Especial Halloween – La Liga Extraordinaria de los Monstruos (I) – El monstruo de Frankenstein

Celebramos Halloween dedicando una entrada a uno de los monstruos clásicos de nuestra cultura popular: el monstruo de Frankenstein. ¿Qué relación ha tenido con los cómics...? ¡Hablamos de algunas de sus apariciones en las viñetas!

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Hoy es el día en el que los espíritus, monstruos y demonios vagan a sus anchas por el plano humano sin rendir cuentas por sus crímenes. Es el día de Halloween, una tradición que nos inunda cada año con su parafernalia, con sus grotescas calabazas, los gatos negros y los disfraces. Lo hemos visto en el cine, en la televisión y también en los cómics. En Zona Negativa este año nos ponemos nuestras mejores galas y celebramos esta festividad con un especial. Lo hemos titulado La Liga Extraordinaria de los Monstruos porque nuestra idea es convertir este espacio en una tradición anual que cada año se enfocará a uno de esos monstruos clásicos que nos han acompañado durante toda nuestra vida. Este año, en concreto, iniciamos el viaje con una criatura que lleva con nosotros desde 1818 y que ha adoptado mil y una formas a lo largo de las décadas: el monstruo de Frankenstein.

Este personaje creado por Mary Shelley es uno de los más referenciados en la cultura popular y también ha tenido miles de encarnaciones en los cómics. En esta entrada podréis conocer algunas de ellas y comprobar cómo ha ido evolucionando su aspecto y su planteamiento a lo largo de los años y en manos de autores de uno al otro lado del mundo. Seguramente vosotros también tendréis vuestra propia historia ligada a este personaje. Este es un lugar oportuno para contarla. ¿Cómo conociste el monstruo de Frankenstein? ¿Cuál es tu versión preferida del mismo? ¿Conoces todas las encarnaciones de las que hablamos en esta entrada? No temas, puedes hablar libremente. Solo estamos nosotros y un sinfín de pesadillas invisibles a nuestros ojos. Muhajajajaja!

El origen de Frankenstein: de Villa Diodati a Boris Karloff

Cuando se menciona el nombre de Frankenstein a todos nos viene a la mente la misma imagen: un enorme cadáver viviente con cabeza rectangular y tornillos en el cuello, un científico loco aprovechando la fuerza de las tormentas para otorgarle vida, un ser torpe y lento que apenas es capaz de hilar dos frases. Sin embargo, su verdadera identidad es sutilmente diferente. El monstruo de Frankenstein (porque recordemos, Frankenstein no es su nombre, sino el de su creador) es un personaje al que la todopoderosa influencia del cine ha modificado a lo largo de los años, pero para conocer su historia original tenemos que retroceder más de dos siglos y adentrarnos en las entrañas de Suiza. En concreto, hasta una mansión ginebrina llamada Villa Diodati.

Corría el año 1816 cuando un grupo de amigos artistas coincidió en el periodo estival en la bucólica residencia, grupo entre el que se encontraban los poetas ingleses Lord Byron y Percy Shelley. Aquel no era un verano normal, sin embargo. El invierno volcánico provocado por la erupción del volcán Tambora un año antes coincidió con un periodo de mínima actividad solar, dando lugar al que sería conocido como “el año sin verano”. Entre cielos grises y temperaturas bajas, aquellos jóvenes gastaban la mayor parte de su tiempo en discusiones políticas y en la lectura de historias de fantasmas. Fue en ese contexto en el que, una noche, Byron propuso al grupo que cada uno tratara de inventar un relato de terror. La mayoría abandonaría el reto sin consumarlo, pero dos personas llegaron a convertir sus ideas en novelas que cambiarían la literatura. Por un lado, el médico personal de Byron, John William Polidori, concibió El vampiro, la novela fundacional del mito del chupasangres romántico. Por el otro, la joven de 17 años que acompañaba a Shelley (y que muy pronto se convertiría en su esposa) ideó lo que terminaría convirtiéndose en Frankenstein. Una joven llamada Mary Wollstonecraft Godwin, más conocida hoy por su nombre de casada: Mary Shelley.

