Continúan las celebraciones por los ochenta años de Marvel Comics y continúa la publicación de la línea “Décadas”, esta vez centrada en los cincuenta, una vez superados los cuarenta. Panini Cómics está trasladando al mercado hispano estos tomos, tal y como han sido concebidos por la casa madre. De ahí que para este volumen se haya decidido honrar al Capitán América de esos años. Curioso, porque no es ni de lejos el concepto más exitoso de esa década, aunque también hay que admitir que fueron tiempos de crisis en la editorial de Martin Goodman, la llamada Era Atlas. Este Capi se caracterizó por querer rescatar el espíritu clásico, como tebeo de aventuras y de evasión. Lo único que lo hizo relevante fue el cambio de paradigma, ya que con los nazis desaparecidos, era necesario buscar otro enemigo que representase el mal encarnado. Martin Goodman y su editor, Stan Lee, pensaron que los “rojos” casaban perfectamente con esa definición, algo que con el tiempo, hasta el propio Stan trató de borrar de su recuerdo. El caso es que estábamos ante unos tiempos de bonanza económica en el país, pero también de cierta histeria colectiva, con el miedo al comunismo atenazando a una parte importante de la población.
Es por eso que, al afrontar esta entrada, se ha determinado hacer un pequeño acercamiento al contexto sociopolítico y ver como casa la figura patriótica en el nuevo panorama surgido tras el fin de la II Guerra Mundial. Por otro lado, estas aventuras han sido retconeadas con la recuperación del Centinela de la Libertad para la Era Marvel de los cómics. Para que toda la cronología cuadrase se intentó separar a los distintos portadores del manto, pese a que los lectores contemporáneos de aquellas historias nunca tuvieran la sensación de que el personaje había cambiado, en ningún aspecto. Como truco básico de la retrocontinuidad, vamos a explicar cuántas personalidades se han vestido con las barras y estrellas. Como es tradición, dejamos el último punto para reseñar el contenido del tomo en sí, ya que la ocasión lo merece, puesto que nos encontramos ante un material que nunca se había publicado en España. Una coyuntura única, facilitada por esta efeméride tan especial.
Así pues, sean bienvenidos al mundo del Capitán América de los 50. Esperamos que sobrevivan a la experiencia.
La América de los 50
El Capitán América puede que sea el héroe más pegado a la cuestión política y social que pasea por las páginas de Marvel Comics. El personaje nació a inicios de la década de los 40 del S. XX. Sus creadores originales, Joe Simon y Jack Kirby, lo mostraron como un superhéroe patriótico en un ambiente que en el que se mascaba la participación de EEUU en la II Guerra Mundial. Un escudo contra la intolerancia y el fascismo que representaban los nazis, el gran enemigo del Abanderado. No podía ser menos con alguien que se vestía, de la cabeza a los pies, con la bandera norteamericana. Esto fue así en su etapa de diez ejemplares con el Capi, ya que Simon y Kirby fueron despedidos por Martin Goodman por mala praxis. Sus continuadores mantuvieron la llama encendida, con enemigos germanos, malvados quintacolumnistas y demás fauna indeseable. La juventud de aquellos días se aprendía de memoria el abc para luchar contra el fascismo y toda una generación se contagió de ese espíritu. El comic-book era un fenómeno imparable y el Capitán América fue uno de los nombres que más apoyaron ese influjo.
Con la guerra terminada, se nota un paulatino retroceso del género del superhéroe. La sociedad de la época demandaba otras temáticas, como el romance o la ciencia ficción. En lo que se refiere al Centinela de la Libertad, el descenso fue paulatino pero seguro, cerrando en Captain America Comics #73, un recorrido nada desdeñable que comenzó en 1941 y termina en 1949. Todavía se renombraría la revista a Captain America Weird Tales, con el #74 y el #75, para aprovechar la fuerza del nombre, aunque el personaje no apareciera por sus páginas. Parecía que el camino se cerraba para siempre justo y cuando se abría la nueva y prometedora década. No se puede negar que los cincuenta fueron muy importantes en el imaginario estadounidense. Pasados los años, se mantiene en el recuerdo popular como uno de esos momentos felices, idealizados, que Hollywood llegó a popularizar en el resto del mundo. El famoso American Way of Life. Lo cierto es que estos años fueron trascendentes para la sociedad de los EEUU y, pese a ello, no están exentos de sus convenientes sombras. Vamos a echar un vistazo muy somero al panorama político y social, en aras de comprender algo mejor al Capitán que resurgirá en los 50.
El fin de la II Guerra Mundial trajo consigo que Estados Unidos se convirtiera en la primera potencia del mundo. Sus grandes rivales, Alemania e Inglaterra en Europa o Japón en Asia, pasaban por singulares penurias debido a su implicación profunda en la conflagración. Solo la Unión Soviética, el gran bastión de la ideología comunista, salía igualmente reforzada a mediados de los años 40, aunque lejos de la sensación de prosperidad que inspiraba el gigante americano. Un dato a destacar es que en Estados Unidos llevaba una inercia positiva desde la instauración del New Deal, la receta contra la Gran Depresión instaurada por Franklin Delano Roosvelt. Prueba de ello es que las grandes líneas económicas y sociales no variaron en gobiernos de demócratas o republicanos. Se puede decir que, pese al mayor costo que le supuso la II Guerra Mundial con respecto a la primera (se estima que diez veces superior), las ganancias compensaron el esfuerzo. De cara a 1950, el PIB estadounidense equivalía a más del 27% del mundial, que si lo comparamos con un año como 1913, donde la cifra es apenas el 9%, supone el incremento brutal.
La década de los 50 es el momento de la consolidación del capitalismo. No solo en EEUU, sino también en la Europa occidental o en Japón, países que sufrieron los rigores de una compleja reconstrucción. La economía mundial creció a una tasa tres veces superior al periodo de entreguerras, quedándose muy pocos estados al margen de ese incremento. Y la norteamericana sigue siendo el mejor ejemplo de impulso y modernización. Los números macroeconómicos supusieron una traslación efectiva al ciudadano de a pie. Se produce la gran explosión de la clase media en el país. Una sociedad mejor educada y propensa al gran consumo de masas. Estamos ante el prototipo de familia de clase media, con una casa con jardín en las afueras de la ciudad, dos automóviles, una televisión en el salón y una gran capacidad de gasto en cosas superfluas. Obviamente, esto no era extrapolable a la totalidad de la sociedad, puesto que la cuestión racial todavía quedaba por solventarse, lo que convertía a muchos de ellos en marginados. Los ciudadanos afroamericanos sufrían una constante segregación, que en un aspecto tan trascendente como la educación, no se le puso fin hasta el año 1954, cuando el Tribunal Supremo dictaminó la ilegalidad de apelar a la raza. La igualdad de las minorías se convierte en una larga lucha cuyo mayor impulso se daría en la década siguiente.
