Gary Groth abre su artículo-memorial dedicado a C.C.Beck con una imagen impactante, como poco. Tawky Tawny, el educado tigre de jersey de tweed amigo de Billy Batson, lee el horóscopo.
¿Cómo? ¿Pero esto no iba de superhéroes? En efecto, trata acerca de superhéroes, pero también, en una expresión de Groth, “de los valores pasados de moda que solían acompañarlos”. Amistad, camaradería, bondad, lealtad y un sano desprecio típicamente americano por las normas sociales y el buen gusto. De diversión, en definitiva.
La historia de Shazam es triste, pero está llena de esperanza. La historia de C.C.Beck está llena de esperanza, pero es triste. La historia de Shazam, y por ende la de C.C.Beck es la historia de un hombre que dejó al mundo un legado hecho de papel, de sueños, de fe en la diversión y el espíritu humano, y a cambio solo recibió como premio un juicio y un robo nefastos y un pequeño lugar en el recuerdo de todos los enamorados al comic de la Edad de Oro.
CC Beck llegó al mundo en el año 1910, en el pequeño pueblo de Zumbrota, Minnesota (“la única Zumbrota en el mundo”, como a los nativos les gusta decir).
Beck describe su pueblo como “el paraíso de Walt Disney”: unas pocas calles de casas bajas, comercios familiares, nieve, árboles, y en general todas las imágenes icónicas que en la mente del lector evoquen la grandeza, la majestuosidad y la tranquilidad del Medio Oeste Americano.
El carácter de los nativos de Minnesota es bien conocido, incluso entre aquellos que no somos norteamericanos. Amabilidad, serenidad, generosidad…todos ellos atributos que Beck disfrutó en vida y que transmitió a sus personajes y a sus dibujos.
Desde muy niño, Beck estaba fascinado por las tiras cómicas de los periódicos. El padre de nuestro artista era predicador evangélico, y su madre profesora. Nadie en la familia, ni en todo Zumbrota, tenía inclinaciones artísticas. El pequeño Beck se las arregló para encontrar un pintor local que le enseño a pintar paisajes. Beck dijo sobre el tema: “No era el tipo de arte que yo quería aprender, pero daba igual. Muchos de los chavales de hoy en día solo saben dibujar comics, así que no saben dibujar en absoluto”.
Beck quería dibujarlo todo, quería aprenderlo todo. Quería escribir, dibujar, tocar música, plantar árboles. Esta ambición le acompañó a medida que crecía, y le impulso a mudarse a Chicago, donde estudiaría artes mientras intentaba convertirse en escritor.
Beck consiguió un trabajo como rotulista justo antes de que la Gran Depresión estallara. Durante cerca de diez años se fogueó en las hogueras de la industria, en los hornos de la época más sórdida, maravillosa y desconocida que haya sufrido el comic americano.
Y así llegamos a 1939, el año que lo cambió todo. Hitler invade Polonia. Se estrenan La Diligencia, Lo que el viento se llevó, El mago de Oz y Blancanieves. Superman y Batman invaden los quioscos y la cultura popular cambiará para siempre. Fawcett Comics no tarda mucho en apuntarse a la moda del momento.
Fawcett era una editorial proveniente también de Minnesota, y debía su nombre a su fundador: Wilford Hamilton «Capitán Billy» Fawcett. Nótese el mote entrecomillado. “Capitán Billy” tenía experiencia como periodista militar y caricaturista en la Guerra de Cuba y en la 1ª Guerra Mundial, y al regresar a los Estados Unidos al terminar esta última contienda decidió emplear sus conocimientos para crear un vasto imperio de publicaciones. De hecho, en los años 20 sus revistas eran las más populares en los pueblos pequeños, ya que tenían cierto aíre de sofisticación, o algo parecido a lo que los nativos rurales creían que era la sofisticación.
Si por algo se caracteriza La Edad de Oro del comic de superhéroes es por la presentación de enormes, primarios y arquetípicos conceptos, relacionados directamente con los principales héroes de los comic-books (que por aquel entonces todavía eran poco más que pulps disfrazados). Superman representaba la luz de la ciencia ficción. Batman la oscuridad del miedo. Wonder Woman la fuerza de la mitología. Capitán América el amor por la libertad. C.C.Beck quería algo distinto. Beck dijo sobre este tema: “No queríamos hacer un comic-book cualquiera como los que se veían en las estanterías de los colmados”.
Para empezar, el protagonista de Captain Marvel sería un niño, no un adulto experimentado como ya entonces era la norma. Billy Batson, un entusiasta hijo de la Gran Depresión, descubriría en un día como ningún otro que el gran mago Shazam le había elegido para ser su campeón. Al pronunciar la palabra mágica Billy adquiriría los poderes de Salomón, Hércules, Atlas, Zeus, Aquiles y Mercurio, convirtiéndose en el campeón eterno del bien.
