Todo lo bueno se acaba. Y ha llegado el momento de encarar el final de una de las colecciones de manga que en pocas entregas ha sabido reunir calidad, buen hacer, interés y satisfacción del lector. Encaramos el tomo final de
Como suele ser costumbre en el proceder de este manga, este octavo volumen arranca en el punto culminante del anterior, en el que la familia Fujinuma acompañaba a la pequeña Kumi en su excursión a una suerte de campamento sin saber que el malvado Gaku Yashiro, culpable de todos los males de esta historia, era el camuflado chofer que les llevaba a su destino. Pese a no tener aun más que meros retazos de memoria de lo ocurrido 18 años atrás, Satoru sabe que el asesino muy probablemente tratará de forzar su enfrentamiento final en esta escapada familiar, por lo que intenta estar al máximo de alerta posible después de comentar sus opciones con su amigo Ken’ya, que sigue trabajando en el caso con Sawada.
Aprovechando una gymkana de pruebas para los niños, de esas típicas en Japón en las que siguiendo una serie de pistas tienes que rellenar una cartilla con sellos, Yashiro tiene planeado atraer a Kumi a un lugar apartado y acabar con ella. Todo parece salir a la perfección dentro de las maquinaciones del asesino en serie, si no fuese por un as en la manga que Satoru ha decidido compartir solo con Ken’ya: después de su breve encuentro con Airi y su salida del hospital, ha conseguido recordar todo acerca de su vida, tanto de la primera como de la segunda línea temporal que vive ahora, y eso le da la ventaja de poder anticiparse a los planes de Yashiro. De esta manera, y con la ayuda de Ken’ya y Sawada, van desactivando las trampas que el criminal ha preparado y consiguen poner a salvo a la pequeña Kumi, gracias a un intercambio de teléfonos móviles con ella que permite a Satoru controlar la situación en todo momento.
O eso es lo que le gustaría pensar a él, ya que la obsesión de Gaku Yashiro por su ya casi archienemigo, le ha dado la capacidad de anticiparse a sus pensamientos, e intuyendo que Satoru habría recuperado la memoria, gracias también a una serie de triquiñuelas que el preparó bajo su identidad falsa del político Manabu Nishizono, decide alterar el planning de las actividades del campamento y de esta manera llega con facilidad hasta Kumi, a la que droga y abandona en una barca medio hundida en el lago para forzar a Satoru a ir a rescatarla en un terreno que tendrá totalmente controlado.
Pero de nuevo asistimos a un giro de los acontecimientos, y Satoru consigue dar la vuelta a la tortilla gracias a que, como él mismo dice en el tomo, si Yashiro ha conseguido unos minutos de ventaja gracias a sus tretas, él cuenta con 18 años de la misma gracias a sus revivals. El enfrentamiento final entre ambos personajes se da en un puente de madera sobre el lago en el que Kumi yace, y que el propio Yashiro pretendía hacer explotar para acabar con la amenaza de Satoru. En ese enclave final, ambos se sinceran el uno con el otro, mostrándonos al Satoru más maduro y resolutivo que hemos leído hasta ahora, y al Yashiro más cruel y deshumanizado, que desvela que esta batalla de final la ha concebido pensando en que ambos puedan ganar: quemando el puente y forzando a Satoru a morir con él para salvar a Kumi, los dos obtendrían la justicia que creen conveniente.
Satoru acepta el reto y se lanza sobre su rival como este esperaba, pero con otro comodín que no se esperaba: el camino que ha seguido el chico a lo largo de su historia, le ha hecho cambiar, y dejar de ser el solitario personaje que solo confiaba en sí mismo para convertirse en alguien capaz de dejar su propia vida en manos de la gente que quiere. Y estos no le fallan, ya que Ken’ya, Sawada y su madre, Sachiko, están preparados debajo del puente para conseguir la detención de Yashiro y salvar de nuevo a Satoru y a Kumi. Los fuegos artificiales que se lanzan en el camping ejemplifican gráficamente el clímax perfecto al que se llega en el capítulo.
