Tras un inicio de Salón del cómic de Getxo intenso con la entrega de premios a Max y Rober Garay y una entrevista con Fernando de Felipe que aparecerá en breve el podcast, los miembros norteños de Zona Negativa teníamos un sábado marcado por la entrevista que teniamos concertada con Jaime Martín. Un encuentro que nos hacía especial ilusión ya que se trata de un autor al que hace años que admiramos. Así que acudimos a la cita con una mezcla de ilusión y nerviosismo por estar a la altura de un autor de su talla. Por suerte, nos encontramos con alguien tan profesional como amable que transformo la entrevista en un verdadero placer, solo superado por la charla posterior cuando los micros ya se habían apagado.
¿Qué te aportan como autor los eventos como los salones del cómic, las presentaciones o las sesiones de firmas?
Diría que lo que más valoro es el contacto con el público y el conocer de primera mano las impresiones que han tenido leyendo el libro que tanto me ha costado llevar a cabo. Mis últimos libros han sido bastante personales, he trabajado sobre la memoria familiar, y durante el proceso intento que la historia me satisfaga como autor, pero también que tenga interés para el público. Conseguir ese equilibrio no siempre es fácil, menos aún cuando saco a familia y amigos en mis historias, porque eso me hace ser menos objetivo a la hora de eliminar momentos que puedo considerar interesantes pero tal vez la realidad es que al lector le parece una “mirada de ombligo”. Como decía, conocer las impresiones del lector es casi la parte más importante de las firmas, no tanto el hecho de hacer una dedicatoria y ver la cara de felicidad, que también, pero sobre todo conocer lo que ha gustado y lo que no. Es el único momento que tenemos para extraer alguna experiencia con público real que nos ayude en futuros proyectos. En ese sentido, la gente que hace música lo tiene mejor porque tocan en un concierto y enseguida ven si la gente reacciona o no, es inmediato. Además, no siempre podemos intercambiar opiniones el tiempo que nos gustaría porque a menudo las colas de gente esperando para su firma nos impiden entretenernos demasiado.
Es una profesión muy solitaria, no es como antes cuando había estudios.
Tienes razón. Pero aunque estuvieses en un estudio, seguía siendo un contacto con gente del medio, no con el receptor de tu trabajo que es para quien escribes y dibujas.
En siempre tendremos veinte años vemos que tu relación con Josep María Beà comenzó cuando eras muy joven, ¿qué importancia tuvo en tu carrera?
Para mí Beà primero tuvo una importancia como fan, ya que era una figura a la que admiraba, entre otros autores. Luego, él y su compañera Marian acabaron formando parte de mi familia. De hecho, cuando hablo con Beà, a veces le llamo padre o hermano. Hacemos la broma de que él es mi padre-hermano y, dependiendo del tema a tratar, le llamo de una forma u otra. Hemos ido a conciertos, nos acompañaron a Isa y a mí cuando nos casamos, conocen a mis padres, hermanos, primos y amigos… Marian se fue con mi madre a visitar Madrid y le presentó a Carlos Giménez, que se las llevo de ruta turística por su barrio. Beà y Marian también han estado de concierto con mis amigos y han coincidido con ellos en un fiestorro gordo cuando cumplí los 40. Como decía, ellos son también mi familia y Beà sigue siendo mi maestro. Siempre le doy a leer los storys de los proyectos en los que trabajo y a veces se puede poner muy estricto. Cuidadín con él.
¿Cómo recuerdas tu entrada en El Víbora?
Antes de publicar, con cierto temor o desconfianza porque siempre se hablaba que para trabajar tanto en El Jueves como en El Víbora había que tener algún conocido o sino no entrabas. Además, de El Víbora también se decía que si no te drogabas no entrabas. (Risas) Y yo pensaba: “Bueno, no tengo conocidos, pero me fumo los canutos que se tercien”. Por ahí le vi posibilidades. (Más risas) Presenté páginas en las dos revistas, a Berenguer le pareció que estaban interesantes y me ofreció trabajar con guionistas de la casa. Todo fue muy fácil. Aunque al principio me sentí cohibido porque yo era muy joven, debía tener 18 años, a lo mejor hasta recién cumplidos, ahora no estoy seguro. Y cuando llegué a la redacción de El Víbora me encontré con gente como Juanito Mediavilla, Gallardo, Onliyú o Pons, y me sentí un poco intimidado porque eran los miembros fundadores, la vieja guardia. Sin embargo, enseguida me sentí aceptado porque todos eran muy amables. Por ejemplo, Galiano, que por aquella época estaba dibujando Sarita con guion de Pons, se presentó me dio algunos ejemplares de la revista y estuvo hablando conmigo y ya, poco a poco, todo fue fluyendo. También recuerdo un momento de miedo de novato cuando Juanito Mediavilla, al que a veces le gustaba soltar un exabrupto, le soltó a Berenguer: “Oye, no estarás cogiendo a más novatos. Como se te ocurra reducirnos el número de páginas te montamos un follón”. Lo dijo de coña, pero me sentí como el advenedizo de turno. Yo era muy vergonzoso. Pero todo fue muy bien y guardo muy buen recuerdo.
¿Qué echas de menos de las revistas?
