Rompiendo esquemas.
«¡Vivirás grandes aventuras y emociones fuertes!»
Las pinturas rupestres son la prueba fehaciente de que desde tiempo inmemorial los seres humanos nos hemos apoyado en las imágenes contar historias. Una mezcla entre imágenes y palabras que ha permanecido como vía de trasmisión de ideas durante toda la historia en diferentes formatos y con diferentes códigos y lenguajes. Entre ellos están estos cómics – o tebeos, o manga, o bds, o novelas gráficas, o como queramos llamarlo- que tantos buenos momentos nos ha dado. Un medio que, como todos, avanza en su lenguaje gracias a los autores que se atreven a ir en contra de la ortodoxia más inmovilista liderada por personas con una visión bastante limitada del medio que dicen amar, pero al que se empeñan en poner límites porque solo entienden como bueno lo que entra en su muy estrecha concepción del medio. Por suerte, a lo largo de la historia del medio hay quienes no se han dejado llevar por las fórmulas ya conocidas imperantes en el cómic más industrial, nos referimos a autores como Winsor McCay, George Herriman, Frank King, Hergé, Will Eisner, Tatsumi, Moebius, Chris Ware o Marjane Satrapi por citar a unos pocos entre el enorme abanico de quienes han conseguido llevar las fronteras del medio un poco más lejos. Un grupo de autores entre los que ya podemos citar sin miedo al suizo Martin Panchaud (Ginebra, 1982) que con El color de las cosas ha firmado una de las obras más valientes, estimulantes, rompedoras e inteligentes que se han publicado en lo que va de este siglo. El cómic recientemente publicado por Reservoir Books ha cosechado una enorme cantidad de premios como el Premio Fauve d’Or del Festival de Angoulême, Gran Premio de la Crítica Francesa ACBD, Premio al Mejor Debut del Festival de Colomiers, Premio al Mejor Debut del Festival de Delémont, Premio del Libro Infantil y Juvenil de Suiza… Pero, pese a esa enorme cosecha de premios, no estamos ante una obra cuya repercusión es más producto de las campañas de mercadotecnia de la industria que de su propia calidad, puesto que su autor tuvo bastantes dificultades para conseguir publicarla por primera vez. Sin embargo, el boca a boca lo ha convertido en un bocado exquisito para los paladares más inquietos que buscan ampliar la visión del medio gracias a una obra que lo dota de infinitas posibilidades.
Estamos ante un thriller con muchos elementos de road movie y crítica social en que conocemos la historia de Simon Hope, un adolescente ingles de 14 años con problemas de obesidad, que vive en una familia desestructurada en un entorno toxico y lleno de violencia. Algo que cambia cuando una adivina le dice a quién tiene que apostar en las carreras de caballos de la Royal Ascott ganando 16 millones de libras. Sin embargo, cuando vuelve a casa para que sus padres le firmen el boleto que no puede cobrar al ser menor de edad, descubre que su madre está en coma tras sufrir una salvaje agresión y su padre ha desaparecido. Para conseguir cobrar esa fortuna emprenderá un viaje lleno de peligros, sorpresas y emociones que le llevará a conocer algunas sorpresas sobre su pasado y a una serie de encuentros con gente de los más variopinta.
Una premisa argumental muy interesante, bien construida y llena de giros que mantienen al lector pegado a sus páginas hasta su desenlace, pero que, por sí misma, no justifica la enorme cantidad de elogios que ha recibido la obra. Eso es producto de la novedosa forma de contarnos la historia que ha elegido el autor suizo, ya que la historia está contada con dibujos vectoriales y desde planos cenitales. Los personajes están representados por un círculo de color con otro dentro de un color diferente, algo que no es óbice para que sintamos en todo momento sus sentimientos e incluso veamos el movimiento que caracteriza al medio. Y es que una vez aceptado el juego que propone Panchaud, en el que también abundan las infografías y pictogramas, no cuesta nada seguir la historia y nuestro cerebro es capaz de completar las imágenes de la misma forma que lo hacemos con los espacios entre viñetas cuando leemos un cómic más tradicional. Algo que junto a la capacidad para parar el tiempo es lo más mágico y maravilloso del medio. Hoy en día nos encontramos con muchos productos culturales que tienden a la sobrexplicación y a tomar por tonto al receptor dándoselo todo mascado, así que obras como El color de las cosas que exigen entrar en un juego distinto, que no complejo, se convierten en todo un soplo de aire fresco que nos recuerda lo bonito y estimulante que puede ser leer un cómic que te ofrece cosas distintas.
