Entrevista a Luis Mendo, autor de «Tokio y yo»

“Cuando crees haber cerrado un círculo, realmente acabas de abrir otro”, reflexiona Mendo, autor de Tokio y yo, mientras dibuja en su cuaderno.

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No solo es una ventana íntima a la concurrida vida de Japón y sus desconocidos, Tokio y yo (Norma Editorial) también es una mirada al pasado presente y futuro de Luis Mendo, su autor. Desde que se instaló en la capital nipona en julio de 2013, Mendo ha cambiado su manera de vivir. Substituyó su carrera como diseñador para dedicarle más tiempo a su cuaderno. Ahora dibuja cada día, en parte como ejército terapéutico. Su obra principalmente se ha visto en exposiciones o en encargos para The Guardian, El País, The New York Times o Vogue, entre muchos. Tokio y yo nos llega como un primer intento de novela gráfica de pequeñas historias, ajenas y propias, de la ruidosa Tokio. Fue primeramente editado en coreano para la exposición en Seúl de ‘Mundo Mendo, Fantastic City Life’ el verano de 2023.

Entrevista a Luis Mendo, autor de Tokio y yo (Norma Editorial).

Entrevista a Luis Mendo, autor de Tokio y yo

Mendo camina tranquilo. Viste con un kimono y una camiseta a rayas por debajo. Sus gafas no son del todo redondas, la montura es angulosa. Lleva gorra, siempre. Encima de la mesa tiene un cuaderno, un estuche viejo y decenas de lápices de colores.

Te veo preparado, ¿dibujarás de mientras?

Puedo hablar y dibujar al mismo tiempo. De hecho hablo mejor. Me paso el día haciéndolo. Aunque, fíjate, ahora mi cuaderno solo tiene dibujos de mi hija. Tiene cuatro años y ya es una artista.

Tiene tablas para serlo.

El otro día hizo un personaje que le voy a copiar. Es un hombre con muchas cejas y, luego, tiene dos puntitos para los ojos y una boca diminuta. Le digo: hija, te lo voy a robar.

Los más pequeños tienen una capacidad para imaginar desbordante.

Mucho más que los adultos.

En «Tokio y yo» mencionas mucho a Tomo, tu hija. Al comienzo explicas que usas esta novela gráfica para cerrar un círculo, a raíz de la muerte de tu padre. Pero también le dedicas una carta a tu hija para cuando sea mayor. ¿Crees que has abierto un círculo nuevo para ella?

Sin duda. La vida es un río. A veces el agua va tranquila y otras se topa con rocas. Eso es lo bonito que tiene, nunca es constante. Y yo siempre he considerado que cuando crees haber cerrado un círculo, realmente acabas de abrir otro. Me siento en constante estado de fluctuación, cómo lo vivirá ella cuando crezca. Por ejemplo, la exposición en Seúl (Corea del Sur) no me la esperaba o la oferta de hacer otra en París. Y, ahora, aquí, con el gorro de dibujante de cómics para mover «Tokio y yo» por España. Es una sensación muy extraña la de cambiar el gorro con tanta facilidad, amoldarse a cada encargo y reinventarte. Muy rara. ¿Quién soy yo realmente?

Es una pregunta que te haces en «Tokio y yo». ¿Conseguiste responderla?

No estoy seguro de ser capaz. Necesitas toda una vida para hacerlo y, sin embargo, aún no tengo la respuesta. Lo que sé con certeza es que solo tengo una. Y quiero dejar algún recuerdo de mí para cuando no esté. Seguir viviendo a través de mi trabajo. Si mañana no estoy, mi hija va a seguir teniendo un Luis en la pared. Y eso me interesa mucho.

En la carta a Tomo, le dices que juegue, ¿has seguido tu propio consejo?

Me gusta pensar que sí. Reírte siempre y ser humilde, son indispensables. Y jugar sobre todo para no aburrirme. Prefiero no saber y cada día intentar mejorar un poquito más.

¿Para esta compilación de historietas lo planteaste como un proceso de aprendizaje?

Quería hacer una cosa muy distinta. Originalmente, cuando firmé el contrato con Norma, teníamos una idea muy distinta del libro. Iba a hacer una idea muy ambiciosa sobre una especie de guía de la ciudad de Tokio mezclada con historias de desconocidos. Y el plan cambio por la pandemia. Relativizé muchas cosas. Y también me las tomé con más calma. El resultado ha sido bastante coherente al final, me gusta que sea más personal.

«Tokio y yo» es una compilación muy cotidiana de pequeñas historias, muchas de ellas ajenas. ¿Qué sería de tu trabajo sin los desconocidos?

Creamos un mundo a partir de lo que tenemos alrededor. Y lo que llevamos dentro se refleja allí donde miramos. Precisamente, para mí el vivir en Tokio es una fuente de inspiración continua que yo no tendría si viviera en otro sitio. Pero al mismo tiempo hay mucho de mí en esos desconocidos. Si le quito Tokio, no es lo mismo. Si le quito mi experiencia, mi bagaje español, tampoco. Sin uno de los ingredientes dejaría de ser lo mismo. Sería una tortilla sin huevos.

¿Como lo fue esa conversación al inicio del libro de la madre y su hija?

Completamente inventada. Creo que debí coger fragmentos de algún momento en el que estuve en el café. Pero como no entiendo muy bien el japonés, me lo invento. Lo contrasté para que fuera verosímil, pero en esencia me gusta imaginármelo. Veo a esa mujer y pienso que se acaba de divorciar o aquel hombre enfurruñado con el diario. Aunque oigo esa conversación por teléfono, no sé de qué están hablando. Y eso es maravilloso, porque te da una puerta abierta para imaginar lo que tú quieras. Es un ejercicio muy divertido. Es mágico porque no lo conozco. Si conociese mejor el idioma, quizá me molestasen esas historias. Muchos de los que viajan a Japón para aprender descubren que la manera de hacer y pensar de los japoneses es muy distinta. Algunos se desencantan. Y es por eso que prefiero vivir en la ignorancia e inventármelo yo.