Por supuesto en un artículo de estas características no podemos olvidarnos de Otto Binder, la tercera pata del banco en la creación del Capitán Marvel, junto con Beck y Fawcett. Otro genio olvidado enterrado entre páginas y páginas de interés impreso, como Beck, como Jack Cole y como tantos otros.
Binder dotó a las historias de El Capitán Marvel de esa extraña cualidad hipersensorial que poseen las fantasías de los niños. Todos nos recordamos a nosotros mismos fantaseando con domar a un tigre, ser estrellas de rock o superespías, todo ello sin solución de continuidad, y sin vulnerar en ningún momento nuestro sentido de la lógica y la verosimilitud, ese sentido tan adulto y tan estúpido. Pues bien, Binder consiguió plasmar ese genio infantil en palabras. Y esa es una hazaña que conviene no tomarse a la ligera.
Una hazaña aún más impresionante si tenemos en cuenta que los superhéroes, al comienzo de su historia, eran eminentemente “realistas”. El Superman de los años 30 era un campeón de la justicia social, mientras que Batman luchaba contra el crimen a pie de calle, al igual que la mayoría de sus imitadores. Aunque ahora resulte difícil de creer las historias de estos vigilantes se dirigían a una audiencia “adulta”. Binder y C.C.Beck caminaban en una dirección distinta.
No fue hasta los 50 cuando se forjó la imagen arquetípica del superhéroe infantil. Pero no debe considerarse a la obra de Binder y Beck un precursor de esta infantilización del medio, puesto que hablamos de un tipo de fantasía distinta. La relación entre ambas viene a ser un poco como la que existe entre Alicia y el país de las maravillas y los juguetes del menú infantil del Mc`Donalds.
No obstante, la manera en la que Beck y Binder llegaron a Capitán Marvel no tuvo nada de glamurosa. Simplemente fueron contratados por una editorial a la búsqueda de un éxito similar al de Superman.
Beck dice al respecto: “Los escritores hacían su trabajo y no se metían en el trabajo de los dibujantes. Los dibujantes hacían su trabajo y no se metían en el trabajo de los escritores”. Según Beck, lo que diferenció a Fawcett de otras editoriales es que del equipo original contratado por la editorial solo quedaron los mejores, aquellos capaces de transmitir las ideas y los ideales apuntados más arriba.
En este equipo de extraordinarios artistas destacaba, además de Binder y Beck, Mac Raboy, un enorme dibujante que a la postre acabaría encargándose de sustituir a Alex Raymond en las planchas de Flash Gordon. La principal contribución de Raboy a (lo que ya apuntaba a ser) la mitología de El Capitán Marvel fue la creación en 1941 de El Capitán Marvel Jr, eterno compañero y amigo adolescente del defensor dorado del bien.
Un año después, Otto Binder (quien también crearía a Supergirl una década después) añadiría a la familia Marvel a Mary Batson, también conocida como Mary Marvel. La hermana perdida de Billy Batson no tardaría en convertirse en una figura icónica de la Edad de Oro de los comics.
Por supuesto toda esta pléyade de personajes no estaría completa sin unos supervillanos a su altura. Como todos sabemos, la medida de un héroe se concibe por los enemigos a los que debe derrotar.
En 1945, Binder y Beck presentaron ante el mundo a Black Adam. Perfecto y oscuro reflejo del héroe, Adam es el prototipo de héroe convertido en villano por sus malas decisiones. Unos cuantos siglos antes de Cristo, Adam, el elegido por el mago Shazam para defender a la humanidad durante el Alto Imperio Egipcio, se corrompió tras la muerte de su familia. Esclavizó a su pueblo. Cuando Billy Batson se enteró lo desterró nada menos que al sol.
Durante esta época de gloria también se presentó al otro gran archienemigo de nuestro superhéroe preferido. El Doctor Sivana (un genio científico con un intelecto asombroso, pero enfocado únicamente hacia el mal) apareció en el primer número de Whiz Comics, revelándose como el culpable del estado de orfandad en el que malvivía Billy Batson. El puesto de tercer gran enemigo de El Capitán Marvel se lo adjudicaría Mr. Mind, una oruga alien que llegó a la Tierra en tiempos de la 2ª Guerra Mundial. Mr. Mind sería el culpable de la primer gran coalición de supervillanos de la historia del comic: La monstruosa sociedad del mal.
