En su recuerdo

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(AVISO: Es referido a lo acontecido en Captain América # 25 (Capitán América #26, Panini; edición española)

REDACCIÓN DAILY BUGLE. Esta no es una noche para dormir. Nadie tiene fuerzas o ganas para apagar la luz y meterse en la cama. Ya tenemos demasiada oscuridad y lo que ansiamos desesperadamente es un cálido abrazo, encontrarnos con los rostros de nuestros allegados y apaciguar los gritos mediante un silencio absoluto. Es el momento de mirar por la ventana en busca de un punto lejano anclado en nuestra cabeza como una gota de ácido, de encender una vela en su recuerdo, de morderse el labio y resistir de pie, porque hoy, en este maldito día, el Capitán América ha muerto.

Nunca lo olvidaremos. Nunca lo olvidaré. Como todos, fuera mediante la televisión o personado, nos vimos envueltos en el tumulto que se levantó cuando el furgón de SHIELD llegó junto la escalinata de la Corte Federal. Una ola de expectación, alimentada por los sucesos trágicamente recientes, creció desde dentro. Unos le aplaudieron, le mostraron su apoyo, le lanzaron vivas. Otros le gritaron con odio, le insultaron, le calificaron de traidor. El Acta de Registro de Superhumanos recientemente aprobada por mayoría absoluta en el Congreso abrió un cisma que, hoy en día, parece insalvable. Como punta del iceberg, como centro de atención, como representante del problema que supone para la ciudadanía y los políticos, el Capitán América reflejaba esa peliaguda cuestión risiblemente resuelta por unos papeles firmados por muy honorables autores y dudosa ejecución.

Bajo una lluvia de alaridos y miradas, el Capitán América, desenmascarado y esposado descendió del furgón escoltado por un tropel de policías. Como periodista me he encontrado en multitud de situaciones, pero aquella visión no dejaba de ser inquietante. ¡Por amor de Dios, es el Capitán América! Sí, anteriormente ya tuvo sus problemas con los políticos, incluso con el electo gobierno de los Estados Unidos, pero hoy todo era significativamente diferente. Aquí no habían villanos ocultos en las sombras; no se escondían conspiraciones que intentaban desacreditarle. Esta vez él era el conspirador.

Sus intenciones –estoy seguro– era loables, correctas, como siempre lo han sido. Pero, ¿cuán equivocado estuvo? Si hacemos caso al portavoz de SHIELD y a las palabras del nuevo director de esta misma organización, Tony Stara, Steve Rogers se entregó voluntariamente a las autoridades tras comprender su errónea conducta.

No fui el único, pero sí estuve ahí. Cuando los dos bandos opuestos al Acta de Registro se encontraron en plena Nueva York como dos trenes enfrentados sin conocer más salida que el choque frontal, el mundo se estremeció. Vi edificios agrietarse mientras una lluvia de afilados cristales caía desde el cielo. Fui testigo de titánicos golpes dados por quien, no hacía tanto, era un compañero de su víctima, un amigo, una aliada. Rayos, llamas, puñetazos, ondas, toda una gama de superpoderes que serían empleados unos contra otros por quienes se suponía que nos debían proteger. Héroe contra héroe, y el Capitán América liderando uno de los bandos. Desde luego que fue una errónea conducta. ¿Cómo pudieron llegar a tal extremo, a convertir nuestra ciudad en una zona de combate? Sí, las intenciones de unos y otros sin duda fueron tan sinceras como correctas, pero, en ningún caso, se puede o se deben aceptar las acciones pasadas. Si yo, un encallecido periodista sentí auténtico miedo, ¿qué sentirían los civiles en sus casas? ¿Y los niños? ¿Y las futuras víctimas? Si estos son nuestros héroes, mejor vivamos sin ellos.

