Primera Parte: La convención de asesinos de Estados Unidos
al matar a alguien»
El perturbador e inquietante fenómeno de los asesinos en serie, serial killers en inglés, o psycho killers, es un concepto contemporáneo y un perfil de delincuente al que se cree derivado de la sociedad industrializada moderna. El término sería popularizado por el agente del FBI, el escritor, asesor y experto en el tema, Robert Ressler, en la década de los setenta utilizándolo para catalogar los crímenes llevados a cabo por Ted Bundy, arquetipo estadounidense de este tipo de maníaco, y su sangriento coetáneo David Berkowitz, conocido por el sobrenombre de El Hijo de Sam. No obstante, esta definición había sido utilizada antes en los años treinta asociada al llamado Asesino de los torsos de Cleveland, el responsable no identificado de una docena de asesinatos en los que los cuerpos aparecían macabramente mutilados, diseccionados y decapitados. Este caso, nunca resuelto, precipitó la dimisión como Director de Seguridad Pública del mítico e intocable Eliot Ness al ser cuestionado por la opinión pública debido a su incapacidad para lidiar y atajar el problema. La historia sería narrada en 1998 en la alabada y premiada Torso: El Descuartizador de Cleveland firmada por Brian Michael Bendis y Marc Andreyko demostrando David Fincher su interés por adaptarla al cine.
El Asesino de los torsos de Cleveland es reconocido por muchos expertos y criminólogos como el primer asesino múltiple de Estados Unidos pero esta designación es un «honor» nada claro atribuido a diversas y extremas personalidades del país a lo largo de su historia. Históricamente, para hablar de este tipo de crímenes, nos solemos retrotraer en busca de sus antecedentes a auténticas celebridades como el militar y noble francés Gilles de Rais, combatiente de la Guerra de los Cien Años junto a Juana de Arco y responsable de más de doscientos asesinatos en sus ratos ociosos, mayormente jóvenes y niños, o la aristócrata húngara Erzsébet Báthory, La Condesa Sangrienta, la cual supuestamente se bañaba y bebía la sangre de sus doncellas creyendo que así mantendría el vigor de su belleza. Estas personalidades, pertenecientes a un mundo englobado entre los siglos XV y XVII, son verdaderas sombras inmersas en leyenda que han inspirado fábulas y relatos como el terrible Barba Azul del famoso cuento de Charles Perrault o el mismo mito del vampiro hallado en la Carmilla de Sheridan Le Fanu o en el imprescindible Drácula de Bram Stoker. Pero, la asociación de estos iconos con el concepto de asesino en serie resulta espinoso porque hablamos de una sociedad en la que la impunidad y el poder de la nobleza, unido al sadismo, la tortura y crueldad de una época con un definición muy diferente del concepto de barbarie que podríamos hoy comprender, hacían de este tipo de sucesos algo común y corriente.
En realidad, sólo los grandes excesos o incluso las exageraciones fruto de las falsas acusaciones por brujería, como seguramente resultó ser el caso de Erzsébet Báthory, solían llamar la atención y eran verdaderamente censuradas y castigadas. Sea como sea, la influencia de estas figuras en la cultura popular resultan hoy en día inabarcables, teniendo una presencia constante en el cine, la literatura e incluso en otras artes como la música, dando lugar a historias basadas en sus entidades históricas y sus respectivos mitos mientras han servido al mismo tiempo como referencia para la creación de nuevos relatos, obras y personajes de lo más diverso. El cómic no ha sido una excepción, en él Gilles de Rais, o su alter ego Barba Azul, han sido utilizados u homenajeados en obras como las historias originales del personaje Kid Eternity (1942) creado por Otto Binder y Sheldon Moldoff, en la colección Jhen (1978) de Jacques Martin y Jean Pleyers o en las series de la línea Vertigo Los chicos detectives (2001) de Ed Brubaker y Bryan Talbot y Fábulas (2003) de Bill Willingham y Mark Buckingham. Por su parte, Erzsébet Báthory y toda la tradición vampírica que acompaña a su nombre, han pasado por las páginas de las colecciones marvelitas La Tumba de Drácula (1972) y Dracula Lives! (1973) de Marv Wolfman, por la cabecera de DC Comics Siete Secretos (2008) en la etapa de Gail Simone y Nicola Scott, la publicación de corte erótico Elizabeth Bathory: El viaje del ataúd maldito (2007) del español Raúlo Cáceres o en Elizabeth Bathory: La Condesa Sangrienta (2009) de Pascal Croci y Françoise Sylvie Pauly.