Retrato de Mary Shelley
Retrato de Mary Shelley de 1839, obra de Richard Rothwell.

Las dotes de aquella adolescente no eran casuales, claro. Sobre sus apellidos brillaban las figuras de sus padres, el filósofo William Godwin y la filósofa feminista Mary Wollstonecraft, autora de La Vindicación de los Derechos de la Mujer. La joven criada entre intelectuales encontró en aquel juego la semilla de una novela en la que se sumergiría durante los dos siguientes años, hasta que por fin viera la luz el 1 de enero de 1818 bajo el título de Frankenstein o el Moderno Prometeo. Su historia, si es que hay alguien que no la conozca, narra la desdichada vida de Victor Frankenstein, un joven estudiante de medicina que, llevado por su obsesión con los secretos de la muerte, consigue dotar de vida a un ser construido a partir de trozos de distintos cadáveres. La criatura, sin embargo, resulta tan aterradora que Victor la abandona preso del pánico, dejándola a su suerte en un mundo que la repudia. Así, cuando toma conciencia de que es un paria sin lugar en la sociedad, inicia un infatigable acoso a su creador como venganza por haberlo engendrado únicamente para sufrir.

Son muchos los motivos por los que Frankenstein supone un hito de la literatura. Considerada por algunos como la primera obra de ciencia-ficción de la historia, la novela utiliza la base del mito que se encuentra en su título, el de Prometeo y la creación del ser humano, pero lo revoluciona por completo. La escritora no explora el pecado de Frankenstein desde el punto de vista religioso, el del sacrílego desafío a Dios para alcanzar su poder, sino desde el punto de vista moral de las perversiones que puede cometer una humanidad en plena ebullición tecnológica y científica (estamos en el final de la Revolución Industrial) sin una ética que ponga límites. Shelley enfrenta al humano con la naturaleza y le hace fracasar ante la imponente fuerza de la segunda, con la novedad de que el castigo recibido no proviene de los dioses, sino de su propia creación.

Portada Frankenstein 1831
Primera ilustración del monstruo de Frankenstein por Theodore von Holst, perteneciente a la edición de 1831 revisada por la autora.

Pero aquí hemos venido a hablar precisamente de ese, del monstruo, y no es una exageración afirmar que el cadavérico antagonista es otro de los elementos primordiales de la obra, y no precisamente por la iconicidad visual que lograría un siglo más tarde, sino por su complejidad psicológica. En una época de héroes y villanos perfectamente delimitados, el monstruo de Frankenstein (si bien en la novela nunca es llamado así, sino “criatura”, “demonio” o “abominación”) no se limita a ser una especie de bestia terrorífica que ejerza de contrapunto, sino que Shelley dedica una buena parte del libro a que conozcamos su penosa experiencia desde sus propios ojos, conociendo la desdicha y la profunda soledad que terminan por convertirla en un ser lleno de odio y rencor que se vuelve contra su creador. Shelley vuelca una enorme sensibilidad en el personaje, y en cierto modo resulta comprensible al conocer la vida de la autora. Dos momentos habían marcado la vida de la joven hasta entonces, la muerte de su madre en el parto y la pérdida de su primer hijo con Percy, dos hechos relacionados con la creación a los que se atribuye una de las posibles lecturas de Frankenstein: la del niño sin madre. Shelley hace que empaticemos tanto con Victor como con el monstruo porque ella misma se ve identificada con ambos.

Poco se parece, sin embargo, la imagen del monstruo que nos ofrece la obra a la imagen que encontramos en la cultura popular. En la novela la criatura es descrita como un ser anormalmente grande y de rostro cadavérico, sí, pero también de unas capacidades físicas sobrehumanas, rápida y ágil. Además, frente a la errónea idea habitual, el monstruo posee una inteligencia aparentemente normal y un lenguaje refinado, alimentado gracias a su aprendizaje mediante la lectura y la observación furtiva de otras personas. Es Universal y su famosa El doctor Frankenstein (James Whale, 1931) la que cambia por completo al personaje, porque aunque no fue la primera adaptación al cine de la obra (ese honor le pertenece al cortometraje de 1910 Frankenstein, dirigido por J. Searle Dawley), sí fue la más relevante. Interpretado por un inolvidable Boris Karloff maquillado por Jack Pierce, el legendario monstruo pasaba a moverse de manera lenta y torpe y a comunicarse con frases simples e infantiles. Asimismo, su apariencia física pasó a contar con la icónica frente alargada y plana y un cuello ataviado con dos tornillos que pasaron a ser una seña de identidad imprescindible. Por otro lado, la cinta introducía el conocido personaje del ayudante del doctor Frankenstein e incluía la mítica frase: “¡Está vivo!” en el momento de su génesis. Por contra, la obra se olvidaba de la rica complejidad de la novela para limitarse a un simple planteamiento del científico loco que es castigado por jugar a ser Dios.

