Jimmy Robinson es un eminente científico que, en 1941 desarrolló un cetro tecnológico de tubo de vacío que extrae fuerzas de la dimensión adyacente conocida como la Para-Zona. Además, mediante ese dispositivo podía canalizarlas, obteniendo vastos poderes de proyección de energía y vuelo. No pasó mucho tiempo entre ese logro y que adoptase la identidad del superhéroe conocido como el Doctor Star, se uniese a otros superpoderosos enmascarados y se lanzase a combatir monstruosos villanos y a las fuerzas del eje durante la Segunda Guerra Mundial. Durante décadas el Doctor Star defendió a la humanidad, exploró la frontera del espacio, trabando contacto con civilizaciones alienígenas, y en general, se dedicó a cosas más grandes que la vida. Pero Jimmy Robinson tenía una familia antes de todo ello. Una familia a la que fue dejando de lado, deslumbrado con sus nuevas responsabilidades y, sobre todo, posibilidades.
Ha llegado la hora de que el Doctor Robinson haga una retrospectiva de su vida, y de que, por muchos años que hayan pasado, afronte a aquellos que le querían y a los que fue apartando. De que realice su prueba más dura y heroica, y ponga clausura a asuntos de los que se tenía que haber encargado hace mucho.
Doctor Star y el reino de los mañanas perdidos es una miniserie spin-off de Black Hammer, la cabecera en la que el guionista Jeff Lemire (junto al dibujante Dean Ormston) rinden homenaje al universo DC mediante el uso de acertados personajes análogos a los héroes de la editorial de Superman. El Doctor Star ya había aparecido en ésta, y en otro título derivado de la misma (Sherlock Frankenstein y la Legión del mal), realizando pequeñas pero importantes apariciones de apoyo en la trama y ahora, tenemos ocasión de leer una obra protagonizada por éste émulo en varios frentes del Starman deceíta. Y es que, en este caso, el homenaje va algo más allá de para con el personaje de papel original, y comparte también nombre y alguna circunstancia vital con James Robinson, el autor que a mayores cotas creativas llevó a los míticos Ted y Jack Knight.
Ya lo saben ustedes: durante los años noventa, este guionista británico cogió a un personaje no muy popular de la Golden Age y realizó una de los mejores tebeos de aquella década marcada por los dientes apretados, los cinturones llenos de bolsillos, las armas de fuego imposiblemente grandes y las anatomías imposibles. Robinson se alejó de todas esas tendencias en Starman, creando un relato sobresaliente y lleno de humanidad, entre cuyos temas centrales estaba el concepto de legado superheroico, y el inevitable enfrentamiento generacional entre padres e hijos: los amargos choques que tenemos con nuestros progenitores a pesar del cariño que nos podamos profesar en el fondo, y lo cerca que estamos de perdernos los unos a los otros por ello, si no se da un revulsivo que nos haga ver lo que es realmente importante. Y dejar aparte el orgullo y la incomprensión, que a menudo es lo único que realmente nos separa.
Son precisamente estos temas, pero aplicándoles un giro, los que retoma Lemire en esta miniserie de cuatro números. Y es el giro lo que evita lo que podría haber sido una mera y rutinaria repetición de los esquemas que usó Robinson en los 90, y lleva a Doctor Star y el reino de los mañanas perdidos a ser una auténtica joya que usa temas relevantes sugeridos en la obra homenajeada, pero que tiene nuevas cosas que decir y añadir a ellos. Y como guinda del pastel, a pesar de todo, no es necesario haberse leído Starman ni saber nada de todo esto para disfrutar de este humano y universal relato.
En aras de no reventarle el disfrute de la lectura a nadie, no vamos a desvelar aquí cuál es exactamente el catalizador para que todo el examen de conciencia de Jimmy Robinson (el personaje, no el autor) se despliegue, ni las peculiaridades del mismo. Pero sí diremos que llevan a que la situación (que, tal cual, solo se podría dar en un mundo superheroico) resulte cercana y estremecedora, peliaguda, pero tratada con exquisito gusto. Y que nos planteemos qué prioridades le damos en nuestras vidas, a las cosas, el trabajo, nuestros seres queridos… y si no estaremos en ocasiones aquejados de cierta cobardía para no afrontar lo más cercano, buscando razonables e irrebatibles excusas para en realidad huir de manera un punto egoísta, hasta que a veces resulte demasiado tarde.
El trabajo gráfico de Max Fiumara es sencillamente fabuloso, trasmitiendo con ángel el sabor que un proyecto de estas características debería tener. Fiumara además aporta detalles sobre el diseño del personaje principal que hizo en su día David Rubín, y hace un brillante trabajo diseñando los personajes con los que, con una inteligente doble pirueta de guiños, se relaciona a este homenaje a un personaje DC con otros análogos de otros héroes del mismo universo ficticio. Y el color de Dave Stewart, a pesar de que ya sepamos que es un genio en su campo, consigue sorprendernos de lo bien puesto que está, con su uso de los grises junto a los tonos más brillantes.
Astiberri nos ofrece en, esta, su edición en castellano, los cuatro episodios de la miniserie en un solo tomo en tapa dura, que cuenta con los habituales y altísimos estándares de producción a los que nos tienen acostumbrados. El precio por ellos, por la que parece la historia de mejor factura y calado que el universo Black Hammer nos ha ofrecido últimamente, es bastante razonable, así que no dudamos en recomendarles encarecidamente que se hagan con este volumen en el que la propuesta original de Lemire, un tanto ya diluida en la serie principal, nos ofrece aquí toda su sustancia de bello maridaje entre el amor a los superhéroes y las historias llenas de humanidad.
No puedes estar este hermoso comics, sin nadie que lo comente, lo mejor superheroico q ha escrito lemire.