Por lo tanto, dejando precedentes a un lado, el nacimiento del asesino en serie moderno debemos buscarlo en el inglés Jack el Destripador y sus asesinatos llevados a cabo en 1888 en el barrio londinense de Whitechapel. En él encontramos reflejado las características propias de este tipo de depredadores, con un modus operandi propio, un patrón de víctimas concreto y, especialmente relevante, su carácter como primera «gran estrella» de los medios de comunicación. Estos convirtieron a Jack el Destripador en el protagonista recurrente de las portadas de los prensa internacional mientras Scotland Yard se veía totalmente impotente para averiguar la identidad de un tipo de delincuente para el que no estaban preparados. El mismísimo Jack el Destripador parecía tener muy claro este aspecto como se desprende de una de las cartas atribuidas a su persona en la cual, con total convicción, proclamaba en tono profético como «algún día los hombres mirarán atrás y dirán que conmigo nació el siglo XX». Teniendo en cuenta el sórdido y sangriento auge de este tipo de criminales producido a lo largo del siglo XX, en los años ochenta según el FBI llegaron a existir hasta treinta y cinco asesinos en serie en activo al mismo tiempo solo en Estados Unidos, Jack el Destripador no parecía tan desencaminado en sus prepotentes y ególatras afirmaciones. Estas mismas serían reflejadas por Alan Moore y Eddie Campbell en uno de los más detallados y documentados estudios realizados sobre los sucesos de Whitechapel en su obra maestra From Hell.
Pero será entre la sociedad norteamericana dónde este tipo de psicópata proliferará, según las estadísticas más del 70% de los casos de asesinos en serie conocidos a lo largo de la historia se han producido en territorio estadounidense siendo California, Texas y Nueva York los principales estados con más incidentes ligados a esta terrible epidemia. La historia criminal de Estados Unidos tiene sus propios antecedentes en este tema, podemos para ello remontarnos a finales del siglo XVIII para encontrar a Micajah Harpe y Wiley Harpe, un par de forajidos y depredadores sexuales a los que se cree responsables de la muerte de más de cien personas diseminadas por los estados de Tennessee, Kentucky e Illinois. La historia de estos hermanos ha sido contada recientemente en la novela gráfica Harpe: America’s First Serial Killers (2009) de Chad Kinkle y Adam Shaw. Pero, como sucedía con Guilles de Rais o Erzsébet Báthory, los hermanos Harpe son una consecuencia de su época, un período marcado por la inestabilidad derivada de la Guerra de Independencia, entre 1775 y 1781, en la cual la violencia era una forma aceptada de solucionar conflictos siendo corriente la actividad de forajidos y malhechores como Billy el Niño, Jesse James o John Wesley Hardin. En este sentido, de igual manera hemos de catalogar a Lavinia Fisher, la primera mujer reconocida bajo la etiqueta de asesina en serie de Estados Unidos, la cual entre 1800 y 1819 se dedicó a asesinar a los huéspedes de su posada en Carolina del Sur con la intención de robarles.
En la historia de los asesinos en serie estadounidenses más relevante, significativo y curioso parece el caso de Herman Webster Mudgget, conocido como Dr. Henry H. Holmes o con el simple seudónimo de Dr. Holmes. Este licenciado en medicina, estafador, timador y asesino de finales del siglo XIX, afincando en la ciudad de Chicago, podría ser responsable de la muerte y desaparición de cerca de doscientas víctimas en su mayoría mujeres jóvenes, ricas y guapas. El método del Dr. Holmes era, sin duda, único, para ponerlo en práctica hizo construir el conocido como Castillo Holmes, un recinto aparentemente normal parte de la Exposición Universal de Chicago de 1892 el cual regentaba como un simple consultorio clínico. La realidad era más increíble y espantosa, el edificio resultaba ser un laberinto lleno de trampas y pasillos secretos, con habitaciones llenas de instrumentos de tortura, entre los que destacaba un extraño autómata que permitía hacer cosquillas en la planta de los pies de las víctimas hasta literalmente matarlas de risa, un sistema de válvulas de gas para asfixiarlas a distancia y un conjunto de montacargas y toboganes que le servían al ingenioso Dr. Holmes para almacenar los cadáveres en el sótano dónde se deshacía de ellos disolviéndolos en ácido sulfúrico o incinerándolos. En la cabecera Real Clue Crime Stories el tándem formado por Joe Simon y Jack Kirby contarían las horripilantes hazañas de Dr. Henry H. Holmes en el relato Let Me Plan Your Murder (1947) mientras, ya en el siglo XXI, Rick Geary haría lo mismo en la antología A Treasury of Victorian Murder con la historia The Best of Chicago (2003).