Los años pasan y el epílogo nos sitúa en el año 2012, con Satoru y Ken’ya recapitulando todo lo que ha ocurrido desde el momento en el que Gaku Yashiro fue derrotado. La mayoría de los delitos cometidos por este han prescrito, pero algunos de los que perpetró después del coma de Satoru, casualmente ninguno sobre niños ya, le garantizaban una vida entera a la sombra. A través de unos bonitos y artísticos flashbacks vemos lo que ha sido de cada uno de los personajes que conocemos y finalmente nos muestran que Satoru por fin ha obtenido la gran victoria que lleva años trabajándose y es un mangaka de éxito cuya serie están a punto de adaptar en el anime. Satoru atesora cada uno de los momentos que, con el paso del tiempo parecen irse perdiendo y fundiéndose con la persona que es ahora. Pero aun así le queda una última sorpresa, una visita a la parte baja de un puente, en un día nevado y el encuentro con una persona muy importante en su historia…
Kei Sanbe ha cuadrado el círculo y ha conseguido un final de traca, espectacular, coherente y sólido para una obra que podía tener papeletas de cerrar de una manera poco satisfactoria teniendo en cuenta la tremenda calidad que ha ido dando a lo largo de los 8 tomos que la componen. Sanbe no solo ha conseguido un cierre que deja satisfecho, sino que se permite el lujo de hacerlo mejorando la ya de por si intachable narrativa que caracteriza a Desaparecido, con un volumen de un ritmo trepidante y exquisito y sin renunciar al tono y a los temas y mensajes que durante toda la obra el mangaka nos ha ido lanzando. Hasta el último momento Desaparecido ha sido una historia humana, cruda, de superación y de enfrentamiento ante las dificultades que nos pone la vida, y la necesidad de perseverar para lograr nuestras metas. Y Sanbe lo ha logrado perfectamente gracias a la construcción y evolución de unos personajes con multitud de matices que han crecido y madurado enormemente a lo largo de la historia y que en este último tomo brillan con luz propia y nos hacen sentir que ha valido la pena verlos seguir esos caminos del héroe que hacen que todos ellos se hayan visto afectados y transformados de un modo realista y creíble por los hechos que han vivido.
Esto también es aplicable al villano, un Gaku Yashiro que está imponente en este tomo, soltando con toda la sinceridad y frialdad que es posible en un psicópata de su calibre la peculiar concepción que tiene de la vida y la justicia y su desprecio por las convenciones sociales creadas por gente hipócrita que prefiere mentirse y pensar que son el bien a revisar sus propias maldades. Un villano que es siempre necesario para convertir una buena obra en algo más allá, y que cuenta con el plus de lo bien que Sanbe ha ido ahondando en su psique, su humanización y deshumanización al mismo tiempo, el hecho de que de escalofríos el saber que una persona normal puede esconder el mal más puro e imparable en su interior.
En cuanto al tomo, volviendo al tema narrativo, Sanbe pone aquí sobre la mesa uno de los mejores juegos de ingenio del manga, e hila un enfrentamiento de mentes perfecto entre Yashiro y Satoru. Una compleja partida de ajedrez en la que cada uno tiene que elaborar un plan que le ponga un paso por delante del otro, y verse obligados a la improvisación, jugando en esa cuerda floja que supone enfrentarte a alguien que en el fondo te entiende y piensa que sois iguales. Una batalla de inteligencia que recuerda inevitablemente a historias del calibre de
Al final, como dije en el primer tomo, Desaparecido es una representación realista de una historia de superhéroes, de un chaval con poderes que aprende a utilizarlos y que al final no depende de ellos, sino de su forma de ser y su capacidad para sacrificarse por los demás para poder hacer el bien. En cierto sentido me recuerda a
Más alla del trepidante ritmo que tiene este octavo y último tomo, hay que destacar la parte artística, con un Sanbe que se nota que ha dibujado este final con gusto y disfrutando, haciendo uso de unos apabullantes recursos gráficos en forma de planos, composición, efectos y narración visual, que además ayuda a generar en el momento adecuado el suspense, el temor, la acción, la épica, la nostalgia… Un cierre realmente increíble que cuenta con el apoyo de ese particular estilo de Sanbe, muy característico, que alcanza un grado de ejecución y detalle casi perfecto en este acto de cierre de la obra.
Evidentemente, como no podría ser de otra manera si habéis ido leyendo mis reseñas sobre Desaparecido, os recomiendo encarecidamente que leáis una obra que ralla el sobresaliente en todos sus apartados, un manga muy recomendable y con una muy buena edición de
Sin embargo, el gran problema al que se enfrenta la versión animada es la duración de la serie, de tan solo 12 capítulos, lo que hace que, pese a que la adaptación inicial es prácticamente calcada a lo expuesto en el manga, va viéndose obligado a resumir más y más y a omitir detalles para conseguir que los 8 tomos quepan de un modo decente en el metraje. La verdad es que la historia mostrada en el anime, pese a recortes obligados, mantiene bastante el tipo hasta los compases finales, donde ya se pierde mucha información y el clímax de cierre cambia completamente por uno mucho menos profundo y satisfactorio, más precipitado y con una triquiñuela un poco barata, nada que ver con la potencia de lo escrito por Sanbe. Además hay que recalcar que el anime, quizá por contar con más recursos para narrar o mostrar ciertas cosas, se hace mucho más previsible y pierde pasajes muy importantes que hacen que los personajes tengan muchísima menos fuerza y todo se centre mucho más en un Satoru que tampoco muestra una evolución tan perfecta.
En definitiva, mi consejo es que ya sea en la versión manga o anime os acerquéis si o si a
Valoración Final
Guión - 8.5
Dibujo - 8
Interés - 9.5
8.7
Fantástico cierre para una fantástica obra. Desaparecido cierra con un broche de oro su historia con un final perfecto y el tomo más sólido, mejor narrado y con mejor ritmo, haciendo gala además de un apartado artístico envidiable en el uso de planos y efectos y en lo que transmite al lector. Una obra que merece la pena leer.