El peso de la culpa.
«Siempre un paso por delante del resto, siempre brillante como un fuego, como una estrella cuyo incandescente fulgor le impide ver que con él está quemando aquello que le rodea y ama.»
Mientras todavía tenemos fijadas en la retira algunas de las viñetas y secuencias más potentes de Cosmic Detective (Astiberri), ese delicioso homenaje ciberpunk a la indudable maestría de Kirby que nos volvía a recordar que el cómic es un elemento esencial de la cultura pop que nos ha garantizado cientos de horas de diversión y evasión, las diversas casualidades editoriales hacen que tengamos ya entre las manos
En futuro cercano la Tierra se enfrenta a su inminente destrucción por culpa de un descomunal asteroide que va a chocar contra el planeta. Para tratar de salvar a la humanidad se le encarga a Alexander Yorba, un maduro genio de la arquitectura, construir una colonia en la Luna para que la parte de la población mundial que pueda permitírselo económicamente pueda huir allí del desastre. Mientras está trabajando a contrarreloj en el proyecto le detectan un tumor inoperable en el cerebro que le deja con el mismo tiempo de vida que queda hasta que el asteroide destruya la Tierra. Un shock que le lleva a replantearse su vida personal y profesional renunciando a su trabajo en la colonia, lo que le convierte en un paria que ha condenado al mundo, mientras trata de reunirse de nuevo con su familia que siempre había dejado de lado. En el proceso acabara por comenzar un viaje por el mundo mientras debe luchar contra su aplastante sensación de culpa generada por sus decisiones vitales, la certeza de su propia muerte y la locura que va invadiendo el mundo ante la próxima destrucción.
Rubín construye El Fuego sobre el andamiaje de una enorme historia de ciencia-ficción con tintes apocalípticos, pero que se convierte en una mera excusa para hablar de unos temas mucho más íntimos y personales que hacen que la historia transite desde lo cósmico hasta lo más humano mientras el protagonista emprende un viaje introspectivo y catártico sobre su vida cuestionándose todas las decisiones que ha tomado. Una trayectoria vital que está repleta de paralelismos con la actualidad que nos permiten hacer una amarga y critica lectura de muchos de los problemas a los que nos enfrentamos hoy en día como individuos y como sociedad. El resultado es una obra que desborda honestidad y nos habla de una manera muy cruda sobre temas muy personales como la manera en la que gestiónanos la culpa, las renuncias familiares que muchas veces debemos hacer en la búsqueda del éxito laboral, sobre la misma noción de lo qué es el éxito y también sobre la importancia que damos al legado que dejamos atrás. Una visión muy pesimista y misantrópica de un mundo que cada vez potencia más el individualismo, el egocentrismo y la soledad restando importancia al amor, la amistad y la familia, todo lo que nos une y nos permite progresar de una manera más justa para todos.
Además de esa crítica al prototipo de individuo que ha generado la sociedad neoliberal también hay una crítica, aunque presentada de una manera mucho más fragmentada, a las sociedades del primer mundo, en las que tendemos a dejar que el oropel de la tecnología, el éxito y el progreso tape las muchas injusticias y desigualdades con las que convivimos y el coste que mantener este nivel de vida y consumo tiene para el planeta y el resto de la humanidad. Algo que vemos a través del viaje del Alexander que le lleva por algunas de las ciudades que son el más claro ejemplo de esto esa fachada construida con pies de barro en las que podemos ver cientos de guiños a autores y personajes de la cultura popular y del cómic que el autor ourensano admira y homenajea.
Alexander Korda es un personaje fascinantemente humano, lleno de algunas de las mismas contradicciones que todos tenemos, que dista mucho de ser un héroe. El camino de redescubrimiento de sí mismo y de redención que realiza a lo largo de la obra que hace que, pese a ser alguien bastante despreciable, consigamos llegar a empatizar con él lo suficiente para que nos importe su destino. A lo largo de las páginas de El fuego vemos como hace algo tan difícil como es tratar de hacer las paces consigo mismo y aceptarse tal y como es dejando de lado la visión idílica que todos construirnos de nosotros mismos de una manera inconsciente, para afrontar con un halito de esperanza un futuro que se le escapa entre los dedos.
Alguna parte del relato resulta intencionadamente criptica, dejando que los lectores sean los encargados de unir las piezas y formarse sus propias opciones sobre lo que estamos leyendo. Una bendición en estos tiempos en que muchas de las obras de ficción más populares han optado por sobreexplicarlo todo tomando al público al que van dirigidas por tontos.
Gráficamente estamos ante una obra plenamente consciente de que es un cómic y que debe usar las el lenguaje propio del medio dejando de lado la influencia del cine que está marcada en exceso muchas de las producciones más comerciales del cómic estadounidense que parecen olvidarse del lenguaje y los recursos propios de cómic como las onomatopeyas, el uso de la caricatura para transmitir las emociones de los personajes, el control del tempo de lectura, las pausas, las narraciones en paralelo en la misma página o el uso del color como elemento narrativo. Unos elementos que están más presentes si cabe en esta obra que en Cosmic Detective, pese a que aborda una temática mucho más oscura y podría haber llevado al autor a pensar en la posibilidad de teñirlo todo de un realismo exagerado que no ayudaría en nada al resultado final. Sin embargo, sigue siendo puro dibujo de cómic, aunque moderniza y saca todo el jugo posible a las posibilidades narrativas del medio dejando ver todos los recursos que Rubín ha ido aprendiendo todos estos años de autores como De Luca, Kirby, Sequeiros, el manga y un larguísimo etc… Pese a que se trata de una obra en la que la acción está muy poco presente, no está repleta de textos reiterativos que explican lo que siente Alexander a cada momento, ya que el autor prefiere dejar que sean las imágenes quienes nos las relaten dejando los textos y diálogos para los momentos en los que son realmente necesarios. Sin duda, estamos ante su mejor trabajo en lo gráfico que deja ver que la libertad y el tiempo con los que ha podido realizar la obra han cristalizado en uno de los cómics mejor narrados del año.
Astiberri hace una edición muy similar a la de Cosmic Detective con gran tamaño y un papel de calidad que permite disfrutar como se merece del arte de Rubín, además han publicado un making of en formato digital que se puede adquirir en su página web. Ese mismo mimo en la edición en castellano también lo encontramos en la edición en galego que ha publicado de manera simultánea Demo.
Con El fuego David Rubín firma el mejor trabajo de su carrera en todos los sentidos, un golpe sobre la mesa que le confirma como una de las voces más interesantes del cómic mundial, por si todavía quedaba alguien que lo dudaba. Una obra profunda y brutalmente honesta que te explota en cada página y que esconde una invitación a la reflexión sobre nuestras prioridades vitales y la sociedad en la que vivimos a través de un personaje principal poliédricamente humano. Ojalá su siguiente obra como autor completo no se demore tanto en el tiempo, aunque si es tan buena como esta seguro que la espera merece la pena.
Lo mejor
• La complejidad con la que está construido el personaje principal, que desborda humanidad.
• Lo bien retratado que está el complejo de culpa con el que todo convivimos en mayor o menor medida.
• El enorme despliegue gráfico que hace Rubín a lo largo de toda la obra.
Lo peor
• Si buscas una obra de marcado espíritu navideño para estás próximas fiestas El fuego no es una opción.
Guión - 9
Dibujo - 9.5
Interés - 9.5
9.3
Apabullante.
El fuego es una obra que desborda una honestidad salvaje que nos golpea como un meteorito.