El pasado 14 de febrero, en un mundo que daba sus últimos estertores de muerte para dar paso a otro muy diferente, pude asistir, gracias a mi buen amigo Javier Soler Belda, a una conferencia que Jesús Colomina Orgaz «Colo» impartió e Linares, mi ciudad, a los alumnos de bachillerato del I.E.S. Castulo, el que también fue mi instituto durante mi adolescencia. Allí Colo respondió a las interesantes preguntas que los chicos le hicieron sobre su última obra, Animal, que ellos previamente habían leído. Colo contestó con una naturalidad y carácter sincero a todas las cuestiones y tras ello pude hablar con él, adquirir una copia del cómic, que él mismo me dedicó con un dibujo, e intercambiar señas para más adelante entrevistarle vía mail. Desde aquí quiero pedirle perdón por la tardanza en publicar la siguiente entrada, por distintos motivos profesionales y personales, en la que ofrece maravillosas respuestas a las titubeantes preguntas de este entrevistador novato para después desgranar los entresijos de Animal mediante una reseña. Sin más dilación os dejo con Colo y su, hasta ahora, último proyecto.
ZN Para presentarte de cara a los lectores y tratando de ser original ¿En qué se diferencian Jesús Colomina Orgaz y “Colo”?
Pues la pregunta tiene miga, sí. Jesús Colomina Orgaz es el nombre que me pusieron al nacer pero no me identifico con él. Yo soy Colo. Jesús tiene existencia legal, claro, y me permite vivir en este mundo sin convertirme en un marginado completo pero lo que yo soy no me parece que tenga nada que ver con él. Colo es el nombre por el que me llamaban los amigos, de niño. Los profesores me llamaban Jesús y los amiguetes Colo así que ahí me quedé, en Colo, que es un nombre que tiene corazón. En Las Enseñanzas de Don Juan, Castaneda contaba que el viejo indio le decía que solamente había que recorrer los caminos que tienen corazón. Que antes de empezar a andar había que preguntarse… ¿tiene corazón, este camino? Así que, ya lo ves, Jesús tiene existencia en el mundo por el hecho de haber nacido y yo, Colo, he tenido que construir mi mundo para que existiera así que paradójicamente, soy un marginado.
A mí el mundo no me gusta, ¿sabes? No comparto sus valores ni sus prioridades y detesto sus intereses así que, a veces, como Colo, me vengo de él. En el D.N.I. o en la cuenta corriente del banco firmo como Colo. Del mismo modo que el mundo «oficial» viola el mío, de vez en cuando, yo le meto mi firma donde puedo. (Risas).
ZN ¿Puedes ponernos en antecedentes con respecto a cómo empezaste en el mundo del cómic y tu obra previa anterior a Animal?
Pues fracasando. Siempre fracasando. De niño utilizaba el dibujo para escapar de un mundo que no me gustaba y al cuál era incapaz de adaptarme, así que era una fuga. Yo soy hijo de madre soltera nacido en el 68, en la España de Franco. Ahora sería imposible, para las generaciones que nacieron después, hacerse una idea de cómo era este país, de lo que se respiraba aquí. Mi cabeza de niño no podía comprender lo que pasaba, claro, pero… ¡ay! mi corazón de niño sentía que algo iba mal, que yo no encajaba en el mundo al que había llegado. Es terrible sentir culpabilidad por existir. Mi fracaso como niño me llevó al dibujo. Ahí las reglas las ponía yo, era un mundo que yo construía y que no tenía nada que ver con el que veía cuando levantaba la cabeza del dibujo. La vocación por el cómic apareció después, con unos doce años, calculo. Me compré casualmente en la Cuesta del Moyano de Madrid, un mercadillo permanente de libros de segunda mano, algunos cómics de Hulk y con 25 pesetas que me sobraron me llevé sin saber lo que era, un ejemplar de Comix International, una revista que editaba mensualmente Toutain. Cuando me aburrí de Hulk decidí echar un ojo a esa revista y tuve una epifanía. Ahí dentro descubrí el cómic de autor, que no tenía nada que ver con el cómic juvenil que yo había conocido hasta entonces. Había unas 6 páginas de DEN, de Corben, algo de Adolfo Usero y de Breccia, puede que de Bea, no lo recuerdo, pero me quedé impresionado de lo que se podía hacer con un cómic, de las posibilidades de ese medio. Me olvidé de Astérix, de Tintin o de los superhéroes y empecé a comprar revistas de cómic de autor y descubría a Bilal, Altuna, Moebius, Caza, Carlos Giménez y a un montón de autores para los que el cómic no era una diversión sino un medio artístico, experimental, de contar historias. Ahí firmé un pacto conmigo mismo en el que me comprometía a hacer cómics y me puse a dibujar como un loco copiando a todos los autores que me gustaban de manera obsesiva. Me olvidé de todo lo demás y me enganché a dibujar así que creo que cuando tenía 16 o 17 años dibujaba mejor que ahora. Fracasé como adolescente, vamos. Era un inadaptado, sí, pero tenía una pasión. Algo que no veía en las personas que me rodeaban y que parecían haberse podido adaptar tan bien al mundo.
