Django Desencadenado, El Sigfrido del Mississippi

El próximo fin de semana se celebra la 85ª Ceremonia de los Premios Oscar, los premios del cine por excelencia, y en Zona Negativa, casi tan aficionados al séptimo arte como al noveno, es decir, al cómic, no podemos perdernos una cita tan destacada e importante. Este año, como ya debéis saber, hay nueve nominaciones a Mejor Película, a saber, Amour de Michael Haneke, Argo de Ben Afleck, Bestias del sur salvaje de Benh Zeitlin, La vida de Pi de Ang Lee, Los miserables de Tom Hooper, Lincoln de Steven Spielberg, El lado bueno de las cosas de David O. Russell, La noche más oscura de Kathryn Bigelow y, por último, Django Desencadenado de Quentin Tarantino. Más adelante, esta misma semana, hablaremos algo más de las candidatas y las nominaciones al resto de premios, pero hoy queríamos hacer algo más inusual y centrarnos en la que para nosotros ha sido una de las mejores películas presentes en el certamen y también una de las más destacables producciones de la temporada: Django Desencadenado. Hoy encontraréis aquí un pequeño monográfico a varias manos sobre la película de Quentin Tarantino, y sobre su persona y filmografía, que esperemos sirva de aperitivo para la gran fiesta del cine.

El cine made in Tarantino por Jordi T. Pardo

El caso de Quentin Tarantino, por si no había quedado claro a estas alturas de la película, no es del de un director prototípico, ni el de un guionista convencional. Este obsesivo cinéfilo y aficionado al séptimo arte, en toda su máxima expresión, acostumbra en sus películas a ofrecernos un recorrido por la historia misma del cine adentrándose en esos recovecos en los que se encuentran los géneros y films más denostados y olvidados. En una entrevista realizada en el año 1994, en el programa televisivo estadounidense de Charlie Rose, este atípico hombre de cine se abriría de par en par ante las cámaras para hablarnos de su particular visión del cine, sus preferencias, influencias y metas en el medio. En sus años como aficionado, Quentin Tarantino, cuyos directores favoritos siempre han sido Howard Hanks y Brian de Palma, había dedicado muchas horas de su vida al estudio de la evolución de las trayectorias de los cineastas más destacados de la historia. Había descubierto a raíz de esto como, si bien los primeros trabajos de estos solían resultar increíbles, era habitual en sus carreras llegar a un punto de inflexión, una película más personal y ambiciosa, diferente al resto, que acababa siendo despreciada por la crítica y el público.

Esto acababa provocando inevitablemente que en los posteriores trabajos de estos directores se notase una cierta tendencia al cine más comercial, creado para el lucimiento de los actores, desapareciendo de ellos con el tiempo cualquier rasgo de la originalidad de sus primeras producciones. Este posible declive en la filmografía de Quentin Tarantino parece aún lejano, como demuestra el buen momento de forma exhibido en su actual etapa con su, por ahora, «duología del género», formada por su experiencia bélica en Malditos Bastardos y el presente coqueteo con el western en Django Desencadenado. Estas dos películas, con marca inconfundible de la casa, han conseguido aunar el beneplácito de crítica y público recolectando en el camino hasta trece nominaciones a los premios Oscar entre ambas películas aunque consiguiendo únicamente, por el momento y a la espera de ceremonia de este año, el premio al Mejor Actor de Reparto para el austríaco Christoph Waltz por su magnífico papel del coronel Hans Landa.

Por lo tanto, en las manos y en la cabeza de Quentin Tarantino parece quedar aún mucho cine por mostrarnos, su fórmula, tan personal e inclasificable, sigue funcionando y pese a algún imitador no hay nadie mejor que él para explotarla. No obstante, a sus cuarenta y nueve años de edad, con su comentada intención de retirarse del mundo del cine a los sesenta, si no lo consigue antes la era digital como él mismo recalca, los aficionados adictos a su trabajo ya empezamos a temer la cercanía de su jubilación. Pero después de veintidós años en Hollywood, habiendo debutado en 1991 con su ópera prima Reservoir Dogs, parece indudable que este director, guionista y ocasional actor, ha conseguido con el tiempo hacerse un hueco en la industria para, de alguna manera, intentar ofrecernos a través de sus películas otra perspectiva sobre nuestra manera de ver el cine o, al menos, cierto tipo de cine.

