Muchos conoceréis la expresión “la calma que precede a la tempestad” o alguna similar, con la que básicamente nos referimos que siempre hay un período de máxima tranquilidad que precede a otro de muchísimo más movimiento. O también “estar en el ojo del huracán”, que generalmente se achaca a estar en el medio de alguna polémica, pero que hace referencia también a esa calma que existe en el epicentro de un tornado. Ambas expresiones pegan a este séptimo tomo de
El séptimo tomo de
Satoru comienza a esforzarse para intentar llegar a un recuerdo primigenio que le permita entender porque tiene en su interior esa sensación de fracaso y a la vez de éxito, ya que recuerda muy pocas cosas, y la mayoría son inconexas. Pero lo que no ha perdido es su necesidad de cazar a la persona que provocó su estado durante todos esos años, sentimiento que se intensifica cuando ve los esfuerzos de sus seres queridos para salir adelante y cuidarle durante ese tiempo y también por la recurrente aparición de una visión en la que ve a su madre apuñalada, algo que es fantasía para él ahora, ya que no es consciente de que eso ocurrió en realidad. Para ello se apoya como siempre en Ken’ya, que aunque en un primer momento trata de convencerle de que lo importante es su recuperación tanto física como mental, acepta que pueda ayudarles a él y a Sawada en la medida de lo posible. Ken’ya está particularmente involucrado en el caso, no solo por su amigo, sino con el objetivo de cerrar un antiguo caso de su padre, también abogado como él ahora, que fue engañado por el asesino años atrás.
Más allá de todo eso, el tomo también nos muestra la importancia de Airi y su influencia sobre Satoru, que intensificará su rehabilitación con tal de poder salir del hospital y buscarla por la ciudad. Cuando lo hace, una oleada de antiguos recuerdos y sentimientos se apoderan del chico, sobre todo el leit motiv de la chica acerca de que hasta que un sueño no se dice en voz alta no comienza a convertirse en realidad. Sin embargo, Satoruo prefiere quedarse con esos recuerdos y aceptar que esos sentimientos ahora mismo pertenecen a otro mundo y deja a Airi ir.
Con todo ello, la recuperación de Satoru parece ir viento en popa, mejor de lo esperado de hecho, llegando al punto de planear una excursión con su madre y Kumi, la niña con leucemia que conoció al principio de su convalecencia, que parece haber superado su enfermedad y es uno de los pocos contactos sociales de Satoru en estos momentos, ya que el resto de sus allegados tienen que seguir haciendo su vida. Todo pinta de color de rosas para Satoru y compañía y parece que por fin el final feliz puede estar cerca según se va estrechando el cerco sobre el asesino… Salvo por la súbita reaparición del malvado Yashiro, que se ha convertido ahora en una especie de “Mortadelo”, dirigiendo el propio hospital bajo la fachada de respetable hombre de negocios por un lado, y disfrazándose hasta el punto de ser irreconocible para continuar con sus fechorías.
Fechoría que parecían haberse detenido sobre todo por la frustración que llevaba dentro Yashiro por no poder volver a sentir lo mismo que durante el enfrentamiento con Satoru, y reconociendo incluso que su recuperación del coma le ha devuelto las ganas de vivir. Así que, después de sus exhaustivas investigaciones alrededor del hospital, Yashiro traza su maquiavélico plan final, robando la furgoneta que acompañará al chico, a su madre y a Kumi y esperando su momento para poner a Satoru contra las cuerdas una última vez.
Como decía al inicio de la reseña, este séptimo tomo de Desaparecido representa a la perfección la tranquilidad previa a la tormenta final, y es el primer tomo que podemos considerar totalmente de transición, ya que salvo unos retazos, especialmente en la parte final con la revelación de la vuelta de Yashiro, el resto no aporta mucho más que no conociésemos o esperásemos. Es un volumen que tiene un ritmo mucho más pausado que en otras ocasiones, con mucho diálogo y mucho pensamiento interno de Satoru, que lucha para volver a encontrar su lugar en el mundo. Quizá por estar mal acostumbrado a la brillantez narrativa de Sanbe durante el resto de la serie, la verdad es que en esta ocasión la trama me ha parecido algo predecible, incluso por momentos algo de relleno, si bien es obvio que el autor está colocando todas sus piezas a la perfección para la traca de fin de fiesta.
