Esto está que arde
El primer tomo de El poder del fuego sorprendía por su naturaleza de preludio. Aunque en su día resultó una lectura estimulante gracias a la privilegiada pareja de autores que se encargan de su confección, también podía dejar con un sabor de boca algo extraño. Al fin y al cabo, se dedica el primer tomo en su totalidad a narrar unos eventos cuya relevancia en la trama principal no parece ser merecedora de tanto espacio. En casos más habituales, lo que se desglosa en ese número de páginas probablemente se habría resuelto de forma muchísimo más breve o incluso a través de analepsis intercaladas con los eventos del presente. Entonces, ¿cuál es el propósito de contar la historia como se ha hecho? ¿Se trata simplemente de Kirkman aprovechando su libertad creativa para pasárselo bien sin que cada decisión tomada tenga por qué servir al objetivo de optimizar el resultado final? El segundo tomo de El poder del fuego ofrece una respuesta para todas esas cuestiones. No lo hace de forma explícita, a través de su exposición. En su lugar, deja que la reacción del lector al enfrentarse a esta nueva lectura hable por sí misma.
En la reseña de su primer tomo ya os hablábamos de la relevancia de la intertextualidad en esta obra. Lo que vemos aquí es una especie de mezcla compuesta por influencias de otros títulos como Karate Kid, Dragon Ball o Street Fighter, de donde se sustraen elementos a los que Kirkman aporta su dinamitado toque personal. Pero también hay una importantísima influencia a la que no se hace mención en dicha reseña; en parte, porque su presencia no pasa a evidenciarse con tanta claridad hasta este segundo tomo. En este caso, ni siquiera se trata de un título aislado, sino de un “género” entero: el de los superhéroes.
Comprender la intención narrativa que persigue Kirkman con su estrategia a la hora narrarnos esta serie pasa por comprender las bases de los cómics de superhéroes. Mi pensamiento inicial respecto al preludio de El poder del fuego era el de que podría haberse presentado perfectamente como el tomo número 0 de la serie, en vez de como el número 1. Es más, la lectura del segundo tomo podría confirmar tal impresión al corroborar que se puede leer perfectamente sin necesidad de haber pasado por el preludio. Pero eso sería quedarse en la superficie, en el sentido pragmático de los hechos que se cuentan, y no en el sentido emocional.
En las principales editoriales que se dedican a la creación de cómics de superhéroes se persigue el objetivo de producir historias virtualmente infinitas para cada personaje. Dicho objetivo dificulta mucho que se produzcan cambios relevantes y permanentes en los estatus de los personajes. Robert Kirkman es muy consciente de tal limitación y aprovecha la libertad creativa que le concede su fama para escribir aquello que no sería posible ver ni en Marvel ni en DC. Invencible ya fue un excelente ejercicio que llevaba esta libertad a su máximo exponente. Con el paso de los años ha habido muchas otras propuestas por el estilo, aunque la gran mayoría sufría la falta de un gran escritor y de una estabilidad comercial que le permitieran aspiraciones mayores. Ahora, Kirkman viene para repetir la jugada; solo que desde un ángulo bastante diferente.
Invencible nos concedía el placer de ver crecer y evolucionar a un personaje al que amamos, llevando su progreso personal hasta las últimas consecuencias y haciendo realidad una propuesta que difícilmente veremos en los cómics de superhéroes clásicos. Para los lectores, hay sensaciones muy concretas y especiales que nacen al pensar en la simple idea de una historia sobre Batman, Spiderman, Superman o cualquier otro superhéroe icónico que se ambiente décadas en el futuro. Hablamos de escenarios donde podamos explorar a un Peter Parker que haya jubilado su traje para formar una familia y vivir una vida tranquila, o a un Bruce Wayne crepuscular que deba enfrentarse al hecho de que ya no puede zurrar a los criminales de Gotham. En definitiva, ante la idea de que todas esas páginas repletas de aventuras que hemos compartido con los personajes, todas las lecciones aprendidas, las penurias, las alegrías, los cambios… no caigan en saco roto.
Por muchas hazañas impresionantes con las que puedan salvar el mundo, los superhéroes nos atrapan de verdad por su lado más humano. Esas hazañas no significarían tanto si no fuera por las dificultades personales que han tenido que vencer hasta llegar a donde están. Aun así, en muchos casos, pese a la importancia de su lado humano, la larga trayectoria de estos seres prácticamente inmutables les otorga cierto aire de icono, incluso de divinidad. Precisamente por eso, nos resulta tan fascinante saber qué sería de ellos en un futuro que nunca parece llegar del todo en el canon de sus respectivos universos. Nos atrae mucho la idea de conocer cómo harían frente a horizontes personales completamente nuevos, pero también la idea de saber cómo se comportarían estas entidades legendarias ante aspectos más mundanos que, aunque no suelan tener relevancia para ellos, definen la vida de cualquier ser humano corriente; aspectos como la familia, el cambio de prioridades vitales o la vejez. Y aunque existen obras que tratan estos temas en Marvel y DC, casi todas se quedan en posibles futuros fuera de continuidad cuyo potencial apenas se llega a rozar. En El poder del fuego, Kirkman no solo aprovecha todo esto superficialmente, sino que construye una serie entera a partir de ello.
De este modo, entendemos que, en efecto, el preludio de El poder del fuego no existe ni se recrea tanto en su narración con el fin de ofrecernos información vital de la trama. En realidad, su principal intención es la de hacernos vivir las primeras aventuras de un héroe, desde el comienzo de su entrenamiento hasta que alcanza la madurez de sus poderes. Y se hace así, precisamente, para generar esa sensación de iconicidad de de la que hablamos. Gracias a ello, cuando empezamos a leer el segundo tomo, sentimos, aunque sea levemente, que estamos ante un personaje al que le tenemos cariño desde hace tiempo, y cuya vida está ahora en un punto nuevo y fascinante. Parte del efecto que podría tener la lectura de 200 números se condensa en un solo tomo.
A todo lo anterior hay que sumarle la capacidad de Kirkman para escribir cómics que se consumen como una bolsa de pipas, a la que en este caso se añade un mayor equilibrio entre el desarrollo de los personajes y la acción, obteniendo así una lectura de más calado. Y, faltaría más, el dibujo de Chris Samnee y el color de Matt Wilson nos alegra la vista durante todo el camino, pues ambos están absolutamente soberbios en uno de los ejercicios de dominio narrativo más geniales que haya presenciado últimamente. Un apartado gráfico que te mete en la historia desde el principio y la enfatiza a cada viñeta.
Lo mejor
• El original planteamiento de Kirkman con su preludio.
• Que haya más espacio para la calma y el desarrollo.
• El apartado gráfico de Samnee y Wilson.
Lo peor
• Tener que esperar tanto para el próximo tomo.
Guion - 9
Dibujo - 9.5
Interés - 8.5
9
Madurez
El poder del fuego es una auténtica maravilla en todos los sentidos; una historia repleta de épica que, en este segundo tomo, deja más espacio para el desarrollo. Tiene potencial para convertirse en el nuevo gran éxito de Kirkman.