De Reservoir Dogs a Malditos Bastardos: Rompiendo el concepto de género

Lejos han quedado para Quentin Tarantino esos primeros años en los que junto a Roger Avary, director de la rescatable Las Reglas del Juego, escribía guiones, rechazados una y otra vez por Hollywood, mientras intentaba cumplir su sueño de convertirse en cineasta y seguir los pasos de sus héroes del celuloide. La oportunidad le llegaría a nuestro protagonista cuando el productor Lawrence Bender y el actor Harvey Keitel, después de leer el guión de Reservoir Dogs, quedasen inmediatamente fascinados por la historia decidiendo apoyar y coproducir la película. Esta se rodaría en un mes y acabaría reuniendo un inesperado e interesante casting fomado por personalidades como Michael Madsen, Steve Buscemi, Tim Roth, Chris Penn o los mismos Quentin Tarantino y Harvey Keitel. La apuesta no saldría nada mal, la película adscrita al género negro, concebida casi como una pequeña obra de teatro centrada en los divertidos y ácidos diálogos de sus personajes, se convertiría instantáneamente en toda una película de culto avalada con su presencia en el Festival de Cine de Sundance.

No obstante, a pesar del éxito, nadie hubiese esperado que sus imitadores de Quentin Tarantino saliesen tan pronto a la palestra, ni menos que estos fuesen directores consagrados como Tony Scott y Oliver Stone que firmarían respectivamente las tarantinescas Amor a Quemarropa y Asesinos Natos. La explicación era sencilla, los guiones de estas películas llevaban un tiempo rodando por Hollywood, eran obra de Quentin Tarantino, y con el éxito de Reservoir Dogs estos pronto cobraron un nuevo interés para las productoras. En estas historias se percibe claramente, pese a los cambios y la irregularidad de las propuestas, la huella de su creador pero Quentin Tarantino se había desentendido de ellos porque estaba más interesado en conseguir la financiación para su próxima película: Pulp Fiction. Esta sería la obra que acabaría por consagrarle, una película cuyas bases estaban sentadas ya en Reservoir Dogs pero que aquí serían llevadas a su máxima expresión, apostando por esa narrativa fragmentada y el tono de género negro que ya se había evidenciado en su anterior trabajo. El reparto plagado de estrellas como John Travolta, Uma Thurman, Samuel L. Jackson o Bruce Willis se luciría en una historia llena de diálogos y escenas emblemáticas que le acabarían sirviendo a su responsable para ganar la Palma de Oro en el Festival de Cannes y el merecido premio Oscar al Mejor Guión Original.

Luego llegarían pequeños proyectos en los que Quentin Tarantino se divertiría junto a su compañero Robert Rodríguez. De esta manera, tenemos su flirteo con el cine de terror de serie B, escribiendo y participando como actor en Abierto hasta el Amanecer, el que sería el salto definitivo a la gran pantalla de George Clooney, o su colaboración en Four Rooms, una película coral divida en cuatro episodios, rodada por diferentes directores y protagonizada por el británico Tim Roth. Mientras, el director que se había convertido en todo un fenómeno para un sector de espectadores y nuevo enfant terrible de Hollywood, preparaba su siguiente largometraje. En este caso, por temor a repetirse, Quentin Tarantino decidiría hacer una adaptación de la novela Rum Punch de Elmore Leonard titulada Jackie Brown con Pam Grier como principal estrella de la función. Esta nueva propuesta resultaba ser un homenaje a las películas del género blaxploitation de principios de los años setenta del pasado siglo cuyo mayor icono había sido Shaft el cual, ocasionalmente, a raíz de la película de Quentin Tarantino, acabaría volviendo a la gran pantalla en el año 2000 con Samuel L. Jackson en el papel principal.

Pero la verdadera fama, el principio de su romance con el gran público, le llegaría a Quentin Tarantino con su siguiente proyecto: Kill Bill. Este auténtico pastiche pulp dividido en dos volúmenes, con intención de convertirse en el futuro en trilogía, reverencia y homenajea las películas de artes marciales de Hong Kong y los spaghetti westerns de Sergio Leone. Estos géneros, tan influyentes en la filmografía de Quentin Tarantino, le sirven para contarnos una historia de venganza en la que su director volvía a contar con un reparto de lujo conformado por su musa Uma Thurman, Daryl Hannah, Lucy Liu, Michael Madsen y, fiel a su política de recuperación de viejas glorias, un David Carradine interpretando al malo de la función. Después de la experiencia en Kill Bill Quentin Tarantino apostaría por relajarse con otro proyecto de colaboración con su compañero Robert Rodríguez realizando entre ambos un ejercicio de nostalgia en Grindhouse a las películas de serie Z, gore, el llamado género exploitation y sexploitation, rodando dos películas en una, Planet Terror y Death Proof, e incluso proyectando algunos trailers falsos dirigidos por Eli Roth, Edgar Wright o Rob Zombie.

