El Capitán Pantera

 

Edición original/ España: El Capitán Pantera (EDT, 2012).
Guión y Dibujo: Antonio Carrillo.
Color: B/N.
Formato: Tomo cartoné 300 págs.
Precio: 9’95€.

 

¿No les apetece, de cuando en cuando, echar la vista atrás y volver sobre aquellas aventuras de otras épocas, ancladas en un mundo arcaico -casi pretecnológico a los ojos actuales- y, por consiguiente, henchidas de romanticismo? A mí me pasa y, a medida que me hago mayor, me pasa con más fuerza, avivando una llama pulp que siempre me ha acompañado. Últimamente, me inclino por los piratas y las gestas coloniales y han ido cayendo, en sucesivas y arbitrarias tandas, películas como Zulú (C. Endfield, 1964) y lecturas como Compañeros de fortuna, el Hombre Enmascarado o este Capitán Pantera, en la depurada versión cómica que Antonio Carrillo publicó en la década de los ’80 en la revista Super Mortadelo de la fenecida editorial Bruguera (a partir del nº 164).

Antonio Pérez-García y Carrillo (Málaga, 1931), más conocido en el ámbito de la historieta como Carrillo, quedó atrapado desde chico, gracias a los tebeos y a las producciones de Hollywood de los ’30 y ’40, en el embrujo de lo exótico, concretamente en los parajes de los Mares del Sur, adonde volverá una y otra vez con su imaginación impenitente. Tras unos años de formación en Madrid, recién cumplidos los 20 años principia su carrera artística en cabeceras como 10 minutos, Chicos o Aventuras del FBI (tras la marcha de Luis Bermejo). En seguida despuntó por su dibujo realista, caracterizado por la naturalidad en las anatomías, los hábiles contrastes entre mancha y línea, sin llegar a abrazar el claroscuro, y la sensualidad desarmante de sus mujeres (siempre la misma mujer, en realidad, con leves variaciones en peinado o vestuario), aun en el riguroso puritanismo franquista. Su buen hacer le consigue trabajo en las principales editoriales españolas y hasta en la Fleetway inglesa, donde se especializa en tiras de romances. Con su estilo asentado, recuperará su gran pasión: la aventura. Ya en 1954 había presentado la primera versión del Capitán Pantera en la revista Chicos. Desde finales de los ’60 irá encadenando series y personajes como Sambhur (con guion de Antonio Arias), El Javanés, Rex de los Mares del Sur, Gora Gopal o Los mercenarios, probable culmen de su maestría gráfica.

En los años ’80 del pasado siglo, comprobando que el dibujo humorístico ofrecía mayores dividendos (además de ser más rápido), Carrillo vira su pincel a la comicidad y la parodia. Aparecen así en Bruguera Los casos de Chin Chong (con guion de Jaume Ribera) o Kala Bacín de Damasco. Su mayor éxito, sin embargo, será la recuperación en 1983 del Capitán Pantera, su primera creación de renombre, esta vez prescindiendo de las tramas dramáticas y el toque a lo Alex Raymond para entregar un producto considerablemente más ligero, como aclara el subtítulo que le añade el autor: «El héroe desenfadado». El nuevo marino, de nombre Ross Maloney, tiene el aspecto de un fortachón sonriente, de mirada soñadora e inclinación a las pendencias, invencible con los puños, siempre al servicio de las causas justas. Le acompañan su novia Jane, despampanante rubia hábil en el reparto de mamporros y feliz en la vida de mar; y dos personajes paródicos, bastante infantiloides, como son el cocinero Makaike y el grumete Tim, que apenas tienen peso en las historias (ni siquiera como desahogo cómico). Juntos se enfrentarán a los pérfidos habituales, piratas como El Dragón Rojo o Sun Thai, y mujeres fatales como Ginger «La Cobra». Habrá también espacio para comparsas recurrentes como el Capitán Pipa (el padre de Jane) o el comisario Dermeer.

Historias sencillitas, de entre cuatro y doce planchas, donde el risueño Bien triunfa a puñetazos -o con un cándido ardid- sobre el Mal contumaz, el interés casi exclusivo de las nuevas entregas del Capitán Pantera descansa en la mutación del estilo de Carrillo, deslumbrante en sus recién estrenados recursos. Página tras página, las encantadoras figuras diseñadas en cuatro escuetos trazos contagian entusiasmo y vitalidad. Mérito tiene, si reparamos en que aglutina influencias dispares del cine (la gorra de Rita Hayworth en La dama de Shangai para Jane; Ava Gardner para Ginger) o el cómic (el Capitán Pipa es como un personaje de Asterix; Karaborde se diría la parodia de Luca Torelli, Torpedo).

Las situaciones son presentadas con claridad. Es rara la sofisticación en la puesta en escena, enjaulada en una plantilla imperturbable de cuatro filas, salvo contadas excepciones. Los gestos y los movimientos de los personajes, con la exageración del slapstick, imprimen dinamismo a la acción, más atractiva estéticamente que como vehículo del argumento hasta el punto de que uno puede sorprenderse disfrutando de las páginas sin tener un interés real en lo que cuentan, pues además de no ser ni mucho ni sustancioso el esquema se repite con pocas variaciones. La misma despreocupación del protagonista por el riesgo, rayando la inconsciencia, y la sensación de que nunca hay peligro real, con unos tiburones -por ejemplo- que parecen sonreírse como en los dibujos animados, modera la implicación que pudiéramos sentir por el resultado de la peripecia. No obstante ello, es difícil apartar la vista -como se ha dicho- de unas páginas tan bellamente realizadas.

Andando el tiempo se revelan usos y costumbres que ayer dábamos por buenos (o no molestaban demasiado) y hoy llaman la atención: el capitán Maloney, modelo para la chiquillería, resulta que es un mazas ingenuo, fumador recalcitrante, quien no duda en fanfarronear: «Siempre andas buscando excusas para plantarte ante mí, Jane, pero como no soy un tipo que haga ascos a las mujeres… ¡vamos a donde pueda darte un «repaso»!» (pág.022)

La simpleza de algunas caracterizaciones, particularmente la de los personajes asiáticos, nos retrotrae a mediados del pasado siglo, a polémicas como las del Ebony de The Spirit o las de los primeros álbumes de Tintin, ya más sorprendentes para las fechas en que fueron pergeñados estos episodios. Al otro lado de la balanza, la novia del héroe no es una damisela en apuros sino que es perfectamente capaz de defenderse e incluso rescatar a su amado si las cosas vienen mal dadas. Y, por si fuera poco, ¡lee tebeos!

Aunque el sentido crítico, siempre alerta, avise de debilidades argumentales y de situaciones desaprovechadas, lo cierto es que el arte de Carrillo y el gusto por los tropos de la aventura clásica vencen cualquier reticencia. Tampoco conviene olvidar que el tebeo fue concebido para una franja de edad muy concreta (la infantil).

Tras la citada serialización en Super Mortadelo, Ediciones B (heredera del catálogo Bruguera) publicó años ha algunas páginas del Capitán Pantera, a color, en el nº 360 de la famosa colección Olé. En 2012, EDT recuperó todas las historias del personaje en un volumen de 300 páginas en blanco y negro, cuya única pega es que el tamaño, pelín inferior al del comic book tradicional, obliga a forzar la vista para deleitarnos con las ilustraciones. Al parecer, responde al expreso deseo del autor, pero quien esto escribe hubiera preferido las medidas del clásico álbum o, cuando menos, las de su edición primera en revista.