No soy nada nostálgico y el pasado lo valoro en su justa medida, soy más de vivir el momento, pero echo de menos que con las revistas la gente se juntaba en la editorial y se acababa conociendo. Las revistas facilitaron que las editoriales se convirtieran en puntos de encuentro los días de cobro, facilitando la relación entre los autores, se compartían trucos del oficio, se ponían en común proyectos, los problemas que planteaban, posibles soluciones… Sin embargo, ahora cada uno hace su álbum, se entregan los archivos por email, se cobra por transferencia y todos estamos mucho más aislados en comparación con antes. Contra esto nos queda trabajar en estudios compartidos, que a mí no me acabó de funcionar. Tuve una breve experiencia cuando trabajaba en Humor a tope, la revista de humor de Norma Editorial, y traté de dibujar en casa de un amigo. Allí nos juntábamos tres, pero acabábamos haciendo cualquier cosa menos trabajar. No lo he vuelto a intentar, y mira que nos llegamos a reír.
¿Fue muy difícil tu entrada en el mercado francobelga con Lo que el viento trae? ¿Fue un proyecto pensado específicamente para ese mercado?
Fue un proyecto que empecé a dibujar para publicarlo en el mercado español, que era donde había trabajado siempre y el que yo conocía. Tenía el proyecto bastante avanzado porque quería hacerlo tal cual lo había concebido. Así que empecé a dibujar páginas y páginas sin preocuparme en hacer un dossier para mostrarlo. Cuando empecé a proponerlo en las editoriales españolas a lo mejor llevaba ya un total de 50 páginas dibujadas de las 70 que ocupaba el cómic. Pero allá donde iba había negativas o condicionantes, decían que era mal momento porque el mercado estaba especialmente mal y más un libro a color de esa duración, otros me proponían buscar un editor extranjero para que compartiese gastos de edición con ellos (que eso ya de por sí es un trabajo especializado, como si no tuviera bastante con tratar de acabar el cómic). Otros ni me contestaron, aunque les pregunte varias veces. Así que acabé un poco harto, pensando que aquí no tenía mucho futuro. Curiosamente no pensé en llevarlo a Norma y alguna otra que quedó en el aire, supongo que me desanimé rápido.
Al final acabé en el mercado francés por una cuestión de azar. En un salón del cómic de Barcelona lo presenté a un editor italiano. Me dijo que él no publicaba cosas a color en ese momento, pero que conocía a editores independientes franceses a los que tal vez les podría interesar, le deje el dossier y al cabo de unos meses no me escribió un editor francés, pero si un ex-dibujante francés y me dijo que había leído el dossier y que creía que lo podría vender en Francia. Me preguntó si me parecía bien que me hiciera de agente y así empezó todo. Yo antes ya lo había intentado en Francia enviando dossiers por mi cuenta, de hecho, viajé al primer salón del libro de Paris hace ya mucho tiempo, pero solo me ofrecieron trabajo como dibujante porque les gustaba mucho el dibujo, pero no querían mi historia. Con el agente todo fue fácil, lo consiguió al segundo intento. El primero fue en Casterman, me comentó que el consejo de redacción eran diez personas y que en aquel momento la política para aceptar un proyecto era que los diez estuvieran completamente de acuerdo. La reunión se produjo y me dijo que por un voto no lo habían aceptado, fíjate qué locura. Entonces me dijo que lo presentaría a Dupuis, aunque yo le advertí que ya se lo había ofrecido por mi cuenta y me lo habían rechazado. Él lo presentó y se lo aceptaron. Esto es un dato interesante para la gente que empieza, ya que con el tiempo, cuando hablé con mi editor de Dupuis entre 2007 y 2020, me dijo que fue justo cuando acababa de entrar en la editorial que él aceptó mi proyecto presentado por el agente. Fue el editor saliente de la colección Aire Libre el que lo había rechazado cuando yo lo ofrecí. Por lo tanto, aunque en una editorial te digan que no, hay que insistir porque siempre hay cambios de personal y quien ayer dijo “no” mañana puede haber sido reemplazado por otra persona que diga “sí”. O porque, como he hablado con otros autores, hay veces que un proyecto llega a una pila, lo coge un editor, lo mira, no le interesa y lo vuelve a dejar en la pila. Luego te escribe para decirte que no ha sido aceptado, pero puede que otra persona de la editorial lo rescate de la pila y decida publicarlo. Así que al final hay que hacer algo que a mí me cuesta mucho, ya que en ese sentido soy un poco tímido, que es insistir una y otra vez.
También recuerdo que a mi editor en Dupuis le impresionó mucho una viñeta en la que aparece el cuerpo de una niña atrapada en el río, bajo la capa de hielo. Y que también ayudó a que publicaran el álbum el hecho que el libro estaba casi terminado. A penas le quedaban diez páginas por dibujar. En ocasiones las colecciones deben tener un número de libros editados al año, así que si se acerca el fin del período y aún no tienen la parrilla completa y les aparece un proyecto terminado que les encaja, es como ponérselo en bandeja. De manera que, a parte insistir, también es buena idea tener unas viñetas impactantes y tener la suerte de llegar en el momento idóneo.
¿Te pidieron hacer cambios para publicarlo?