Para dirigir Grindhouse, la cual sería un fracaso en taquilla, Quentin Tarantino había aplazado su esperada intrusión en el género bélico: Malditos Bastardos. Esta acabaría estrenándose en 2009 y, sin lugar a dudas, significaría un punto de inflexión en la carrera de su director que ficharía como actor a Eli Roth, al que había producido Hostel, para unirlo a un casting en el que resaltan los nombres de Brad Pitt, Christoph Waltz, Michael Fassbender, Diane Kruger y Mélanie Laurent. En esta historia, situada en la Francia ocupada por los nazis en la Segunda Guerra Mundial, el guionista y director se salta todas las reglas del género y añade a sus habituales planteamientos un trasfondo crítico y un discurso del cine dentro del cine hasta ahora inédito en su filmografía. Todos los elementos propios del estilo Quentin Tarantino adquirían aquí un nuevo nivel, destacando su mayor compenetración y utilización el humor negro y la música casi como dos personajes más del relato. El resultado sería la película más taquillera de la carrera de Quentin Tarantino, marca superada en tiempo record por su siguiente incursión cinematográfica: Django Desencadenado.

Django Desencadenado: El «southern» de Quentin Tarantino

En Django Desencadenado, película en la que Quentin Tarantino repite esquemas y tono respecto a Malditos Bastardos, pero en este caso cambiando de nuevo de género, plantea un spaghetti western ambientado en el sur profundo de Estados Unidos. Esto es lo que el mismo director ha bautizado con el nombre de «southern». La referencia más directa a Django Desencadenado es una película anterior y casi desconocida para el gran público, el film de 1966 Django del italiano Sergio Corbucci. Esta resulta ser una película de culto del género, empeñada en desmitificar las producciones de Estados Unidos de la década de los años cuarenta y cincuenta del siglo XX que habían definido directores como John Ford o Howard Hawks. Curiosamente, el japonés Takashi Miike, realizaría un remake de la misma unos años antes, concretamente en 2007, titulado Sukiyaki Western Django y en cuyo desarrollo colaboraría el mismo Quentin Tarantino. En el caso de Django Densencadenado no estamos ante un remake ni secuela, nos encontramos ante una historia original escrita por Quentin Tarantino, un drama sureño ambientado unos años antes del estallido de la Guerra Civil Americana.

Esta epopeya anti-esclavista, inspirada también en El Anilllo de los Nibelungos, con unos inconmensurables Christoph Waltz, Jamie Foxx, Leonardo DiCaprio y Samuel L. Jackson, sigue al Dr. King Schultz, un educado cazarecompensas alemán que libera a un esclavo negro llamado Django para ayudarle a atrapar a unos fugitivos y con el que acabará colaborando para rescatar a su esposa Broomhilda del encantador y cruel esclavista Calvin Candie. Este proyecto responde al deseo de Quentin Tarantino de realizar un spaghetti western enfrentando un pasado y un tema del que cinematográficamente, según sus propias palabras, «Estados Unidos nunca se ha ocupado porque se avergüenza de ello, y otros países no tratan sobre ello porque no sienten que tengan derecho a hacerlo». Pero lejos de adoptar un tono grave, la propuesta de Django Desencadenado, en la que Quentin Tarantino mantiene su dogma de que las reglas y convenciones están para romperse, se sirve en gran medida del humor y la parodia para llevar al espectador a su terreno porque, como ya ha confesado en alguna ocasión, uno de sus perseguidos objetivos con sus películas es «conseguir que la gente se ría de cosas que no son graciosas».