Al comienzo de este texto articulé la siguiente expresión: «un lugar en el recuerdo de todos los enamorados de la Edad de Oro». Si a estas alturas todavía quedamos enamorados de lo que en esencia son productos de barracón de hace 80 años es gracias a tres obras: The Spirit, Plastic Man y El Capitán Marvel. Pero si esta última pertenece al Olimpo del comic es gracias, en buena medida, al espectacular arte narrativo de C.C.Beck.
Dice C.C.Beck sobre su técnica: «Me gustaba imaginar el espacio del comic como un teatro de marionetas, donde los personajes hablaban y se peleaban cara a cara, donde se marchaban por la izquierda si no eran necesarios y se quedaban si seguían siendo parte de la función. No me gustaba utilizar los fuera de campo y las elipsis de los comics típicos de superhéroes».
El esoterismo y el orientalismo no era lo único que empezaba a ponerse de moda mientras Billy Batson daba sus primeros pasos como superhéroe. El cine comenzaba a abandonar poco a poco sus pretensiones vanguardistas y se aproximaba a la sensibilidad del gran público. La diligencia, Lo que viento se llevó, El mago de Oz, Ciudadano Kane, Blancanieves, El Halcón Maltés y tantas otras grandes películas allanaron el camino para que el séptimo arte comenzara a representar los mitos, miedos y sueños del mundo contemporáneo.
Los superhéroes, en tanto que mitos, no podían permanecer ajenos a esta tendencia. El Capitán Marvel fue el primer vigilante con capa que cruzó la frontera entre el papel y el celuloide. Republic Pictures fue la productora encargada de llevar a buen puerto este viaje. Republic contaba con una gran experiencia realizando seriales de aventuras y westerns (habían lanzado las carreras de John Ford y John Wayne, nada menos), y quiso aportar ese espíritu a la saga de El Capitán Marvel.
El veterano realizador William Nuelsen Witney (un “gran maestro olvidado” en palabras de Quentin Tarantino) recibió el encargo de dirigir a todo el equipo. El responsable del guion era otro veterano de los seriales, Ronald Davidson. También veterano era el actor principal, Tom Tyler, un boxeador del medio oeste.
Sería bonito poder decir que Las aventuras de El Capitán Marvel es una joya olvidada por el tiempo, o un dechado de virtudes al estilo de los dibujos animados de Superman de la Fleischer y Paramount. El serial se sostiene en pie y está realizado con oficio, pero poco más.
La compleja mitología del comic de Binder y Beck era difícilmente adaptable a los medios técnicos de la época (en lo que a rodaje con actores de carne y hueso se refiere; que glorioso hubiera sido que Disney se encargará de esta serie), así que los responsables últimos decidieron prescindir casi por completo de ella.
En el serial cinematográfico, Billy Batson se convertía en un intrépido aventurero pulp, inmerso en aventuras que transcurrían entre pirámides, faraones, tumbas subterráneas y nativos hostiles. Cuando la serie comienza, estos últimos sitian el campamento base de los arqueólogos con los que trabaja Billy. Durante la refriega, Batson queda atrapado en una tumba subterránea, donde descubre al mago Shazam dentro de un sarcófago. El mago le encomienda derrotar a la malvada secta de El Escorpión, tarea a la que nuestro protagonista se encomienda en cuerpo, alma y capa.
La dirección, la fotografía y el montaje se definen por los (irrisorios para algunos, entrañables para otros) aspectos técnicos propios de la industria de la época: rodaje en estudio, planos muy abiertos y poco inmersivos, puesta en escena teatral, narrativa lineal, un glorioso blanco y negro muy lavado, y un ritmo bastante pausado. Especialmente divertidos resultan los planos rodados con maquetas, y especialmente meritorios los poderes especiales que permitían volar al especialista David Sharpe.
Además de ser el primer serial superheroico de la historia, Las Aventuras de El Capitán Marvel se desarrolló con mucho éxito durante cuatro años y 12 episodios. Al final de la serie, cuando todos sus enemigos están ya derrotados y el tiempo de los aventureros disfrazados ha terminado, Billy devuelve los poderes al mago Shazam. Agarra del brazo a sus amigos, sale de cuadro y comienzan los títulos de crédito.
La fama de la obra de Binder y Beck llegó a cimas tales que generó copias o exploitation al otro lado del Atlántico. Desde mediados de los años 40, los títulos de Fawcett habían sido publicados en Reino Unido por la editorial L.Miller and Son. Tras la debacle de Fawcett, L. Miller necesitaba desesperadamente algo con lo que suplir el vacío en los quioscos de prensa.