Pero no solo estamos ante un trabajo que nos permite sentir lo que le pasa el protagonista, también estamos ante una obra muy bien narrada en la que absolutamente todo lo que nos cuenta se entiende sin problemas gracias a una narrativa ágil que exige al lector un poco más de esfuerzo para interpretar el mundo, pero que por eso y por la indefinición y abstracción de la formas de representan a los personajes termina por hacer que establezcamos unos vínculos muchos más cercanos que los que podemos sentir por alguien vestido con una licra amarilla. Algo realmente curioso, ya que esas representaciones tan sintéticas hacen que el autor no pueda incluir detalles que nos permitan ver cómo les afecta a sus personajes lo que les pasa, pero, pese a esa limitación, nos encontramos con un protagonista como Simon que rebosa alma y corazón.
Aunque lo que más llame la atención de la obra es su apartado visual también hay que destacar la capacidad para sorprender al lector de la historia con los diferentes giros y lo acertado de muchos de los diálogos en los que abunda un sentido del humor bastante especial. Aunque estamos ante una obra que sobre todo nos habla del difícil tránsito de la adolescencia a la madurez, también hay espacio para tratar algunos temas bastante espinosos y, por desgracia, universales como la violencia machista, el abuso escolar, la ecología o el despertar sexual marcado por la falta de información o las informaciones extraídas de fuentes no particularmente fiables. Un reflejo de algunos de los aspectos que emborrones nuestras vidas cuyas aristas contrastan de manera poderosa con la representación pulcra de esos entornos donde suceden que hace el autor suizo.
Esta obra nos es la primera vez que Panchaud usa su particular forma de contar una historia ya que de manera paralela a su realización también hizo una adaptación en 2016 de la primera película de Star Wars que podéis leer aquí y de la que se incluyen alguna secuencia cuando la ve Simon.
El color de las cosas es un cómic exigente con el lector, ya que puede resultar una propuesta extraña si solo se entiende el dibujo en el cómic únicamente como una representación más o menos realista del mundo. Sin embargo, cuando te adentras las páginas de Martin Panchaud descubres una de esas raras obras que de verdad aportan algo nuevo y que no se parece a nada de lo que hayamos podido leer. Un trabajo que rompe con mucho de los que creíamos que era el lenguaje del medio abriendo las puertas de par en par a múltiples posibilidades. Una obra imprescindible para quienes buscan cómics que miren al futuro cara a cara y ofrezcan algo más que la copia de la copia de las historias que leyeron cuando eran pequeños.
Lo mejor
• El lenguaje visual, tan sorprendente y novedoso como de fácil lectura.
• Que propuestas como esta se hagan sitio en un mercado donde prima la repetición ad eternum de esquemas manidos.
• La historia está llena de giros de guion que te mantienen en todo momento pegado a la lectura.
Lo peor
• Que alguien no se acerque a esta obra por prejuicios absurdos.
Guión - 9.5
Dibujo - 9.5
Interés - 10
9.7
Inmejorable
Panchaud nos ofrece una obra que de verdad se puede considerar única en la que ensancha los límites del medio y nos demuestra que todavía hay muchas formas nuevas de contar historias. Además, la historia está a la altura del lenguaje que usa y nos es una mera excusa para experimentar.