El Capitán América así lo comprendió y por eso se entregó. ¿Rectificó su postura con respecto a la citada Ley? No lo sé, porque nunca he ocultado mi propia desconfianza hacia la misma, pero ello no quita mi más rotundo rechazo ante lo que, lamentablemente, fuimos testigos. Nunca, jamás, puede volverse a repetir algo semejante, y eso es algo que el Capitán entendió demasiado tarde.

Sólo en una ocasión hablé personalmente con Steve Rogers. Hasta el momento, las únicas referencias que tenía sobre él se ceñían a las entrevistas concedidas a la televisión, destellos lejanos de sus ágiles maniobras cuando luchaba contra algún villano y, desde luego, a las historias que mi padre me contaba cuando era niño.

Mi padre estuvo en la Segunda Guerra Mundial destinado en Italia. En aquellos tiempos oscuros las historias sobre un fabuloso supersoldado vestido con nuestra bandera, hacían mella en las tropas, insuflándoles valor, sonrisas y, sobre todo, esperanza. Quién sabe si eran ciertas o no, pero a nadie le importaba. Ahora sabían que no estaban solos, que los nazis podían ser derrotados y eso les empujaba a no rendirse, a luchar un día más para que este mundo fuera un poco más libre. Mi padre dice que vio al Capitán América en una ocasión y puede que fuese verdad. Yo sí sé que le vi e incluso me habló.

Fue hace tres años, en pleno Brooklyn, cuando cuatro tipos vestidos con trajes amarillos y lanzallamas saltaron en mitad de la avenida haciendo explotar un coche tras otro. Yo, junto con Ben Urich y Frank J. David, nos vimos atrapados entre los escombros y no dudamos que el coche en el que nos dirigíamos al Daily Bugle sería el siguiente objetivo, con nosotros dentro. Rezamos lo poco que sabíamos, pero fue innecesario. Un brillante escudo redondo salió de la nada y, de una certera carambola, derribó a dos de ellos. El Capitán América apareció a nuestro costado, abrió la portezuela del coche y nos sugirió que nos marchásemos de allí lo más pronto posible por nuestra seguridad.

Desde ahora, me ocuparé yo de todo –me dijo ofreciéndome la mano para ayudarme a salir del coche.

Ahora, tres años después, era él quien estaba en problemas, en serios problemas. Encadenado, odiado por la mitad de los americanos, quizás incluso avergonzado o arrepentido de su oposición a una Ley que es, como mínimo, cuestionable.

Y, entre todos los gritos atronadores, un sonido seco, único: el de un francotirador. No podía apartar la mirada de Steve Rogers, mientras su cuello explotaba cuando la primera bala le alcanzó de pleno. El gentío explotó de miedo saliendo espantado en todas direcciones; todos menos yo, que aún no podía creer que aquel hombre, la leyenda protagonista de la mitad de las historias que mi padre me había relatado en centenares de ocasiones, el mismo que me salvara la vida tiempo atrás, estuviera agonizando en el suelo, tirado en las escalinatas de un edificio a donde se dirigía para ser juzgado y, quizás condenado. ¡Aquello no podía estar pasando!

El sonido aún permanecía en mi cabeza, pero, poco después, se repitió con un eco mucho más real cuando nuevos disparos resonaron desde no se sabía donde y, en mi interior, pese no ser capaz de ver nada por el caos reinante, sentí en mis entrañas la muerte de un gran hombre que siempre lo había dado todo por su país y por los suyos, y que, casi siempre, eran meros desconocidos.

El Capitán América acababa de morir. Tan cerca de mí, tan cerca de todos. Como un héroe que siempre fue, como un traidor a ojos de tantos. Finalmente, tras décadas de lucha sin tregua, tras sobrevivir a una muerte segura en el hielo, tras batallar incansablemente contra todo tipo de criminales, uno le había vencido, le había asesinado.

El dolor, la consternación, la incredulidad, el pesar, todo se fundió en unas emociones que no conocíamos y apenas resistíamos. Le habíamos perdido y, así lo sentíamos, era para siempre. Necesitaremos tiempo para asimilar que el Capitán América había muerto, aún más cuando lo había hecho de aquella forma tan irreal, tan próxima, en unos tiempos tan controvertidos.