Pero no todo es inventado. «Tokio y yo» es un trabajo muy personal en cuanto a hablar de cuestiones como la depresión. ¿Usaste el dibujo como sanación?

Muchas de estas historias nacen de la voluntad de dibujar cada día. Fue un objetivo que me plantee para hacer frente al no hacer. La depresión es una gran nube negra que te impide querer hacer cualquier cosa. No ves nada, solo lo negativo. Si sales de esa nube, te das cuenta de que tan solo era una tormenta. Como cuando vas en avión en un día nublado o lluvioso y de golpe cruza las nubes y hace un sol radiante. Es una capa. Pasar por ello es tener que aprender a vivir de nuevo. Aprender a decirnos que mañana tendremos otra oportunidad.

Lo más duro es que te arrebata la cotidianidad. Tener un motivo para levantarte de la cama e intentar afrontar el día se vuelve una quimera.

Es muy invasivo. Por eso los motivos son importantes. La primera vez que me pasó fue nada más mudarme. Estaba con mi hijo, Anton. Estábamos los dos solos en Japón. Me acuerdo de que Anton tenía 13 o 14 años y yo estaba en un sillón y no quería levantarme. Me dijo: te levantas ahora mismo y me haces la cena. Esa fue mi razón. En ese momento necesitaba oír que tenía una responsabilidad y un motivo para levantarme. Me ayudó mucho.

¿Y ahora tu motivo es el dibujo?

Lo es, en parte. Cada día uno distinto. Puede ser cualquier cosa, una referencia o una historieta inventada. Lo importante es purgar mediante un trabajo manual, algo creativo. Cualquier cosa que te haga reconectar con tu motivo.

En mi caso, cuando es insostenible, me tumbo en el suelo. Tengo la certeza de que allí no puedes caer.

Hazlo más. Japón vive a ras de suelo. Es muy habitual hacer vida allí, dormir en futones, comer sentados, conectar con la tierra. Tiene un sentido espiritual, incluso. Los japoneses viven a ras de suelo. De hecho, mi hija está tan acostumbrada que hoy estaba tirándose en las Ramblas. En fin, te recomiendo que viajes a países que tengan esta noción de sentir la Tierra como Japón.

En «Tokio y yo» ironizas sobre el presente, dices que antes el futuro era mejor. ¿Y ahora qué? ¿Vendrá un futuro mejor?

Antes el futuro era mejor porque estaban por llegar avances impresionantes, grandes soluciones para grandes problemas. Ahora solo tenemos una montaña de basura y mares contaminados por microplásticos. Respecto a eso, intento ser más consciente. Todos podemos hacer mucho, todos somos responsables. Por ejemplo, la industria textil es uno de los tres contaminantes más grandes del planeta, porque cuando lavan la ropa todas las microfibras van al agua. Si dejamos de comprar en Zara o en Shein, dejarían de fabricar como lo hacen. Creo que debemos empezar a darle más significado a lo que compramos, y comprar menos.

Haces una reflexión parecida en el libro.

Los objetos tienen una vida y cuanto más tiempo les das, más vida adquieren. Este estuche me lo compré en mi primer viaje a Tokio hace trece años. El verdadero lujo es tener objetos que te duren años y tengan esa pátina del tiempo. La silla de mi estudio la compré de quinta mano en una especie de Wallapop japonés. Es un placer sentarse en ella cada día. Lo disfrutas realmente.

¿Qué historia hay detrás del juguete favorito de Tomo?

Cuando nació Timo, un amigo mío le regaló Thomas, una locomotora. La usa todavía todos los días en el baño y cada vez se inventa una historia distinta. Mira, papá, es un helado; y lo llena de agua. Mañana es un sitio para meter patitos. Es un juguete muy anodino y aburrido, es simplemente una cosa de plástico, pero le ha dado un significado muy grande. La cara estaba tan desgastada que se había borrado la pintura y con un rotulador blanco le pinté por encima. Ahora es original, es personal.

¿Te gustan las historias cotidianas?

Las que más. Aunque me guste inventar la vida de los demás, la gente es muy interesante. Me alimenta la curiosidad. Hace un par de meses pedí comida a domicilio y el chico que llegó me empezó a contar que trabajaba como agente inmobiliario. Ese día maldije mi japonés, porque quería preguntarle de todo. ¿Cómo pasó? ¿Falló la empresa? ¿Qué haces repartiendo comida? Tenía unas ganas increíbles de escuchar más, pero, claro, tengo un japonés tan limitado… Esas historias son fascinantes.

¿«Tokio y yo» es un antes y un después en tu carrera?

No. Quiero hacer mucho más.

“Hay muchas historias sin contar en esta ciudad”, dices. “Tantas que se pueden llenar volúmenes con todas ellas, es lo que más me apetece ahora”. ¿Lo próximo de Luis Mendo serán crónicas de vida, un relato cotidiano?

Es posible, no me extrañaría, solo puedo decirte que tengo la puerta abierta.

Mientras respondía, Luis Mendo dibujó este retrato. Añadió color a la entrevista.
Mientras respondía, Luis Mendo dibujó este retrato. Añadió color a la entrevista.
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Matches_Malone
Matches_Malone
Lector
18 marzo, 2024 7:42

Me gustó mucho el estilo, sobre todo el color, aunque no tanto el contenido. Quizá un pelín demasiado cotidiano para mi gusto, que tengo más tendencia a la parábola.
Pero, sin lugar a dudas, pedazo de artista; ahí estaré en sus próximas obras.