Pocos años después volví a fracasar. Me marché de casa de mis padres con unos 20 años. Traté como pude de vivir del cómic pero fracasé como un pepino en una ensalada. Como había que pagar el alquiler del cuchitril en la Calle Mesón de Paredes en el que malvivía, empecé a hacer dibujos animados, decorar pubs y cualquier cosilla que me saliera hasta que me encargaron un trabajo para una agencia de publicidad. El tipo de la agencia se quedó impresionado de la rapidez que yo tenía dibujando y el resultado de ese trabajo le gustó mucho así que me miró muy serio y me preguntó, ¿tú quieres ser rico? A mí, sinceramente, siempre me ha importado un carajo el dinero, plantearse ser rico me parecía una estupidez, pero no me pareció adecuado decirle que la riqueza me sudaba la polla así que respondí que si había dinero en aquello, no iba a decir que no. Me pareció más diplomático, de alguna manera. Así llegué a la publicidad. Después de ese primer curro hubo un segundo, un tercero y al final me metí en la boca de la bestia y me sucedió lo peor que le puede pasar a un ser humano, tuve éxito. Tenía todo el trabajo que quería y me pagaban cualquier cosa que se me ocurriera pedir, por absurda que fuera. Era la época de la bonanza económica en España y con poco más de 20 años uno es inmortal, es un toro que aguanta cualquier cosa. Monté un estudio con unos amigos y entramos en una dinámica laboral demencial. Se curraba todos los días y muchas noches hasta el punto que al final no distinguías unos de otros. Décadas así, sin tiempo para pensar o vivir. Café a cascoporro, tabaco y cabezonería. ¡A tomar por culo, bicicleta!
Entonces, con unos 38 años, me rompí. No aguanté la presión y me partí por la mitad. El niño que fui fracasó, de acuerdo, pero no murió. Él me preguntaba que qué coño estaba haciendo, que lo que él quería era dibujar cómic y que todo lo demás no tenía nada que ver con nosotros. El crío tenía razón así que le dejé ponerse a los mandos y empecé a dibujar una historia con la intención de curarme. No me interesaba publicar, ni el dinero, ni el éxito ni nada por el estilo. Solamente quería saber quién era y curarme. Me llevó 8 años y salieron 250 páginas. Cuando terminé entendí que mi sitio era ese y empecé otra historia, «De Perros y de Huesos», con el que gané el Planeta y de ahí hasta ahora, que he vuelto a fracasar.
Así que, amigos, tomad buena nota. El fracaso es doloroso pero te acerca a quien eres y te hace ser tú. En un mundo como este, que no tiene más valor que el dinero y carece de principios, si las cosas te van bien, si te has integrado, eres un psicópata, pero si has fracasado aún hay una oportunidad.
ZN El protagonista de Animal toma la peculiar y radical decisión de renunciar a su estatus de ser humano ¿de dónde nació esa idea?
Del cansancio que me produce ser un ser humano. La aventura de la conciencia es agotadora, a veces. Tiene cosas muy buenas, claro, pero pesa mucho si te lo tomas en serio y no frivolizas con la existencia. Existir es muy complicado para mí, que experimento gran parte de la vida como una batalla contra uno mismo. Suelo caer en crisis existenciales, qué le vamos a hacer.
Hace tiempo pasaba por una de ellas especialmente silenciosa. Tenía una pareja, Mayte, que las aguantaba como buenamente podía. Solíamos preparar bocatas y nos íbamos al parque del Retiro en bici a pasar el día. Recuerdo que nos sentábamos en una zona que se llama La Isla a comer. La Isla es un pedacito de tierra con tres puentes de madera pequeños y rodeada de agua con patos. Allí, comiendo en silencio, me fijé que los patos se acercaban para ver si caía algún trozo de nuestros bocadillos. Estaban allí, esperando, tan plácidamente. Entonces sentí una tremenda envidia de ellos, que parecía que nada les preocupaba. No había en ellos ni el más mínimo asomo de problemas o cansancio. En ese momento me vino a la cabeza una idea que me pareció estupenda. ¡Qué bueno sería renunciar al estatus de ser humano! ¡Ser como esos patos tranquilos que flotan en el agua!