Cuando empecé a mostrarlo en el mercado francés, antes de conocer a mi agente de aquel entonces, yo tenía miedo que me pidieran cambiar muchas cosas del guion antes de publicarlo, así que adopté una política de hechos consumados, por así decirlo, de manera que lo dejé muy avanzado para forzar la situación y que la historia se aceptase tal como estaba concebida. A Dupuis llegó el libro casi acabado y, como dije antes, podríamos decir que le facilitó las cosas para poder cerrar el año. Mi editor solamente me hizo una sugerencia de ampliar un poco más el contexto político, algo que agradecí porque realmente la historia mejoró. Así que añadí unas cuatro páginas más y todos contentos.
La portada era un elemento que estaba convencido que me pedirían cambiar porque se ve la estepa rusa, con dos árboles pelados y poco más. Extremadamente minimalista. Creía que dirían algo en plan: “Vaya muermo de portada, no hay ni personajes, ni acción, ni nada”. Pero a todos los editores con los que había hablado les había gustado mucho. Pienso que es porque funcionaba bien por contraste, ya que es una portada tan simple que cuando la ves rodeada por otras más recargadas cobra más visibilidad. Siempre que hago portadas busco que sean sencillas y muy icónicas, de forma que cuando la vemos en una página web de ventas, a tamaño sello, funcionen bien.
Durante tu carrera has trabajado varias veces con guionistas, ¿qué es lo mejor y lo peor de trabajar con guiones ajenos?
Lo mejor es que me libera de la parte que me da más trabajo, ya que soy muy maniático con el guion. Con el dibujo puedo pasar por alto alguna cosa que no me convence del todo, pero con el guion soy más exigente y si no estoy convencido al cien por cien de algo que he escrito me cuesta mucho dejarlo así (lo cual no es sinónimo de calidad, es una puñetera manía que tengo) de manera que puedo estar reescribiendo hasta el aburrimiento. Así que lo bueno de trabajar con guionista es que me olvido de la parte más dura, que es además la parte en la que menos controlo el tiempo que invierto. Yo sé que dibujar una página me lleva tres días más o menos. Pero un guion me puede ocupar tres meses o casi un año. Es terrible.
He trabajado con Onliyú, Pons, Toni Guiral, Carlos Gambarte, Jordi Diago y Wander Antunes. Con todos fue muy distinto, pero siempre una buena experiencia. El último fue Antunes y fue curioso porque me dibujaba el guion. Él es brasileño y me decía que le constaba menos trabajo hacer un storyboard que describirme las viñetas en portuñol, como él llamaba al mix de español y portugués con el que nos entendíamos. Así que bien, fue como la seda. Le pedí permiso para cambiar un poco la narrativa en algún caso. Él es más de jugar con las viñetas (una arriba, otra abajo y la tercera al lado) y yo soy más clásico en ese sentido, me gustan una a continuación de la otra. Me gusta que todo fluya con extrema facilidad aunque eso pueda ir en contra de cualquier intento de innovación. Reconozco que en el cómic, como en muchas otras cosas, hay que experimentar, pero para mí la prioridad es transmitir un mensaje fácil, rápido y que la gente lo asimile sin tener que dudar ni un segundo. Yo dibujo cómics porque me interesa contar historias, no soy un virtuoso del dibujo, no pretendo innovar ni llevar el cómic a lugares desconocidos. Quiero contar historias. Es una necesidad psicológica que me permite estar medio cuerdo y por eso no me interesa demasiado la experimentación. Tal vez un día me venga de gusto, pero hasta ahora no he tenido la necesidad. Pero volviendo a Antunes, siempre me permitió adaptar muchas de sus propuestas a mi estilo de trabajo porque es un guionista muy generoso. Creo que seguiré escribiendo mis propias historias porque con ellas tengo un vínculo más estrecho, aunque eso suponga estar dos o tres años encerrado como un monje, pero no descarto nada.
¿Hace cuanto tiempo que tenías claro que querías contar la historia de tu familia en cómic?
