La soledad condescendiente
El pasado mes de agosto llegaba a las tiendas el segundo volumen de la serie de Detective Comics con el trabajo de Ram V y Simon Spurrier. Un segundo volumen que viene a confirmar las buenas sensaciones que se pudieron ver en el inicio de esta etapa. El guionista de La Liga de la Justicia Oscura le tomó el pulso a la ciudad de Gotham haciendo de su arquitectura y propia existencia, un personaje más de una trama en la que Batman debe lidiar con aspectos más psicológicos que físicos en su cruzada contra los Orgham.
En esta segunda entrega se va desplegando el plan de la familia Orgham que llegó con la intención de ayudar a Gotham a alcanzar todo su potencial. Mientras, si en la anterior entrega, Spurrier se centraba en la figura de Gordon, aquí lo hace en el villano Dos Caras, construyendo un relato estremecedor sobre el desdoblamiento de personalidad que logra complementar a la perfección lo que se puede ver en la trama principal del personaje.
Además, hay que añadir un extra pues en este tomo se incluye el anual de la serie que Ram V usa para hacer foco en el pasado de Gotham, cuando siquiera era denominada de esa forma, constituida por colonos, en el que las supersticiones, el fanatismo religioso y el miedo a lo desconocido toman el control de la trama y apuntalan acontecimientos del presente de la ciudad.
Ram V sigue edificando su trama alrededor de los aspectos psicológicos de sus protagonistas. No pierde de vista que estamos en un cómic de género, pero no por ello deja escapar la oportunidad para ir desglosando traumas, de todo tipo y condición, en todos los personajes, para tejer un denso entramado mental que es el verdadero motor de esta historia de ricos con ínfulas de salvadores. El fondo de este entramado es como castas pudientes juegan con el destino de la urbe, sin importar nada, ni nadie, como si todo fuera un simple tablero de rol donde mover soldaditos de plástico no implicara consecuencias reales. Un escenario sobrecogedor que no dista mucho de una realidad palpable.
Batman es un elemento ajeno, una especie de antígeno, un anticuerpo que pugna por evitar la infección, que al mismo tiempo forma parte del problema. Es, de alguna forma, también un agente patógeno que maquilla sus intenciones con oleadas de condescendencia hacía los gothamitas. Las dobles lecturas quedan en el aire, mientras el crimen se organiza de manera letal, se cierran tratos millonarios y se hacen adquisiciones hostiles a golpe de talonario y de lo que haga falta. La verdadera guerra está en los despachos y no en las calles.
La elaboración de este ecosistema se aleja de la otra serie de Batman de forma clara y directa. Aquí hemos venido a deprimirnos, a sufrir, a analizar a Gotham y a su población como debe hacerse, sin dejar escapar nada en un ejercicio de psicoanálisis enfermizo y agotador. Adentrarse en las calles de Gotham siempre es un ejercicio de riesgo, pero moverse entre los pliegues de las mentes perturbadas es algo muy distinto y el despliegue de Spurrier a la hora de retorcer la psique de Harvey Dent roza el terror poético. Su lectura es dolorosa, angustiosa, porque juega con las emociones del lector. Un acercamiento certero y locuaz, que parte de una premisa simple, casi pueril, pero que funciona para los objetivos marcados por las necesidades de todo el entramado que es esta etapa de Detective Comics.
La violencia que se puede ver y sentir en ambas historias, la de Dent y la que desarrolla Ram V, es de carácter crudo y visceral, que nace desde la ambición y el egoísmo puro, las ansias de poder, de justificar lo injustificable, a través de acciones que son meras maniobras de mercadotecnia. Es la violencia frontal que no usa balas, ni barras de hierro para golpear, sino la que atraviesa como un bisturí la carne y extirpa secciones enteras sin apenas hacer ruido. Una violencia letal contra la que Batman poco puede hacer, porque le supera, haciendo que estemos ante un Batman humano, terrenal, cercano al asfalto, sin posibilidad aparente de poder ganar esta batalla, porque no hay un plan capaz de ello. Un Batman que se anhelaba poder leer, sin que por ello se pierda un ápice de su carácter superheroico. Un héroe de pies de barro.
Y todo escenario viene edificado sobre los cimentos gráficos de varios dibujantes, entre los que destacan dos: Rafael Alburquerque e Ivan Reis, que son capaces de plasmar la oscuridad, la pestilencia, el mal encarnado que recorrer las salas de juntas y a la propia ciudad, en un conjunto de imágenes que narran la trama a medio camino entre el terror más ancestral y el melodrama. Al otro lado del cuadrilátero están Mitten, en cargado del anual, con un estilo que tiende a pensar en ciertos elementos de corte europeo, y a Hayden Sherman, que es el encargado de dar forma a ese mundo retorcido y dual que es la mente de Dent. Ambos hacen trabajos perfectamente ensamblados a las necesidades de su historia (unido a la paleta de colores oscura y agonizante) y se convierten en parte de este todo que es una etapa que invita a disfrutarse desde la perspectiva insana de estar frente a un momento importante de la vida editorial del Caballero Oscuro.
El mes de noviembre no trae una nueva entrega de la serie y la espera no puede resultar más angustiosa. Su desenlace queda lejos, pero el ir caminando, sin apenas luz, a tientas, ante la propuesta de sus autores, resulta algo embriagador y extraordinariamente excitante. Bienvenidos a Gotham.
Lo mejor
• El desmontaje psicológico de los personajes.
• No perder nunca de vista lo que se desea contar y el entorno en el que se debe contar.
Lo peor
• La densa prosa de Spurrier puede resultar excesiva.
• Ques sabe a poco cada entrega.
Guion - 8
Dibujo - 8
Interés - 9
8.3
Sin tregua.
Un trabajo que continúa buscando alcazar su zenit narrativo dentro de una trama que se centra en desmontar a sus protagonistas psicológico, al tiempo que sigue siendo fiel al propio género superheróico al que se adscribe.