Por eso no podemos dormir. No queremos dormir. Al morir nos damos cuenta de lo que hemos perdido, de lo afortunados que fuimos al contar con su ayuda siempre desinteresada y ahora sólo nos queda la desolación y una tristeza absoluta. Las escalinatas de la Corte Federal se están llenando de velas y tarjetas de recuerdo donde se habrán garabateado algunas palabras de condolencia, pero ninguna podrá aproximarse a la realidad de nuestros sentimientos. Por años, el Capitán América nos había protegidos y cuidado, siempre teniéndonos a todos como prioridad en sus acciones, incluso en sus últimos momentos, como lo relatara una emocionada Sharon Carter, oficial de SHIELD y buena amiga de Steve Rogers que sintió su pérdida como si ella misma hubiera sido la culpable de su muerte. “No más inocentes heridos” serían prácticamente sus últimas palabras. Siempre preocupándose de todos antes que de sí mismo.

También esas serían sus últimas preocupaciones, estoy seguro. ¿Y sabéis qué? Que es el momento de dejar que Steve se tome al fin su merecido descanso tras una contienda que no ha conocido fin por décadas. Es el momento de que aprendamos a defendernos, de librarle de esa pesada carga que ha sostenido por tanto tiempo.

Si nos puedes oír, Steve, escúchame: “No te preocupes más por nosotros. Hemos aprendido porque tú nos has enseñado con tu ejemplo y es hora de devolverte la ayuda. Desde ahora, nosotros nos ocuparemos de todo. Tú, por fin, puedes descansar en paz”.

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punicher
punicher
16 diciembre, 2007 16:40

bonito homenaje,si fuese una pesona real creo que le encantaria

Diego
16 diciembre, 2007 17:22

mientras leía sentía como si todo lo relatado hubiese pasado en realidad. muy conmovedor. un merecido homenaje a un gran héroe

Nach
Nach
16 diciembre, 2007 19:08

Joder,que epico,realmente gran homenaje

gorgas
gorgas
16 diciembre, 2007 20:47

me ha dado pereza leerlo; pero seguro que revive, tranquilo.

saludos

Er-Murazor
Er-Murazor
Lector
16 diciembre, 2007 20:58

Muy bonito texto. Reviva o no, es un homenaje mas que adecuado.

chacal
chacal
16 diciembre, 2007 21:00

Gran preocupación si al rato lo reviven no se dejen manipular por la mugrosa publicidad a y cuando murió creo que estaba cagando o ¿haciendo pipi? que me interesa

Maxito
Maxito
16 diciembre, 2007 23:55

Gran homenage. Genial! Capitán América vive en nuestros corazones.

Juls
17 diciembre, 2007 1:22

Un hermoso epitafio, si no lo fueran a revivir dentro de dos días y quedase en agua de borrajas, claro…

Thorback
Thorback
Lector
17 diciembre, 2007 9:14

Me ha gustado. Steve Rogers es y será siempre el auténtico Capitán América, todos los demás capitanes serán una burda sombra de lo que alcanzó Steve Rogers. Descanse en paz (al menos por un par de añitos). Saludos.

Goku_Junior
17 diciembre, 2007 11:50

muy bueno, de verdad.
Me ha emocionado bastante, ojala hubiera un icono heroico asi en España.

franki
franki
18 diciembre, 2007 19:25

Si reconozco que es maravilloso , ademas bien cuidado ,pero esto estaria bien si no nos hubieramos enterado de la muerte del Capitan ,mucho antes incluso del comienzo de la saga ,gracias a un spoiler de mi pagina favorita de comic , que mo es otra que esta misma , esto se pudo haber evitado.

lorenzo
19 diciembre, 2007 6:10

fue el mas grande y el mejor.