La mejor forma de empezar a hablar de ciencia ficción es intentando definir que es la ciencia ficción. Muchos estudiosos han intentado crear una definición que permita, de un modo conciso y claro, marcar claramente de que estamos hablando cuando nos referimos al término ciencia ficción, sin haber llegado a un consenso al respecto. Si buscamos la definición más estandarizada, la ciencia ficción es un género de narraciones imaginarias que no pueden darse en el mundo que conocemos, debido a la transformación del escenario narrativo, basado en una alteración de las coordenadas científicas, espaciales, temporales, sociales o descriptivas, de tal modo que lo relatado sea aceptable como especulación racional. Esta es la definición de libro, la que podemos encontrarnos en cualquier sitio a poco que busquemos y mostremos interés por saber un poco más de uno de los géneros más menospreciados de la literatura y el cine, pero no de los comics.
La ciencia ficción es, junto a la narrativa de terror y la de fantasía, un género derivado de la literatura de ficción, que intenta narrarnos acontecimientos posibles dentro de un escenario imaginario, buscando su verisimilitud en los campos de las ciencias físicas, naturales y sociales, que permiten dar cabida de posibilidades como los viajes interestelares, exploración planetaria, consecuencias del buen y el mal uso de la tecnología, vida extraterrestre, evoluciones extremas, mutaciones o evolución robótica, pudiéndose desarrollar la acción tanto en el pasado, presente o futuro, tiempos alternativos, dimensiones distintas a la nuestra, mundos alienígenas, mundos virtuales e incluso en el interior de la propia mente del protagonista. Todo un crisol lleno de posibilidades que da pie a poder desarrollar multitud de historias con las que especular sobre la propia condición humana, la conciencia planetaria, extraterrestre, universal y temporal, sin límites marcados y con una enorme capacidad para el asombro y la plasticidad argumental. Un género en el que los protagonistas pueden ser humanos, robots, inteligencias artificiales, xenomorfos o fusiones entre lo biológico y lo tecnológico, clones y mutantes.
Si hay que buscar un principio, una primera obra de ciencia ficción, uno se encuentra con varias posibilidades al no haber, tampoco, consenso alguno al respecto. No es muy complicado entrar en el terreno de la especulación, o más bien de la interpretación personal de cada estudioso a la hora de definir si una obra puede o no entablarse dentro del género de la ciencia ficción como tal.
Existe cierta tendencia a fijar la vista en una obra escrita, en latín, en 1608 por Joannis Kepleri, y publicada de forma póstuma en 1634, titulada Somnium sive astronomía lunaris, en la que se nos narra la historia de Duracotus, un joven islandés en la que, gracias a su madre Fiolxhilda y un conjuro mágico, realizan un viaje onírico a la Luna durante un eclipse solar. La obra no disfrutó de éxito alguno y tuvieron que pasar dos siglos para poder verla publicada de nuevo en el año 1870.
Esta ventana de tiempo permite que se cree una segunda línea de pensadores que consideran como la primera obra de ciencia ficción la magnífica obra de Mary Shelley, Frankenstein. ¿Pero puede ser considera esta novela una novela de ciencia ficción? Para el mundo anglosajón no hay duda alguna de ello. Para el resto hay matices a tener en cuenta antes de aseverarlo de forma tan tajante. Si nos quedamos anclados a la definición inicial la verdad es que no. Shelley la pudo escribir condicionada por las teorías galvánicas de la época y la fascinación que despertaba la electricidad, pero la verdad es que en ningún momento se usa un rayo para animar el cuerpo compuesto de despojos y partes inertes de cadáveres. Shelley no se apoya en el aspecto científico del proceso, donde unas crípticas soluciones líquidas animan el cuerpo, sino que centra su atención en los aspectos más sociales, culturales y emotivos del moderno Prometeo. Es el cine el que introduce toda la parafernalia científica a fin de intentar racionalizar algo que en principio no es ni siquiera relevante en la obra original. Algo que hace pensar en la obra más como una precursora y no como la primera novela de ciencia ficción.