No es de extrañar, para este guionista y director estadounidense el humor «es una lupa con la que miramos la sociedad» y muy necesario a la hora de hablar de ella aunque sea en un western con la venganza en primer plano y con una banda sonora en la que podemos encontrar, sin ningún tipo de pudor, alguna pista de rap, canciones de James Brown y piezas originales como la magnífica Freedom interpretada por el dúo formado por Anthony Hamilton y Elayna Boynton. La nueva producción de Quentin Tarantino se ha convertido pronto en su película más taquillera y los premios Oscar la han reconocido con cinco nominaciones entre las que se encuentran la de Mejor Película, Mejor Guión Oiginal y Mejor Actor Secundario para Christoph Waltz que se unen al éxito en otros prestigiosos premios del medio que ha recibido Django Desencadenado en su andadura como el de los Critics Choice Awards o los BAFTA o el reconocimiento por parte de Asociación de Críticos de Los Angeles o de la American Film Institute que la ha incluido entre las mejores películas de 2012.

Por su parte, la crítica especializada sólo ha tenido halagos la cinta de Quentin Tarantino; Peter Bradshaw de The Guardian considera Django Desencadenado «tan malsana, deplorable y deliciosa como un cigarrillo prohibido» mientras que en la revista Rolling Stone el critico Peter Travers la calificaba como «un relámpago de puro cine, deslumbrante, sinvergüenza y emocionantemente vivo». En términos parecidos hablaban en The New York Observer utilizando adjetivos como «desmedida, grosera, escandalosa, desagradable, exagerada» y, en nuestro país, Jordi Costa apuntaba certeramente en la revista Fotogramas como Django Desencadenado «es, quizá, el western que mayor atención jamás haya prestado al lenguaje verbal». Todo alabanzas y elogios para la última película de Quentin Tarantino, una obra que, como veremos a continuación en las críticas y artículos de mis compañeros Luis Javier Capote y Daniel Gavilán, basa su propuesta en «la desmitificación del viejo y caballeroso sur» realizando interesantes y bizzarros, en la acepción italiana original de la palabra, «paralelismos entre la cultura del ghetto negra y el salvaje oeste». A través de este planteamiento se mueve un personaje ya icónico en la filmografía de este director, un Django convertido en «el Sigfrido del Mississippi», acompañado por una multitud de referencias cinematográficas y musicales, así como un irreverente humor, que acaban de aderezar y definir un pastiche verdaderamente memorable.

Desmitificando que es gerundio por Luis Javier Capote Pérez

Como comenta el amigo Jordi un poco más arriba, una de las etiquetas que más se han adherido a Django desencadenado ha sido la de “desmitificadora”. Don Quentin, que ya trató a su manera el exterminio de los judíos a manos del III Reich en Malditos bastardos, no ha tenido empacho en declarar que el trato que en Norteamérica se dispensó a los esclavos negros no distaba mucho del que en Europa se había procurado a los perseguidos hijos de Israel. En estas dos películas no hay que llamarse a engaño: junto a la violencia, la sangre, la exageración y los homenajes y referencias a “los clásicos” tenemos una contundente y necesaria metida de dedo en el ojo a los movimientos neonazis que lo mismo comulgan con el más feroz antisemitismo que pretenden convencer (a base de palo) de las diferencias entre razas. En ambos casos el director estadounidense se empeña en ridiculizar a los personajes que sitúa en el lado del mal y en inevitables némesis de sus antihéroes. La risa es el mejor remedio para todos los males y un buen antídoto contra el miedo, pero en el caso de Django desencadenado se hacía necesario compaginar la sátira con una necesaria dosis de desmitificación que la repulsiva caterva de jerarcas de la Alemania nazi no requería.

Las aventuras del cazarrecompensas Django han sido definidas como un southern más que un western, al ambientarse parcialmente en los territorios esclavistas del sur de los Estados Unidos en los años previos a la guerra de secesión. Si pensamos en ese lugar y en ese tiempo ¿cuál es la imagen que nos viene a la mente en primer lugar? Yo diría que la mayor parte de los lectores pensarían automáticamente en el viejo sur, el paraíso perdido reflejado en la novela de Margaret Mitchell Lo que el viento se llevó. Mansiones señoriales, caballeros honorables y alegres festejos. La orgullosa Escarlata, el abnegado (y un poco calzonazos, según Carlos Pumares) Ashley Wilkes y el cínico y depravado Rhett Butler que constituye la única voz de la razón y que, pese a ello, decide unirse al ejército confederado en su última batalla. ¿Dónde están y qué papel juegan los esclavos en esta historia? Son parte del paisaje y en sus escasas apariciones (con la excepción del personaje de “Mami”) se presentan como un colectivo no muy espabilado que asume su sino con alegre resignación, como niños eternamente menores de edad bajo la benéfica protección de sus amos. El hecho de que la novela se convirtiera en una de las mejores películas de la historia ayudó a convertir en arquetípica una visión idealizada que Tarantino se encarga de destrozar sin ningún tipo de miramiento.

