Edición original: At the Mountains of Madness; SelfMadeHero (octubre de 2010).
Edición española: marzo de 2013, Ediciones Sins Entido.
Novela original: H.P. Lovecraft.
Adaptación, dibujo, entintado y color: I. N. J. Culbard.
Formato: tomo de 128 págs. encuadernado en rústica con solapas.
Precio: 20,00 €.
«Me veo forzado a hablar porque los hombres de ciencia se niegan a seguir mi consejo sin saber por qué«. Así comienza el relato de William Dyer, profesor de Geología de la Universidad Miskatonic, la misma en cuya biblioteca descansa un ejemplar del grimorio escrito por Abdul Alhazred que, titulado Necronomicón, encierra el conocimiento sobre sucesos y entidades cuya naturaleza escapa a la comprensión de la mente humana. Mediando la imaginación de H.P. Lovecraft, Dyer asume la responsabilidad de “disuadir al mundo explorador en general de cualquier programa demasiado temerario o ambicioso en la región de esas montañas de la locura”, armado con los contundentes argumentos que confiere una experiencia aterradoramente traumática. Así, el académico relata en páginas sucesivas lo acontecido durante la expedición al continente antártico organizada bajo su dirección; y haciendo bueno el lema de la institución a la que presta sus conocimientos –Ex Ignorantia Ad Sapientiam; Ex Luce Ad Tenebras–, ofrece detalles pormenorizados relativos a su traumático paso «De la Ignorancia a la Sabiduría» y de una Luz a la Oscuridad en la que desembocó su aventura…
Clásico de los géneros de terror y ciencia ficción, En las montañas de la locura es, sin duda, una de las obras centrales en la mitología lovecraftiana, por representa la intersección entre novelas anteriores y posteriores del autor, y contener numerosas alusiones a los conceptos que integran su particular imaginario. Un mundo propio imitado hasta la saciedad, en donde sus protagonistas, ávidos de conocimiento, afrontan el terror en un estado puro, casi objetivo y por tanto no condicionado a la proyección de los “demonios interiores”, tan propios del género. En el muy recomendable ensayo H.P. Lovecraft: Contra el Mundo, Contra la Vida (Ed. Siruela, 2006), Michel Houellebecq comenta al respecto cómo los escritos del maestro de lo sobrenatural tienen como meta «llevar al lector a un estado de fascinación. Los únicos sentimientos humanos de los que quiere oír hablar son la maravilla y el pánico. Construye su universo sobre ellos, y exclusivamente sobre ellos«. Dando por buena la tesis defendida por el autor de Las partículas elementales, asumiendo la voluntad de epatar de Lovecraft, y admitiendo el éxito que en ese empeño cosecharon un buen puñado de sus obras, cabe preguntarse si realmente es posible aprehender y mimetizar esa cualidad asociada a su trabajo, e incluso si es factible traducirla a otros lenguajes. Por lo que al mundo del cómic se refiere, ha habido numerosos intentos abordados con mayor o menor fortuna, tal y como se nos ha recordado con motivo del 75 aniversario de su fallecimiento: sin ánimo exhaustivo, podemos hacer un repaso que abarque desde Los mitos de Cthulhu (Sins Entido, 2011) de Alberto Breccia, hasta La Guarida del Horrror (Panini Cómics, 2009) de Richard Corben, pasando por las Visiones (Norma Editorial, 2008 y 2010) de Hernán Rodríguez, o Lovecraft: Desde el más allá (La Cúpula, 2011), de Erik Kriek.