Frankenstein por Boris Karloff
Boris Karloff en la legendaria caracterización del personaje.

A partir de entonces las apariciones del personaje se cuentan por decenas. Universal explotó su licencia enormemente, no solo con la reputada secuela La novia de Frankenstein, sino con toda una serie de películas encuadradas dentro de su Monsterverse. Más adelante la criatura viviría una nueva etapa con las igualmente icónicas adaptaciones de la Hammer, con un siempre excelente Christopher Lee interpretando una versión más sanguinaria del monstruo que también se vería acompañada de sus consiguientes secuelas. Y no nos quedamos ahí, por supuesto. De la versión de Kenneth Brannagh a la de Penny Dreadful, pasando por la de Javier Bardem que nunca conoceremos, sus apariciones y su influencia se cuentan por cientos no solo en el cine, sino en todos los campos del arte, ya sea en adaptaciones fieles o en simples referencias. Y como no podía ser de otra manera, el cómic ha puesto su granito de arena en ello. A fin de cuentas, ¿qué mejor lugar hay para un monstruo que los barrotes de nuestras queridas viñetas?

Algunas versiones de Frankenstein en el cómic

Frankenstein, de ITO Junji, por Fer García

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La iconicidad del personaje del monstruo de Frankenstein ha permeado las diferentes culturas a lo largo y ancho del planeta, incluyendo a la reservada sociedad japonesa. La tormentosa naturaleza de esta criatura ha cautivado a autores de cómic nipones desde el surgimiento del manga moderno y el progresivo aperturismo a occidente, tras la II Guerra Mundial. Si bien la influencia de la creación de Mary Shelley puede ser percibida de manera indirecta en obras como la magnífica El Clan de los Poe, de HAGIO Moto, en la que su protagonista sufría la soledad como consecuencia de su propia y particular naturaleza, ha habido otros autores que han abrazado abiertamente el mito, realizando su propia adaptación a las viñetas. Este es el caso de ITO Junji, el maestro del manga de terror, que en el año 1994 publicó un manga en el que adaptaba la novela original, con añadidos de su propia cosecha e influencia de otros medios como el cine.

La historia comienza con un Victor Frankenstein roto, desengañado y arrepentido de sus acciones, en mitad de un desierto helado, escapando de la realidad que lo atormenta, mientras rememora los hechos que lo han llevado a esta situación y nos sumerge de la mano en su historia, en los terribles acontecimientos que desencadenaron sus deseos de trascender y pasar a la historia como una de las personalidades más relevantes en el terreno científico. Ito introduce como novedad en su historia algunos matices a la creación del desgraciado científico, como una mayor violencia con la que intimida a quienes se cruzan a su paso, pero sobre todo, la plena consciencia de sus superiores facultades físicas y el hecho de utilizarlas para conseguir sus propósitos, amenazando a quienes se oponen en su camino o lo persiguen como fruto del miedo.

A pesar de ser una obra temprana en el marco de su carrera profesional, Ito ya da muestras de su capacidad para perturbar a los lectores a través de su dibujo, realizando un desagradable retrato visual del monstruo, para lo que recurre a elementos clásicos del eroguro, presentando a una criatura de piel áspera y demacrada e imponente presencia a través de las páginas, siendo capaz también de realizar algunos homenajes a las adaptaciones de esta historia al cine, como es el caso de la cinta dirigida por James Whale en 1931, de la que plasma en papel ciertos encuadres, dando lugar a una obra digna de sus cualidades como escritor y dibujante.