No es la primera vez que la ficción audiovisual estadounidense aborda en términos más realistas la historia de la esclavitud en su territorio. Quienes se asomaran a la caja tonta a finales de los setenta recordarán sin lugar a dudas el éxito sin precedentes y el impacto que supuso en todo el mundo la emisión de Raíces, el relato de una saga de afroamericanos que comienza con un joven capturado en la región de Gambia (el inolvidable Kunta Kinte) y termina –presuntamente- con Alex Haley el escritor de la novela que dio origen a la serie televisiva. Por primera vez la epopeya del viejo sur era vista desde la perspectiva de los esclavos y en unos términos mucho más desagradables que los evocados en la historia de Mitchell.

Sin embargo la inspiración más patente que recibe Django desencadenado es otra obra de los años setenta cuya temática es empleada por Tarantino en un fragmento de esta larga película. Es Mandingo (Richard Fleisher, 1975) un filme donde las decadentes costumbres de los señores sureños se muestran en toda su depravación. Dos esclavos negros son víctimas de los vicios y pulsiones de sus amos blancos mientras uno de ellos es entrenado para matar con las manos desnudas a sus semejantes. Eran los días de la blackxploitation y de las reivindicaciones para conseguir una igualdad efectiva después de cien años de ciudadanía de segunda clase. La Candy Land de los Candy es un reflejo aún más pervertido de la Falcon Hurst de los Maxwell, la hacienda en la que Ganímedes “Mede” es adquirido para transformarse en homicida.

Antes de llegar a la tierra del algodón, Django y su benefactor alemán desarrollan una parte de sus actividades más hacia el oeste, paseándose y homenajeando otro género que en sí mismo constituye otro sano ejercicio de desmitificación: el spaguetti western. Ya ha comentado Jordi que el título de este filme no es casualidad, por cuanto entronca con las aventuras cinematográficas de otro Django interpretado por Franco Nero y dirigido por Sergio Corbucci. Es a este cineasta italiano a quien don Quentin homenajea a través de la cinta. Corbucci era conocido como “el otro Sergio” en clara referencia al fundador del spaguetti western, don Sergio Leone. El reconocimiento no era desmerecido por cuanto convirtió a Django en un arquetipo del género comparable al pistolero sin nombre que interpretara Clint Eastwood en la trilogía del dólar, aupándolo a un Olimpo al que quizá solo los Sartana y Trinidad podrían aspirar.

Como recuerda el actor Christoph Waltz, en Austria decir “Django” era decir spaguetti western aunque el nombre solo apareciera en el póster de la cinta (lo cual demuestra que no son los traductores patrios los únicos que muestran “creatividad” a la hora de adaptar un título, pero ésa es otra historia). Cuando Foxx y Waltz practican el tiro y cabalgan por páramos nevados del salvaje oeste es inevitable pensar en El gran silencio (Sergio Corbucci, 1968) otra historia de caza-recompensas en la nieve donde la mugre de los pistoleros que cabalgaban por Almería se dio la mano con los monumentales peñazos que definían el cine de Ingmar Bergman. Junto a su hermano Bruno, Sergio Corbucci cultivaría en profundidad todos los géneros del cine comercial “a la italiana”: aventuras de Totó, historias de romanos, crónicas vampíricas y unas cuantas cintas protagonizadas por unos tales Mario Girotti y Carlo Pendersoli a los que el gran público conoce como Terence Hill y Bud Spencer. En resumidas cuentas, un poco de ese cine de serie B que nutría los cines de barrio de entonces y del que Tarantino ha consumido, copiado y homenajeado toda su vida.

Un salvaje oeste sangriento, mugroso, guarro, de dientes cariados, barbas desaliñadas y cicatrices mal curadas se da la mano con un viejo sur decadente, cruel y un tanto idiotizado por la endogamia. Dispuesto a no dejar títere con cabeza don Quentin nos regala una escena de un proto-Ku Klux Klan digna de los Monty Phyton y da otra soberana patada al mito construido por Mitchell en torno a esta siniestra organización. Las referencias, homenajes y guiños son tan variados que las páginas habituales de referencia cuentan ya con una larga lista que aumenta poco a poco y que demuestra que Tarantino no es un simple copiador sino un cineasta que ha logrado hacer arte a partir de unos materiales tan poco proclives a la labor como pródigos en caspa. Hacen mal aquellos que critican a Tarantino acusándole de haber perdido la frescura de otros tiempos, cuando la violencia parecía venir justificada por nada en particular.