Si bien ambas novelas podrían ser el germen inicial del género, el término de ciencia ficción no se acuñó hasta el año 1926 por Hugo Hernsback que lo introdujo en una de las revistas de narrativa especulativa más conocidas de los Estados Unidos, Amazing Stories, y aunque anteriormente William Wilson lo usó de forma aislada en el año 1851, no es hasta ese año en el que el término se acuña de forma directa, quedando ya grabado a fuego en el imaginario cultural de la sociedad americana de finales de los años 20.Hernsback logra de esta forma unificar en un término todas esas historias de viajes fantásticos, utopías, mundos perdidos y novelas científicas que se publicaban por aquel entonces.
Sin embargo, hay novelas anteriores a la invención de este término, lo que el canadiense John Clute define como proto ciencia ficción y que se remonta a ese periodo ya nombrado, comprendido ente la publicación de la obra de Kepleri y la publicación de Frankenstein. En 1761 se publica en Francia la obra Le voyageur philosophe dans un pays inconnu aux habitants de la Terre, de Daniel Host de Villeneuve, en 1771 sale a la luz El año 2440, del también francés, Louise-Sèbastien Mercier. Incluso hay obras españolas, como la publicada en 1780, Viaje estático al mundo planetario, de Lorenzo Hervas y Panduro o Viaje de un filósofo a Selenópolis, de Antonio Marues y Espejo.
También hay multitud de mitos y leyendas en las que se puede apreciar los rasgos distintivos de la ciencia ficción, como ocurre en el folclore judío con la presencia del Golem, o en los mitos griegos donde Dédalo, constructor del Laberinto de Creta, construyó estatuas de madera que eran capaces de reproducir los movimientos de los seres humanos de forma totalmente autónoma.
El propio Clute cita a Tomás Moro y su obra Utopía (1516), donde narra la vida de los componentes de una sociedad perfecta en todos los sentidos. Por tanto, esto nos llevaría más atrás en el tiempo de la ya citada obra de Kepleri, defendida, no obstante, por Asimov y Carl Sagan como la primera novela de ciencia ficción de la historia.
La cuestión es, dejando a un lado quien fue el primero, ya que es un debate infructuoso, que es la obra de Shelley la que supone el punto de inflexión en cuanto a la literatura de ciencia ficción se refiere. No sería algo inmediato y no llegaría a eclosionar de forma clara hasta el siglo XIX con la aparición de escritores del calibre de Edgar Allan Poe, Julio Verne, Sir Arthur Conan Doyle (aunque solo escribiera una novela de este género al igual de Charles Dickens) y H.G. Wells, precursores ya de lo que iba a ser un fenómeno que nadie iba a poder parar.
El mundo se encaminaba con fuerza y arrojo a una edad de oro, con la llegada del siglo XX, de la ciencia ficción con escritores tan importantes como el checo Karel Capek (La guerra de las salamandras, 1937), o el británico, John Wyndham (El día de los trífidos, 1951), mientras que en los Estados Unidos ya empezaban a sonar nombres tan importantes como el Edgar Rice Burroughs con John Carter (Ciclo de Marte) y Carson Napier (Ciclo de Venus), y donde gracias a la aparición de revistas dedicadas al género innumerables relatos de plumas tan reconocibles como H.P. Lovecraft, Fritz Lieber y Robert E. Howard vieron la luz atrayendo a innumerables lectores que se interesaron por este nuevo género que parecía asentarse en la sociedad con fuerza.
En 1938, Orson Welles, emitía un episodio radiofónico titulado La Guerra de los Mundos, plantando una semilla que tardaría más de veinte años en germinar en el noveno arte.