Frankenstein, Agente de S.H.A.D.E, por Gustavo Higuero

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Hay novelas que son capaces de trascender al propio tiempo por reflejar en su interior un sinfín de aspectos atemporales relacionados con múltiples facetas de lo que nos gusta llamar humanidad. Pero la criatura creada por Mary Shelley no se ha limitado a ser ese tipo de novela y ha trascendido a otros medios como el cine, el teatro, la televisión y por supuesto, también al noveno arte. Múltiples son sus encarnaciones en viñetas, pero desde aquí, este pequeño pedestal, vamos a comentar una de sus caracterizaciones dentro del Universo DC, durante los Nuevos 52.

Se trata de una obra que se centra en dar al lector una triple dosis de acción, aventuras y toques sobrenaturales, pues en sus páginas se dan cita múltiples mitos del terror clásico de distintos medios, al servicio de una agencia gubernamental con la que hacer frente a amenazas que escapan al control de las agencias más convencionales.

El personaje de Frankenstein vio la luz por primera vez en las páginas del Detective Comics #135 (Creado por Edmond Hamilton) y lo rescató Morrison en su trabajo Los Siete Soldados de la Victoria, donde luce sus atributos más clásicos, despojándose de la torpeza que en el imaginario común se tiene del personaje. Gran altura, piel verdosa, miembros cosidos, cabeza aplanada… aderezado con una pistola de gran calibre y una espada que según dice él mismo perteneció a un arcángel.

La serie añade al coctel principal mencionado una buena dosis de ciencia ficción cuando así lo precisa la historia, que está escrita por Jeff Lemire, Dan DiDio, Keith Giffen, Matt Kindt, con Alberto Ponticelli, Keith Giffen, Tom Derenick a los lápices. Ellos son los encargados de dar forma a los primeros 8 números que se publicaron en España de la serie en un solo tomo de la mano de ECC en el lejano 2013.

La colección se inserta sin disimulo alguno en lo más Pulp del género, usando y abusando de los comentarios más mordaces, la acción más visceral, las tensiones internas y todo aquello que caracteriza al medio en que se mueven, mezclando un sinfín de ideas y conceptos que logran convivir con acierto para todos aquellos que disfrutan del terror, la ciencia ficción y la fantasía en todas sus facetas.

Fábulas nº 28 y nº 29, por Raúl Gutiérrez

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Cuando por parte de mi gran compañero y mejor amigo, Jordi T. Pardo, se nos planteó la idea de celebrar esta noche de los Muertos Vivientes rememorando nuestras experiencias en cómic con el Monstruo de Frankenstein; yo lo tuve claro desde el minuto uno. Hablaría de Frankie, la versión de este compuesto de restos humanos que Bill Whiminghan alumbró para su mastodóntica obra sobre seres de cuento, con el diseño de Mark Buckinghan.

A pesar de que Fábulas comienza como una serie en la que se nos narra la vida de populares personajes de cuento en nuestro mundo, tras ser expulsados por un misterioro adversario de sus Tierras Natales, la realidad es que la serie pronto se abrió a mostrar otros personajes no nacidos precisamente de los cuentos tradicionales, y es que, todo personaje creado por el hombre en un contexto de ficción, es susceptible de ser una fábula.

De este modo, Whiminghan nos presentó al monstruo creado por Mary Shelley, el cual aquí no era si no un experimiento de los nazis para ganar la Segunda Guerra Mundial. A este conocimiento llegábamos la rememorar una vieja historia protagonizada por Lobo Feroz, en la que el sheriff de Villa Fábula, nos contaba como, para entender mejor a los humanos con los que convivía, y para compensar al mundo mundano por la acogida que sin saberlo, le había dado, luchó en la Segunda Guerra Mundial del lado de los aliados.

Dadas sus características especiales, sospechadas por sus compañeros pero nunca confirmadas, Feroz formaba parte de un destacamento especial que llevaba a cabo misiones secretas y casi suicidas, siendo el asalto a un castillo alemán, aquella en la que se topó de bruces con Frankie, al que no con poco esfuerzo terminó venciendo.