No lo pensé como una idea para un cómic. Simplemente apareció en mi cabeza, me gustó y empecé a divagar sobre el asunto. Así nació. Gracias a los patos.
ZN ¿Por qué elegiste el formato de entrevista para narrar la historia de Animal y que fueran los personajes secundarios los que nos facilitaran información del principal?
Como te decía, «Animal» no era una idea para un cómic, inicialmente. Era una idea que provocaba cosas y hacía cosquillas en la cabeza pero nada más. Por aquél entonces conocí a alguien que ahora es una buena amiga, Laura, que se dedicaba al audiovisual. Nos conocimos en el local de ensayo donde grababa con Hielo Rojo, mi grupo, el CD que aparece en «Hoy es un Buen Día para Morir». Laura tocaba con otro grupo, Bohemios, con los que compartíamos el local, que hacían improvisación dura y que me invitaron un par de veces a tocar el bajo con ellos. Allí coincidimos. Mi proceso creativo tiene que ver con aprovechar las cosas que tengo a mano más que con buscar lo que necesito para hacer algo así que conocer a Laura me hizo pensar en que sería posible hacer un falso documental con aquella idea. Hablé con ella y le conté a grandes rasgos la idea pero ella no aceptó participar en ese proyecto. Estaba cansada de su etapa en el audiovisual y trataba de desvincularse de ese medio y construir otra vida diferente. En cualquier caso la idea del falso documental me seguía pareciendo buena así que decidí incorporarla a la historia y ahí se quedó.
Que fueran los personajes secundarios los que retrataran al prota fue otra ficha que entró en la ecuación como catalizador y permitió que se colocaran las demás. Suelo llevar cuadernos en la mochila en los que dibujo gente en el Metro o en terrazas. Son dibujos rápidos hechos sin boceto alguno, para romper la mano y tener soltura. A Mayte, que había visto nacer la idea frente a esos patos y que fue a la primera persona a la que conté aquella ida de pelota, le gustan mucho esos dibujos rápidos y me había dicho en varias ocasiones que debería hacer un cómic con ese rollo. Que esos dibujos sueltos tenían una energía especial y que en un cómic quedarían muy chulos. La idea molaba así que pensé en la posibilidad de tirar por ese camino y la cosa me encajó.
Se trataba de retratar personajes que retrataban a un personaje que se dedica a hacer retratos y que, de alguna manera, me retrata. Como una cinta de Moebius, vamos.
ZN ¿Fue premeditada la idea de que el personaje protagonista no dijera una sola palabra en todo el cómic?
Sí. Completamente. Tengo la costumbre de plantearme cosas que rompan cualquier historia que me ronda la cabeza para ver qué pasa. Pienso en barbaridades o tonterías y reflexiono sobre el efecto que puede producir meterlas en la historia y qué me encuentro si lo hago. ¿Y si hago que el protagonista sea sordo? ¿Y si ha cumplido 25.000 años de edad? ¿Qué pasa? ¿Y si lo cuento desde una tortuga que tenga alguien su casa? ¿Y si…?
¿Y si hago que no diga ni una sola palabra en toda la historia? ¡Bingo! Si le doto de un carácter hermético y lleno la historia de retratos de personajes secundarios que le retraten a él, el resultado va a ser un catálogo de visiones diferentes del prota. A nada que el lector sea reflexivo, se va a encontrar con posturas con las que se identifique y otras con las que no así que le voy a obligar a tomar partido, a colocarse en una realidad concreta pero siendo consciente que el resto de posturas también están argumentadas. Se va a reconocer en un espejo y, si quiere disfrutar de la lectura, no va a poder ser dogmático.
Mira, las personas funcionamos por ahorro de energía. Es un mecanismo que tenemos para asegurarnos la supervivencia. Si conoces a alguien, tiendes a hacer una evaluación rápida de esa persona y meterlo en un saco sin permitirnos gastar demasiada energía en entender a quién tenemos delante. Con las situaciones que se nos presentan sucede lo mismo. La energía la necesitamos para llenar el plato de lentejas así que no nos podemos permitir malgastarla. Me parece un buen mecanismo pero, en ocasiones, hay que emplear energía para tratar de comprender algunas cosas y no hacer una lectura simplona. En Animal he pretendido dinamitar ese sistema para el lector de la forma más amable que he podido, en un cómic.
Y, además, creo que no hay obra sin riesgo y hacer una historia sobre un prota que no habla y del que no se llega ni a saber el nombre, con la mitad de las páginas llenas caras con entrevistas me parecía un reto muy bestia pero… ¿se puede hacer? ¿me la juego? la verdad es que pensar en intentarlo me ponía palote.