En definitiva, en el Dr. Holmes hayamos el germen del asesino en serie del siglo XX caracterizado por la gratificación obtenida a través del asesinato en el que se traducen sus ansias de poder y sus problemas con el control de sus impulsos sexuales. Ya a principios del siglo XX, los casos de asesinos en serie se multiplicarían exponencialmente, siendo nombres como los de Carl Panzram, depredador sexual, pirómano y sadomasoquista, o Albert H. Fish, El Hombre Lobo de Brooklyn, pedófilo, caníbal y fanático religioso, los primeros en saltar a la fama con sus crímenes que se extenderían a lo largo de hasta veintidós estados. Las desavenencias con el sistema penitenciario de Carl Panzram serían llevadas a la gran pantalla en la producción El corredor de la muerte (1996) de Tim Metcalfe, un film protagonizado por James Wood y basado en el libro Panzram: A journal of murder (1970) del escritor Thomas E. Gaddis. En el cómic, como curiosidad, la salvaje personalidad de Carl Panzram parece haber servido parcialmente a Alan Moore para el perfil psicológico de su personaje Rorschach en Watchmen (1986). Por su parte, Albert H. Fish destaca por la batalla legal que supuso su detención y juicio que habría de sentar un importante precedente al intentar dictaminarse la competencia mental del acusado a la hora de realizar sus fechorías. Por otro lado, este caso serviría como trampolín a la escena pública para el psiquiatra Fredric Wertham, el mismo que mantendría posteriormente su cruzada contra los efectos nocivos de los cómics en los niños con su influyente ensayo Seduction of the Innocent (1954), y que aseguraba que Albert H. Fish era el ser humano más desquiciado al que había tratado en su dilatada carrera.
Simplemente tenía que matar»
La cultura del terror instaurada a principios de siglo en los medios de comunicación y relacionada con los asesinos en serie calaría pronto en el folclore popular estadounidense. Esto explica como en algunos casos la realidad se funde con la leyenda, como Joe Ball, El Hombre Cocodrilo, un productivo criminal del estado de Texas activo durante la década de los años treinta que tenía como mascotas unos cocodrilos a los que daba de comer carne humana pero cuya existencia durante mucho tiempo se creyó falsa. Finalmente, su veracidad, aunque no en todos los datos, sería corroborada como también la de Lydia Trueblood, la cual será la primera mujer en obstentar el apodo de La Viuda Negra después de haber asesinado, entre 1921 y 1946, hasta seis maridos, y marcando ya una tradición en estos años con casos como los de Belle Gunnes La Dama Barba Azul o Amy Archer-Gilligan La Viuda Negra de Windsor. En esta transfiguración del asesino en serie en mito, en parte del folclore, tiene mucha responsabilidad el cine y la literatura los cuales han utilizado recurrentemente como protagonistas e influencia para sus historias a este tipo de delincuentes.
Esto ha acabado derivando en el hecho de que los asesinos más extremos de la historia criminal de Estados Unidos hayan terminado convertidos en verdaderos iconos del siglo XX. En relación a esto, cronológicamente, podríamos hablar de Raymond Fernández y Martha Beck, Los Asesinos de los Corazones Solitarios, una pareja de criminales de finales de los años cuarenta responsables de una ola de crímenes en Florida y Nueva York sobre mujeres que buscaban pareja por medio de anuncios en el periódico. La historia de estos atípicos enamorados ha sido vista en diversas y dispares producciones como el film de culto Los asesinos de la luna de miel (1970) de Leonard Kastle, la mexicana Profundo Carmesí (1996) de Arturo Ripstein o la más reciente Corazones Solitarios (2006) de Todd Robinson con John Travolta, James Gandolfini, Salma Hayek y Jared Leto en su reparto. Pero, puestos a hablar a hablar en términos de repercusión, el caso de Ed Gein resulta insalvable. Este enfermo mental con trastornos esquizofrénicos, practicante de la necrofilia y el canibalismo, es un perfil de psycho killer que ha servido como base para retratar a algunos de los maníacos más populares y terroríficos del cine de terror de las últimas décadas como el Norman Bates de la clásica Psicosis (1960) de Alfred Hitchcock, una adaptación del libro del mismo título de Robert Bloch, Leather Face de la impactante y brutal saga La Matanza de Texas (1974) de Tobe Hooper o Buffalo Bill de El Silencio de los Corderos (1991) de Jonathan Demme. En el cómic, Ed Gein ha tenido varias biografías no autorizadas como Ed Gein- Chainsaw Massacre Special (1992) publicada dentro de la colección Psycho Killers de Jack Herman y ha aparecido en cabeceras como Weird Trips Magazine (1978) de Dave Schreiner y William Stout.