La mayoría de lo narrado hasta ahora parece implicar un clima idílico para este reforzado papel de los EEUU como líder mundial. Solo que no contaban con el otro gran ganador de la contienda, la URSS. Las tensiones entre ambos países se puede decir que se mostraron bien pronto, debido a sus diferencias en interpretar economía y sociedad. Ambos se sentaron en la Conferencia de Yalta en 1945, junto a Gran Bretaña, como los seguros triunfadores del mundo libre. Aliados ocasionales ante un mal mayor. Las naciones vencedoras tenían claro que era necesario ahogar a la Alemania derrotada, para impedir un resurgimiento, tal y como ocurrió tras el cierre de la Gran Guerra en 1917. Por eso se determina la ocupación del territorio germano bajo zonas de influencias, regidas por militares designados por los cuatro grandes países aliados, en la Conferencia de Postdam. Berlín, la gran capital, queda bajo el influjo soviético, aunque no tardaría en buscarse un apaño. Los rusos comienzan a hacer cambios significativos bajo su dominio. El apoyo institucional al partido comunista alemán, el KPD, nacionalización de la gran industria, reformas agrarias….. Mientras que en la zona occidental apenas se hicieron variaciones, más allá de potenciar la maquinaria capitalista. La guerra entre bloques antagónicos comienza a configurarse.
La división en dos mitades de Alemania es el pistoletazo de salida para la gran problemática del mundo contemporáneo, la llamada Guerra Fría, donde el miedo al otro y la escalada nuclear pondrán a nuestro planeta en varios bretes, a lo largo de este conflicto. Las nuevas generaciones, nacidas ya en el S. XXI, probablemente no lleguen a alcanzar la medida de la histeria colectiva y de las veces que ciertos botones rojos estuvieron a punto de ser pulsados. La caída del Muro de Berlín, en 1989, y la consiguiente asunción de la derrota del comunismo, es un hecho tan trascendental que incluso llevó al politólogo Francis Fukuyama a declarar el “Fin de la Historia”. Los años 50 supusieron el despertar de esa confrontación con el bloque comunista. Y eso que en los EEUU existía un partido con tales connotaciones desde 1919, cuando el ala más radical del Partido Socialista de América decidió abrazar el comunismo, a la manera soviética. No estamos ante un partido que haya tenido una relevancia real en la política norteamericana, aunque su influjo en ciertas intelectualidades es fácilmente rastreable. Sin duda, la guerra a cara descubierta, planteada por organismos gubernamentales, contra la ideología “roja” les hizo más complicada su existencia, en esos años tan cruciales.
La década de marras es la época del llamado Terror Rojo (Red Scare). La Unión Soviética consiguió ponerse al mismo nivel en potencia de fuego con la consecución de la bomba atómica, una tecnología que EEUU pensaba que era suya en exclusividad. También se produjo la victoria comunista en China, un país con bastantes millones de habitantes, lo que en términos de alianzas geopolíticas, asustaba y mucho a importantes dirigentes del Pentágono. Todo ello era narrado por los medios de comunicación, debido a que el acceso a la información era común para el ciudadano americano. Luego estaban los políticos demagogos, cuyo mejor exponente fue Joseph McCarthy, el impulsor de la “Caza de Brujas”, extendiendo el miedo a una población civil ya de por sí asustada ante la posibilidad de un conflicto a gran escala. El comunista se transmutó en el enemigo, en aquel que haría lo posible por echar abajo lo que con tanto esfuerzo se había conseguido. Se extiende el pánico pensando en la posible infiltración de “rojos” en puestos claves de la sociedad norteamericana. Un buen termómetro de este miedo se documenta en la ciencia ficción barata de los 50, tanto en cine, televisión o cómic, donde numerosos alienígenas metamorfos pasaban por ser nuestros amigables vecinos (en el Universo Marvel, los Skrull son el ejemplo palpable de ello, aunque estos se daten ya en los 60). Cuesta no asociar ese miedo a las situaciones cotidianas de rechazo al comunista.
Este es el ambiente político y social que se vive a inicios de esta década. Pronto, los miedos se verían refrendados por la Guerra de Corea, que se inicia en 1950 y se cierra en 1953. Estos lodos provienen de los barros de la II Guerra Mundial, igualmente. A la finalización del conflicto en la zona del Pacífico, EEUU y la URSS acuerdan dividirse Corea en dos mitades, lo que representa un enfrentamiento de bloques, similar al ocurrido en Alemania. La zona norte se queda bajo el influjo comunista, mientras la sur pertenece al entorno americano. En junio de 1950, la parte norteña invade la sureña, reclamando todo el territorio, una esperada unificación, de la que se había hablado políticamente, en alguna ocasión, solo que ahora era realizada manu militari. El hecho provoca que Estados Unidos preste apoyo militar a las fuerzas de Corea del Sur, mientras que su homóloga del norte se encuentra asistida por Rusia y la China Popular. Si el comunista ya empezaba a verse con malos ojos desde finales de la II Guerra Mundial en la sociedad estadounidense, la Guerra de Corea agravó inevitablemente su mala prensa.
En el modesto terreno del comic-book, tenemos la figura de Martin Goodman, llevando adelante una compañía en una crisis galopante desde el año 1949. Sobreviviendo a base de material de inventario, el bueno de Goodman añora los días de Timely, donde el negocio era próspero y rentable. Ahora, en la Era Atlas, nos hallamos ante un triste postizo de lo que representó entonces. Recién finalizada la Guerra de Corea, con las fuerzas comunistas condenadas por el ataque, Martin interpreta que puede ser un buen momento para el repunte de lo patriótico. Mucho más evidente con la popularidad de McCarthy y sus arengas anticomunistas. Un buen timing para recuperar a su trinidad Timely, aquella que vivió sus mejores momentos bajo el amparo de lo patriótico. Otro aspecto que le afianzó en su determinación fue la buena recepción de la serie de Superman en ABC. La televisión se convirtió en el mejor amigo de América, superando a su anterior rival, la radio. Una manera de trasladar historias a millones de personas y Superman, un superhéroe, estaba funcionando desde 1952 con buenos ratios. ¿Por qué no iban a hacerlo sus personajes, además, en su propio medio, como era el cómic? Para el dueño de Atlas, se daba por finalizada la época de crisis del género. Cuan equivocado estaba.
