamiento y, en esencia, responde al molde “Mi hijo/nieto/sobrino, etc. de 4 (o 5, o 6, etc.) años dibuja mejor que este tío”. Quienes así piensen hallarán importantes obstáculos para explicar por qué 200 páginas de las ocurrencias del infante aburren hasta pedir clemencia mientras que Calpurnio es capaz de dejar con una sonrisa en la boca y ganas de más.
Inteligencia, decía. Porque es muy chungo resolver un monigote sin cara. ¡Ojo! No con unos rasgos fijos, inexpresivos, como una máscara, sino la ausencia total de marcadores faciales. Aún peor. ¡Nadie en la tira los tiene! Piensen un momento en ello y reparen en la descomunal barrera para comunicar emociones y sensaciones concretas, año tras año -30 y en la brecha- con un óvalo vacío tocado por dos rayas que hacen de sombrero. Inteligencia para aportar un tutti fruti de recursos temáticos y enfoques. La tira puede descansar en la iteración un día (los enfrentamientos con Jack o el descanso con el amigo mexicano Juan Bala) y lanzarse al siguiente hacia el absurdo, el juego metatextual, el costumbrismo crítico o la conversión de Cuttlas en objeto consciente de merchandising para los lectores del diario que lo acoge. Otro pilar de frescor y vigencia son los secundarios de la tira, compañeros inimitables como el marciano 37, el chamán Nobody o el mismísimo General Custer, en lucha interminable con los indios. Chispa. Inteligencia, insisto.
Calpurnio, comensal omnívoro, pica de muchas fuentes. A veces, sin traicionar su estilo inconfundible, parece acercarse a las áridas diatribas de El Roto (De un tiempo a esta parte), al costumbrismo de Forges, a la ensoñación cotidiana de El Perich. Pero Calpurnio es también un hombre de cómic, curtido en el Makoki de Gallardo y Mediavilla, que puede transpirar Franquin o Schultz. Aunque Cuttlas sea un vaquero, rodeado del topos habitual del género (indios, forajidos, duelos, tabernas), refleja la más rabiosa cultura friki y geek, de Star Wars a Matrix pasando por Avatar o el último ipod. No olvidemos que el gracioso garabato puede ocultar un revólver en un libro para su duelo con Jack, su némesis recurrente, pero también actualizará cuidadosamente su Facebook y su Twitter o escuchará los clásicos de la música rock. Cualquier faceta de la imaginación (presente, pasada, futura) está invitada a dejar su huella en la tira.
Borges convive con emoticones de chat, Kafka con citas de Sergio Leone. Seguro que todo esto ya lo saben pero, si mis palabras fracasan, las imágenes que acompañan el texto les ayudarán a hacerse una idea. Lo cierto es que lo he pasado pipa con la lectura de este volumen editado por Evolution Comics (perteneciente a Panini), que reúne historietas publicadas en el diario 20 Minutos entre los años 2009 y 2014; en verdad, también escribiendo aquí mis impresiones a condición de no mencionar el término ‘min…’
¡Uy! ¡Casi se me escapa! 😉
Sin querer quitarle méritos al hombre, que si sigue después de treinta años tiene que ser bueno, a mi las tiras de Cuttlas nunca me han hecho la mínima gracias. Quitando alguna ingeniosa como la del 2013 de arriba es un hombre que no me llega, pero felicidades por la publicación del recopilatorio.
Decía el gran dibujante Max (el de Peter Pank, Bardín el superrealista, etc) en una reciente entrevista:
«Hay un trabajo de fondo que cada autor hace por sí mismo, más allá de que publique en un sitio u otro, dirigir su manera de dibujar hacia puntos que le interesan. Con el tiempo he visto que quiero llegar a la iconicidad máxima. Cada vez me gusta más Calpurnio. Estoy trabajando para llegar a algo similar, pero no como él, claro.»
Con esto está todo dicho. Calpurnio, guste o no guste, ha demostrado ser un visionario.