En los años de la Segunda Guerra Mundial la actividad de este tipo de homicidas parece decaer sustancialmente aunque, más posiblemente, podemos pensar que pasa desapercibida en los noticiarios y periódicos respecto a las hazañas bélicas de sus compatriotas. En los sesenta se reactivará la maquinaria con toda su brutalidad con Albert DeSalvo, El Estrangulador de Boston, un asesino ninfómano responsable de múltiples violaciones y asesinatos que mantuvo aterrorizada a la ciudad de Boston, perteneciente al estado Massachusetts, entre 1962 y 1964, fomentando la alarma social y la paranoia entre la comunidad estadounidense. El modus operandi de Albert DeSalvo se caracterizaba por el asalto a las viviendas de sus víctimas cuando estas estaban desprotegidas de ahí el clima creciente de miedo e inseguridad. La visión policial sobre este asesino múltiple la narraría en clave de novela negra Jordi Pla en su cómic Albert DeSalvo. El Estrangulador de Boston (2004) mientras, en clave de thriller, en L´Etrangleur de Boston (2009) los franceces Élie Chouraqui y Serge Fino nos mostrarían su propia perspectiva de los sucesos. Posteriormente, en la ciudad de Nueva York, entre 1965 y 1971, asistimos al baño de sangre de Wanet Hoyt, responsable de la muerte de sus cinco hijos, siendo todos ellos apenas bebés. Este caso marcado por el filicidio resultaría remarcable al ser el primero de una asesina serial tipificada con síndrome de Münchhausen lo cual, a lo largo de las décadas, se ha demostrado bastante corriente entre los trastornos de este tipo de criminales. En los asesinos varones esto suele relacionarse con cierto déficit de atención y un complejo de Edipo no superado que acaba generando una alteración y trastorno en sus conductas sexuales.
No sabemos si este último sería el caso del conocido como Asesino del Zodiaco, una de las siniestras estrellas de finales de los años sesenta que atacaba a parejas de enamorados en las inmediaciones de la ciudad de San Francisco y cuya identidad nunca ha sido confirmada. La investigación policial quedaría inactiva en 2004 aunque se volvería a reabrir en 2007 siendo Arthur Leigh Allen el único sospechoso barajado hasta la fecha como bien se podía ver en la película Zodiac (2007) de David Fincher. El impacto en la cultura popular de este homicida, pese a no ser uno de los más sanguinarios de la historia del país, ha sido muy destacado, posiblemente por sus conexiones con Jack el Destripador, la imposibilidad de las fuerzas del orden para detenerlo y la repercusión que alcanzó en los medios de comunicación con sus cartas cifradas. De esta manera, en Harry el Sucio (1971) de Don Siegel, encontramos a Clint Eastwood enfrentado a un asesino en serie apodado Scorpio, reflejo del Asesino del Zodiaco, como también lo sería el Gemini Killer del El exorcista III (1990) dirigida por William Peter Blatty. La influencia sigue viva en nuestros días también en el cómic, habiendo sido ya un referente para el villano Festivo de El Largo Halloween (1996) de Jeph Loeb y Tim Sale así como en la recientemente publicada en nuestro país Zodiaco: El Desafío del Carnero de Éric Corbeyran, Guy Delcour y Sébastien Goethals.
En relación a la repercusión mediática de este tipo de sucesos, en el año 1969 se produciría un crimen que habría de conmocionar especialmente a la opinión pública, el asesinato de Sharon Tate, actriz y esposa de Roman Polanski, y algunos de sus invitados en su residencia de Beverly Hills, por parte de los acólitos satánicos del grupo conocido como La Familia fundado y liderado por el desgraciadamente célebre Charles Manson. En este sentido, Charles Manson no encaja dentro del perfil de asesino en serie tradicional, sus crímenes han estado relacionados habitualmente con el robo, la estafa o con su faceta de proxeneta pero nunca se llegó a implicar directamente en ningún homicidio salvo como instigador de los mismos. Este es un punto y aparte respecto a los estudios psicológicos realizados para comprender el pensamiento homicida de los asesinos múltiples en los que se ha identificado su comportamiento, sobre todo, con personas frecuentemente solitarias aunque capaces de guardar las apariencias, mantener una vida normal y una relación fructífera con su comunidad. Este sería el caso de John Wayne Gacy, Pogo el Payaso Asesino, el cual, entre 1972 y 1978, violó y mató a treinta y tres jóvenes cuyos restos enterró en su propia casa. Mientras, de cara al exterior, John Wayne Gacy era considerado una persona respetable, militante activo del Partido Demócrata y entregado desinteresadamente a los servicios sociales que realizaba para desfiles y fiestas infantiles disfrazado de payaso. La máscara de hombre perfecto bajo el que se escondía el monstruo que habría de inspirar el aterrador Pennywise de la novela Eso (1986) de Stephen King o el desagradable Violator de la serie de cómics Spawn (1992) de Todd McFarlane.