Franki quedó reducido a ser solo una cabeza, y desde ese momento se convirtió en uno de los alivios cómicos de la serie junto a Bufkin, el mono volador, puesto que residiría en la oficina de administración de Villa Fábula.

Este acercamiento al personaje gótico, distaba mucho de ser de género terrorífico, pero era el que mejor le sentaba a la obra de Whiminghan, que demostraba como cualquier historia puede ser contada con cualquier personaje si se pone el empeño suficiente.

Un curioso punto de vista de la creación del megalómano Viktor que nos arrancó más de una sonrisa.

Frankenstein y Frankestein: ¡Está vivo!, de Bernie Wrightson, por Edu Sesé

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La siguiente obra era un título imprescindible para este artículo pero, sin embargo, no pertenece al mundo del cómic estrictamente hablando. Porque en el Frankenstein de Bernie Wrightson no vamos a encontrar viñetas, sino una edición ilustrada del clásico de Mary Shelley. Sin embargo, es difícil no hablar de uno de los trabajos más recordados e impresionantes de uno de los artistas más importantes de la historia, especialmente si centramos el foco en el terror. Bernie Wrightson (1948-2017) es uno de esos autores que ocupa el salón de la fama del cómic de manera unánime, y si lo es es especialmente por hitos como la creación de la Cosa del Pantano, su trabajo en la editorial Warren y, sí, esta obra que aquí nos ocupa.

Dentro de sus muchos proyectos, Wrightson invirtió un total de siete años en realizar una serie de casi medio centenar de ilustraciones con las que acompañar a la célebre novela en una edición que publicaría finalmente Marvel Books en 1983. El resultado fue un trabajo descomunal, en el que el artista realizaba un auténtico despliegue de excelencia con unas imágenes de un poder inconmensurable. Con un estilo de dibujo rallado y un profundo cuidado por el detalle, Wrightson nos dejó una edición que, con la guinda que supone contar con una introducción de Stephen King, está considerada como una obra cumbre del terror. Los derechos serían adquiridos por Dark Horse varios años después, que sacaría una edición restaurada en 2007, y que llegaría a España de la mano de Planeta.

El maestro volvería una vez más al personaje casi 30 años después, cuando decidió juntarse con su amigo, el guionista Steve Niles, para realizar Frankenstein: Alive! Alive!, una continuación de la desdichada vida del solitario monstruo, esta vez sí en formato cómic, de la mano de IDW Publishing. La obra, que toma como punto de partida el final de la novela, con la criatura flotando sobre una placa de hielo tras abandonar el barco de Robert Walton, se sumerge en las reflexiones del monstruo y en su propia búsqueda de lo que define su existencia y, quizás, su humanidad. No es una obra en la que se pueda decir que el guion de Niles destaque especialmente, siendo un trabajo tímidamente correcto, pero la importancia que tiene su apartado artístico la convierte en imprescindible. Frankenstein: ¡Está vivo! (su título en español) no supuso solo el regreso de Wrightson al personaje y una nueva masterclass de cómo dibujar como los ángeles, sino que supuso también su último trabajo antes de fallecer debido a una larga lucha contra el cáncer. De hecho, a sabiendas de su empeorado estado, el artista se ocupó de encargar a Kelley Jones (Batman & Drácula: Lluvia Roja) la finalización del cuarto y último número de la miniserie, dejándole los bocetos necesarios para que, aunque fuera de manera póstuma, su obra no quedara inconclusa. Bernie Wrightson no solo fue uno de los artistas más importantes y el que mejor supo plasmar la oscuridad y la soledad del monstruo de Frankenstein, sino que hasta el final lo dio todo por su arte.

The mark of the monster!, por Luis Javier Capote Pérez

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El tebeo que traigo a esta entrada no es particularmente destacable, si se ve desde un punto de vista más objetivo. Se trata del número cuarenta de la primera colección mutante, The Uncanny X-Men. En el mismo, la Patrulla-X original se enfrentaba a la creación de Víctor Frankenstein… o algo así. Como se verá a continuación, la historia no era en modo alguno nada del otro viernes, ni siquiera para los tiempos en los que fue publicada, a finales de los años sesenta. Sin embargo, guardo para ella un cariño especial, por cuanto fue el primer tebeo patrullero que leí, ya que venía como segunda historia en uno de los números de la colección de Spider-Man que publicaba Bruguera. Cualquiera que se haya acercado a aquellas ediciones, sabrá reconocer lo desastrosas que eran a, prácticamente, todos los niveles, pero, en aquellas páginas, un niño de ocho años pudo descubrir a la primera alineación mutante, dirigida por el profesor Charles Xavier, tras descubrir otro de los motivos por los que J. J. Jameson detestaba tanto al trepamuros blaugrana.

