Edición original: A Hypothetical Lizard (en la antología Liavek: Wizard’s Row, Ace Book 1988).
Edición nacional/ España: El lagarto hipotético (Planeta DeAgostini, 2008).
Autor: Alan Moore.
Formato: novela de 80 páginas en tapa dura.
Precio: 8’95€.
Aquí en Zona no solemos tratar de literatura. Muy de vez en cuando comentamos libros sobre nuestra afición (estudios sobre cómic, obra teórica o compendios de nuestros personajes más queridos), pero el cuento y la novela quedan fuera de nuestro negociado. Por lo general. Porque si el relato es de Alan Moore, la cosa cambia. ¿Quién puede resistirse a conocer de primera mano si el genio de Northampton lleva su reinado hasta la prosa?
El lagarto hipotético, en teoría, es la historia de Som-Som, una prostituta tratada especialmente para yacer con brujos y nigromantes. A tal fin, a los nueve años le desconectaron los hemisferios cerebrales y le colocaron una máscara parcial para que fuera incapaz de traicionar los secretos místicos a que tendría acceso por su profesión. Sin embargo, la joven meretriz será sólo el testigo involuntario del auténtico drama de celos, traición y venganza que se representará en su hogar, la Casa Sin Relojes, prostíbulo de anormales criaturas de fábula oriental.
Como muchos sospechábamos, este cuento escrito en 1987 (es decir: en el momento de mayor popularidad e impacto de su autor en el mundo del cómic) se erige en prueba irrefutable de que, si bien Moore es un maestro del arte secuencial (donde su prosa es unánimemente alabada), en la literatura como tal aún le quedan muchos Cola Caos para estar a la altura de los grandes, siquiera del fantástico. No es un mal texto. Entretenido, original y razonablemente bien escrito, se hubiera leído con agrado en antologías como las de Martínez Roca (Horror, Sangre, etc.), acompañados de las vacas sagradas Stephen King, Clive Barker o Ramsey Campbell, que él mismo citaba como influencias para la Cosa del Pantano. No en vano obtuvo el World Fantasy Award cuando fue publicado dentro de la antología Liavek: Wizard’s Row. Pero si no hubiera venido firmado por Alan Moore apenas hubiéramos reparado en él y pasadas unas semanas conservaríamos acaso un recuerdo fugaz. ¿Por qué?
A poco que reflexionemos sobre la principal virtud del escritor en los cómics la respuesta se hará evidente. Moore es original en sus tramas, perspicaz en sus diálogos, veraz en sus personajes, exhaustivo en su documentación; todas ellas cualidades importantes. Pero si por algo destaca el británico es por su secuenciación, que se nutre de su enciclopédico conocimiento del medio para exprimir las posibilidades significativas de la imagen y su relación con las palabras: paralelismos, polisemias, metonimias, simetrías, etc. Recordemos, por ejemplo, la similitud entre una imagen que cierra una secuencia y abre otra, recurso profusamente explorado en Watchmen o La broma asesina. Casi todas estas audacias pueden ser trasladadas, con sus respectivas equivalencias, a la literatura (o el cine). Pero hay que saber hacerlo. Y Moore, con su indudable inteligencia, con su poderosa semántica… no sabe. El secreto que hila una viñeta con otra, que convierte una página en un significado ahora y lo amplia con otro un capítulo después, no se traslada a los párrafos de El lagarto hipotético. La poesía que honradamente trata de crear en sus descripciones se convierte en hermética o superficial al carecer de una imagen que le dé auténtico sentido. La pasión por la simetría que le devoraba en los ’80 también está presente aquí, desde la media máscara de Som-Som a la inversión de roles de los amantes, pero le traiciona la técnica. Moore sólo acierta a explicarlo, no a hacérselo vivir al lector. Esas importantes cualidades citadas arriba siguen estando presentes; lo que desarma el mejunje es la ausencia de verdadera pericia narrativa en prosa. Es algo que ya se venía observando en sus numerosos ensayos en cómic (Watchmen, The League of Extraordinary Gentlemen), supeditados siempre a la narración en viñetas.
Así pues, y sin olvidar que supone una lectura entretenida, el interés principal de El lagarto hipotético radica en lo que alumbra sobre el propio autor, sobre sus temas recurrentes (como la magia o la comprensión del mundo homosexual), sobre su estética (esa lucha constante entre verdad y apariencia, entre las distintas capas de la realidad) o sobre sus gustos e inquietudes (emplazamiento fantástico a la sombra de su amigo Michael Moorcock, personajes extremos). El argumento, premeditadamente ausente de héroes o salvadores, remite al Moore más underground, a la vez que prefigura al autor alejado del mainstream, experimental e inquieto, del periplo que comenzará tras el abandono de DC Comics (que el compañero Enrique Ríos repasó aquí, magistralmente). También el McGuffin del lagarto parece presagiar a Glycon, jugueteando con la impostura de su actual fetiche mágico.
El lagarto hipotético fue publicado en España en 2008 por Planeta DeAgostini. En 2004 Antony Johnston adaptaría el texto de Moore y Lorenzo Lorente lo dibujaría para un cómic de Avatar Press, inédito aún por estos lares.
Yo creo, y lo digo con toda sinceridad, que deberían haberle dado a Alan Moore el Premio Nobel de Literatura… por su trabajo como autor de cómic.
Dicho esto, la verdad es que no me he atrevido con sus obras en prosa… aunque he estado varias veces a punto de pillarme La voz de fuego (creo que ahora está descatalogadísima)….
Esperemos a ver qué tal Jerusalén (aunque da un poco de miedo: no sé por cuántas miles de páginas irá ya).
No puedo decir que no siento curiosidad por leerlo. Pero seguro que me pasa lo mismo que con la novela de Nick Cave: cosas que lees porque admiras a esa persona. Pero bien cierto es el dicho de zapatero a sus zapatos.
A mi, a priori, el único autor que recuerde que ha tenido el mismo éxito como autor-cómic que como autor-literatura es Neil Gaiman…
El libro está bien. No es ninguna joya de la literatura, ni lo considero a la altura de sus grandes cómics, pero a mí me gustó (y no es ni mucho tan críptico e impenetrable como se comenta que es La Voz de Fuego, que nunca he llegado a intentar; se lee sin ningún problema, la verdad).
Algún día también yo tendré que atreverme con La voz del fuego.