Llegados a mediados de los años setenta, siguiendo esta negra y sórdida crónica, encontramos a un nombre destacado como Theodore Bundy, el psicópata americano por excelencia, el paradigma de asesino en serie clásico definido por una infancia tormentosa, como suele ser recurrente en estos sujetos, y marcado por su obsesión ante el primer fracaso amoroso de su juventud como se desprende del hecho de que todas sus victimas se pareciesen físicamente a su antigua novia. Por supuesto, Ted Bundy tampoco se ha podido resistir a la tentación de convertirse en un personaje de cómic, lo demuestran obras como Ted Bundy. El depredador de Seattle (2004) de Ángel Ferris y Núria Fontanet o su aparición en la ya mencionda antología Psycho Killers de Jack Herman. Esta misma publicación también tendría capítulo dedicado a David Berkowitz, El Hijo de Sam, un psicópata narcisista, activo entre 1976 y 1977, en cuyos crímenes a punta de pistola en la ciudad de Nueva York mostraba su manifiesta preferencia por las parejas de enamorados. Después de ser arrestado David Berkowitz acabaría confesando el deseo de fama y reconocimiento como único móvil de sus fechorías las cuales, tangencialmente, sirven de trasfondo a los cómics de La Jungla de Cristal. Año Uno (2009) de Howard Chaykin y Stephen Thompson. Pese a este perfil clásico solitario del asesino en serie, como Ted Bundy y David Berkowitz, encontraramos excepciones a la regla, en la línea de Los Asesinos de los Corazones Solitarios, caracterizados por una siniestra colaboración entre individuos conectados por sus oscuros instintos.
Entre finales de los años setenta y hasta mediados de los ochenta este tipo de asociaciones parecen más predispuestas y fructíferas, encontrando casos como los de los primos hermanos Kenneth Bianchi y Angelo Buono, Los Estranguladores de la colina, responsables de alrededor una docena de feminicidios, o el de Alvin Neelley y Judith Neelley, El Nightrider y la señorita de Sundance, matrimonio que pretendían convertirse en los nuevos Bonnie y Clyde secuestrando, violando y asesinando al menos a quince personajes en apenas cuatro años. En esta categoría, Henry Lee Lucas y Ottis Toole serían el dúo más sanguinario conocido, manteniendo una sádica y enfermiza relación commemorada con centenares de víctimas a lo largo del territorio americano como se refleja crudamente en Henry: Retrato de un Asesino (1986) de John McNaughton. El salvajismo de esta pareja también se encuentra en asesinos en serie solitarios, como Jeffrey Dahmer, El Carnicero de Milwaukee, homicida psicópata, caníbal y necrófilo que incluso practicaba trepanaciones a sus víctimas para «zombificarlas». En la gran pantalla encontramos a principios de este siglo Dahmer (2002), una película dirigida por David Jacobson y protagonizada por Jeremy Renner en su papel principal, mientras en cómic tenemos My Friend Dahmer (1994) en la que el autor John Backderf, compañero de colegio de Jeffrey Dahmer, narra sus experiencias al lado del desquiciado asesino en serie cuando él sólo lo consideraba «un chico algo raro».
Por otro lado, desde mediados de los ochenta y hasta la actualidad, los llamados Ángeles de la muerte cobran mayor relevancia, un tipo de psicópata más aséptico y silencioso que se gana la confianza de sus víctimas en calidad de profesional de la medicina o miembro del personal sanitario. Esta tendencia ha sido representada en Estados Unidos por personajes como Doroteha Puente, La Asesina del Jardín de la Muerte, o Charles Cullen, del que se sospecha podría ser el asesino mas prolífico de la historia de Estados Unidos con cifras que se consideran entorno a las cuatrocientas víctimas. Pero más corriente resultan aún los asesinos múltiples con manifiestas tendencias feminicidas, normalmente cebándose con el colectivo tan desvalido y desprotegido como el de las prostitutas. En ese sentido, en las últimas décadas del siglo XX encontramos nombres como los de Arthur Shawcross, El Asesino del río Genesee, autor de una docena de asesinatos entre 1988 y 1989, Charles Albright, El Asesino del globo ocular, el cual extraía los globos oculares con precisión quirúrgica a sus víctimas mientras estas aún vivían, y Gary Ridgway, El Asesino de Green River, responsable desde 1982 hasta 2001 de al menos cuarenta y ocho asesinatos. Este último es el protagonista de la presente novela gráfica El Asesino de Green River de Jeff Jensen y Jonathan Case, una obra cercana al género negro en la cual lo importante, como comenta el guionista y productor Damon Lindelof, «es el hombre, y no la cacería».
Segunda Parte: El hombre y el monstruo
Guión: Jeff Jensen
Dibujo: Jonathan Case
Edición España: Norma Editorial
Contiene: Green River Killer: A True Detective Story USA
Formato: Libro tapa dura de 240 páginas
Precio: 22,00€
Valoración:
a la duda indefinida»
El Asesino de Green River. Una Historia de Detectives Real, como bien anuncia ya su subtítulo, resulta una obra basada en hechos reales en la cual el periodista Jeff Jensen, redactor para Entertainment Weekly, cuenta la historia de su propio padre, el detective Tom Jensen, en relación a sus experiencias y vivencias a lo largo de más de veinte años respecto al caso de uno de los más terribles asesinos en serie de Estados Unidos. Este trabajo, en el que Jonathan Case pone los lápices, viene avalado por sus buenas críticas y por el reconocimiento de la industria materializado con la consecución del premio Eisner 2012 a La Mejor Obra Basada en Hechos Reales. No obstante, como apunta su responsable Jeff Jensen, El Asesino de Green River no pretenden ser unas simples memorias, sino una manera de ahondar en unos dramáticos acontecimientos y en la mente de un asesino como Gary Ridgway aprovechando la visión privilegiada, la información y el testimonio directo aportado por su padre. Por esto mismo, como es habitual en este tipo de propuestas, la historia presenta sus habituales licencias, los nombres y algunos detalles biográficos de las víctimas y sus familiares han sido modificados para preservar su derecho a la intimidad y algunos personajes resultan en realidad una mezcla de varias personas reales.