El tebeo lleva la firma de varios nombres ilustres de la casa de las ideas. Para empezar, tenemos a Roy Thomas al guión, suscribiendo un trabajito que no es, precisamente, de los mejores que hacía en aquellos días. Aún está por llegar su memorable trabajo en la adaptación a la viñeta de las aventuras de Conan de Cimmeria y, por esos tiempos, resultaban más interesantes sus aportaciones a la colección protagonizada por los Vengadores. Para seguir, contamos con la presencia de Don Heck a los lápices, realizando sus labores gráficas con su estilo habitual y viendo embellecido su trabajo con los pinceles de otro ilustre nombre de la Marvel de esos años, George Tuska. Nombres relevantes en esos años, para una colección que aún estaba lejos de llegar a sus días de gloria y, entretanto, pasaba sin pena ni gloria por las estanterías. Quizá, argumentos como éste pueden explicar esa indiferencia.

Pongámonos en situación: el quinteto fundacional de la Patrulla-X está llevando a cabo sus entrenamientos habituales -con piques entre el Hombre de Hielo y la Bestia de por medio-. El profesor Xavier interrumpe estas prácticas, para informar a sus discípulos de la localización del monstruo de Frankenstein. Después de tirar de las orejas a Bobby por no haberse leído la novela cuando estaba marcado en su calendario escolar, les explica su particular tesis: la criatura es un robot de alta tecnología que fue creado, muy seguramente, por un mutante. La historia narrada por Mary Shelley tenía, pues, una base real, pero en la que don Charles Limpio arrimaba el ascua a la sardina del factor-x. A través de sus contactos, Xavier descubre que el monstruo ha sido encontrado en los hielos árticos y que un equipo científico radicado en Nueva York se dispone a liberarlo de su congelada prisión. Para evitar daños humanos, la Patrulla-X se infiltra en la base en la que la criatura está retenida, pero no a tiempo de evitar su despertar. El ser les despacha fácilmente y, solamente cuando el mentor mutante logra establecer contacto telepático con él, se descubre la verdad: el monstruo de Frankenstein es, en realidad, un robot, sí, pero creado por una civilización alienígena de un mundo de clima tropical, con el fin de que fuera su embajador en un primer contacto con el pueblo terrestre. Desgraciadamente -y por exigencias del guión- la creación no funcionó bien y sus fabricantes tuvieron que usar contra él su único punto débil, el frío, para dejarle fuera de combate. El hecho de que la Patrulla-X luciera coloridos uniformes -símbolo de su condición de estudiantes graduados- indujo al averiado ser mecánico a creer que eran sus patronos originales. Conocedores de su verdadero origen y de su talón de Aquiles, profesor y estudiantes se enfrentan de nuevo al monstruo, derrotándole definitivamente.

La historia no deja de ser una de estas vueltas de tuerca fantacientíficas, por las que se intentaba dar una explicación racional (ejem) a mitos y leyendas. Este recurso, muy querido por Stan Lee o Jack Kirby, es usado aquí por Roy Thomas de una forma un tanto torpe, por cuanto a la tesis inicial de Xavier -Víctor Frankenstein era un mutante- sucede una realidad que hace aguas por todas partes -el monstruo era un embajador enviado por habitantes de un mundo extraterrestre-. Sorprende un poco que el guionista, buen conocedor de los clásicos literarios, despachara tan alegremente una creación con tanto potencial como la que imaginara Mary Shelley, si bien poco después se produciría una recuperación en condiciones de este mito novelesco universal. No obstante, debo reconocer que, con todo, el equipo creativo demostró su oficio: la Patrulla-X es presentada y definida para conocimiento de la parroquia lectora recién aterrizada; el monstruo se presenta como una amenaza imparable y Charles Xavier queda establecido, para ese momento, como el más poderoso mutante.