La historia de mi padre la conozco desde pequeño, al igual que mis hermanos, porque según íbamos creciendo, la historia también lo hacía y lo que en un inicio eran cuatro anécdotas para niños luego se fue convirtiendo en un relato para adultos. Cuando me dediqué a hacer historietas llegó un momento en que empecé a tener la sensación de que ya trabajaba medio bien, más adelante contemplé la posibilidad de escribir esa historia… Y tras un proceso de años, cuando ya me sentí seguro como autor, me puse a escribir Las guerras silenciosas. Esa fue la misma motivación que me llevo a hacer Jamás tendré 20 años, la historia de mis abuelos, pero como ésta se me antojaba más difícil empecé con Las guerras silenciosas. Lo cierto es que ambas me intimidaban un poco. Retratar la vida en un cuartel de reclutas en el norte de África, durante la dictadura franquista, para alguien que no había hecho la mili era, a priori, misión imposible. La cuestión es que me metí a fondo y saqué documentación de debajo de las piedras. Si no encontraba algo me sentaba junto a mi padre y le pedía que me lo describiese. Yo iba dibujando y él me iba corrigiendo los bocetos hasta aproximarse a como él lo recordaba. Así fue como, por ejemplo, reconstruí la cantina del cuartel de tiradores de Ifni. Fue muy agradable trabajar junto a él. La prueba de fuego fue en las primeras sesiones de firmas… y no pudo ir mejor. Dediqué libros a mucha gente que pasó por aquella situación, personas de unos 70 años. Todos me dieron el aprobado alto, fue realmente emotivo y la mayoría me comentaban que era el primer cómic que leían. Más tarde tuve la oportunidad de colaborar con el Museo Etnológico de Barcelona, donde se hizo una exposición sobre los catalanes que hicieron la mili en Ifni y di una charla junto a mi padre. Allí volví a encontrarme con muchos ex veteranos de Ifni y me flipó el feedback que recibí. Algunos habían descubierto Las guerras silenciosas gracias a familiares y otros a través de páginas web que tratan sobre el conflicto de Ifni. Muchos me comentaron que hasta aquel momento desconocían que existiera el cómic para adultos. Todos coincidían al cien por cien en que la ambientación del cuartel, decorados, paisajes o uniformes les había retrotraído a aquella época y que no les había chirriado nada. Aquello me llenó de satisfacción y me hizo afrontar el siguiente proyecto, Jamás tendré 20 años, con más seguridad. Además, luego me resultó más fácil de lo que esperaba porque la Guerra Civil es uno de los conflictos bélicos más documentados. Vinieron periodistas y reporteros gráficos de todos los rincones del mundo, lo que dio lugar a una documentación muy abundante. De hecho, me sobredocumenté y acabé casi teniendo pesadillas por haber leído informes que describían acontecimientos atroces. Pero la cabra tira al monte y me volví loco buscando todo tipo de información. Recuerdo que mi hermano me consiguió el manual oficial del cañón que usó mi abuelo en la guerra, con el despiece completo, el tipo de munición que soportaba, etc.
¿Fue difícil convencer a tus editores franceses para publicar Las guerras silenciosas?
En Dupuis, por los motivos que sea, todo me resultó fácil. Aunque Las guerras silenciosas pudiera parecer un tema muy peregrino para el público francés, a mi editor le pareció un proyecto interesante porque imagino que lo asociaba a la época de la Francia colonial en el norte de África. Así que estaba encantado con ello. De hecho, el álbum estuvo nominado en la selección oficial de los premios del festival de Angoulême en 2011 y tuvo bastante repercusión en Francia.
Con el resto de libros fue también muy bien. Mi editor en aquellos años, José-Louis Bocquet, es escritor y guionista y supongo que me dio el mismo espacio de libertad que deseaba para sí mismo cuando afronta sus proyectos. Si había algo de lo que debía preocuparme era de estar a la altura ante ese derroche de confianza, y no lo digo en sentido figurado, me sentía presionado, sin que ellos lo pretendiesen, porque quería hacer algo grande, quería demostrarles mi agradecimiento por tantas facilidades prestadas.
Con Siempre tendremos veinte años el guion me costó mucho porque tiene muchas capas: la personal, la socio-económica, la política, la trayectoria laboral… En mi cabeza había un magma de ideas sin forma. En un viaje en tren, de Angoulême a París, mi editor me preguntó en qué andaba trabajando y le hablé de un par de posibles proyectos. Uno de ellos era Siempre tendremos 20 años, pero apenas pude relatarle un simple esbozo, sin embargo, captó la esencia de lo que quería transmitir y enseguida me animó a ir a por esa historia. Aun así, yo quería que él tuviera una idea exacta, así que, pasado el tiempo, tras escribir el guion, dibujé el storyboard completo y lo traduje al francés. Me costó una barbaridad, tiré mucho de traductores que luego corregía como podía. Quería asegurarme de que supiera lo que le iba a entregar. Cuando pienso en ello, no quiero ni imaginar qué espanto de traducción le envié.
Siempre me sentí en un ambiente de trabajo muy libre y suelo compararlo con mi paso por La Cúpula. Me dejaron hacer lo que quise al ritmo que quise.
En cada uno de esos tres cómics sobre tu familia tiene una estructura diferente, ¿lo tenías claro desde un principio?
No, no lo tenía. Suelo reflexionar sobre cómo afrontar la narrativa en cada proyecto, pero no lo acabo formalizando porque soy demasiado visceral y todo puede cambiar en el último momento. Si lo comparamos con un viaje, tengo claro cuál es el destino al que quiero llegar, pero el trayecto de ese viaje puede cambiar sobre la marcha y acabo haciendo las cosas como me salen de las tripas.
Cada álbum me ha pedido realizar el guion de una forma diferente. Con Las guerras silenciosas tuve muchas dudas, algo que se ve reflejado en el propio cómic, en el que aparezco hablando con mi padre, tratando de aclarar situaciones. Como no sabía cómo afrontar aquellas dudas, decidí dibujar esos problemas que me atormentaban. Fue como una especie de defensa, excusa o protección frente al público, como diciendo: “Si ves que la historia no acaba de arrancar es porque me ha pasado tal y cual cosa y no he sabido cómo hacerlo mejor”. Igual a alguien le puede parecer que es algo que ya hizo Spiegelman en Maus, seguramente sí, pero yo lo hice porque era una liberación, una manera de desencallar algún momento de dificultad, y me funciono bien. En Jamás tendré 20 años y Siempre tendremos 20 años no tuve ese problema y el guion fluyó de una manera diferente.