En sus dos últimos filmes ha expresado su opinión en torno a lo que tendrían que haber hecho las colectividades decentes con respecto al exterminio de los judíos o la esclavitud de los negros. Ahora que no tenemos III Reich pero sí sufrimos a los neonazis, ahora que ya no quedan plantaciones pero sí padecemos a los racistas no viene nada mal que, baños de sangre aparte, tengamos un producto que los pone en su sitio y se burla de ellos. Un segundo visionado de filme permite comprobar que ninguna de las escenas en las que el director se recrea está de más. Cuando el “masa” de Candy Land se deleita hablando de la forma de los cráneos queda retratado como un ignorante que cree en la pseudociencia de la frenología. Cuando uno de los esclavos recibe el nombre de D´Artagnan está preparando el terreno para recordar –o hacer saber- a la audiencia que Alejandro Dumas padre era negro y descendiente de esclavos haitianos. Cuando otorga a Samuel L. Jackson un papel tal destacado y desagradable está recordándonos que entre el colectivo de las víctimas también aparecen los cómplices que, en una pervertida visión del síndrome de Estocolmo, acaban convirtiéndose en los mayores racistas.

Pese a su habitual despliegue de tiros, explosiones y casquerías varias creo que Tarantino resulta a día de hoy un realizador más sincero que, por ejemplo, Spielberg con su Lincoln. Parece mentira que una cinta pretendidamente histórica pase por alto las auténticas motivaciones de la guerra de secesión y el papel que en la misma desempeñó el asunto de la liberación de los esclavos. Django desencadenado no trata nada de eso y no lo pretende. No es una película de corte histórico pero presenta un retrato más fiel del sufrimiento de la población de origen subsahariano que la pretenciosa película de don Steven.

«La Materia de las Leyendas» por Daniel Gavilán

El ser una nación relativamente joven en comparación con el resto de potencias mundiales es una espina clavada en el país de las barras y estrellas desde el día de su fundación. Esto -unido a su renuncia a la cultura indígena de los nativos originales- ha hecho que a lo largo de su historia, los Estados Unidos de América hayan buscado con ahínco la creación de una mitología propia que los identificase como nación.

Para ello no dudaron en valerse del misticismo de sus más relevantes episodios históricos, apropiarse del folklore que traían consigo los inmigrantes que dieron forma a su herencia multicultural o construirlos por su cuenta a través de la literatura y el cine. En este último apartado, Hollywood puede considerarse el gran propagador de la cultura americana, forjando los grandes mitos del último siglo.

En Django Desencadenado, Quentin Tarantino construye una epopeya contemporánea con sabor a leyenda en torno a uno de los pasajes más oscuros de su Historia previa a la Guerra de Secesión. Durante más de medio siglo, el sur de los Estados Unidos basó su economía en las plantaciones de algodón alimentadas con la sangre de los hombres y mujeres de color que se vieron obligados a trabajar como esclavos al servicio de los grandes terratenientes.

Habitualmente, la mayoría de películas suelen pasar de puntillas por este aspecto dando más pompa al festejo de la celebración de la emancipación. Sin embargo, Tarantino mete el dedo hasta el fondo de la llaga convirtiendo el relato individual de Django en una fábula western sobre la liberación de una raza asfixiada bajo el yugo de la opresión.

Sin ningún pudor, el director de Reservoir Dogs se apropia del mito de Sigfrido, embarcando al Django de Jamie Foxx en una cruzada similar a la que emprendiera el héroe germano para salvar Broomhilda. El paralelismo va más allá del nombre del personaje al que da vida Kerry Washington como amada del protagonista, pudiendo ver en el visceral rencor del Viejo Carrucan -interpretado por Bruce Dern– un rol similar al que jugara Wotan en la saga nórdica (responsable directo de los infortunios de la pareja).

Llegado desde el corazón del antiguo continente, el dentista reconvertido en cazarrecompensas al que interpreta el carismático Christoph Waltz actuará como mentor de Django, iniciándolo en el camino del revolver para rescatar a Broomhilda de un anillo de fuego forjado a base de grilletes y prejuicios. Es especialmente simbólica la escena en la que el Dr. King Schultz comparte la leyenda de Sigfrido con Django junto al calor de una fogata y el cobijo de una pared de roca.

