Siempre he tenido una relación amor-odio con Barcelona. Hoy, toca odio.
Raúl Anisa Arsís conocido en el mundo del cómic como Raule es un guionista nacido en Barcelona en 1971. Tras estudiar dibujo en la Escola de Cómic Joso, decidió dedicarse a los guiones. En sus comienzos, colaboró con el dibujante Miguel Chaves en las series Violencia Sonica y Ryu, pero su carrera desde sus inicios ha ido ligada a otro dibujante: Roger Ibañez. Con él, publicó Hole´n´virgin, Amores muertos y Cabos sueltos las tres con Amaniaco, aunque posteriormente fueron recopiladas en un álbum titulado Vidas a contraluz, publicado en nuestro país por Diábolo Ediciones. La pareja dio el salto al mercado francés con la serie Jazz Maynard, de la que en breve aparecerá el séptimo y último número. Gracias a esta serie se ha asentado en este mercado para el que ha publicado otras series como Isabellae con dibujos de Gabor y Arthus Trivium dibujada por Juan Luis Landa.
Philippe Berthet es un dibujante francés nacido en 1956. Comenzó su carrera en el cómic como ayudante de Eddy Paape. En 1980 ve la luz Couleur Café, con guion de Antonie Andrieu, su debut como profesional en la revista Spirou. Tras algunos trabajos en otras series obtiene el éxito con Le privé de Hollywood, de la que Editorial Juventud publicó dos números, guionizada por François Rivière y José Louis Bocquet, una serie policiaca, género en que se pueden adscribir alguno de sus trabajos más destacados como Camino a Selma (Ediciones B) con guion de Tóme, Perico (Norma) con guion de Regis Hautière, El crimen que tu cometiste (Norma) con guion de Zidrou o Motorcity (Norma)con guion de Sylvain Runberg. Pero es conocido sobre todo por su colaboración con Yann en las series Pin-Up (Norma) y Poison Ivy (Norma), que mezclan el género negro con las historias de espías en los Estados Unidos de los 50. Gran parte de sus primeros trabajos permanecen inéditos en nuestro país. Su mujer Dominique David, también guionista, se encarga del color de sus últimas obras.
Philippe Martin es un policía de París que viaja a Barcelona ya que los mossos d’esquadra han encontrado el cadáver de una joven que se ha suicidado. Junto a ella ha aparecido una carta en la que afirmaba que él es su padre. Mientras espera los resultados de la prueba de paternidad, su exmujer contacta con él para decirle que su hija no se ha suicidado, sino que ha sido asesinada. Esto llevará a Philippe a una investigación por las calles de Barcelona para desentrañar la verdad.
Tras leerle en muchas series de bd de larga duración, tenía mucha curiosidad de leer un trabajo de Raule de un solo número, y la verdad es que en El arte de Morir ofrece lo mismo que en sus obras largas, una historia bien construida y coherente, con gran sentido del ritmo. Sin ser un prodigio de originalidad, algo muy difícil en un género plagado de convenciones, crea una historia que se asienta sobre los tópicos del género y consigue que la leas sin despegar la nariz de sus páginas. De manera que la historia se lee de una sentada, pero uno no puede evitar pensar que había mimbres suficientes para lograr un mejor resultado final. Sobre todo, porque las escenas de acción no terminan de funcionar del todo bien, en cambio las escenas más policiacas y los diálogos están realmente logrados, en especial los del protagonista con su taxista.
Como hemos dicho la trama no es un prodigio de originalidad, sin embargo, sirve para uno de los objetivos de la obra, que no es otro que enseñarnos una Barcelona viva, alejada de la visión idealizada que nos dan las postales. Paseamos por sus sombras y sus luces. Y es que la historia no funcionaría de la misma manera en otra localización geográfica. También resulta sumamente interesante la subtrama relacionada con la falsificación del arte, en especial cuando se cuenta la vida del pintor Carles Casagemas, algo que ya hizo de manera excelente Tyto Alba en La vida. Una historia de Carles Casagemas y Pablo Picasso.
Philippe Martin, el personaje principal de El arte de Morir, responde a uno de los arquetipos de este tipo de historias, el detective cansado que acaba implicado en un caso que le llevará a forzar los límites de la ley. También tenemos una femme fatale procedente del pasado del detective, pero de la que nunca vemos su cara en un recurso bastante brillante por parte de los autores. Sus dos encuentros son de lo mejor de la obra. Estos dos personajes, aunque arquetípicos funcionan muy bien, algo que no sucede con los malos de la historia que resultan demasiado planos para despertar algún interés.
En el apartado gráfico, Berthet sigue usando el estilo de línea clara que ha caracterizado toda su carrera. Como siempre la limpieza y sencillez de su trazo, junto a una narrativa excelente hacen que la obra se lea con facilidad, pero en esta ocasión al dibujo le falta algo de brío resultando muy frio. El resultado está por debajo de sus obras más reconocidas, tal vez porque su estilo no se adapta muy bien a los ambientes modernos. El trabajo de ambientación de Barcelona resulta bastante bueno llevando la historia a los sitios en los que transcurre, aunque quizás un autor con un estilo más naturalista hubiera sacado más provecho de ella. Un trabajo solvente pero lejos de su mejor nivel.
Norma Editorial hace una buena edición como en ellos es característico, buen papel y gran tamaño. Gracias a ella y a otras como Dibbuks y Yermo podemos disfrutar de las obras que publican los autores nacionales en Francia. Una pena que tengan que emigrar ante una industria demasiado pequeña para la cantidad de talento que poseen los autores nacionales, pero por lo menos podemos disfrutar de sus trabajos en el extranjero.
En El arte de Morir, Raule y Berthet nos ofrecen una historia noir que, si bien no revoluciona el género, es honesta y efectiva, a pesar de algunos puntos mejorables. También sirve como un homenaje a Barcelona, que es reconocible en todo momento sin tener que recurrir a sus lugares más icónicos.
Guión - 7
Dibujo - 6.5
Interés - 7
6.8
Barcelona
Un polar honesto y bien estructurado en el que Raule y Berthet nos invitan a un paseo por la Barcelona más desconocida.
Muchísimas ganas de leerlo