Aparecen los grandes maestros del género Asimov (El fin de la eternidad), Arthur C. Clarke (2001, Una Odisea Espacial), Robert A. Heinlein (Forastero en Tierra extraña), seguidos por Aldous Huxley (Un mundo feliz), C.S Lewis, George Orwell (1984), Fredeirck Polh (Mercaderes el Espacio), Philip K. Dick (Lotería Solar), Poul Anderson (Guardianes del tiempo), Stanislaw Lem (Solaris), Ray Bardbury (Farenheit 451), Frank Herbert (Dune)… que conforman una lista de talento enorme con obras de profundo calado social y científico con el que el público comulgó sin problema alguno.
Toda una columna vertebral de un género que se asentó con fuerza y generó incursiones en cine y televisión y como no podía ser de otra forma también llegó a los comics de forma arrolladora.
La ciencia ficción irrumpió en los comics de prensa en 1929 de la mano de Phil Nowlan y Dick Calkins, encargados de dar vida a Buck Rogers, creciendo en presencia en 1933 con Flash Gordon de Alex Raymond y a mayores con el trabajo de William Ritt y Clarence Gray y su creación Brick Bradford (1934). Sin embargo, en los comics-book el género apareció de forma tardía ya que no es hasta 1950 cuando de verdad se puede hablar de comics de ciencia ficción como tales, motivados por los avances científicos llevados a cabo durante la Segunda Guerra Mundial, desencadenantes de la era nuclear y la carrera espacial a finales de la década. Dos pasos necesarios para empezar a pensar y especular sobre la posible vida en otros planetas, los platillos volantes, que pasarían a denominarse ovnis, y el miedo a la destrucción planetaria nuclear son el abono perfecto para que EC Comics lanzara, dentro de su recién inaugurada línea New Trend su particular visión del género con dos revistas, mensuales, Weird Science y Weird Fantasy.
En 1957 la palabra del año fue Sputnik ,el primer satélite artificial, lanzado por la Unión Soviética y que fue una humillación directa para EEUU. La carrera espacial había dado comienzo, al igual que en los comics, que redoblaron esfuerzos alrededor del género añadiendo nuevos componentes como seres fantásticos y extraterrestres con los que poder inflamar la imaginación de toda una generación. La fiebre por el espacio no dejó de aumentar a lo largo de la década de los años 50, insertándose de forma clara en el acervo cultural a partir de la creación de la NASA en 1958 y la aparición de la palabra aeroespacial en el vocabulario de los lectores.
Es bien sabido por todos que en los comics cabe de todo. No hay temática que no se haya abordado, con mayor o menor acierto, pudiéndose encontrar en ellos historias de terror, crímenes, guerra, western, fantasía, historia, artes marciales, humor, romances, suspense, misterio, aventuras y la que ahora nos atañe, la ciencia ficción.
Una lista larga, inabarcable ya que cada uno de esos temas, a su vez, se mezclan entre ellos pudiendo ya albergar historias donde no hay límite alguno. Un cómic de aventuras puede suceder en un escenario propio de la ciencia ficción, al tiempo que aparecen trazas de un misterio, en medio de una guerra intergaláctica. O un western en el que los protagonistas deben recorren un valle terrorífico rumbo a una mansión encantada en el que sus pistolas de poco servirán contra los espectrales indios que pueblan el cementerio en el que se haya ubicada. O un luchador de artes marciales puede acabar metido en una espiral de venganza tras el crimen de su mejor amigo y acabar enamorándose de la viuda de este. Un sinfín de combinaciones sobre un tema central que tuvieron su máxima representación en una editorial americana que brilló con fuerza a finales de la década de los años 40 y buena parte de los años 50, conocida por muchos aficionados por haber sido capaz de basar su línea editorial en hacer llegar al mercado comics centrados en alguno de los temas anteriormente nombrados y que respondía al nombre de EC Comics.