Martin Goodman decide reactivar el género del superhéroe en la editorial, con nuevo material para deleite del lector. A pesar de los indicios, el clima que se respiraba no indicaba que hubiera una buena recepción, contando que las temáticas preferidas eran otras, en aquellos días, tal y como se debe citar el horror o el romance. Pero Goodman no se amilanó y recuperó a la Antorcha Humana, Namor y el Capitán América para la producción de Atlas. En el caso del Abanderado, lo tenemos en dos cabeceras contenedor, pensadas para la vuelta de los héroes, es decir, Young Men y Men’s Adventure, y su propia colección regular, que recupera la numeración que quedó en suspenso (que venía a ser a partir del #76). Su nueva dirección se basa en cambiar a los nazis por los comunistas, tratando de reinstaurar lo bueno de sus primeros años de publicación. El intento fracasó estrepitosamente y los tres iconos fueron cayendo de la programación de manera paulatina.
Este tomo llamado Décadas. Marvel en los años 50 recupera a ese Capitán América especialista en aplastar comunistas. Todo lo que se publicó en esos años cruciales lo tenemos en el volumen. Por tanto, ante la feliz vuelta del Centinela de la Libertad, debemos hacernos la siguiente pregunta: ¿es el mismo capitán el anti-comunista que el anti-nazi? ¿Existe una conexión o son independientes? La respuesta a ese interrogante la contestamos en el punto siguiente.
El Camarote de los Capitanes América
El Capi nació como un símbolo de una época. Llevar sobre tus hombros la responsabilidad de toda una nación no es tarea baladí. Por eso, Simon&Kirby apenas mostraron interés por el quién se escondía bajo las botas y el escudo. Sí, sabemos que es el joven Steve Rogers, un no apto de buen corazón, pero tanto los autores originales, como sus continuadores, apenas esbozaron cuatro líneas fundamentales de la personalidad de Steve. Era más importante el símbolo, por lo que cuando se le necesitaba, abandonaba cualquier cuestión que tuviera entre manos para dar la cara ante la tiranía y la injusticia. Siempre acompañado de su fiel Bucky, podía cubrir la papeleta como el soldado raso Rogers o vestido de humilde profesor, pese a que su verdadero sentido lo hallara como el incombustible Capitán.
Hacemos un salto en el tiempo y nos dirigimos a los años 60. Stan Lee y Jack Kirby estaban dando forma a la Era Marvel de los cómics, con un exuberante torrente de creatividad en cuanto a nuevos y viejos conceptos relacionados con los superhéroes. No es un secreto que el Centinela de la Libertad era de los personajes preferidos para la dupla Lee-Kirby. El segundo, uno de sus co-creadores, aquel que supo definirlo gráficamente, insuflando vida y energía a su figura. Para Stan significó sus primeros pasos como escritor de tebeos, en aquel relato corto en Captain America Comics #3, el primero de muchos y luego, tras el despido de Joe y Jack, convertido en el guionista titular de sus aventuras. Los dos autores habían realizado su correspondiente homenaje a la Golden Age, donde ambos comenzaron a despuntar, con una versión propia de la Antorcha Humana, como miembro original de los 4 Fantásticos, y la inclusión de Namor en Fantastic Four #4, en el año 1962. De la gran trinidad Timely solo faltaba el Capi, por saltar a la palestra, pero Lee no era tonto; sabía que su último intento como aplasta comunistas no había sido muy bien recibido. No tenía del todo claro que una figura patriótica como esta calara en una audiencia como la de los años sesenta.
Stan tenía este asunto entre ceja y ceja. Así que le plantea a su socio una prueba en Strange Tales, más concretamente en el #114 (noviembre del 63, fecha de portada), en el segmento protagonizado por Johnny Storm, alias la Antorcha Humana. Lee y Kirby presentarían a alguien disfrazado como el Capitán América, algo que transeúntes, secundarios y el propio Storm reconocerían de manera inmediata. Por supuesto, la dupla hacía trampas dado que debajo de aquel disfraz había un bandido de poca monta, haciéndose pasar por una figura mítica. Dejando de lado aspectos tan ridículos como que la Antorcha se vea atacada por un cubo y un mocho de fregar (sic!), esta pequeña historia le sirvió a Stan Lee para ver el grado de popularidad del Abanderado (pese a que se deja claro que no era él, sino un impostor). Y el resultado fue muy positivo. El correo que llegó a la redacción indicaba que sí había apetito por más historias del Capitán América.
El órdago definitivo lo localizamos en Avengers #4 (marzo del 64, fecha de portada). Unos recién conformados Vengadores encuentran el cuerpo congelado de alguien que pronto sabrán reconocer…. ¡¡El héroe de la II Guerra Mundial, el Capitán América!!. De nuevo, son Stan y Jack los encargados de dar sentido a esta renovada pieza del engranaje. Establecen que Rogers había quedado congelado debido a un incidente con el Barón Zemo (personaje de nuevo cuño pero con trazas de retrocontinuidad), cuyo plan era el bombardeo de Londres, vía aérea. En su épica hazaña, Steve había caído a las frías aguas del Ártico, donde las bajas temperaturas, al entrar en contacto con su suero del supersoldado, le permitieron un estado de hibernación, despertando en los sesenta con la mismas pintas que en 1945, momento exacto en el que se data el incidente.
Stan Lee, de un plumazo, borraba etapas conflictivas, como la protagonizada por el anti-comunista (en la que había estado implicado como editor), se deshacía del sidekick, con la presunta muerte de Bucky Barnes, le creaba al personaje un antagonista con lazos asentados en el pasado, como era el Barón Zemo, y además comenzaba a perfilar la dinámica del hombre fuera de su tiempo, que tan acertada resultó para Rogers y que tan bien ha sabido ser trasladada a su vertiente audiovisual. El Capitán pasó de manera inmediata a formar parte de los Vengadores, además de comenzar un segmento en Tales of Suspense, con sus aventuras en solitario, donde Lee y Kirby nos relatarían tanto aventuras en tiempo actual, como escaramuzas durante la II Guerra Mundial, a modo de flashbacks o recuerdos.