En Siempre tendremos 20 años tú te conviertes en el personaje principal y parece que hay un pudor a la hora de contar tus vivencias que no tenías en los otros dos.
Este álbum es el que más me costó escribir, entre otras cosas porque me daba vergüenza dibujarme. En un principio, durante esa charla en tren que comentaba antes, esa en la que contaba un nuevo proyecto a mi editor, intenté eludir el hecho de incluirme como protagonista de la historia, pero no coló. Con mucho criterio, me dijo que no tenía sentido haber retratado la generación de mis abuelos y la de mis padres en los álbumes anteriores para, ahora que retrataba a mi propia generación, no salir yo como protagonista. Soy hijo y nieto de los anteriores protagonistas de sendos libros, no tenía sentido escurrir el bulto. Tenía razón, eso era lo coherente y no pude negarme. Mi problema era que, aparte del pudor, pensaba que mi vida no le iba (no debería) interesar a nadie. Y no me quedé tranquilo hasta que conseguí crear una estructura de guion que arropase a mi personaje de forma que su existencia ayudase a mostrar y conectar esas distintas capas de guion que comentaba antes. En ese momento todo cobra sentido y consigo dar a entender que ese relato personal es una herramienta para explicar el resto de capas de guion. A partir de ese momento me siento bastante más relajado a la hora de escribir el guion y todo empieza a fluir bien.
Es curioso que nos digas esto porque hace un año Sara Soler nos dijo que siempre tendremos 20 años fue una gran ayuda cuando ella tenía dudas sobre si US le interesa a alguien.
Sí. Me lo dijo y me hizo mucha ilusión que le hubiera servido. Creo que su caso es muy similar, su historia personal está al servicio de algo más grande. Su personaje y el de Diana nos conectan con propuestas que trascienden lo personal.
Tus cómics tienen un claro compromiso social, ¿echas en falta más obras de este tipo en la actualidad?
Creo que actualmente hay cómics para todos los gustos. Yo hago historias con un fondo social, sea ficción o no, porque es el que a mí me gusta desde que tenía 15 años y descubrí El Víbora. Lo demás dejó de interesarme tanto, porque con el cómic social me sentía más identificado. Pero, ante todo, trato de hacer siempre lo que me venga de gusto. Ahora estoy trabajando en una historia de ficción, más cercana a Lo que el viento trae que a los últimos libros. Lo que sí que es cierto es que estoy ya muy cansado de ese tipo de historias de acción desenfrenada sin más, de tramas futuristas manidas, de personajes que sólo se mueven por instintos muy primitivos… Y en el cómic eso también me satura un poco. Me gustan también las historias de género, por supuesto, pero quiero algo más. Quiero conocer los personajes, sus circunstancias, ver algo más. Y sobre todo no quiero ver películas que parezcan un burdo ejemplo de guion escrito a partir de las propuestas de Salva al gato de Blake Snyder.
Releyendo las obras para la entrevista hemos visto un paralelismo entre Las guerras silencias y Siempre tendremos veinte años que es la figura de la carabina que vemos en ambas, aunque con distintos matices. ¿Tenías claro hacerlo?
En Siempre tendremos 20 años quien hacía de carabina era el hermano mayor de mi pareja. Cuando empiezo a escribir y recopilar anécdotas para mis trabajos, tengo que ponerme en el papel del lector y solo meter en el cómic aquello que sirva para ilustrar momentos sobre cómo era la sociedad, la política y la economía de la época. Así que todo ese anecdotario familiar o personal tiene una finalidad. En ambos libros, tal como dices, aparece esa figura de la carabina, aunque lo que puede llamar más la atención es la que aparece en Siempre tendremos 20 años, el hermano de mi pareja, porque no se espera que eso ocurra en los 80. Y en cierta forma no es tan raro, el franquismo dispuso de décadas para inocular esa ideología retorcida en la que la mujer era una menor de edad que necesitaba la supervisión de los hombres para casi cualquier actividad. La hermana de Primo de Rivera, directora de la Sección Femenina de Falange, tuvo mucho que ver con eso. Nuestros padres y madres se criaron con esa mierda y de alguna forma fue calando a sus hijos e hijas y el tufo aún perdura. Así que sí, dibujé a mi cuñado, haciendo de medio espía, medio carabina, seguramente como medida de prevención hacia su hermana. Imagino que la vio salir con un melenudo que se juntaba con más melenudos y que se “llevaban” a su hermana a antros de melenudos… Lo que él no sabía es que antes de conocer yo a Isa, ella y sus amigas ya eran unas buenas perlas. (Risas) La cuestión es que por un motivo u otro consideré interesante este paralelismo que comentabais.
¿Crees que con Siempre tendremos veinte años sientes que has cerrado el ciclo o el circulo que empezaste con las historias del barrio de El Víbora?
Yo no lo veo como un cierre de ciclo, pero sí lo veo como una evolución o una cierta evolución en mi producción.