Por otro lado pensé que tenía la obligación de dar voz al protagonista, de alguna manera. Que debería tener voz para hacerlo existir, pero en el plano en el que se mueve, que no es muy definido, muy racional ni estructurado. Yo había sentido envidia de aquellos patos del Retiro que no sentían sobre sí el peso de la conciencia humana. Si le daba la vuelta a la tortilla, me ponía en el pellejo de alguno de esos patos y, por un instante, trataba de imaginar su sensación si repentinamente hubieran podido sentir mi experiencia de tener conciencia… ¿cómo hubiera reaccionado? La respuesta fue un grito terrible, desesperado, salido de las tripas de un animal que se hace consciente en un segundo, así que opté por dar voz al protagonista en forma de grito en una página en la que le vemos en primer plano.
Recuerdo que cuándo dibujé la última escena en la que vemos al protagonista, una doble página con la misma estructura que todas las entrevistas que hemos visto hasta ese momento, atado a una camilla y gesticulando, le puse bocadillos con gemidos. Esos gemidos hacían que el grito anterior sonara más bajito así que, finalmente, los suprimí. Mies Van Der Rohe tenía razón cuando afirmaba que menos es más.
ZN Con sólo un vistazo al apartado artístico de Animal se perciben varias técnicas en el dibujo ¿Cuáles fueron las que utilizaste y por qué lo abordaste de esta manera?
Los cuadernos de apuntes que llevo en la mochila abrieron esa puerta. Es un dibujo rápido, sucio, con un componente muy orgánico que me parecía que era lo que pedía la historia, todo hecho en papel, nada de ordenador. Quería que el lector sintiera que se podía manchar durante la lectura, de alguna manera, y el efecto del ordenador no genera esa sensación. Hay un autorretrato de Rembrandt, ya viejo, que mira a cámara y muestra una sonrisa tremenda. Ese autorretrato parece que está pintado con mierda y que si te acercas va a apestar. Es una genialidad. Desgraciadamente no tengo la maestría de Rembrandt y llegué hasta donde llegué.
En cualquier caso, lo interesante del dibujo en Animal, es que se apoya en un trabajo enorme que hay bajo todas las viñetas. Hay un trabajo de bocetos, de encaje, muy elaborado, pero el acabado tenía que ser muy rápido y sucio, muy energético. Pensar despacio y dibujar rápido, vamos.
Ahora creo que debí ir mucho más lejos y que el tratamiento debería haber sido más violento. Algo así como si lo hubiera dibujado un niño o un mono con conciencia humana, que agarra el pincel con el puño, como si fuese un arma. Supongo que sentí miedo y ahí me quedé.
ZN ¿Por qué elegiste el mundo del toreo como metáfora de los hechos que acontecen en Animal?
¡Pfiuuuu…! ¡Temazo!
En los toros hay una cosa que está muy clara y es que ahí pasa algo. No es neutro. Te obliga a ir a sitios. Es un ritual simbólico de muerte y no puedes permanecer fuera. Te gustan, los odias, lo consideras un arte, una salvajada, cualquier cosa pero no te deja neutro. Te obligan a tomar postura, vamos. Incluso si decides no tomar postura sabes que lo que haces realmente es esconderte. Ese es un elemento que quería en «Animal» y que sospechaba que tenía.
Desde que se me ocurrió la idea hasta que empecé a dibujar pasaron unos dos años. Yo estaba trabajando en la última parte de «Hoy es un Buen Día para Morir» así que hasta que terminé esa historia no hice nada de «Animal». En ese tiempo, los amiguetes me preguntaban si tenía alguna idea de qué hacer después y les contaba, a grandes rasgos, «Animal». Todos me miraban muy extrañados y sacaban alguna conclusión rápida sobre el prota. Lo que te comentaba antes del ahorro de energía. Es la historia de un loco, de un zumbado, solía ser la primera respuesta. Sí, decía yo, sin poner oposición a su conclusión. Lo interesante es que segundos después de esa primera evaluación rápida del personaje, todos se planteaban otra postura diferente. Todos. En esos dos años supe que tenía entre manos algo que tocaba hueso y los toros tienen eso. Por eso encajaba como un guante en la historia.
Con la primera historia que publiqué, «De Perros y de Huesos», ya decidí que no pensaba disfrazarme nunca, que soy español, de Madrid. Me niego a contar historias disfrazado de algo que no soy. Los toros son España y tienen la misma ambigüedad que tiene el país. ¿Qué pasa ahí? ¿Algo hermoso que intenta matar a algo terrible? ¿Y qué es lo hermoso y qué lo terrible? ¿El toro o el torero? ¿Y es hermoso o es terrible? ¿Es necesario? ¿Es bueno o es malo? Los toros son radicales y «Animal» pretendía ser una historia radical así que la cosa encajaba como un guante. Sí, creo que fue una buena decisión.
