Un mural de amor tóxico.
«Este libro fue dibujado de abajo arriba ten eso en cuenta en el momento de leerlo.»
Gracias su serie Dirty Plot y a novelas gráficas como Diario de Nueva York y El caso madame Paul, la canadiense Julie Doucet (Montreal, 1965) se convirtió en una figura indispensable del cómic alternativo y underground norteamericano de finales del siglo XX. Se trataba de unas obras muy personales y con una visión marcadamente feminista que estiraban las posibilidades gráficas y temáticas del medio. En esas obras nos contaba de una forma descarnada y con un humor muy gamberro todo lo que le pasaba en su vida y por su cabeza sin ningún tipo de filtro, pudor o decoro. En esas historias tenían cabida sus inseguridades, sus fantasías sexuales, sus sueños y todo tipo de experiencias bizarras relacionas con la menstruación y la mutilación. Sin embargo, el machismo que percibía en el cómic de la época y el hecho de ser una de las pocas mujeres que se dedicaban a hacerlos provocó que se alejase del medio de una forma que creíamos irreversible para centrarse en otras disciplinas artísticas como la escultura, la poesía, el collage, los cortometrajes o la pintura. Cuando ya parecía imposible que pudiéramos disfrutar de nuevo cómics con su firma, el festival de Angoulême de 2022 la galardonó con el Grand Prix al conjunto de su carrera. Un premio que sirvió para volverla a poner de actualidad, aunque en España seguía muy presente gracias a los dos volúmenes editados por Fulgencio Pimentel en 2015 y 2017 que recogían la totalidad de sus cómics, y, sobre todo, que le encendió de nuevo la chispa por el medio. Un renovado interés que cristalizó en un nuevo cómic editado en el mercado francés por L’Association con el título Suicide Total y en el mercado anglosajón por Drawn & Quarterly bajo el título de Time Zone J, y que, aprovechando su reciente visita por nuestro país, nos ha traído Fulgencio Pimentel con el buen hacer que les caracteriza y titulandolo El rio. Un cambio que obedece la dificultad para traducción de manera literal al castellano el juego de palabras del título en ingles que hace referencia tanto a los husos horarios que corresponde a la hora local en lenguaje militar como a las estaciones de la vida que transcurren como el fluir de un rio, al igual que sucede con la forma de contar está historia.
Pese al tiempo que ha pasado desde su último cómic, Doucet no ha perdido ni un ápice de su interés por experimentar con el lenguaje de cómic y con las diferentes formas de narrar una historia. En lugar de optar por lo fácil en El rio la autora canadiense se aleja de cualquier ortodoxia para proponernos una experiencia diferente en la que tenemos que leer los textos y los dibujos desde abajo hacia arriba en una obra en la que no hay viñetas y donde la historia principal no se dibuja, sino que nos la cuenta ella como personaje desde el presente. A lo largo de todas las páginas del cómic, la autora aparece como un personaje en primer plano que va contado su historia en medio de una multitud, lo que provoca que el resultado sea muy parecido a un enorme collage lleno de diferentes rostros con el suyo como constante. Al tratarse de una obra donde no hay viñetas todo fluye de manera continua lo que hace que parezca que estamos ante un mural de varios metros de longitud, pero es puro cómic. Esa forma tan característica es producto de la forma en la que ha concebido la obra dibujándola en un cuaderno de bocetos japones con una única página doblada muchas veces en forma de acordeón desplegable de papel continuo. De hecho, ese es el formato en el que se ha publicado en el mercado anglosajón, aunque cada pliegue funciona como una unidad narrativa, lo que ha llevado a Fulgencio Pimentel a publicarlo como una obra al uso en lugar de optar por ese otro formato que ya habíamos visto en la reciente Warburg & Beach (Salamandra Graphic) de Jorge Carrión y Javier Olivares. Todas esas características hacen que en un principio El rio pueda resultar algo confusa, pero una vez que se coge el tranquillo a la propuesta la historia funciona y se lee a la perfección.