La jugada de The Man era casi magistral, aunque si estabas un poco atento había alguna que otra cuestión que no casaba. Según Lee, el Capi queda congelado en algún punto anterior al 18 de abril de 1945. Pero claro, si repasamos el historial del Centinela de la Libertad vemos que sus cómics se seguían publicando en el 45, el 46, el 47, etc., hasta llegar al revival de los años 1953 y 1954. Si el Capitán América estaba congelado en esas fechas, ¿quién era el portador del escudo en aquellos días? A Lee no es que le preocupara mucho esa cuestión; lo suyo había sido meterlo en continuidad, aparte de darle un sentido y un propósito, lo que tampoco es algo poco meritorio. Para el bueno de Stan, su parte había quedado resuelta. Otros se encargarían de los pequeños flecos.
El caso es que si repasamos los cómics de la Golden, posteriores a la guerra, tampoco es que notemos un cambio en el personaje principal. Continúa siendo ese boy scout de buen corazón y aguerridas actitudes. Y cuando aparece en su personalidad civil, sus allegados le siguen llamando por su conocido nombre de pila….. por tanto, ese juguete llamado retrocontinuidad funciona si das un salto de fe, puesto que el primer sustituto del primigenio, que luego explicaremos de forma pormenorizada, se debe situar a la altura del Captain America Comics #49, en cuyo interior se sigue aludiendo a Steve Rogers. Lo único que puede tener una significación es que, tras el cierre de la contienda bélica, la vida entre barracones no tiene sentido, por lo que al alter ego del Capi se le convierte en un maestro de la Escuela Lee y a Bucky en uno de sus alumnos. Tiempos de paz llevan aparejados nuevos propósitos.
Así pues, si leemos con los ojos de la Golden los ejemplares de Captain America Comics, debemos deducir que en ningún momento se ha cambiado al protagonista. Si nos acercamos con el relato de la Era Marvel bajo el brazo, somos conscientes que Steve Rogers estaba congelado en el hielo desde 1945, por lo que otros debieron ocupar su lugar. El artífice de que, de alguna manera, la cronología Timely-Atlas-Marvel tuviera algún tipo de sentido es Roy Thomas. Enciclopédico y minucioso, no podía consentir que semejante agujero de guion pasease por las páginas de Marvel Comics. A la altura de 1972 es el editor jefe de la compañía. Suya es la patata caliente de designar un escritor para la colección del Capi, que en esos días hacía aguas en ventas, con una tendencia negativa tras la salida de los guiones de Stan Lee. Después de probar con su remedio para todo, Gerry Conway, y éste abandonar a las primeras de cambio, como siempre, Roy se fijó en un recién llegado a la editorial. Su nombre era Steve Englehart.
Steve era alguien bastante peculiar, un hijo de los sesenta conectado con los nuevos tiempos de los setenta. Acostumbrado a circular por ambientes hippies y contraculturales, era una persona con valores bastante progresistas para la época. De hecho, él mismo se había declarado objetor en aras de evitar el servicio militar, por lo que parecía un autor poco indicado para este tipo de personaje. Un anti belicista poniendo voz al mayor supersoldado de la historia. Así recordaba sus sensaciones sobre el Capi en su blog personal: “el problema sobre la mesa en Marvel es que estábamos en los setenta, principalmente años anti-guerra, y aquí teníamos a un tipo con la bandera en su pecho, que se suponía que debía representar aquello en lo que la gente más desconfiaba. Nadie sabía qué hacer con él”.
Thomas decide dar el salto al vacío y cederle la colección. Eso sí, el editor le habla de ciertas incongruencias en la línea de tiempo y como era necesario atajar ese problema. De todo lo que le comenta Thomas al respecto, Englehart hace oídos sordos, excepto cuando se habla del Capitán América de los años 50. Eso sí le podía servir al guionista para mostrar la cara oscura del patriotismo mal entendido, del seguidismo sin consciencia. Y decide que va a ser su primera trama a tratar conforme llegue a la colección.
Captain America #153 (septiembre de 1972, fecha de portada) nos muestra un Abanderado muy pasado de rosca, atacando a las personas equivocadas y soltando proclamas muy difíciles de asociar a los tiempos presentes. Aquí tiene que haber gato encerrado, la típica confusión de alguien que trata de suplantar a Steve Rogers. Pero lo que subyace debajo es mucho más complejo de lo que aparenta. Resulta que William Burnside fue realmente el Capitán en los años 50. Nacido en 1930, creció idealizando al Centinela de la Libertad, por lo que su aparente muerte en 1945 le causó una grave conmoción. Esto se solventó con los siguientes portadores del manto, puesto que el símbolo siguió funcionando hasta finales de los 40. Mientras, se licenció en historia americana, estudiando muy especialmente a los héroes de guerra. En uno de los textos que localizó en sus investigaciones, venía detallado el intento de suero de supersoldado que la inteligencia nazi trató de replicar para crear los suyos propios. Burnside, como chico obediente, entregó esos documentos al gobierno norteamericano y se postuló como conejillo de indias para el experimento. Estamos en 1953, cuando la Guerra de Corea todavía no se había cerrado, por lo que un símbolo patriótico le podía venir muy bien a las tropas.
La rocambolesca historia de este William no es más que un fallo tras otro. Convencido de su misión mesiánica, se cambia el nombre legalmente a Steve Rogers y decide someterse a operaciones estéticas, para parecerse lo más posible al original. Si iba a ser el Capitán América, lo sería de manera completa. Cuando pensaba que su sueño se iba a hacer realidad, el fin de la Guerra de Corea supone que el gobierno recule en sus intenciones de seguir con este proyecto. El nuevo “Rogers” se queda sin propósito. Retirado como profesor en la Escuela Lee, se dedica a enseñar historia, cuando un alumno suyo le llama la atención. Su nombre, Jack Munroe, pero él se apoda a sí mismo Bucky, por la pasión que siente por el Capitán América. Comienza una relación de amistad y de malas decisiones, pues deciden inyectarse la versión beta del suero del supersoldado e iniciar una lucha contra la maldad y la tiranía, que, curiosamente, ahora representan los comunistas, como demuestra que Cráneo Rojo se haya pasado a sus filas.