En El Asesino de Green River, una obra ligada al género negro, encontramos un relato muy alejado de los tópicos, clichés y sensacionalismos hollywoodenses habituales, con un fuerte elemento humano expresado con una sensibilidad y sutileza que resulta lo verdaderamente perturbador y descarnado de la visión de Jeff Jensen y Jonathan Case. De esta manera, El Asesino de Green River no se centra en los famosos y horribles asesinatos llevados a cabo por Gary Ridgway, hay escenas verdaderamente escalofriantes que nos remiten a ellos pero, casi siempre, son los momentos marcados por las revelaciones y sus crudos diálogos, la naturalidad y su atmósfera cargada de una potente emotividad contenida, las que consiguen ponernos constantemente en alerta y mantenernos permanentemente en tensión. El guionista, productor y co-creador de la serie Perdidos, Damon Lindelof, lo expresa muy bien cuando comenta como esto «no es lo que uno espera de la ya muy gastada historia de la cacería de un asesino en serie». Esto lo podemos comprobar ya en los primeros compases de esta crónica, posteriores al magnífico prólogo con el que abre la obra Jeff Jensen, cuando nos tropezamos desconcertados con el agradable e incluso apacible tono imprimido en el relato, una perspectiva fruto del realismo pretendido y la dualidad de los perfiles psicológicos contrapuestos y complementarios de sus personajes.
Las sutilezas del guión de Jeff Jensen, lleno de transiciones, elipsis temporales y un ritmo realmente medido, apuestan por una narrativa que evita en todo momento la linealidad y el llano informe de sucesos, favoreciendo de esta manera el suspense, la intriga y el tono de género negro de la historia. En el apartado gráfico atinamos con Jonathan Case, dibujante e ilustrador miembro del Periscope Studio de Portland, unido a Dark Horse Comics por obras como la adaptación de la serie The Guild o las cabeceras de terror House of Night, The Creep y Eerie. Estas últimas serían determinantes para cristalizarse en el candidato idóneo para la presente El Asesino de Green River aunque también habría que destacar la sensibilidad demostrada en la antología Comic Book Tattoo sobre la compositora y cantante Tori Amos y la novela gráfica Dear Creature. En El Asesino de Green River Jonathan Case propone un dibujo claro y limpio, casi puro en sus formas, en el que sobresale su sorprendente capacidad para lograr mantenernos en vilo con su sencilla y latente expresividad. En la caracterización de personajes, Jonathan Case logra una interpretación plástica muy tangible, real y humana, con un «trazo cerebral» con el que manifiesta sus amplios recursos y talento a la hora de abordar las escenas clave del relato.
Respecto a El Asesino de Green River, el guionista Brian K. Vaughn comenta un aspecto interesante del mismo cuando habla de una obra capaz de mantener «el equilibrio entre una fascinante investigación de unos asesinatos horribles y un emotivo homenaje de un hijo orgulloso de su padre». Esto último no es algo que Jeff Jensen oculte y él mismo lo reconoce en los agradecimientos de la obra: «escribí este libro para poder entender mejor a mi padre y demostrar cuánto le quiero». No obstante, lo más sorprendente de todo esto resulta ser como El Asesino de Green River mantiene una prudencial «neutralidad» en relación a tan terribles acontecimientos y hechos narrados, ese equilibrio al que se refiere Brian K. Vaughn, permitiendo al lector sacar sus propias ideas y conclusiones y ayudándole a juntar por él mismo las piezas de un puzzle sobre el que se mantiene la incógnita de si llegará a completarse o no. Desde esta perspectiva, Jeff Jensen intenta comprender a su padre, pero también al monstruo, incluso a la persona que se esconde bajo él, sin buscar atajos ni subterfugios o una manera sencilla y fácil de plantear las preguntas que directamente o indirectamente nos plantea la historia. Por otro lado, en esta forma de dejar la responsabilidad en el lector podemos intuir los gustos personales de Jeff Jensen, un redactor famoso por sus artículos llenos de teorías e interpretaciones sobre la serie de televisión Perdidos creada por Jeffrey Lieber, J. J. Abrams y el mismo Damon Lindelof.