En los inicios de mi carrera ya solía dibujar historias que había vivido con mis amigos, aunque estaban pasadísimas de vueltas, había más ficción que realidad. En Siempre tendremos 20 años salen algunos de esos personajes de dibujé treinta años atrás, pero esta vez me ciño a la realidad. Y no lo veo como un cierre porque no descarto seguir trabajando con personajes de mi entorno, siempre lo he hecho, me resulta agradable y me lo paso bien.
¿Hay alguna vivencia o anécdota de esos años que no hayas metido en el cómic porque te pareciese demasiado?
Hay un montón, pero ahora no se me ocurre ninguna, porque estamos remontándonos a cuando tenía catorce años hasta la actualidad. Lo que sí puedo decirte es que muchas de ellas si las dibujo me dirían que lo estoy flipando. La realidad siempre supera la ficción.
¿Cómo haces ese ejercicio de bucear en tu pasado? ¿tenías algo apuntado?
Ayer lo hablábamos precisamente en una charla con el autor italiano Zerocalcare, en el Festival de literatura italiana en Barcelona que trataba sobre cómic y extrarradio. Él vive en la periferia de Roma desde siempre y dice que no sale casi nunca, que de allí no lo moverán. Yo coincido bastante con él. Casi todos mis amigos de adolescencia siguen en el barrio, me los puedo encontrar si salgo a dar una vuelta. A veces quedamos en casa o en una fábrica de cerveza que tenemos cerca. Así que hablo con ellos y me recuerdan cosas que tenía olvidadas, porque todos tienen mejor memoria que yo. Recuerdo una de las veces que hicimos una cena en el terrado de casa y estuvimos hasta las tantas grabando audios y me recordaron un montón de anécdotas que había olvidado por completo. Fíjate como tengo la memoria que hay una escena en Siempre tendremos 20 años que a la salida de un concierto nos montamos en un autobús y nadie pagó el billete, así que el autobusero cerró las puertas y dijo: “Todos a comisaría”, y para allí que nos condujo. Durante el trayecto, algunos iban saltando por las ventanas para no acabar en el cuartelillo. Pues yo no recordaba que ese día iba acompañado de mi hermano mediano, que tenía catorce años (yo también era menor). Mis padres no habían dejado ir porque íbamos con mi primo que ya era mayor de edad. Pues ni recordaba ese detalle. Para mí es un regalo tener gente cerca que me recuerden esas cosas. Si no juntamos con cervezas por medio y una grabadora diversión asegurada.
También tengo a mis tías viviendo en el edifico familiar, donde crecí de pequeño y donde vivo ahora. Ellas también salen en la trilogía de los 20 años y son fuente inagotable de información. Durante el trabajo de guion, cuando tenía alguna duda les decía que vinieran a casa a toma un café y ponía en marcha la grabadora. Todo eso son momentos impagables.
¿Cómo está recibiendo la gente de tu generación el cómic?
Todas las impresiones que me han llegado de la gente que vivió esta época han sido muy positivas. Los primeros meses me sentí abrumado por la cantidad de inputs que recibí, incluso de personajes mediáticos que no conocía de nada. Pero lo que me ha llamado la atención es que personas de dieciocho años o poco más, a los que a priori no les resultaría un relato cercano, se han acercado a sesiones de firmas o me han escrito por internet para comentarme lo mucho que les ha gustado o cuan identificados se han sentido. Tanto chicos como chicas, y es algo que me alegra especialmente porque en un principio temí que se pudiera entender como una historia un tanto machirula y no era esa la intención, desde luego. Al final te das cuenta que los ritos de iniciación de la juventud son los mismos y cambian muy pocas cosas de una generación a otra. Cambia la música que escuchas, cómo vistes y tal vez el tipo de drogas que consumes, poco más.
¿De qué trabajo tuyo estás más orgulloso y por qué?
Diría que los dos últimos, Jamás tendré 20 años y Siempre tendremos 20 años. A todos les encuentro virtudes y defectos, pero estos dos diría que son los más redondos. Las guerras silenciosas fue el primero que dibujé y siempre le encontraré pequeñas cositas que hubiera cambiado, gilipolleces que solo vemos los dibujantes, aunque para ser justos me quedaría con la trilogía completa porque siento que ha quedado un proyecto muy cohesionado y coherente. Estoy muy satisfecho del conjunto.
En una entrevista concedida a Beersandtrips.com afirmabas que cada vez te cuesta más dibujar. ¿A qué crees que es debido?
A la edad. (Risas) Me he dado cuenta con el álbum en que estoy trabajando actualmente. Yo siempre hago un planning para proponerle a mi editor una fecha de entrega, aunque en los contratos no tengo ninguna. A mí me va bien acotar el trabajo en un espacio de tiempo… y hasta ahora siempre acertaba. Para el libro en el que trabajo ahora hice una primera propuesta de entrega, pero enseguida me di cuenta que no era realista y tuve que ajustar las fechas. Ahora empiezo a pensar que voy a ir un poco justo, que igual me precipité, pero todavía no les he dicho nada, voy a esperar a ver si remonto el ritmo. Me he dado cuenta que ahora una página me lleva más tiempo y no tanto por cansancio físico, que tal vez también, sino por falta de concentración, ahora me distraigo más, pierdo el tiempo en internet, estoy más dispuesto a escaquearme entre semana y salir a hacer cualquier actividad que me venga de gusto con la gente que tengo cerca… Tal vez esté recuperando el tiempo de ocio que me negué en trabajos anteriores. Me parece bien invertido, el tiempo pasado no se recupera jamás.