William Burnside y Jack Munroe serían las caras del Capitán y su sidekick en este tomo Décadas. Englehart, en apenas unos pocos ejemplares (entre el #153 y el #156), nos muestra la corrupción de los valores patrióticos en forma de corrupción del suero del supersoldado. Como el experimento los afectó en demasía, y se convirtieron en peligrosos, fueron congelados en criogénesis, con la esperanza de obtener una cura y así borrar cualquier rastro de este nefasto episodio, que nunca debió ocurrir. Pero, los secretos no pueden estar siempre bajo las alfombras, por lo que Burnside (perdón, el segundo Rogers) y el tal Bucky fueron liberados en plenos setenta, para enfrentarse a su contrapartida de la época y a su acompañante, el Halcón.
Así, de esta manera, tenemos claro quien ocupó el traje y el escudo durante la breve etapa de los cincuenta. Como hubo un parón importante entre publicaciones (1949 es el último año de Captain America Comics y no se retoma el personaje hasta finales de 1953), la ascensión de William Burnside se torna plausible. Ahora bien, a Roy Thomas le seguía pareciendo que había un hueco bastante grueso por rellenar, precisamente aquel que debe conectar el 45 con el fin de su serie homónima. Como Englehart había declinado hacerse cargo del tema, sería el propio Roy el que se pusiese manos a la obra, cerrando, de una vez por todas, cualquier tipo de incongruencia.
No sería hasta 1977 cuando Thomas pudo implicarse, de manera profunda, con este asunto. En esos momentos, su principal asignación era la colección de los Invasores, un invento propio basado en la retrocontinuidad y la Golden Age en el que Thomas disfrutaba alegremente. Para el What If?#4, una cabecera donde se jugaba con posibilidades alternativas del Universo Marvel, el guionista decidió saltarse su esencia y plantear una trama que será canon. Thomas hace protagonista a los Invasores pero sabe que será un número donde se le explicara al lector Marvel el complicado periplo del traje del Capitán América a finales de los cuarenta. Veamos como resulta, de manera resumida.
Tras la muerte de Steve Rogers, el presidente Truman en persona se pone en contacto con William Nasland. Ésta era la personalidad civil de Espíritu del 76, un superhéroe vestido a la manera colonial que operaba en Europa, como parte fundamental de la ayuda americana para el viejo continente. Es necesario que Nasland agarre el manto del Capitán porque el símbolo debe prevalecer, por encima de la persona que se halle debajo de las máscara. Fred Davis Jr., un chico que había mostrado arrojo al plantarle cara al mismo Cráneo Rojo, será designado como su Bucky particular. El antiguo Espíritu acepta el envite, uniéndose a los Invasores, de manera instantánea, para hacer frente a las amenazas de rigor. Lo más inmediato es ponerle fin a los intentos de Adam II, otro proyecto de androide fallido del profesor Horton, de interferir en los destinos de la política norteamericana. En la escaramuza que viene a continuación, con la ciudad de Boston como escenario, que para el Espíritu tiene una conveniente significación, Nasland muere a manos de los esbirros de Adam II, sin que sus compañeros Invasores se percaten de ello.
Por aquellos parajes se encontraba Jeff Mace, más conocido como el Patriota. Éste es un personaje sacado del fondo de armario de la Golden Age, ya que debutó en 1941, con las connotaciones que le presuponen (copia descarada del Capitán América). Sin mucha trascendencia en los cuarenta, tendrá su momento de gloria, aquí en los setenta. Roy Thomas determina que Mace, testigo de la terrible muerte de Nasland, decide quitarse su traje de Patriota y enfundarse en el legítimo de las barras y estrellas, para que sus enemigos no se anoten el tanto de la caída de un símbolo como el Capitán. Una vez acabado el feudo, Mace opta por contar la verdad, dejando en shock al resto de Invasores. El grupo piensa que la mejor manera de honrar a Nasland es hacer de tripas corazón y continuar hacia adelante. Por lo tanto, Jeff Mace es la personalidad civil que mantendrá activo al Capitán América, hasta su retiro voluntario a finales de 1949, volviendo a su oficio de reportero, la ocupación que tenía antes de enfundarse en las mallas del Patriota.
Completando el círculo y haciendo una breve recapitulación de manera cronológica (ya que todos estos capitanes fueron surgiendo a salto de mata), así queda el hombre bajo la máscara: Steve Rogers, el original, fue el responsable del escudo desde 1941 hasta 1945, fecha en la cayó víctima de una trampa de Zemo, quedando en animación suspendida hasta 1964, momento de su resurrección y de la vuelta a la actualidad Marvel; William Nasland es el candidato oficial del gobierno para sustituirle, pero su periplo es muy breve, circunscrito a ese mismo año 45, ya que pereció en el intento; Jeff Mace fue el sucesor de Nasland, de 1945 hasta 1949, un año en el que la figura del Capi parecía innecesaria; por último, William Burnside, por su cuenta y riesgo, decide que la histeria por los “rojos” es el llamamiento necesario para que el Capitán vuelva enfundarse el traje, convertido así en el aplasta comunistas. La figura del Abanderado se transforma, de esta manera, en un concepto de legado, que tan bien se ha manejado en épocas recientes con las sustituciones de Bucky Barnes o Sam Wilson, cuando Steve ha estado fuera de plano.
Nosotros estamos aquí para analizar al Capi de los 50. Uno que, reiteramos, no se identifica con William Burnside de ninguna forma, ya que este entramado que acabamos de relatar tiene sentido desde la retrocontinuidad, nunca si nos acercamos a leer el material original. Aquí es el profesor Rogers, el legítimo Capitán América, maestro en la Escuela Lee, con el alumno James Buchanan como su ojito derecho. Eso sí, cuando se viste con el traje de las barras y estrellas, la contundencia del Capi es igual o superior a la de su época de gloria.
