Edición nacional / España: El rey escualo, Colección Fulgencio Pimentel e Hijos, septiembre 2016, Fulgencio Pimentel.
Guión, dibujo y color: R. Kikuo Johnson.
Formato: 48 páginas a color editadas en cartoné con portada impresa en tela.
Precio: 15,95 €.
Qué difícil es ver lectores infantiles en las tiendas de tebeos. Los únicos zagales con los que suelo cruzarme son los hijos de los valientes aficionados que han decidido dar el paso a la paternidad. Y son sus padres quienes tratan, muchas veces de manera infructuosa, de lograr que sus hijos se acerquen al medio. Puede ser una manera de lograrlo, pero fijándome bien, suelo descubrir a los niños embelezados observando las figuritas, estatuas y los elementos más llamativos del merchandising que pueblan las vitrinas de las tiendas. Los tebeos, pese a sus colores, no les llaman tanto la atención. No refulgen sus pantallas ni huelen a plástico, ambas dos deidades de la generación de los millenials y de los que vienen detrás.
Pero es que, los más talluditos de por aquí, ¿recuerdan cómo nos acercamos nosotros a los cómics? Yo recuerdo con claridad cómo aquellas llamativas portadas me llamaban la atención colgando de pinzas para la ropa en los kioscos de las ramblas. Lo he contado más de una vez. También recuerdo tebeos que se pasaban de mano en mano en el trayecto del autobús al colegio, o en el tiempo de recreo en el patio. Los hermanos mayores, o los primos, prestaban sus tebeos a los más pequeños cuando estos se cansaban de leerlos. Y así llegaban aquellos tintines, aquellos astérix, aquellos spidermanes, manoseados, manchados, doblados, curtidos en tantas batallas por fuera como las que describían dentro. Eran tesoros. No había una disponibilidad tan brutal de ellos. Escaseaban. Eran tesoros, repito, que se releían hasta que se les caían las páginas o alguna de ellas quedaba chafada por un pegote de nocilla. La mentalidad actual del coleccionista cuarentón es la de echarse las manos a la cabeza, temblequear al pensar en tamaña afrenta hacia su objeto de deseo, esa misma que le provoca sudores fríos y ganas de abofetear al niño que mancha su preciado ejemplar, cuando olvida, seguro, que en algún momento de su infancia trató con soltura los tebeos que leía, por mucho que los cuidara. Porque es evidente que olvidamos que los objetos, sí, hay que cuidarlos, si queremos que perduren -mi tía abuela me decía: ‘quien cuida, tiene’ y esta es una máxima que trato de aplicar a todos los aspectos de la vida-, hay que cuidarlos, recupero, pero bien es cierto que también hay que disfrutarlos, hay que tocarlos, moverlos, abrirlos, usarlos, en definitiva, como algo quizá menos valioso por su aspecto que por lo que contiene. Y es por esto que la iniciativa de Fulgencio Pimentel a través de su colección ‘Fulgencio Pimentel e Hijos’ debe ser aplaudida. Editados en tapa dura con tela impresa y un papel mate y grueso a prueba de enanos, la editorial ha tenido a bien la idea de inaugurar esta colección bajo el epígrafe ‘los niños también pueden leer tebeos’. La intención, claro, es que el progenitor se siente con el chaval, le ayude a empezar a entender la narrativa del medio. Para eso, incluso se han currado un texto de ayuda a los padres, un compendio de consejos para que sus hijos aprendan a disfrutar del tebeo. Porque si queremos que la afición continúe, hay que dosificar la droga desde pequeños. Fuera bromas, los niños aprenden por mímesis. Si ven a los padres leer, leerán; si los padres les incitan a leer como algo cercano y divertido, conseguirán inculcarles el hábito. En cambio, si los chavales solo piensan en tebeos como aquellos objetos que se venden en esas cuevas húmedas donde se reúnen esos tipos sospechosos que se gastan el sueldo en cuadernillos de papel, que tocan como si fueran ofrendas del Altísimo, huirán del medio solo por la grima que esto provoca. Hay que bajar de la grada, hay que salir al campo, hay que acercarse a las manitas torpes del niño y sus cajas llenas de juguetes y cosas. De ahí el formato, de ahí la portada de tela, fácil de lavar, en una edición pensada para ser manoseada, apretada, manchada. Lista para ser disfrutada por alguien que no tiene asimilado el concepto de longevidad ni de colección. Alguien que disfruta con la violencia del descubrimiento epatante. Pero en Fulgencio, que son listos como zorros, saben que a los adultos también les entran las cosas por los ojos. De ahí que hayan aunado lo práctico con lo hermoso, porque, hay que decirlo ya, este tebeo entrará en la lista de los mejores editados del año. Da gusto tenerlo en la mano, olfatearlo, y sí, incluso acariciarlo. Una delicia.
Como delicia es también su contenido, que me voy por las ramas hablando del continente. Su autor, R. Kikuo Johnson adapta una fábula de su Hawai natal para ser contada al más puro estilo blanco, con un lenguaje sencillo, directo y claro, como la mejor de las pelis de animación. Su estilo de dibujo, línea clara, simple, de figuras redondas y contornos dulces, se ve potenciada por una paleta de colores exquisita, dinámica, dominada por tonos planos, primarios, que caen sobre el ojo como una bendición. Es un tebeo tan bonito de ver que resulta hasta balsámico, de veras, logrando, imagino, que pueda ser disfrutado por adultos e infantes. Historia sencilla y directa, con moraleja, contada de la manera más dulce. Repito, una delicia en todos los sentidos. Regaladlo mucho.
Guión - 6.5
Dibujo - 8
Interés - 7.5
7.3
Delicia de forma y fondo.
Me llama mucho la atención este cómic, por el autor, del que tengo su anterior obra, Pescador Nocturno, publicado por La Cúpula, que me gustó bastante. Es muy probable que lo compre en mi próxima visita a la tienda.
Deseo muchísimo que esta iniciativa salga adelante, para que la afición vaya aumentando.
Aún así el precio se me antoja un tanto alto, por 48 páginas, si el público objetivo es para niños… aunque todos sabemos quién paga estas cosas.
Aún con todo, la historia y el formato me parecen muy atractivos, así que cuando lo tenga en las manos valoraré la compra.