¿Por qué el tiempo, ese juez -dicen- imparcial, despoja a unos de sus fastos y oropeles, burlándose de su arrogancia y vanas intenciones y, en cambio, perdona a otros e incluso los ensalza con una pátina de historia que, como un barniz, ilumina y preserva sus encantos? Muchas razones habrá, temáticas (los grandes asuntos: amor, codicia, sacrificio, etc.) y estéticas (los recursos que funcionan nunca caen en desuso del todo, por lo que son reconocibles generación tras generación), pero para mí tengo que, por un motivo u otro, las obras maestras capturan la esencia de una época y, cuando nos sumergimos en ellas, abrazamos no solo sus placeres en cuanto artefactos culturales sino el cogollo de una forma de pensar y sentir universal en sustancia pero anecdótica y sabrosamente temporal en sus ricos adornos. Y digo así porque se da la circunstancia de que en el último mes he visto tres largometrajes de principios de los años ’30 del pasado siglo: Pilgrimage (1933), del maestro
Permítaseme aclarar que los referentes de Él fue malo con ella no son, obvio es, posteriores a su aparición. Gross, fogueado en las tiras diarias y en las dominicales de prensa, pretendió con este trabajo una síntesis entre los experimentos de novela ilustrada del pionero belga
En 1930 los hallazgos del cómic estaban fuera de toda duda, como se ha dicho a propósito de Winsor McCay y otros (aunque el cine le come el terreno en la década de los ’20, con una perfección formal que aún hoy día asombra). Para la tercera década del siglo XX habían visitado los kioscos Hogan’s Alley (1895), Little Nemo in Slumberland (1905), Mutt and Jeff (1908), Krazy Kat (1911), Polly and her pals (1912), Bringing up father (1913), Timble Theatre (1919), Little Orphan Annie (1924), Buck Rogers (1929), etc. Sin embargo, la historieta no se había liberado aún del yugo de la serialización. Eso fue lo que intentó Gross, con un proyecto casi suicida para la época: una historia unitaria con su principio, nudo y desenlace, sin la iteración diaria o semanal, mirándose en el espejo de la novela decimonónica (la novela «de sucesos» a la manera de
Leer Él fue malo con ella tiene algo del efecto estroboscópico del cine mudo, emulsionado en base de nitrato y pasado a 18 fotogramas por segundo. Gross imita la narración «a saltitos» que le sugiere tanto el gag sorpresa (por ejemplo: el cartel repentino en pág.87) como bellas elipsis. Del cine roba también el primer plano, enmarcado en la viñeta igual que filtrado o recortado en el fotograma por los descubridores del cine (pág.11). Tampoco olvida las fortalezas de la tira cómica, que cultivaba con éxito en el diario The New York World (Gross Exaggerations, recopilada en libro en 1926 con el título Nize Baby) para encadenar acciones consecutivas (por ejemplo: la muerte del oso en págs.30-32), ni las enseñanzas de Masereel o Ward convirtiendo cada ilustración, normalmente a página, en una unidad significativa, susceptible, eso sí, de ser matizada o completada por yuxtaposición (es decir: el montaje tradicional). Todas estas soluciones, préstamos e innovaciones robustecen una narración en staccato originalísima, que lo mismo extiende una acción de pocos segundos durante un par de páginas que salta varios años entre un cuadro y otro.
Gross inspira sentimientos poderosos con materiales, a priori, innobles, como el serial cinematográfico o la caricatura sin fines políticos (lo que aquí llamaríamos «astracanada»). La línea tosca y feísta, quebrada y urgente, exacerba emociones básicas (alegría, tristeza, lujuria, etc.). Los personajes responden a arquetipos reconocibles pese a sus disfraces. Por ejemplo: el protagonista obedece a los preceptos del «buen salvaje» en el sentido anglófilo del término, por lo que pueden establecerse paralelismos con
Gross nos dejó en 1953 víctima de un infarto. En su país, su obra es reeditada cada cierto tiempo -no siempre en condiciones respetuosas- obteniendo cada vez un impacto mayor. En España -¡oh, sorpresa!- es prácticamente un desconocido, pese al plácet de las gentes de bien (de Santiago García -quien lo incluyó en su influyente ensayo sobre la novela gráfica- a Álvaro Pons, pasando por Octavio Beares o Roberto Bartual). Gracias a la estupenda edición de ese recuperador de tesoros de la historieta que responde al nombre de Manuel Caldas (de quien hemos alabado ya las restauraciones de Dot & Dash, Los niños Kin-Der o Casey Ruggles), la obra maestra de Milt Gross queda al alcance del lector inquieto de habla castellana (y portuguesa) al incitante precio de 16 euros.
Y, una vez más, Javier, me obligas a ajustar mi presupuesto para cómics. ¿Cuántas veces van ya? xD
De cómics tan antiguos solo he leído algo del Hergé pre-Tintín y ya está. Va siendo hora de remediar esta situación.
Contarás qué tal! A mí me ha dejado turulato. 😉
Cine mudo sí has visto, verdad?
La cuestión es encontrar los 16 € con mi presupuesto de universitario. xDDDDD. Caerá sí o sí, pero no sé cuándo. Pero, vamos, ya te contaré.
Haciendo memoria me doy cuenta de que no he visto mucho cine mudo. Chaplin, obviamente, y alguna que otra película suelta. Es lo malo de ser de las nuevas generaciones. Vivimos mejor, somos más libres, tenemos mil opciones de entretenimiento, pero ¡nos falta el tiempo para disfrutarlo todo!