Décadas. Marvel en los años 50
21 euros
El concepto de “Décadas” nació, por parte de Marvel, como una línea conmemorativa de los ochenta años de la editorial. Una forma de ver el desarrollo de la compañía y presentar al lector, versado o no, algunas de las historias claves para comprender el entorno compartido. De este razonamiento se infiere su carácter antológico y que no se deben catalogar como las mejores, sino como simplemente representativas de un momento determinado. Los años 50 fueron los días de la eclosión de los géneros (romántico, bélico, terror, crimen, etc.) en la editorial Atlas. En ese maremágnum de temáticas, Martin Goodman decidió que pudiera ser un tiempo propicio para el retorno del superhéroe. Los más rutilantes para el aficionado era la llamada trinidad Timely, es decir, Namor, la Antorcha Humana y el Capitán América. Su periplo fue más breve de lo esperado, pero eso no ha impedido a la Casa de las Ideas seleccionar al Centinela de la Libertad como su personaje icónico en los años 50.
Panini Cómics nos trae el recorrido íntegro de ese personaje, en esos convulsos años, como hemos relatado en puntos anteriores. No solo los tres números de su serie regular, que recuperaba la numeración previa a su cancelación, sino también los complementos en otras cabeceras antológicas que compartía con sus compadres superhéroes. Como añadido a destacar, contamos con un argumento moderno de Howard Chaykin, un one shot de 2008 centrado en la América anti-comunista, dentro de un grupo de especiales que el autor realizó con la figura patriótica. La diferencia entre materiales es bastante considerable, por lo que la sensación de postizo es muy difícil de quitar. De todas formas, a este respecto, hay que quitarle responsabilidades a la editorial italiana, puesto que esto viene así impuesto desde los USA. Se ve que no se podía coger ninguna otra historia de la época y se decidió añadir este número unitario de Chaykin.
Por consiguiente, vamos a partir la reseña en dos partes muy bien diferenciadas, la clásica y la moderna. Entendemos que los interesados que pasen por caja con este tomo tienen un mayor interés en las historias de la Golden, obviando en importancia al complemento moderno. De ahí, que comencemos con la versión anti-comunista del Capi, publicada en los 50.
Stan Lee, por orden de su Publisher, organizó el retorno de los superhéroes en dos cabeceras contenedor, Men‘s Adventure y Young Men. Además, cada icono Timely recuperaría su cabecera primigenia, contando desde el punto en que se clausuró. En el caso del Capitán América, el tomo incluye Young Men #24-28, Men’s Adventure #27-28 y Captain America Comics#76-78. La primera vez que tenemos constancia de que el Centinela ha vuelto a la palestra es en Young Men #24 (fecha de portada, diciembre de 1953), con una imponente ilustración a cargo de Carl Burgos, donde el Capi y Bucky se asoman por la parte inferior derecha. En ese número se nos recuerda quién era Steve Rogers, cómo llegó a ser el paladín de la libertad y cómo vuelve al ruedo de la acción, con la asociación interesada de su archienemigo, el Cráneo Rojo, con los malvados comunistas. Rememoramos que la ocupación actual de la personalidad bajo la máscara era ser un simple profesor de historia en la Escuela Lee. Aun así, en su serie homónima le volveremos a ver como el soldado raso Rogers y a Bucky como la mascota de destacamento, paseando ambos dos por barracones militares, su medio preferido.
La estructura de las historias es básicamente la misma, en las distintas cabeceras. Son tramas bastante breves, directas, donde el Capi, en su faceta de civil o directamente vestido para la acción, localiza alguna problemática que debe resolver. Huelga decir que tal organización se presuponía en las historias de complemento, pero en su propia colección se compone de una manera idéntica, con varias historias autoconclusivas, sin mayor interrelación que sus famosos protagonistas y el carácter de la amenaza. La totalidad de los enemigos que circulan en este tomo son impíos “rojos”, mostrados de diferentes formas, ocultos como americanos de bien o atacando a cara descubierta. Da igual. El mensaje de que el comunismo es el mal, mientras que la democracia capitalista, que representa la bandera americana, es el bien, golpea continuamente a la cara del espectador. En el contexto general de la época se hace entendible esta actitud, ya saben, el clima anti-comunista de los 50, pero no deja de ser molesta y repetitiva cuando uno se enfrenta a la lectura y te lo reiteran, una y otra vez.
El entrar en detalles concretos se hace innecesario cuando te acercas a material de la Golden Age. Sus presupuestos son sencillos, en algunos casos tremendamente pasados de rosca, con resoluciones exprés y a la carta. El Capitán y su sideckick se enfrentan a enemigos soviéticos o populares en terreno patrio o, si acaso, volamos a la colorida China para tener algo exótico que nos saque de la rutina. Lo que sí es interesante resaltar es que el escritor principal (y no acreditado) de este revival es Don Rico. Este guionista y dibujante era todo un clásico de la Edad Dorada, desde que comenzó su carrera en Fox Comics. A la altura de 1949, era un habitual en las filas de Timely, para cubrir cupos. Es llamativo que Lee le dejase trastear con un juguete como el Capitán América, puesto que él había sido el guionista que más lo había guionizado, tras la salida de la dupla Simon&Kirby de la influencia de Goodman. Si nos fijamos en los otros estandartes superheroicos, Namor y la Antorcha, ambos fueron asignados a sus creadores originales, Bill Everett y Carl Burgos. Esa casuística era imposible, con Joe Simon y Jack Kirby en otras editoriales (y haciendo clones interesados como Fighting American), pero sí habían autores como el propio Stan Lee, como Al Avison, como Syd Shores, que habían mantenido al Abanderado en buena forma durante los años cuarenta. ¿Puede ser que el editor no tuviese claro eso de convertir al Capi en un aplasta comunistas y se quitase la patata caliente de encima? Esa es una cuestión que nunca sabremos a ciencia cierta.
Para la parte gráfica, acompañando a los guiones de Rico, se selecciona a un dibujante con poca experiencia en estas lides, John Romita Sr. que entonces era Romita a secas. Profesional desde 1949 en el terreno del cómic, apenas tuvo un par de años para foguearse ya que le tocó acudir a sus deberes militares en 1951. A la conclusión del servicio, retornó al mundo del noveno arte, donde se asoció a Atlas Comics, a inicios de 1952. Allí haría acopio de trabajo en la producción de género, como el romance o el horror. Tuvo que ser toda una sorpresa cuando Stan le comunicó que se iba a hacer cargo del dibujo del Capitán América. Suyos son los lápices y las tintas (colorista desconocido) de casi la totalidad de ese periplo, si exceptuamos detalles nimios: Men’s Adventures #27, que corrió a cargo de Mort Lawrence, un pupilo del taller de Jerry Iger que trabajó lo suyo durante los años 40 y 50; y Captain America #76, que consta de tres partes, siendo Bill Benulis y Jack Abel los autores de la primera y de la última, respectivamente. Romita también estampó su firma en dos de las portadas de la serie regular (#77 y #78); el resto tienen los créditos del encargado oficial de esos menesteres durante la Era Atlas, el gran Carl Burgos. La del #76, una de las más conocidas, está realizada por el creador de la Antorcha Humana, así como las que corresponden a Young Men y Men’s Adventure, con protagonismo primordial del androide flamígero.