I. N. J. Culbard se suma ahora a la tradición de la mano de SelfMadeHero, con su reciente y cuidada edición española por cuenta de Sins Entido. Dibujante, guionista y director de animación, es probable que su nombre resulte familiar a los incondicionales de Sherlock Holmes, ya que desde el pasado año Norma Editorial viene publicando las adaptaciones de las novelas de Sir Arthur Conan Doyle realizadas en compañía del guionista Ian Edginton. Confeso admirador de Lovecraft –»Comencé a leerlo a una edad muy impresionable. No hay duda de que directa o indirectamente acecha ciertos lugares de buena parte de mi trabajo«– en este caso se enfrenta de nuevo al reto de la adaptación, con la dificultad añadida de que la novela original cuenta con una narración en primera persona y está totalmente desprovista de diálogos. Curiosamente, lo que en primera instancia podría parecer un hándicap para Culbard, termina propiciando que su interpretación de En las montañas de la locura logre ser fiel al material de base, al tiempo que evidencia una personalidad propia, ya que el relato descriptivo de los hechos característico de la novela se descompone en secuencias dialogadas que requieren buenas dosis de creatividad. La narración omnisciente de Dyer queda, pues, limitada a unos cuadros de texto que, lejos de redundar en lo expuesto a través de las viñetas a las que acompañan, resultan complementarios. Esta decisión no solo posibilita la adecuada presentación de los personajes –y la definición de su caracterización, a través del establecimientos de voces diferenciadas–, sino que también contribuye a dinamizar la narración. En este sentido, no por convencional y comedida, deja de resultar funcional la secuenciación de las conversaciones radiofónicas, que enfocadas de otro modo podrían haber lastrado considerablemente el ritmo y la carga dramática de dichas secuencias, clave en el devenir argumental de la obra.
Salvada con nota una de las dificultades más evidentes a la hora de adaptar la novela, el otro gran reto de Culbard era captar la tan característica atmósfera lovecraftiana; empresa que requeriría una notable habilidad para la construcción de la ambientación emocional, pero también la capacidad de interpretar gráficamente la subyugante arquitectura y las quiméricas criaturas descritas por Lovecraft. El autor sale airoso de la primera exigencia gracias a la oportuna iluminación y el atinado coloreado de cada escena, y a la minimalista pero efectiva expresividad de unos personajes que, reconozcámoslo, tampoco presentan demasiados matices. Sin embargo, cuando llega el momento de ilustrar los elementos más fantasiosos del relato opta por una literalidad extrema, ateniéndose a las profusas descripciones contenidas en determinados pasajes de la novela que no escatiman en detalles. A priori, ese respeto a la obra original no tendría por qué esgrimirse como un menoscabo al trabajo de Culbard; pero lo cierto es que pese a compartir determinadas similitudes con la versión más comedida y simplificada del trazo del dibujante norteamericano Guy Davis –The Marquis, A.I.D.P.–, carece de su sorprendente habilidad para conjugar lo cotidiano con lo extraordinario, y para reinterpretar determinadas claves de un género tan trillado como el de terror en beneficio de un impacto genuino, aquí atenuado por diseños demasiado convencionales.
Pese a ello, esta versión En las montañas de la locura atesora méritos suficientes como para satisfacer a los incondicionales de H. P. Lovecraft. También para generar curiosidad e interés sobre la bibliografía de su autor, mayoritariamente inédita en nuestro país; trabajos variados en los que su camino se vuelve a cruzar con el novelista de Providence, con motivo de la adaptación de El caso de Charles Dexter Ward y En la sombra de los tiempos. Tal en estos nuevos intentos logre trascender lo correcto y funcional -que no es poco- para, como decía Houellebecq, «llevar al lector a un estado de fascinación«.
Apuntado queda, lo tendré en cuenta en futuras compras relacionadas con el universo H.P. Lovecraft 😉
¿Hay una version de Guy Davis???
Lo mismo digo, a priori pinta bien aunque no sea mi estilo de dibujo. Por cierto me parece genial que se haga este tipo de reseñas que siempre ayudan a hacerse una idea de trabajos no tan conocidos.
Jordi, Cassidy, gracias.
Eduardo, que yo sepa no hay una versión de Davis. A lo que me refería en esa línea de la reseña es a que el trazo de Culbard recuerda por momentos al de Guy Davis, pero más simplificado, sin tantos matices.
Un saludo.
Buena pinta… Y ya que estamos, ¿qué tal esas adaptaciones de Corben?
Lemmytico, me temo que no te puedo ayudar: todavía no he leído las adaptaciones de Corben.
Un saludo.