Fue entonces cuando Mick Anglo recibió la llamada que iniciaría una de las sagas más enrevesadas de la historia del comic. Anglo asumió el encargo de continuar, por vía apócrifa, el legado de C.C.Beck: cogería a los personajes principales, cambiaría sus nombres (Capitán Marvel por Marvel Man, Capitán Marvel Jr. por Marvel Boy, etc) y narraría las aventuras de estos sosías en la Inglaterra de post-guerra.
Las aventuras de estos trasuntos ingleses de nuestros héroes preferidos se extendieron durante cerca de cinco años, con el naif como bandera. Desde luego, estos comics no producen en el lector más impacto que las telas de encaje de la abuelita. Pero la generación punk de los años 70 era lo suficientemente cínica y oscura como para ver nazis escondidos entre los cojines de encaje.
Por fortuna para ellos, la post-modernidad estaba por aquel entonces en un punto álgido. Las fronteras entre la baja y la alta cultura estaban desapareciendo. La libertad se extendía en ambos sentidos, y los autores de comics tenían carta blanca para tratar temáticas adultas.
Alan Moore decidió, de una forma bastante lógica y racional si se pondera con atención la cuestión, que el mejor modo de hacer un comentario político sobre el fascismo era escribir un comic de superhéroes.
En sus manos, y en las manos de Dez Skin (el fundador de la revista Warrior), Marvelman (o lo que en la práctica es lo mismo, El Capitán Marvel) se convirtió en un fetichista del cuero y el orden hiperpoderoso, un nazi espacial. El Doctor Sivana se convirtió en el Doctor Gargunza, un genio pervertido que secuestraba niños y los sumía en sueños llenos de fantasía naif, mientras abusaba de ellos en el mundo real. Capitán Marvel Jr. se convirtió en Marvelboy, un psicópata sádico y superpoderoso. Y así ad ifinitum.
Me gustaría citar unas palabras que escribí en el artículo Visiones peligrosas. Tratan acerca de la nueva cualidad ontológica que la obra de Alan Moore aportó a los comics de C.C.Beck y Mick Anglo:
Cuando Moore explicó el origen real de Miracleman, rizó una vez más el rizo de los comics de superhéroes. Nos desveló que las aventuras del Miracleman de La Edad de Oro no eran más que fantasías proyectadas en su mente por sus captores mientras crecía encerrado en un tubo de ensayo. Pero nosotros habíamos leído esas historias (de hecho, todavía podemos hacerlo). ¿Cómo es posible, se preguntará ahora mismo el avezado lector, poder leer una fantasía que es parte de otra fantasía más compleja, sin que nosotros lo supieramos?
Quizá porque cuando la leímos no era más que una historia como otra cualquiera, hasta que llegó otra historia y cambió su estatus ontológico para siempre. Una historia cambió el mundo. Levemente, es cierto. Pero lo hizo. ¿De dónde viene ese poder? ¿Hasta dónde llega este juego de espejos entre la ficción y realidad? Moore y Pynchon (y Philip K.Dick, y Borges, y Eco, y Moorcock y los demás) quieren hacernos creer que los hombres (blancos, negros, fascistas, demócratas, vivos o muertos) no somos más que una historia que nos contamos a nosotros mismos una y otra vez sin cesar. Pero eso es una estupidez, ¿verdad? ¿Verdad?
Miracleman es a la vez una obra maestra y, como demuestra la perspectiva del tiempo, una aproximación terriblemente adolescente al mito del heroísmo. No importa. Ilustra a la perfección una faceta poco comentada de la mitología creada por C.C.Beck (una faceta inherente a todas las mitologías de hecho): la aproximación politíca.
Como todos los mitos, El Capitán Marvel es especialmente permeable a las sensibilidades políticas de su tiempo, y más si tenemos en cuenta que este superhéroe es producto de la conjunción de varios seres míticos hiperpoderosos. En la época del New Deal de Roosevelt, Billy Batson se comportaba como el intrépido policía americano llamado a proteger al mundo libre de sus malvados enemigos.
En la época de Alan Moore, la era post-Watergate, con Reagan y Tatcher en el poder, la idea de un ser superpoderoso con potestad para decidir sobre vidas y destinos humanos resultaba realmente repulsiva.
¿Debe entonces el lector preguntarse si la nueva encarnación del campeón dorado del bien que veremos dentro de poco en los cines es una nueva permutación del mito eterno o si, por el contrario, responde a maniobras comerciales de dudoso gusto?
Por supuesto que sí.
Gracias,por el artículo y a todos vosotros por la semana dedicada al Capitán Marvel. Con ganas de ver la película y quien sabe quizá ECC tiene éxito con el crowfunding de Kamandi y algún día los Archives o los Ómnibus del Capitán Marvel se editan en castellano!!!