Centrando nuestras palabras en el apartado literario, el panorama que encontramos es simple y llanamente descorazonador. Ya sabemos que estos cómics estaban pensados para niños, que es material evasivo sin ningún tipo de complicación o dificultad; sin embargo, comparándolo con el anterior, que no es que fuese precisamente una exquisitez, sí podías localizar ideas meritorias, trasfondos cuidados, personajes con carisma. Aquí no hay nada de eso. Todo es bruto, sin pulir, una gigantesca bola que debes tragar sin tratar de masticar. Gran parte de su falla se localiza en el poco espacio que se les deja para desarrollar las tramas. De tan cortas que son, se pasan de básicas: no tratamiento de personajes; no a complicaciones argumentales; no gran interés. Don Rico, y ocasionalmente John C. Compton (otro de los habituales juntaletras heredado de Timely), básicamente se dedican a poner en boca de los actores de la función las típicas bravatas, en uno u otro sentido, porque en el resto de su labor apenas mostraron esfuerzo alguno. La conclusión es que el apartado de guion es flojo, flojo, tirando a paupérrimo.
El tema artístico es el que más llamativo puede resultar al aficionado actual. En esas labores encontramos a John Romita Sr., uno de los grandes nombres del comic-book americano. Su desarrollo está lejos que aquel que nos deslumbró en los años sesenta y setenta, como uno de los dibujantes con el trazo más refinado y con una composición de página casi perfecta. Hay que apuntar que es el que más créditos recibe, pero no es el único que participa. Tenemos pequeñas aportaciones de Mort Lawrence, Bill Benulis y Jack Abel. Es justo dejar reflejados sus nombres en esta entrada, aunque no vamos a reparar en ellos debido a su escaso peso en el resultado final.
Aquí tenemos un Romita que copia, de manera deliberada, buscando el empuje de esos maestros que tanto influyeron en su concepción del medio. No se puede negar el influjo de Milton Caniff, de Frank Robbins en su manera de afrontar las caracterizaciones, la narrativa, mientras que añadimos un puntito de energía cinética heredada de Jack Kirby. El mayor de los Romita es capaz de entregarnos vibrantes escenas de acción, que bien homenajean los viejos tiempos de Joe y Jack en la colección. Lo cierto es que el apartado gráfico es la joya de la corona de este volumen. Observar de cerca uno de los primeros trabajos relevantes de una leyenda viviente a buen seguro que atrae la atención de su correspondiente porción de lectores actuales.
Hasta aquí, la parte clásica. Pero el tomo también nos regala un one shot de 2008, realizado, como autor completo, por Howard Chaykin. Captain America: Theater of War. America First! nos sitúa en plena década de los 50. Aquí el aficionado parte del conocimiento de todo lo ocurrido en esos años, sabedor de que el protagonista es el llamado “Capi loco”, corrompido por una versión de segunda del suero de supersoldado. De forma maniquea, Chaykin podía presentar una parodia, una simple comedia bufa de un hombre que ha perdido el norte, cegado por su patriotismo. Pero el bueno de Howard no es un autor al uso; prefiere jugar con los grises, en vez de con los blancos y negros, por lo que al final nos queda un número único infinitamente superior al material que supuestamente rinde homenaje.
La trama toma muchos lugares comunes de las historias de Captain America Comics, pero deja uno fuera deliberadamente, el sidekick. No hay rastro de Bucky Barnes, eliminado de la ecuación por el autor. Sí podemos ver a la persona bajo la máscara como profesor de la Academia Lee, explicando a un grupo de adolescentes las maldades del comunismo. Las arengas no cambian, así las hagas en el frente o en una clase corriente y moliente. Chaykin introduce aspectos de su interés, como la figura de Nick Furia, haciendo aquello que mejor se la da, jugar a ser espía, y una Viuda Negra vestida todavía como femme fatale soviética. El hilo conductor de la trama son las actividades de Joseph P. McMurphy, senador norteamericano empeñado en comenzar una “caza de brujas”. Los paralelismos con cierto personaje histórico son más que evidentes. Joseph McMarthy, senador republicano entre 1947 y 1957, fue la cara visible de una campaña furibunda contra cualquier cosa que sonase a “roja”. Impulsó investigaciones sobre personas que trabajaban para el gobierno, señalando con el dedo, de manera indirecta, a montones de familias. Y, por supuesto, su mayor logro fue convertirse en el máximo responsable del Comité de Actividades Antiamericanas, de infausto recuerdo. Howard Chaykin sabe retorcer los valores de una personalidad tan compleja para darle el empaque necesario que necesita su historia.
Chaykin presenta un Capitán América asediado por varios frentes. Por un lado, la amenaza comunista es bastante real, con la maquinaria de la infiltración preparada para actuar. Enfrente, un senador McMurphy que, en su ciego fanatismo, no hace más que enfrentar a ciudadanos americanos entre sí. La disyuntiva no parece tan sencilla, a simple vista.
El artista ejerce los galones de autor completo en este one shot. Guion y dibujo son obras suyas. Nos encontramos ante uno de los dibujantes más influyentes del medio, capaz de innovar en cada solución narrativa. En este especial, pese a ser ya un veterano con mucho recorrido a sus espaldas, mantiene un altísimo nivel, muy pegado a sus características más celebradas (algunas no tanto, como los famosos rostros Chaykin, que pasan por ser calcos). El acabado final mejora gracias al trabajo en el color de Edgar Delgado, uno de los habituales de Marvel (compañero inseparable de Humberto Ramos, entre otros). Delgado consigue aplicar una paleta con aromas a años cincuenta, cuando no estamos sobre televisiones en blanco y negro. Apartado artístico y guion de calidad para este complemento al contenido principal.