EC Comics (Educational Comics), fundada por Maxwell Gaines, un ex editor de All American Publications, vio cómo su editorial se fusionaba con DC Comics y fue capaz de mantener los derechos de explotación de la línea Pictures Stories from the Bible, con el objetivo de editar comics sobre ciencia, historia y la biblia para escuelas e iglesias. Una idea que evolucionó tras la muerte de Gaines en 1947, tras tomar el mando su hijo William, que encaró el destino de la editorial a la publicación de obras centradas en el suspense, la guerra, el horror, la ciencia ficción y el crimen.
Este planteamiento la catapultó al éxito y fue pionera en fomentar las relaciones con lectores mediante los correos, la creación de clubs de fans y la correcta acreditación de los autores en todos sus trabajos, unido a una labor editorial valiente en la que sus obras abordaban con maestría temas políticos y sociales como el racismo, el sexo y las drogas y al final sorpresa acabarían por ser la marca registrada e inconfundible de EC Comics.
Una editorial que tuvo que sufrir en sus carnes la creación del Comic Code Authority con la publicación en 1954 del libro La Seducción del Inocente del Dr. Fredic Wertham, donde se atacaba directamente al noveno arte de bombardear con ideas, conceptos e imágenes a los niños y adolescentes de América con efectos nocivos para sus vidas. Fueron años oscuros para el cómic que vio como los editores edulcoraban sus publicaciones en un afán claro por sobrevivir como industria.
Pero antes de llegar a este punto EC fue la punta de lanza, el estandarte que marcó la forma de entender y hacer comics de ciencia ficción, empezando en 1950 con las dos series ya comentadas, coordinadas por Al Feldstein, que contarían con la inmensa mayoría de dibujantes de los que disponía la editorial incluyendo a Bill Elder, Reed Crandall, Jack Kamen, siendo sus principales valedores Wally Wood, Al Williamson y Joe Orlando. Estos tres últimos iban a ser capaces de desarrollar su talento de tal forma que su producción a día de hoy sea considerada como una de las grandes obras maestras del cómic.
Este trío de autores darían forma a las dos colecciones lanzadas por EC, Weird Science y Weird Fantasy, centrando su trabajo no en grandes sagas o en espectaculares continuará… Su forma de proceder fue mucho más comedida y a la vez más eficaz, al centrarse en narrar las historias en pequeñas dosis donde poder desarrollar un relato crítico con la sociedad y reflexionar sobre el uso de la ciencia y sus avances en un supuesto futuro o mundo alienígena. Perlas que oscilaban entre las 8 y las 12 páginas y que seguían también el mismo patrón final que las demás publicaciones de EC, en la que cada aventura debía acabar de forma sorpresiva para el lector, rompiéndole el esquema mental que hasta ese momento se había planteado a lo largo de la lectura del relato.
Las historias que se encaraban en estas series eran de dos índoles. Las primeras eran puramente originales, mientras que otras se sustentaban, inspiraban o basaban en el trabajo de los grandes autores de ciencia ficción coetáneos. Así pues, en las revistas no era raro encontrar obras de Bradbury, Edmond Hamilton, Roald Dhal, Malcom Jameson, Robert Heinlein, Fritz Lieber, y una larga lista de autores que veían como su trabajo tomaba la forma de viñetas en las publicaciones de EC. Sin embargo, el trabajo más interesante era el que se desarrollaba de forma libre, sin adaptaciones, centrando el esfuerzo en sorprender y criticar de forma abierta y valiente muchos de los aspectos de la sociedad del momento. Uno de los relatos más polémicos, publicado en el número 18, es uno que responde al título El Día del Juicio, donde el protagonista llega a un lejano planeta, Cybrinia, poblado por robots donde existe una fuerte discriminación racial entre los robots de color azul y los de color naranja. Se trata por tanto de, no solo entretener al lector, sino de llevarlo a un punto en el que esté obligado a la reflexión personal sobre el tema tratado en la historia. EC fue pionera al tratar abiertamente un tema que no sería abordado de nuevo hasta la década de los 60, lo que demuestra el enorme valor de estas publicaciones que no iban a tardar mucho en ser acusadas de perjudiciales para la juventud.