Creciste leyendo Creepy pero, si Jaime Martín tuviese aquella edad ahora, ¿qué cómics crees que te estarían marcando?
No sabría decirte, porque en la época en la que tenía catorce años había los cómics que había y yo tenía unas circunstancias determinadas. La cultura de las revistas te permitía leer cosas muy variadas que tal vez no comprarías en formato álbum y eso nos permitió tener una amplia visión de estilos y formas de narrar. Antes, en una revista de Toutain o Norma podías leer historias de ciencia-ficción de autores americanos junto con obras de Carlos Giménez de marcado carácter social o cómic europeo exquisito como Moebius, de manera que tenía un material muy diverso ante mí. Esa era la manera de descubrir lo que se estaba haciendo en el mercado. Si ahora fuera un chaval de catorce años supongo que recurriría a las redes sociales y empezaría a seguir a la gente que me pareciese más interesante.
Pero volviendo a la pregunta, supongo que de toda la oferta que podría encontrar actualmente me decantaría por unos contenidos u otros en base a cómo me estaría formando en casa o en la escuela. Es complicado, no sabría qué decir. Por ejemplo, cuando yo era estudiante de bachillerato, a principios de los 80, todos veníamos de la dictadura franquista y los profesores estaban deseando poder explicar toda la mierda que se tragaron nuestros padres y abuelos. Mi familia era militante de izquierdas y en casa se hablaba abiertamente de la actualidad política. Había aprendido a contrastar la información en prensa escrita o en TV porque en el instituto nos enseñaron a hacerlo, nos hacían comprar periódicos de distinta orientación política (en aquellos años aún se publicaba El Alcázar, diario de extrema derecha) y trabajábamos en ello. Había una marcada conciencia política que me llevó a comprar mi primer álbum de cómic de autor con 15 años. Primero compré Hom y más tarde Paracuellos, ambos de Carlos Giménez. Quiero decir con esto que, al menos en mi caso, mi entorno también contribuyó a formarme como lector y me influenció, por eso creo que en la actualidad, con los mismos padres, seguramente tiraría hacia cómic más social que otra cosa. Posiblemente leería a Aroha Travé, Susanna Martín, Rosa Codina, Gipi… Aunque también me fliparía mirando historias por el mero placer del dibujo, sin importarme demasiado el contenido, sólo para aprender a dibujar, como hacía de adolescente.
Lo bueno de las revistas es que te compraras la que te compraras tenía muchas historias de autores distintos que te permitía seguir a autores que te gustaran.
Claro, eso fue una suerte. Me aventuraría a decir que la existencia de la revista nos educó en una cierta “tolerancia”. Aprendimos a aceptar muchas historias que tal vez no eran muy de nuestro agrado, cada cual tenía su serie preferida, pero al final, como habías pagado la revista, te la leías entera y hacías el esfuerzo para que todo te gustase y no tener la sensación de haber gastado el dinero de mala manera.
¿Tienes muchas historias pendientes de contar esperando su momento? ¿Cómo es el proceso de elegir cual quieres contar?
Siempre tengo historias guardadas en forma de borrador, más o menos avanzado. Cuando empecé el proyecto en el que estoy metido ahora, como no me decidía entre tres ideas comencé a escribirlas las tres a la vez hasta que una que fue la que más me enganchó y decidí seguir solo con esa. Las otras dos las guardé. Algunas no llegarán a materializarse nunca porque perderán mi interés con el paso del tiempo y otras puede que recuperen la importancia que no les di en su día. Tampoco descarto volver a trabajar con guionista para liberarme de la presión de la escritura y disfrutar sólo del dibujo.
Lo cierto es que soy algo imprevisible, una parte de mí es bastante visceral. De hecho, el final de Siempre tendremos 20 años iba a suceder de una cierta manera, pero todo cambia radicalmente cuando me reencuentro con un amigo con el que había perdido el contacto y me cuenta su historia. Eso me revuelve algo por dentro y me desmorona el guion, porque este amigo forma parte de mi historia personal y lo que le pasó está relacionado con la crisis económica de 2008. Me pareció terrible que la crisis dejara a tanta gente sin trabajo, pero también que quienes conservaban uno estuvieran en condiciones tan precarias, así que decido añadir páginas nuevas y cambiar el final de la historia. Pero tras una charla con Beà (os comentaba anteriormente que suelo enseñarle el storyboard) me dijo que el final le parecía un poco durillo. Lo estuve valorando y de nuevo añadí unas páginas en forma de epílogo.
Esa parte es superpotente.
No dejan de comentármelo, pero como veis no fue nada premeditado. Así funciono generalmente. Me fio bastante de esas situaciones que de forma inesperada me remueven. Esto no sé si debería contarlo en una entrevista, pero hace tiempo que intuyo que en mi cabeza algo funciona de manera un poco distinta, no sé si en buen o mal sentido, pero lo he ido viendo y me lo han ido haciendo saber.