Dos curiosidades finales: en la portada del original estadounidense, se anuncia el enfrentamiento entre la Patrulla-X y Frankenstein, cayendo en el error habitual de dar a la criatura el nombre de su creador. Por otra parte, no quiero terminar esta aportación mencionando que, en el tebeo arácnido-brugueriano en el que leí esta historia, hace más de cuarenta años, Spidey se enfrentaba a un John Jameson transformado en licántropo. Quizá por casualidad o quizá no, aquella caótica cabecera, donde se juntaban churras y merinas, presentaba en su sexto número una propuesta perfecta para leer en una noche de difuntos.

Mortadelo y Filemón. Los monstruos, por Sergio Fernández

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¿Se puede mezclar una tradición tan americana como Halloween con un tebeo tan nuestro como Mortadelo y Filemón? La respuesta es un rotundo sí aunque, como podemos imaginar, más que de miedo, podríamos morir de risa. El controvertido Francisco Ibañez firmaba en 1973 esta historieta que tenía a los monstruos de la cultura popular como villanos de la función. A priori, el profesor Bacterio había conseguido una máquina capaz de traer a la realidad personajes de ficción una vez se introdujera el libro de turno. De esta forma, es la criatura de Frankenstein quien comienza a causar estragos en la ciudad. Sin embargo, pronto nos daremos cuenta de que algo no encaja, tanto por sus reflexiones como por sus actos. Frankenstein parece empeñado en robar, algo que lo alejaba bastante del clásico de Mary Shelley. Como si de un capítulo de Scooby Doo se tratara, al de unas páginas se revelará la verdadera identidad del ladrón que se escondía bajo el disfraz de Frankie.

Los monstruos utiliza la estructura propia de la archiconocida serie de la Escuela Bruguera, repitiendo esquema con cada nuevo villano que salta a la palestra. Drácula, El Hombre Lobo, La Momia… marionetas en manos de El Cerebro, verdadero antagonista de la trama que se esconde tras una cortina de humo. Como no podía ser de otra forma, tanto los disfraces de Mortadelo como los guantazos que se lleva la pareja protagonista están a la orden del día. El zapatófono o las entradas secretas a las oficinas de la T.I.A. activarán nuestros recuerdos de épocas pretéritas en las que la oferta era mucho más escasa que la actual y cada cómic podía ser leído mil veces. Al final, se descubrirá que todo fue un engaño del propio Cerebro aunque, para sorpresa de todos, la máquina de Bacterio termina funcionando, lo que provocará la enésima persecución del Súper hacia sus empleados.

En lo personal, Mortadelo y Filemón marcaron mi infancia, mientras que Frankenstein lo hizo en la adolescencia. Gracias a una oferta de lanzamiento kiosquera pude hacerme por 500 pesetas (3 € al cambio) con el Drácula de Bram Stoker y el citado Frankenstein de Mary Shelley. Ni que decir tiene que devoré sucesivamente ambas lecturas y desde aquel preciso momento se convirtieron en dos de mis novelas preferidas. Aprovechando este espacio en el cual pretendemos homenajear a la célebre criatura, no quiero pasar la oportunidad de rescatar El jovencito Frankenstein, cinta que Mel Brooks llevó a buen puerto en el año 1974 con un elenco formado por Gene Wilder, Peter Boyle, Marty Feldman, Cloris Leachman, Teri Garr, Madeline Kahn y Gene Hackman. Sin lugar a dudas, nos encontramos ante una de las grandes comedias de la historia del cine.