La edición de este “Décadas” se puede marcar como impecable. Material restaurado reproducido en papel poroso de alto gramaje. El formato es el HC, que la editorial italiana está extendiendo de manera exponencial en su catálogo. Robusto e inmejorable para su conservación. En la sección de extras, debemos apuntar una introducción a cargo de Jess Harold y un largo epílogo, en dos partes, de Roy Thomas. Es un verdadero lujo poder leer las impresiones de un gran conocedor de la Golden como es el bueno de Thomas. Un auténtico acierto la inclusión de esos textos. La parte final trae reproducciones de lápiz y tintas de varias páginas, a cargo de Romita Sr. y Lawrence, junto con alguna muestra de bocetos de portadas. De Chaykin también se incluye un par de ejemplos de su trabajo sin colorear. Siempre es bienvenido observar de cerca el proceso creativo y más con autores del calibre de los arriba señalados.
Este “Marvel en los Años 50” es un tomo muy peculiar. Se trata de un material que puede causar un cierto interés malsano en algunos aficionados, puesto que muchos no podíamos ni soñar que el Capi de los 50 se fuese a publicar en nuestro país. Pero a la vez hay que ser muy sinceros con lo que tenemos entre manos. Es un volumen con muy pocos puntos a favor para su adquisición. Las historias no pasan el corte, ni aunque bajemos el nivel a lo más bajo. Y el trabajo de Romita no puede justificar esas carencias. La sana excepción es la aportación de Howard Chaykin, aunque es evidente que funciona a modo de telonero, no de primera espada. Debido a eso, hemos optado por sacarla de las valoraciones finales.
Solo si eres un fanático del Capitán América, a nivel completismo loco, o un entusiasta de John Romita Sr., se puede recomendar esta recopliación.¡El Capitán América ataca!, aunque no muy allá; se nos queda a medio gas. A los demás aficionados, pese a lo pintoresco que puede representar ver un Centinela de la Libertad aplastando comunistas, no se me ocurre apuntar hacia otra ancla para que se dejen su dinero en estos cómics. Hay determinados productos que no están pensados para todo el mundo. Estas genuinas representaciones de la Golden Age iban dirigidas a niños, simplificando al máximo, con el componente de la diversión por bandera, y con un fuerte añadido de propaganda. Básicamente, cambiamos la tiranía nazi por el miedo “rojo”. Y así perpetuamos la figura del símbolo patriótico. La esencia del Capitán América cambiaría en su recuperación en la Era Marvel de los cómics, en plenos años sesenta. Pero eso ya es un relato para otra ocasión más propicia.
Marvel en los Años 50
Guion - 3
Dibujo - 7
Interés - 6.5
5.5
Valoración Global
Historias muy flojas, rondando lo deficiente, en un tomo cuyo único aliciente puede ser su valor como pieza arqueológica, a la que solo salva de la quema el arte de John Romita
Excelente artículo como siempre Señor Porras. Mil gracias. Y como bien dice parece que únicamente el ver a un primerizo Romita es el mayor aliciente del tomo.
Y habiendo tantos frentes abiertos se hace difícil lanzarse a por este.
Esperare otras décadas a ver si alguna me convence.
Muchas gracias, Dynamo!!
Lo cierto es que el material lleva a cuestas su mala fama y no sin cierta parte de razón. No ya por el mensaje machacón anti-comunista sino porque estas historias carecen de alma y de carisma. Mira que me llevé una grata sorpresa, tiempo ha, con el Capi de Simon y Kirby y recientemente con el Décadas. Años 40, pero este me ha dejado muy frío.
P.D. Décadas 70, Décadas 70 XDDD ; ahí va mi recomendación
Un saludo!!!
Tan enciclopédico y entretenido como siempre, Arturo!
El mayor atractivo este tomo y estos tebeos es, precisamente, todo ese contexto que describes con detalle en el artículo. Apúntame entre los de la curiosidad malsana… Son muchos años de intriga desde que leí en Vértice la historia del ‘capi loco’, con sus viñetas originales intecaladas en el origen inclusive, como para no caer en la tentación. Personalmente, leídas desde esa perspectiva retcon y con 65 años de distancia, creo que hasta te puedes reír con su propaganda simplista (otra cosa es que hoy día esa propaganda este volviendo, aquí y ahora, igual o más simplista, y con la misma afición a señalar con el dedo).
El dibujo de John Romita lo he disfrutado muchísimo. Es tal cual lo describes, con todas esas influencias directas, que hace muy divertido rastrearlas y, a la vez, ir viendo aquí y allá los destellos incipientes del Romita que va a despegar en la década siguiente.
Lo peor de la edición, más allá de su calidad, es la inclusión del número de Chaykin, que es, en efecto, un chorizo en toda regla. Y, aparte, no es inédito en España, a diferencia del resto.
(eso sí, al margen de ‘no pegar’ en el tomo, el color de Edgar Delgado es cierto que es una gozada, con aroma a años cincuenta por todos lados. En ocasiones, más que un tebeo, parece que estés contemplando una escena costumbrista de un cuadro de Hopper).
Gracias por el gran rato de lectura.
Muchas gracias!!!! Somos incorregibles, Imparcial….. lo que nos tira la Golden Age 😀
Es extraño esa unión de material añejo y material moderno en un tomo que se supone que recopila lo mejor de una década concreta. Es un gusto siempre encontrarse con Howard Chaykin, pero creo que para este tomo lo más indicado sería haber buscado alguna historia complementaria de los 50. Pero bueno, esto es lo que hay.
Romita está a punto de eclosionar. Una pena que nunca veamos publicada su obra de géneros, romántico, horror, ciencia ficción, etc., para seguir su progresión. Aunque mira, esto pensaba que nunca vería la luz en nuestro país y ya lo tenemos entre manos.
Gratitud de nuevo por sus afectuosas palabras
Saludos!!
Gran artículo, sr. Porras. Como de costumbre. Aunque por lo que comenta el material reseñado deje bastante a desear. Puestos a pillar material patriótico de los ’50, mejor hacerse con el Fighting American, que al menos era de Simon&Kirby, ¿no?
Jajaja, tú y el Fighting American 😀 …. Pues yo diría que están los dos a la par, de patrioteros, en un mal sentido. A ese respecto, ni Simon ni Kirby se libran.
Gratitud por sus palabras y un saludo!!