Doucet nos cuenta a modo de un extenso monólogo una historia de su juventud que nos traslada hasta 1989 cuando estaba publicando los primeros números de Dirty Plot y comenzó una relación epistolar con un joven francés admirador de su trabajo que se encontraba realizando en servicio militar obligatorio. Con el tiempo la relación se transformó en un tórrido romance de juventud que hace que la joven Julie viaje a Europa para conocerlo. Una historia que respira la sinceridad a la que nos ha acostumbrado la autora canadiense y que ejemplifica como pocas como un inocente amor de juventud y pasión desenfrenada se transforma en una relación tóxica, insana y fracasada.
La obra se puede separan en dos partes muy bien diferenciadas en lo argumental, una primera en la que Doucet nos explica a modo de prólogo porque ha decidido volver al cómic para contar esta historia y el resto en el que nos narra esa relación de juventud tomando como base sus diarios de la época y las cartas que conservaba e intercalando en la narración de su romance algunos de sus sueños. Como todos los que hemos disfrutamos de sus trabajos previos podíamos esperar, en El rio la autora se vuelve a abrir en canal y se expone sin tapujos en un relato en el que no hay un ápice de nostalgia ni un gramo de autocomplacencia, aunque al tratarse de una historia real que involucra a una persona de su pasado con la que no ha vuelto a tener contacto ha optado por no contar todo lo que sucedió.
En El rio vemos un desfile de las caras de casi todas las personas que han pasado por la vida de Doucet, además de otras personas y animales que ha sacado de libros, periódicos o revistas. Un trabajo gráfico totalmente improvisado que, pese a lo que pueda parecer, tiene un marcado carácter secuencial que lo liga de manera indeleble al lenguaje más puro del cómic, aunque tiene mucho de experimental. Esa improvisación del dibujo choca en cierta manera con una historia que lleva muchos años acompañado a la autora canadiense que durante años ha buscado la forma de contarla hasta que tras comprobar que en otros medios diferentes no funcionaba se decidió a volver al cómic para darle vida. Eso provoca que los textos y los dibujos caminen casi siempre de forma separada. Sin embargo, se complementan de una manera extraña y la reflexión que acompaña a los textos marida a la perfección con la frescura e inmediatez de los dibujos de una forma realmente eficaz creando una divergencia que, lejos de sacarte de la lectura, la potencia y hace que te dejes arrastrar por el relato como por la corriente de un rio.
Otro de los grandes alicientes de la lectura de este cómic es ver la evolución del estilo gráfico de Doucet que, aunque sigue siendo muy reconocible y personal, deja atrás esa dibujo tan underground de líneas gruesas y rotas, masas de negros y cabezas grandes, para mostrarnos un estilo más refinado y pulcro. Lo que sigue presente, aunque aumentado exponencialmente, es esa necesidad de llenar por completo las páginas de rostros y todo tipo elementos que dejan la sensación de horror vacui, pero que sirven para ofrecernos una memoria visual de una época ya lejana.
El rio es un trabajo apasionante y absorbente que trae de vuelta al medio a una autora pionera que siguió la lucha de autoras como Trina Robbins, Aline Kominsky-Crumb o Joyce Farmer, y abrió nuevos caminos que han explorado posteriormente otras autoras como Debbie Drechsler, Ulli Lust, Marjane Satrapi, Pénélope Bagieu, Catherine Meurisse, Ana Penyas, Mamen Moreu o Zoe Thorogood. Un cómic en el que nos demuestra que pese a lo años que lleva alejada del medio sigue siendo capaz de firmar obras que ensanchan sus límites para hacerlos transitar por senderos muy poco trillados. Un soplo de aire fresco que demuestra que la que tuvo retuvo, pese a dejar de lado algunos de los excesos de su juventud y firmar una obra más madura, pero igual de rompedora, transgresora y arriesgada.
Lo mejor
• Redescubrir a una autora imprescindible del cómic alternativo.
• La sinceridad que vemos en cada página.
• La fascinante y brillante forma de hacer que el medio se acomode a la historia.
Lo peor
• Cuesta un poco hacerse a la particular forma de lectura del cómic.