El nombre de
Vincent, un treintañero ingenuo e inseguro, desea empezar una nueva vida con su novia Anne. Pero se mete con los tipos equivocados y debe poner tierra de por medio. Durante su fuga, conoce a Abel, un jubilado de pasado misterioso, y a Rose, una despreocupada autoestopista, cuya compañía le ayudará a manejar su difícil situación.
Esta es, a grandes rasgos, la sinopsis de El testimonio; sobre el papel, indistinguible de un capítulo cualquiera del Balas perdidas de
Al principio esconde bien sus cartas el autor, cuando solo sospechamos la naturaleza de la intriga, y alguno de los giros es gratamente imprevisible (pensemos en el descubrimiento de la pág.38, con un golpe de genio visual), pero la propia mecánica del relato acaba por reventar otros, como el manido recurso a la femme fatale, que cualquier aficionado atento será capaz de predecir. Aun en esta obra que publicó recién cumplidos los treinta años, Davodeau demuestra una madurez notable y su amor por los recursos gráficos de la historieta, en particular por el diseño de personajes, reconocibles y vivos en su perfecta gestualidad, y en el inspiradísimo coloreado, de gran belleza y utilidad anímica y narrativa.
Con sus 98 páginas de historieta, El testimonio ocupa el doble del álbum convencional de la tradición francobelga, si bien queda algo escaso para la moda de la novela gráfica; tal vez por eso Davodeau rellena la página de viñetas, en contadas ocasiones menos de ocho o nueve cuadros por plancha, frecuentemente por encima de diez. Recuadros de longitudes muy variadas, aunque de proporciones equilibradas, siempre cuadradas o rectangulares, sin que las figuras transgredan los límites del marco. En cambio, los bocadillos aparecen abiertos toda vez del lado del espacio entre viñetas. En un medio que parece haber claudicado miserablemente ante la potencia iconográfica del cine, Davodeau, sin renunciar al acercamiento naturalista que tasa el tiempo en el ritmo entre viñetas, también devuelve al texto su vertiente descriptiva y poética (incluso en exceso, a mi entender, en la voz en off que explicita un narrador externo tratando a Vincent de «tú»). Estas dinámicas, así como que los cuadros estén delineados siempre con el mismo grosor, revisten a la historia de un plus de seriedad acaso demasiado grave para un argumento que, bien mirado, roba sin pudor de los pulps de la guerra fría, con mínimas actualizaciones.
Al final, El testimonio sufre por un exceso de ambición, por la mezcla inestable de persecución gansteril, historia sindical, sentimientos traicionados y una inclinación por el localismo (el bar de Ida) y el detalle improbable (ese mecánico hallado providencialmente). En cualquier caso, carece, a pesar de sus indiscutibles atractivos, de esa sensación de plenitud de las grandes obras. Las piezas, que convencen por separado, no acaban de engranar con la fluidez necesaria y el formato de «road movie» se ve a menudo violentado, talmente no se conocieran sus reglas: ¿Qué sentido tiene volver una y otra vez, adelante y atrás, alrededor del personaje de Manu, el amigo que no lo es tanto del protagonista Vincent (este nombre… ¿referencia velada al Pulp Fiction de