ZN En la dedicatoria de Animal das las gracias a algunos de tus colaboradores y amigos por el asesoramiento policial, legal y psicológico ¿en qué consistió dicho trabajo?
Los tres me prestaron su experiencia y su cara para esas entrevistas y me ayudaron a comprender cómo es su mundo y qué pasaría si se dieran circunstancias como las que se cuentan en «Animal», que rompen con lo habitual y sitúa al sistema ante algo con lo que no contaba.
El policial se lo debo a un buen amigo policía, Juan. Él me indicó cómo se procede con un detenido, las diligencias, las muestras de A.D.N que se toman y qué se hace con él. Se suele poner a disposición judicial pero, claro, si el tipo ya no es un ser humano legalmente… ¿qué se puede hacer con él? ¿Soltarlo?
El legal es cosa de Ray Stoc, otro amigo abogado que tiene el punto loco necesario para contemplar la posibilidad de encontrarse con un tipo que pretende renunciar a su estatus de ser humano. Inicialmente consulté con otro abogado que me dijo que aquello, legalmente, era imposible y que cosas como la humanidad o la dignidad eran irrenunciables. De hecho dibujé una escena en la que se presentaba una negativa a la absurda petición. Cuando apareció Ray todo se ordenó y él resultó ser un guía magnífico en el hipotético laberinto legal en el que se mete el prota. Ray también me indicó que un procedimiento así puede durar 15 o 20 años así que decidí meter a la prensa en el juego para añadir una presión social que acelerara todo el asunto. La ventaja que tenía es que la petición del protagonista es una patata caliente, tanto para el lector como a nivel institucional. Todo el mundo desea soltarla inmediatamente. Dar carpetazo y seguir con la vida.
Y el psicológico vino por parte de Iván Cebrián. Otro gran amigo que nos había producido el CD de Hielo Rojo y que es psicólogo. Me senté con él y le planteé qué procedimiento se sigue para evaluar si una persona está loca. Parecía normal que, ante un caso tan raro, la O.N.U. pidiera una evaluación psicológica del sujeto, cruzara los dedos para que el dictámen fuera que le faltaba un tornillo, desestimar su petición y lavarse las manos.
En los tres casos decidí que iba a mantener sus caras reales en las páginas en las que aparecen. Me parecía honesto y un guiño a mis amigos, a los que regalé sus dos páginas de retratos.
ZN ¿Tenías pensado desde el inicio la inclusión de la doble página desplegable?
No. Llegó sola. Apareció de la nada con la forma de un sueño y me pareció que colocarla delante de la entrevista con Iván, mi amigo psicólogo, era lo mejor. En su entrevista se habla de una evaluación psicológica del protagonista. Anhelos, sueños, deseos… esas cosas. Yo vivo esa página desplegable como un sueño del protagonista que se hunde, como el perro de Goya, en un horizonte indeterminado que recuerda al cuadro pero esa es mi experiencia de esas páginas y posiblemente cada lector lo perciba desde otro lugar. En una de las viñetas, la cabeza del protagonista ocupa la misma posición que el perro de Goya sobre ese fondo onírico, semihundida. En realidad creo que funciona en un plano no racional del relato. Es una pequeña ventana abierta a la subjetividad del personaje en la que lo que se muestra es un retazo de lo que pasa abajo, en los planos bajos de la conciencia.
Vino como una visión y siempre trato de agarrar esas visiones y meterlas a la brava, sin demasiado análisis. Prefiero dejar que sea el lector el que las mastique como prefiera.
Inicialmente no estaba pensada como un desplegable. Era una escena de varias páginas en las que quería que el fondo fuera continuo pero no me planteé que fuera un desplegable. Creo que fue Natalia, la persona de Dibbuks que maquetó la historia, la que pensó que se podía hacer un desplegable. De hecho, esa idea hizo que se ampliara la escena y por sugerencia de Natalia dibujé las traseras de las páginas. La que abre la escena, en la que en el margen superior derecho van apareciendo las primeras viñetas, muy pequeñas, y la que cierra, en la que, en el margen inferior izquierdo, el perro se aleja. ¡Bravo, Natalia! ¡Hiciste un pleno, compañera!
ZN Me parecen muy interesantes las referencias a la pintura de Goya en el cómic y el peso que tiene en la trama el cuadro “Perro Semihundido” ¿Hay más referencias pictóricas a nivel argumental o estilístico en Animal?