Hace poco mi compañera me hizo descubrir algo que me llevó a recordar por qué mi madre siempre me decía que yo era muy melodramático y que todo me afectaba demasiado. Así que Isa un día me puso un documental de TVE que hablaba sobre las Personas Altamente Sensibles (PAS), algo que yo desconocía. Es una situación en la que se encuentra mucha gente sin ser conscientes de ello, hace que empaticen demasiado con muchas cosas y que lo que para alguien es un simple comentario para esa persona se puede convertir en algo más profundo y de mayor calado. Pueden ser estímulos físicos como el ruido de fondo o ciertas situaciones como reuniones con mucha gente (algo que yo llevo francamente mal). También tengo grandes problemas para contemplar las injusticias, aunque sea a través de la prensa. Desde que tengo memoria hay muchas cosas que me afectan profundamente y no puedo ver reportajes sobre ello. Cuando mi mujer me comenta que ha conocido a alguien con tal o cual problema, aunque yo no conozca a la persona y sea la primera vez que haya oído hablar de ella, me preocupo hasta tal punto que no puedo evitar buscar de qué manera ayudarla o con quien hablar para tratar de echar un cable. Me invade una inquietud que me puede tener un buen tiempo algo alterado. Siempre he vivido así, soy muy sufridor. Y ahora que ya me he ido informando de esto he podido comprender muchas cosas y estoy empezando a relativizar muchas otras. Creo que me ha servido para darme cuenta de muchas cosas en mi vida y seguramente también está relacionado a por qué un simple comentario me ha llevado a cambiar por completo una historia que tenía pensada hacer. Conocer esto no me va cambiar, pero me sirve para entenderme mejor.
¿Qué nos puedes contar de ese nuevo proyecto que estás preparando?
Es una historia de ficción, algo oscura, de mal rollo, de las que me gustan. No lo puedo evitar. Una vez Kenny Ruiz me dijo que le parecía que me gustaba ponerle mal cuerpo a la gente. (Risas)
Transcurre a finales del s. XIX en alguna parte de los Pirineos. La protagonista es una mujer mayor que vive sola en lo alto de la montaña, no tiene familia. Sus vecinos más cercanos viven en una aldea que está a mitad de la montaña. Más abajo, en el valle, está lo más parecido a la civilización. Trato de hablar sobre las personas que llevan una vida alternativa a la de la mayoría y cómo eso puede llevar al aislamiento y el rechazo. La vida de la protagonista cambia cuando una joven fugitiva se cruza en su camino. Es un drama rural con algún tinte de fantasía, pero tratada siempre desde el punto de vista del realismo. La fantasía desbordante no es lo mío.
Sin darme cuenta he ido escribiendo un guion en el que se podrían establecer ciertos paralelismos con algún momento vivido durante la pandemia, el cerebro suele gastarnos estas bromas. Pero ante todo es un drama rural en el que he ido incorporando elementos extraídos de documentación escrita que han ayudado a potenciar ciertos momentos dramáticos sin necesidad de inventar situaciones muy locas. Me explico: Yo guardo algunas lecturas de cuando era estudiante de bachillerato, entre ellas un estudio sobre la Cataluña del s. XIX y allí encontré información bastante curiosa sobre cosas como los salarios que cobraban los niños de diez años en las primeras fábricas que se instalaron en Cataluña. Pero lo que me dejó KO fue un escrito de Felix Sardà i Salvany, un católico integrista que hace un alegato contra las incipientes escuelas laicas en s. XIX. El tipo no tenía ningún reparo en afirmar que los padres que llevaban a sus hijos e hijas a una escuela laica cometían un pecado mortal peor que tirarlos por un despeñadero o entregar a sus hijas a la prostitución. Cuando me encuentro con eso pienso que no es necesario inventar situaciones de terror, ya me lo han puesto en bandeja. Así que estuve dándole vueltas hasta que lo encajé en el guion. Voy buscando la manera de meter esas cosas que me encuentro de forma fortuita durante el proceso de documentación, que es la parte que más me gusta con la que me podría tirar media vida y olvidarme del dibujo.
Para cerrar, ¿algún cómic que nos recomiendes?
No tengo novedades para recomendar porque leo poco por falta de tiempo, pero recuerdo que La tierra de los hijos, el último que leí de Gipi, me gustó bastante. Es una historia postapocalíptica y el tema, a priori, puede ser un poco cansino, pero no. Es un buen trabajo. Con Aroha Travé también paso buenos momentos y Carne de cañón ya es un clásico moderno. Es la mejor retratista del extrarradio actual.
Muchísimas gracias por tu atención, ha sido todo un placer haber compartido este rato.
A vosotros.
Una gratitud que hacemos extensible a todos los miembros de la organización del Salón del cómic de Getxo y, en particular, a Borja Crespo.
Reseña de Lo que el viento trae, escrita por Toni Boix.
Reseña de Las guerras silenciosas, escrito por Jesús Játiva.
Reseña de Jamás tendré 20 años, escrito por Raúl López.
Reseña de Siempre tendremos 20 años, escrito por Diego García Rouco.
Web de Jaime Martín.
Magnífica entrevista, me ha encantado.
Una maravilla de persona, gracias por la entrevista