Sin embargo, pese a comprender que este tomo es solo un aperitivo destinado a que hagamos hambre antes del plato principal del octavo volumen, la verdad es que hay situaciones algo repetitivas en esta ocasión, como el recurso de Yashiro, demasiado similar al usado en la trampa al Satoru niño. También ha habido algún momento de confusión para mí con la identidad del ahora camaleónico ex profesor de escuela en Hokkaido, ya que por un momento lo he llegado a confundir con Jun Shiratori, el amigo de Satoru que fue acusado en la primera línea temporal de los asesinatos. El cambio físico es tan radical de una aparición a otra de Yashiro que la verdad es que descoloca un poco, hasta que por el contexto y la actitud terminas comprendiendo la dualidad. Además, el momento en el que se revela la presencia de Yashiro es bastante espectacular, dentro del ritmo habitual de la historia, tanto por las escenas elegidas como, sobre todo, por el recurso narrativo utilizado por Sanbe, que te descoloca mucho y hace que no te lo esperes.
Por otro lado, aunque es entendible la presencia de Airi y su uso como desencadenante de las “visiones” de Satoru que le permitan recuperarse también mentalmente, la verdad es que su aparición en el hospital al final del sexto tomo y comienzos de este séptimo me ha resultado un poco Deus Ex Machina, ya que no hay una motivación real para que la muchacha este presente allí en ese momento. No obstante, esa presencia da lugar a unas grandes escenas de flashbacks filosóficos de Satoru y sus pensamientos acerca de la vida, los sueños, el esfuerzo y el destino que hacen que perdone ese as en la manga de Sanbe.
En cuanto al resto de las tramas, no mucho más, ya que ahora Satoru vuelve a ser el protagonista indiscutible de cada capítulo y no podemos ver el punto de vista de muchos más personajes. Uno de los pocos de los que vemos algo más es Ken’ya y ciertamente es una de las partes más interesantes del tomo, inmerso en esa investigación con Sawada y lidiando a la vez con las frustraciones de no dar con el asesino y “vengar” la afrenta que cometió contra su padre. Un tipo muy íntegro Ken’ya y un gran personaje, el desarrollo de su relación e interacciones con Satoru me han parecido de los mejor de la obra.
En la parte artística, Sanbe cumple como siempre, especialmente en la composición de página. Hay un empleo genial de las transiciones y el dinamismo en las escenas, de la composición secuencial de las mismas. Es uno de los tomos más cinematográficos en cuanto al uso de planos, y hay escenas muy interesantes que recuerdan a encuadres de filmes como
No hay mucho más de lo que hablar sobre este tomo de Desaparecido, salvo algún detalle más que lo convierte en el tomo que más se separa del anime hasta el momento y que de hecho va a provocar que su final sea radicalmente distinto, pero de eso ya os hablaré en el octavo y último volumen de la obra próximamente. Un tomo de transición, de estrategia previa a la gran batalla, en ocasiones algo lento y carente de contenido, algo extraño en la obra de Sanbe, pero que culmina con un nuevo cliffhanger que nos deja con los dientes largos de cara al final y que anticipa que el evento que desencadeno el revival que dio pie a la serie, el asesinato de la madre de Satoru, aun sigue muy presente.
Valoración Final
Guión - 7.5
Dibujo - 8
Interés - 9
8.2
Tomo de transición y casi relleno de cara al final de la obra, que se antoja emocionante y alejado del de la versión animada. Un trabajo aseado de Sanbe que cumple con lo mínimo en lo narrativo y lo artístico.
La historia queda cerrada en el tomo 8
Acaba de salir el 9 y no sé que contenido tendrá
Habrá reseña del tomo 9 también, que acaba de salir como parte de las novedades de marzo de Norma. La historia de Satoru como tal queda cerrada en el tomo 8, y el noveno es una especie de spinoff o extra con las historias de los demás personajes que han estado implicados en la trama principal durante el período en el que Satoru no puede narrar nada por estar en el hospital. La primera edición del tomo 9 va acompañada además del cofre contenedor para los 9 tomos de la serie, así que si se ha estado comprando habitualmente, es casi un imprescindible.