Transmisión oral en la que tres culturas se dan la mano, pasando la antorcha de uno a otro como lo hicieran nuestros ancestros cuando el cielo no era más que un tapiz repleto de estrellas y el mundo todavía era joven. Detalles como son la sugerente imagen de la sombra de ese amor perdido que persigue a Django por doquier, o que al internarse en el fortín de la plantación de Calvin J. Candie superando varias pruebas encuentren a Broomhilda atrapada en su lecho de forma similar a la Valquiria del mismo nombre potencian todavía más el aspecto de leyenda contemporánea que envuelve al film.

Y es que más allá de sus referencias a grandes clásicos del western que van desde John Ford hasta Clint Eastwood -pasando por un imprescindible Sergio Leone– Django Desencadenado es un film que mama de diversos géneros en la línea de los gustos de Tarantino, destacando partes como la ambientada en el rancho del terrateniente al que encarna Leonardo DiCaprio (tan bondiana que parece salida de Goldfinger).

En muchos aspectos, la base del relato guarda bastante relación con la que el director y guionista usara en Malditos Bastardos, superando la estructura episódica de esta para apostar por un desarrollo mucho más fluido en el que incluso detalles que podrían parecer intrascendentes acaban volviendo para tener repercusión sobre la historia (con las menciones a la obra de Alejandro Dumas o cierto elemento que acabará convirtiéndose en un deux ex machina tan inesperado como ingenioso).

Pero si por algo destaca la última película de Tarantino es la acidez con la que retrata el conflicto racial tan arraigado en la Historia de su país. Capaz de indignar a Spike Lee a pesar de tener a otro de los grandes popes de la producción multimedia para la América negra (Reginald Hudlin nada menos, responsable de Boomerang, el Príncipe de las Mujeres o Pantera Negra entre otras tantas), solo el retratar a todos los americanos blanquitos como paletos racistas -siendo un culto alemán el que tenga llegar para arrojar luz a su barbarie- ya es de traca.

Pero lo verdaderamente brillantes es que al final de toda la cruzada de Django, tras vérselas contra esclavistas,terratenientes y patanes del KKK que

Cada fotograma de Django Desencadenado esta empapado de mitología moderna. Una mitología fuertemente arraigada en el país de las barras y estrellas y que se extendió por todo el mundo a través de la Meca de Hollywood. Convertido en un héroe de leyenda que encarna la lucha de miles de esclavos negros por desprenderse de los grilletes de la esclavitud, Django se enfrenta contra rednecks rurales, perros blancos, pistoleros a sueldo, lacayos cajún, al Coronel Kentucky, matar al William Munny de Sin Perdón, vérselas con un tiránico Red Butler aficionado a la frenología y sus sirvientes o una Escarlata O’Hara convertida en una madame que adecenta a las sirvientas de color para su prostitución.

Una película en la que podemos ver al Django original interpretado por el mismísimo Franco Nero o un malogrado Kunta Kinte en busca de libertad mientras resuena la música de Morricone y sus discípulos, acompañada por los temas de James Brown, RZA, Anthony Hamilton, Jim Croce o el 100 Black Coffin de Rick Ross. Un historia que aporta una suma importancia a barreras tan invisibles como los acentos o la forma de hablar derivada del nivel de educación o el estatus social, y que busca ser mucho más que un simple relato de venganza para reivindicarse como la ruptura de los grilletes que nos oprimen en la búsqueda para recuperar la vida que nos han arrebatado. Al menos para el que aquí suscribe, Django Desencadenado es el regreso de la mejor cara de Tarantino tras divertimentos personales tan inclasificables como Malditos Bastardos o Death Proof. Un Tarantino que pese a estar más cerca del espíritu de la imprescindible Kill Bill que de las desde tiempo clásicas Pulp Fiction y Reservoir Dogs, demuestra que le queda mucho cine por ver y que todavía no ha dejado de reinventarse.

A la espera del género que le toque tratar en su próximo trabajo, solo esperemos que esté a la altura de cualquiera de sus mejores trabajos. Quiera la fortuna o no, siempre nos quedará la certeza de que siempre será fiel a su inconfundible marca personal. Hasta que llegue esa hora, solo nos queda decirle auf wiedersehen.