Goya, claro. Es uno de los cuadros más impresionantes que he visto en mi vida. Con Goya sucede lo mismo que con los toros, que te lleva a otro sitio te guste o no. Ahí pasa algo. Ahí sucede algo muy gordo que no podemos determinar pero que somos incapaces de quitarnos de la cabeza. Dibujar la viñeta del Perro Semihundido, copiarlo, es uno de los recuerdos más impresionantes que guardo de todo el proceso. En realidad recomendaría a todo el mundo, dibuje o no, que alguna vez copie ese cuadro para ver qué le pasa al hacerlo. Creo que si copias ese cuadro aprendes mucho sobre lo que somos los españoles. Cosa seria, Goya. Muy, muy seria. Sin tonterías, vamos.
Como te decía, el autorretrato de Rembrandt también anda por ahí aunque no de manera manifiesta. Y algo de Kent Williams y de George Pratt, que me parecen dos referentes.
Y el sueño, las páginas desplegables, vienen de Dave Mckean, que maneja esos climas de forma magistral. Esas formas alargadas verticalmente vienen de los planos bajos de la conciencia. Al descender desde los planos medios o altos a los bajos, la conciencia se hace vertical. En vigilia percibimos horizontalmente pero en sueño o semisueño lo horizontal se va al carajo y todo se verticaliza. Por eso soñamos que se puede volar, por que la experiencia ya no funciona con parámetros horizontales. África es un ejemplo en este sentido. Su arte siempre es alargado verticalmente. Es un sitio donde el sol casca de pleno y se tiende al descenso del nivel de conciencia. Creo que por eso el tiempo transcurre de forma diferente allí y me parece normal que Modigliani, Giacometti o Picasso estudiaran aquello. También lo tienes en El Greco. El Entierro del Conde de Orgaz pega un pelotazo bueno en la cabeza por eso mismo, por el manejo de los niveles de conciencia. Supongo que estos autores campan de alguna manera por «Animal» ya que son referentes que tengo pero, de ser así, no soy muy consciente de ello. Generalmente me dejo llevar sin pensar demasiado y las lecturas posteriores son las que me confirman que esos referentes andan por ahí.
ZN ¿Cómo ves el panorama del cómic español actual y cómo lo ves tú desde tu rol de autor?
Del panorama no sabría decirte. Apenas leo nada de lo que se hace. Supongo que es por hacer lo que hago pero no leo casi nada. Creo que mi cabeza ya piensa bastante en términos narrativos y en viñetas y me cuesta entrar en otras lecturas. Por otro lado también me cuesta mucho encontrar material que me interese realmente. Supongo que tiene que haberlo pero no lo encuentro, la verdad. Casi todo lo que leo me parece construido sobre emociones básicas que no me interesan. David Broncano entrevistaba hace poco a Albert Pla y le preguntaba que qué música escuchaba. Pla respondió que no escuchaba música alguna. ¿Siendo músico? preguntó Broncano. Por eso mismo, respondió Pla. Algo así me sucede, que me cuesta mucho leer cómic.
Como autor también he fracasado así que he abandonado el cómic. Me he retirado del mundo editorial. La venta de Dibbuks, la editorial con la que publiqué mis dos últimas historias, a Malpaso, me ha partido por la mitad y no sé qué va a suceder, sinceramente. Esto ha abierto una herida que no sé si cicatrizará ni cómo lo hará. Yo estaba encantado en Dibbuks y pensé que allí había encontrado mi sitio. Parecía ser una editorial en la que el dinero no era la prioridad, que tenía principios y que funcionaba con otros valores diferentes a los del mercado. Y hablo de valores humanos, ¿eh? Hablo de trabajar en un proyecto común que busca el bien común. Un camino con corazón, si volvemos a Don Juan, vamos. Un camino que merecía la pena recorrer.
Con la venta de la editorial he descubierto que en realidad no es así. Es un negocio, nada más, y lo que yo he buscado siempre es el milagro, no el negocio. Y he visto el sufrimiento que esa venta a causado a muchos de los que estaban allí. Los contratos de cesión de derechos de «Hoy es un Buen Día para Morir» y de «Animal» que firmé con Dibbuks han pasado a Malpaso. Todo legal, todo perfecto. Negocio, dinero, la misma mierda de siempre.
El problema es que yo no firmé ningún contrato con Malpaso ni he podido decidir qué quería que se hiciera con mis historias. Se vendieron y punto. Eso me deshumaniza, me convierte en un activo, en una inversión más o menos rentable que no ha tenido poder de decisión sobre sus obras. En un objeto que se puede vender o comprar, vamos. Me parece muy bien que algunas personas hagan negocios, si eso es lo que les gusta, pero yo no hago negocios con hombres de negocios. Si se dan las circunstancias adecuadas y resulta rentable, te joderán sin contemplaciones ya que, esencialmente, no te ven como un ser humano sino como un medio para ganar pasta. Todo esto me ha hecho sentir como una res en un vagón de ganado que se ha vendido a una cadena de hamburgueserías. Esa ha sido mi sensación de todo esto.