El fenómeno Ovni tuvo su máximo auge durante la década de los años 50. No había mes que no surgiera una grabación de mala calidad sobre un avistamiento, un granjero que aseguraba haber visto objetos sobrevolando sus campos o extraños fenómenos atmosféricos asociados a extrañas luces sobre el horizonte. Los medios de comunicación fomentaban la especulación y las teorías de la conspiración no tardaban en aparecer. Era, por tanto, el caldo de cultivo idóneo para toda esta oleada de comics, con EC Comics a la cabeza en Estados Unidos, disfrutando de un éxito sin precedentes que se iba a ver truncado de forma abrupta con la publicación del infame, y ya citado, libro Seducción del Inocente, que pondría en marcha una serie de mecanismos que harían que el imperio levantado por EC, sustentado fundamentalmente por las líneas de terror y horror, se viera muy dañado. EC sería duramente atacada por esta histeria en la que la sociedad americana se vio envuelta, obligando a la editorial a reaccionar cortando de raíz el problema y sacando a la calle obras mucho menos polémicas con las que poder esquivar el recién estrenado Comic Code, centradas en piratas (Piracy), temática médica (M.D), periodismo (Extra!), etc. La censura, promovida por unos pocos, acabó por afectar a muchos y la imagen del cómic quedó dañada por años.
Con anterioridad a estos acontecimientos las dos revistas de EC dedicadas a la ciencia ficción, Weird Science y Weird Fantasy se fusionaron en una sola denominada Weird Science-Fantasy, donde seguir dando salida a este género que era, sin duda alguna, uno de los más rentables, tras el de terror y crímenes, de la editorial. Pero el golpe del Comic Code acabaría también por llegar a esta revista que iba a despedirse de sus lectores en el número 29 para volver a las tiendas renombrada como Increible Science Fiction, continuando la numeración de su antecesora. Si bien es cierto que la ciencia ficción no fue tan duramente atacada por la censura y fue una de las excepciones de la New Trend que pasó a formar parte de la New Direction, que era la denominación de todas esas nuevas series que pugnaban por esquivar el arañazo de la censura.
Increible Science Fiction llegó a los quioscos en el verano de 1955 con algunas novedades entre los autores en ella involucrados. El primero de ellos era que la práctica totalidad de los guiones estaban escritos por Jack Oleck, escritor forjado en las series de terror y suspense, al que se le debe una protoversión de Spiderman con C.C. Beck cuando estaban en Harvey y que nunca vería la luz.
En el apartado gráfico se sigue pudiendo disfrutar del trabajo de Wood, Williamson, Orlando y Krigstein, al que se les uniría Jack Davis, un autor muy poco visto en las series de ciencia ficción, que colaboraría con una historia en cada uno de los cuatro números que duraría Weird Science Fiction, además de ilustrar las tres primeras portadas de esta corta andanza. Un equipo creativo a la altura de lo que se podía esperar de la última cabecera regular dedicada a la ciencia ficción y que no defraudó en absoluto a sus seguidores. En esos cuatro números se pudo volver a disfrutar del arte de Williamson al reenconrarse con Roy Krenkel, un excelente ilustrador y portadista de revistas Pulp, que se encargaba de dibujar los fondos de los trabajos de Williamson. También debuta Angelo Torres, el último dibujante en incorporarse a la editorial. Su trabajo tan solo pudo disfrutarse en dos números, pero su estilo se dejaría ver de nuevo en los magazines de terror Warren Publishing y en la revista MAD, donde demostró un verdadero talento para la caricatura de personajes famosos.
El número 33 tendría a sus espaldas una triste efeméride ya que fue el último cómic-book editado por EC, cerrando tras de sí una de las etapas más puras, prístinas, intensas, honestas y bizarras de la historia de los comics de ciencia ficción. Su influencia no solo se puede ver en el propio medio en el que nació, sino que también transcendió al cine y la televisión durante décadas.