Esta producción claramente, salvando las distancias, ha influido en la narrativa, el tratamiento de personajes, la estructura e incluso el enfoque escogido por Jeff Jensen en El Asesino de Green River. Por supuesto, utilizando estos recursos con la dosis exacta de realismo y verosimilitud requerida por la historia con un resultado mucho más agradecido en términos generales que la odisea fantástica vivida por Jack Shephard, Kate Austen y compañía. De hecho, este tipo de enfoque escogido resulta muy apropiado, porque hemos de partir del hecho de que la historia de Gary Ridgway supone de partida un hándicap importante para Jeff Jensen al ser esta ampliamente conocida y analizada por la comunidad estadounidense. Teniendo esto en cuenta, una de las grandes virtudes de El Asesino de Green River de Jeff Jensen y Jonathan Case es haber alcanzado una nueva vía de acceso para proponer una visión personal del tema sin restarle por ello ningún tipo de complejidad, crudeza o realismo a la narración. Por otro lado, aunque no supone el centro del planteamiento de la obra ni se profundiza especialmente en ello, El Asesino de Green River también resulta igualmente interesante por su retrato generacional más allá de sus personajes, por ejemplo, abordando puntualmente la evolución policial de las técnicas forenses, los estudios de ADN o la incorporación a su lucha de las bases de datos informáticas.
El único posible reproche que podría encontrar el lector en El Asesino de Green River de Jeff Jensen y Jonathan Case, más por jugar a encontrar uno que por poder destacar alguna carencia relevante en él, podría ser el tratamiento de sus secundarios de la obra, los cuales en algunos casos cumplen una mera función accesoria o no del todo explota en la trama aún cuando contribuyan puntualmente o decisivamente al desarrollo de los acontecimientos. En este caso, la elección de Jeff Jensen claramente centra todo su interés exclusivamente en Gary Ridgway y su padre, sobre todo en la influencia del primero sobre el segundo, pero esta no deja de ser la finalidad con la que su autor concibió la obra. Por tanto, es una decisión consciente y premeditada, no supone una carencia ni la lectura se resiente lo más mínimo porque Jeff Jensen sabe inteligentemente como maniobrar y utilizar los resortes de su propia narración. No podemos más que obligarnos a reconocer en esta obra una lectura, marcada por un ritmo de enérgica agilidad, la cual se compatibiliza perfectamente con su sutil y preciso cuidado por los detalles y por la profundidad psicológica de sus protagonistas y situaciones. En definitiva, El Asesino de Green River de Jeff Jensen y Jonathan Case supone una auténtica joya realmente disfrutable a diversos niveles, como planteamiento, como historia, como pieza heredera del género negro y como interesante acercamiento a la perturbadora mentalidad de un asesino en serie.
Gran artículo.
Me quedo con el cómic de Norma como lectura pendiente y aprovecho para recomendar la (genial) novela corta de Roberto Bolaño, Estrella distante, la historia de un serial-killer en el Chile de Pinochet.
Y por último, esto no puede faltar http://www.youtube.com/watch?v=l5zFsy9VIdM
Gran artículo sobre los asesinos en serie y gracias por la reseña de esta obra, sin spoilers.
La verdad es que en cuanto la ví anunciada en las novedades de Norma para este mes, me suscitó una gran curiosidad y le tengo muchas ganas. Me frenan los 22 euros de bellón por algo que no deja de ser una incógnita (ahora menos gracias a este artículo) pero…no sé prosiblemente me pueda mi afición por el género negro/thiller/ y pase por el aro.
Por cierto…¿para cuándo una novela gráfica española sobre los crímenes de PUERTO URRACO o el CHUPACABRAS?
Estupendo artículo y reseña. Especialmente por el.repaso al subgenero de los asesinos dentro del genero negro en el medio del comic
Interesantísimo artículo Jordi, felicidades otra vez.
El tema es fascinante y tu artículo deja ganas de releer el apasionante recorrido que hizo hace algunos años ya Jesús Palacios en su libro «Psychokillers: anatomía del asesino en serie». Creo que la historia que más me impactó fue la de Albert Fish al que tú también citas en tu artículo. Fish (recuerdo que cuenta Palacios en su libro), aficionado entre otras cosas a violar niños, matarlos y comérselos después, se le ocurrió la brillante idea de mandarle una escalofriante carta a los padres de una de sus víctimas, relatándole con una naturalidad sorprendente lo que sintió y la plenitud que alcanzó comiéndose a su hija. La carta, que Palacios reproduce en su libro, no tiene desperdicio. Cuenta también, que siendo Fish aficionado a taladrarse el cuerpo con todo tipo de metal, cuando llegó la hora de su ejecución en la silla eléctrica (a la que iba feliz y sonriente a vivir un experiencia única), provocó un cortocircuito que obligó a dejar la cosa para otro día, imaginaos la escena. Todo un personaje.
Ya le había echado el ojo a El asesino de Green River y ahora como te imaginarás ya es compra obligada, gracias una vez más.
Acabo de manchar el pantalón… Voy a comprarme un sombrero para poder quitármelo. Esperadme aquí.