Me importa un carajo que todo esto sea legal si me deshumaniza. Me importa un carajo que no hubiera mala intención por parte de los involucrados si me deshumaniza. Me importa un carajo que mis obras se puedan vender mejor o tener mayor difusión si me deshumaniza. Me importa un carajo que se me sigan pagando las ventas, aunque sea bajo la amenaza de llamar a mi abogada, si me deshumaniza. Me importan un carajo todas las buenas palabras si los actos me deshumanizan. ¡Un carajo! ¿Que suena radical? La vida es radical así que me importa un carajo cómo suene.
Me resulta paradójico que «Animal», mi última historia, hable sobre un hombre que lucha para renunciar al estatus de ser humano y que yo, ahora, tenga que reivindicar que soy una persona, no un objeto.
En cualquier caso, estoy fuera. Este asunto me ha roto y si algún día me planteo volver a publicar será mediante autoedición.
ZN ¿Estás preparando algún nuevo proyecto?
Tengo terminado «Turco», la segunda parte de «De Perros y de Huesos», pero por lo que te contado, no lo voy a publicar. Tiene un tono diferente a la primera parte y estoy contento con el resultado. Contemplo la posibilidad de autoeditarme en un futuro pero, a día de hoy, no tengo energía para montar la estructura necesaria para hacerlo así que estoy en un limbo esperando a ver qué pasa.
«Turco» me ha servido también para recuperarme de «Animal». Las historias existenciales me pasan factura y me dejan tocado así que suelo intercalarlas con historias más amables, menos comprometidas, que me permiten descansar, recuperarme y prepararme para otra historia existencial. El problema de «Animal» es que vino justo cuando estaba terminando «Hoy es un Buen Día para Morir» así que encadené dos historias existenciales seguidas. «Turco» ha sido el descanso que necesitaba.
Cuando terminé «Turco» empecé una historia que se iba a llamar «Vacío» de la que tengo unas 15 páginas y que tiene una pinta tremenda. Es otra de esas historias existenciales que te comentaba. Lo que sucede es que para hacer estas historias necesito mucho nivel de concentración, mucha energía y tener una calma interior que todo este proceso de desconexión del mundo editorial ha roto en mil pedazos. Sencillamente ahora no puedo dibujar. No puedo. No es el momento.
Mi proyecto es estar unos dos años sin hacer nada para ver qué sucede. Puede que el deseo de hacer cómic regrese o puede que ya esté muerto definitivamente, no tengo ni idea. Lo único que puedo hacer es esperar y darme cariño para ver qué tal cicatrizo. Estoy pintando para entretenerme, sin un objetivo claro. Es una manera de pasar el rato, vamos. La vida es demasiado corta si quieres hacer algo bien y demasiado larga para no hacer nada así que ahí ando, entretenido con mis cuadritos.
ZN Unas últimas palabras para nuestros lectores y nos despedimos, Colo.
¿Qué decir? Que traten de ser humanos. Me parece la mejor apuesta.
Después del magnífico recibimiento tanto de la obra coral Diez Dedos (2007) como de Hoy Es Un Buen Día Para Morir (2016) aquella historia sobre un misterioso virus que guarda más de un punto en común con nuestra inusual actualidad, Jesús Colomina «Colo» volvió a colaborar con la editorial Dibbuks para su siguiente proyecto. Publicado en 2018 Animal es una atípica propuesta con un trasfondo mucho más profundo y reflexivo de lo que pudiera parecer a primera vista en el que Colo expone no pocos dilemas morales que van más allá de los que pudieran plantearse sus personajes haciendo partícipe a un lector que no podrá evitar posicionarse a favor o en contra del planteamiento inicial de la obra centrado en una elección voluntaria ejecutada por su protagonista. Con Colo como autor total del proyecto, y no pocas alabanzas de la prensa especializada o galardones, vamos a intentar desgranar humildemente una de las propuestas más interesantes que ha ofrecido el cómic patrio en sus últimos años.
El personaje principal de Animal es un hombre, dibujante para más señas, introspectivo y abstraído que toma la decisión de renunciar a su condición de ser humano sin dar explicación alguna del motivo por el que ha tomado tan rocambolesca elección. Tras la negativa de varios abogados uno de ellos elige defender su causa llevándolo incluso a las Naciones Unidas. Este planteamiento ficticio es acometido por Colo de una manera inusual desde una construcción conceptual y narrativa que en manos menos talentosas podría haberse vuelto en contra del relato. El madrileño expone Animal como una mezcla entre narrativa secuencial clásica y falso documental. Por una parte el retrato que el autor hace de su protagonista es poco común ya que nunca sabemos cuál es su nombre y, mucho más importante, no lo vemos pronunciar una sola palabra a la largo de las 205 páginas de las que se compone el trabajo. Son las entrevistas centradas en los roles secundarios las que nos facilitan información acerca de este hombre al que iremos conociendo poco a poco por boca de terceros.