La ciencia ficción gozó de un período de esplendor sin igual gracias al trabajo realizado por una editorial que consideraba que el público necesitaba leer este tipo de historias a medio camino entre la crítica social y la reflexión personal, entre lo que es correcto como sociedad e individuos. Una forma de explorar más allá de nuestro propio planeta y dimensión a una humanidad esquiva mediante el acercamiento a conceptos científicos con los que dar forma a historias llenas de naves espaciales, seres de otros mundos, y viajes en el tiempo. EC siempre mantuvo una posición desafiante frente a la sociedad que acabó por aplastarla, pero que no dejó nunca de luchar por hacer aquello en lo que creía. Un ejemplo claro de ello es el número 26 de Weird Science Fantasy en el que el tema de los platillos volantes fue tratado de forma seria y contundente, relatando todos los avistamientos documentados por el experto Donald Keyshoe, de tal forma que EC se adelantó a su tiempo al exponer este tipo de acontecimientos desde una perspectiva más seria, sin juzgar, dejando espacio al lector para que pudiera formularse sus propias preguntas y elaborar sus propias respuestas, sobre un tema que a día de hoy sigue estado en tela de juicio y creando controversia allí donde se trate.
La ciencia ficción es un género que ha trascendido a todos los medios culturales posibles, cine, literatura, teatro, revistas, videojuegos, rol… lo que demuestra su versatilidad y adaptabilidad a cualquier entorno, siempre dispuesto a seguir especulando sobre la ciencia y sus posibilidades. Un género que ha creado dos de los premios literarios más prestigiosos, el Hugo y el Nébula, dado que los escritores de ciencia ficción nunca serán reconocidos como verdaderos escritores y por tanto el premio Nobel les está vetado de por vida, así como sus propios festivales de cine para poder reconocer la inmensa labor creativa desarrollada alrededor de la ciencia ficción y la fantasía.
Hoy en día es un género recurrente en los comics con un nutrido grupo de seguidores que disfrutan de obras tan importantes con El Incal (Alejandro Jodorowsky y Moebius), Arzak (Moebius), La Casta de los Metabarones (Alejandro Jodorowsky y Juna Jimenez), Akira (Katshuiro Otomo), Transmetropolitam (Warren Ellis y Darick Robertson), El Eternauta y Mort Cinder (Héctor Germán Oesterheld y Alberto Breccia), Dan Dare, (Frank Hampson), Los Mundos de de Aldebaran (Leo), Estela Plateada (Dan Slott y Mike Allred), Descender (Jeff Lemire y Dustin Nguyen)… una lista inabarcable que no deja de seguir creciendo y donde en su haber se pueden encontrar algunas de las obras más importantes del noveno arte.
El camino de la ciencia ficción ha sido largo hasta nuestros días y EC ha formado parte de ello como punto de inflexión, un antes y un después, de lo que era la ciencia ficción en los comics. Una cabecera llena de ideas revolucionarias, transgresora y cargada de contendido con el que poder llegar donde ningún otro cómic se había atrevido. Unas historias que pueden disfrutarse en español gracias a la edición que realizó Planeta entre los años 2004 y 2005, en su colección Biblioteca Grandes del Cómic: Clásicos de la Ciencia Ficción. Diez tomos donde se recuperó la totalidad de las historias publicadas por EC, de forma cronológica, y que venían a complementar a sus hermanas dedicadas al Terror y Suspense. Planeta con esta edición recuperaba un material que en España no había podido disfrutarse de forma ordenada y que pedía a gritos ser rescatado para nuestro mercado. Una edición que merece dedicarle un tiempo de arqueología tebeistica, ya que a día de hoy se trata de la única edición y no parece haber intención de que vuelva a editarse en nuestro país.
Publicado originalmente en la revista Rock I+D
Capek es checo.
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En realidad creo que los autómatas son más comunes en la fantasía, o al menos provienen de allí que de la CiFi. Ahí está el golem.