Yo tuve suerte y lo encontré en una tienda de 2ª mano a mitad de precio, que el presupuesto es el que es. Lo lei estos días y merece la pena…
Muchas gracias por los comentarios y por atreveros a leerlo 😉
«Gran artículo sobre los asesinos en serie y gracias por la reseña de esta obra, sin spoilers.»
Ya que lo mencionas, en un primer momento íba a escribir un texto poniendo en antecedentes sobre El Asesino de Green River, pero me percarté en seguida que eso sería estropear gran parte de la historia del cómic.
«Acabo de manchar el pantalón… Voy a comprarme un sombrero para poder quitármelo. Esperadme aquí.»
Viendo tú blog no creía que fueses tan fácilmente impresionable, Reverend xD
Por lo demás, yo creo que si le dais una oportunidad a esta obra no os arrepentiréis, sobre todo si el tema os parece interesante, yo es una lectura que fuí dosificando porque narrativamente me pareció una delicia y me lo podría haber leído en unas horas.
Sí señor, grandísimo artículo. He querido llegar a casa para leerlo tranquilamente. Bien documentado e informativo. De los que hacen afición. Enhorabuena y gracias Jordi.
El comic ni cuenta le había echado. Pero tras esta reseña lo pongo en la lista de deseos. Además, son 22 pavos pero la relación precio-número de páginas-formato me parece apropiada. Cosa extraña en Norma…
Muy buen ensayo.
Muchas gracias Lemmytico y bowler02 😉
«De los que hacen afición.»
Ahí me has dado miedo porque siendo el tema que trata el artíiculo no se si te refieres a los cómics o a otra cosa… 😛
Tremendo el artículo, Jordi.
Pero reconozco que esto… » El método del Dr. Holmes era, sin duda, único, para ponerlo en práctica hizo construir el conocido como Castillo Holmes, un recinto aparentemente normal parte de la Exposición Universal de Chicago de 1892 el cual regentaba como un simple consultorio clínico. La realidad era más increíble y espantosa, el edificio resultaba ser un laberinto lleno de trampas y pasillos secretos, con habitaciones llenas de instrumentos de tortura, entre los que destacaba un extraño autómata que permitía hacer cosquillas en la planta de los pies de las víctimas hasta literalmente matarlas de risa, un sistema de válvulas de gas para asfixiarlas a distancia y un conjunto de montacargas y toboganes que le servían al ingenioso Dr. Holmes para almacenar los cadáveres en el sótano dónde se deshacía de ellos disolviéndolos en ácido sulfúrico o incinerándolos»… me ha dejado flipando. Es como leerte un cómic el que se descubre que bajo un pueblo o dentro de un almacén lo que hay en realidad es una enorme base secreta de supervillanos. O sea, desconozco las dimensiones del Castillo Holmes pero, ¿quién le ayudó a construirlo, cómo metió los aparatos de tortura? ¿Cómo se las apañó para hacer las entradas secretas, las rampas…? En definitiva, ¿cómo mantuvo todo eso en secreto?
En cuanto al cómic reseñado (muy chula también la reseña), pues la verdad es que sí me había picado la curiosidad pero había decidido pasar, que no se puede tener todo. Me has vuelto a despertar la curiosidad; no tiene mala pinta, no.
Gracias Retranquerio 😉
Precisamente, cuando me estuve documentado sobre el tema descubrí a este Dr. Holmes, yo también flipé con ello, contrasté el tema porque parecía tan de cómic que no me creía que pudiese ser verdad. Y por cuestión de espacio me dejé detalles fuera también curiosos, como el hecho, ya como vuelta de tuerca final, que el Dr. Holmes a veces aprovechaba los esqueletos de las víctimas para venderlos a las universidades y los laboratorios de ciencias. La forma de construirlo, para no levantar sospechas, fue contratando a diversas empresas para encargarse de diferentes aspectos del edificio, así nunca tenían una visión de conjunto y no sabían en lo que estaban participando. Lo tenía todo planificado y medido… por internet hay algunos planos del Castillo Holmes. En todo caso, lo de llevarlo en secreto, lo consiguió sólo durante seis meses, solía engatusar a sus víctimas, mayormente mujeres, con ofertas de empleo, siempre se aseguraba que estuviesen solas y que viniesen de fuera de la ciudad e incluso del estado. Le gustaba ver como las víctimas se perdían en el laberinto mientras él las observaba a través de algunas oberturas disimuladas en las paredes. Otro detalles de esos, junto a lo del autómata, que me habían pensar en él como un villano de cómic pero, no, fue real :O
El Dr. Holmes es el precursor menos festivo de Arcade.
Yo creo que debe ser el precursor de los pasajes del terror de los parques de atracciones modernos.
Alucinante, de verdad. Aunque le hubiera pegado más Dr. Moriarty. Joder con el fulano.
Buen artículo. El Reverendo me ha quitado el chascarillo con su comentario en el #14. Como amante al género negro en el cómic, la obra vuelve a subir enteros en mis posibles compras.