Dichos monólogos espetados al entrevistador/lector por los personajes que «conocen» al protagonista son los que van definiendo gradualmente la personalidad del mismo. Esta idea no sólo apoya la teoría del propio autor con la que afirma que lo comentado por una persona acerca de un tercero dice más del interlocutor que del apelado, el famoso dicho «Lo que Juan dice de Pedro, dice más de Juan que de Pedro», sino que también nos muestra una perspectiva polisémica y polifónica del rol núcleo del relato. En este sentido Colo va más allá de la propia idea de proporcionar al espectador datos que nos van ofreciendo pormenorizadamente pistas sobre el protagonista y la grave situación en la que se vio envuelto de manera involuntaria, también consigue realizar un fresco tridimensional y complejo de los muchos rostros y facetas que conforman al ciudadano español medio. Taurinos, antisistema, jueces, abogados, extranjeros, artistas, familiares, periodistas todos ellos tienen su opinión sobre el «Animal» y en la mayoría de ocasiones más que facilitarnos respuestas sobre este nos muestran un abanico de los instintos más reprobables y prejuiciosos del ser humano. Precisamente ahí es donde una obra como Animal brilla con más fulgor.
De manera tanto explícita como sucinta Colo aprovecha la odisea experimentada por su criatura para reflexionar acerca de temas de contrastado calado social y político, pero haciéndolo con una equidistancia alejada de partidismo o sesgo alguno, dejando que sea el lector quien saque sus propias conclusiones. Tauromaquia, intolerancia, racismo, derechos humanos y animales, clasismo e incluso la pena de muerte conforman las piezas del puzzle que el autor despliega para crear un fresco ético y moral que trasciende la historia de este dibujante harto de una sociedad que le es totalmente ajena. Esta imparcialidad por parte de Colo deja a juicio del receptor de la obra si empatiza con la decisión del «Animal» o la rechaza de pleno, entrando de nuevo en juego lo que de este tienen que decir sus familiares, amigos, allegados, detractores o admiradores que, como ya hemos apuntado con anterioridad, ofrecen su opinión siempre pasada por el filtro del rechazo, la incomprensión, la sorna, el egoísmo y, en contadas ocasiones, el respeto e incluso la admiración.
Si en lo referido a estructura y narración ya hemos dejado constancia de la intencionalidad experimental por parte del autor en lo referido al apartado gráfico la tónica discurre paralela. Ya hemos apelado a que Animal ofrece mediante sus personajes secundarios una mirada poliédrica, de manera que parece como si Colo quisiera extrapolar la misma idea a sus planchas que, si bien están estructuradas de manera muy clásica, han sido diseñadas de manera muy peculiar y nada obvia. La mezcla de técnicas, estilos y texturas, un uso visceral del entintado y el color o la influencia de la obra de Goya, más tarde explicitada por medio del cuadro «Perro Semihundido», sobrevuela no sólo la esencia argumental del cómic, sino su acabado estilístico encontrando su culmen una la doble splash page desplegable ejerciendo como catarsis del proyecto desde un prisma sucio, surrealista y muy simbólico, entroncando frontalmente con el tono más realista utilizado en los pasajes previos y posteriores a este. Un trabajo con los lápices a la altura de la historia propuesta por Colo demostrando cuán elaborada y minuciosa ha sido la gestación de un proyecto como Animal.
Una labor como la de Animal confirma el excelente estado de forma en el que se encuentra Colo dejándonos con ganas de más con respecto a una obra tan reivindicable y necesaria como la suya dentro del panorama del cómic nacional. Sin grandes campañas publicitarios o adhesiones a vertientes más comerciales del medio el madrileño ha ido forjándose un nombre con el paso de los años y el respeto tanto del público como la prensa especializada. En estos tiempos convulsos de pandemias, racismo, odio e intolerancia que harán entrar el año 2020 en los libros de historia, y no precisamente por motivos de los que sentirnos orgullosos, historias como la de Animal siempre serán bien recibidas por su naturaleza reflexiva y concienciadora haciéndonos poner en duda incluso nuestros férreos sistemas de valores si con ello prosperamos como ciudadanos y seres humanos. Un servidor no puede esperar con más ganas la próxima pieza con la que Colo nos sorprenda y ahora más todavía, después de todo lo que estamos experimentando y que seguro su mente, la de un hombre comprometido y consciente de la realidad en la que vive, transfigurará en algo digno de ser leído.