Siete Soldados de la Victoria: Frankenstein, por Miguel Ángel Crespo

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En la novela original de Mary Shelley, el monstruo de Frankenstein es una sutil representación de las ansiedades relacionadas con la maternidad y el miedo al aborto. En Siete Soldados de la Victoria de Grant Morrison, el monstruo de Frankenstein es de todo menos sutil: lucha contra zombis marcianos montado en una mantis religiosa gigante escupefuego, se enfrenta a un proyecto militar ultrasecreto que pretende utilizar la memoria del agua como arma de destrucción masiva y frena la invasión de una especie de hadas depredadoras procedentes del lejano futuro. Equipado con una enorme espada y una pistola que proyecta sus balas con vapor, el monstruo de Frankenstein según Morrison es una criatura que abraza el pulp más hiperbólico y despreocupado. Sin embargo, a su manera también es una representación de las ansiedades propias de la persona que lo escribe… o más bien de la capacidad para resistirse a ellas. En su primera aventura se encuentra frente a una amenaza sobrenatural que corrompe a un grupo de adolescentes como si fuera un cáncer, retorciendo sus cuerpos y sus mentes. No mucho después, el monstruo asiste impertérrito al lanzamiento de una bomba nuclear sobre un pueblo consumido por un arma biológica. En su libro Supergods, Morrison habla sobre su infancia marcada por el temor a un holocausto nuclear. También es bien sabido que el autor perdió a varios seres queridos a causa del cáncer, incluyendo a su padre. Pero ante esos miedos se alza Frankenstein, el no-vivo, el que no puede morir.

El Frankenstein de Morrison es una figura trágica, un héroe gótico. Maldito y miserable por su incapacidad para morir, siempre se apresura a otorgar el regalo de la muerte a sus enemigos. Para poner fin a la infección que se extiende entre los jóvenes de un instituto, el monstruo no tiene reparo en decapitar al primer afectado ni en prender fuego a todos los demás. La piedad no forma parte de su vocabulario. Sin embargo, también es un caballero que besa la mano de la primera muchacha con la que se encuentra tras despertar en el mundo moderno, que habla con un cierto deje arcaico y que llega a recitar poesía durante sus combates. Frankenstein ha reclamado el nombre de su antaño odiado creador con la esperanza de llevar su firma hasta el futuro, donde quizá sea honrada. El rencor tampoco tiene cabida en su interior, sólo una fría indiferencia y una voluntad implacable. Puede que el monstruo sea una criatura inhumana, pero aún le queda algo de humanidad.

Este Frankenstein es el mismo de la novela, que nadó hasta el continente americano tras perderse en los hielos del norte y juró proteger a los humanos del mal. Enterrado en un accidente de tren en 1897, Frankenstein se libera en 2005 y se encuentra con un nuevo siglo repleto de viejos males. Poco después se une a S.H.A.D.E., una organización que, en palabras de su líder, se dedica a “limpiar la mierda que nadie más quiere tocar”. En S.H.A.D.E. se reencuentra con la Novia, una criatura no-viva creada por el mismo científico que le creó a él para que fuese su compañera. Pero, como la propia Novia le recuerda contundentemente, él nunca fue su tipo. «Algún día encontrarán la manera de coserte el sentido del humor», dice resignada cuando Frankenstein se muestra incapaz de seguirle el juego. La relación entre ellos es muy interesante, aunque con el tiempo se iría diluyendo a medida que otros guionistas fueron ampliando el concepto de S.H.A.D.E. y añadiendo a otros monstruos a la mezcla. Frankenstein y la Novia son seres incapaces de amar, de sentir calidez o compasión, y, pese a todo, se entienden el uno al otro como nadie. Todo ha cambiado para ellos en el siglo XXI… pero todo sigue igual.

Siete Soldados de la Victoria fue un proyecto ambicioso y complejo, en el que siete personajes distintos protagonizaron sendas historias interrelacionadas que culminaron en una conclusión explosiva. Secundarios de lujo como Zatanna y Mister Milagro compartieron cartel con personajes semidesconocidos como Klarion o el Caballero Brillante. Como uno de estos Siete Soldados, el Frankenstein de Morrison ofrece una versión extraña y fascinante del superhéroe: un superhéroe feo, estoico y desapasionado, muy alejado de la gracia y la belleza de seres luminosos como Superman o Wonder Woman. Ilustrado por un Doug Mahnke que aún no había acabado de refinar su estilo, el personaje se muestra con una crudeza salvaje y desatada. Frankenstein es un monstruo del pasado, perfecto para luchar contra los monstruos del futuro. Es un horror del siglo XIX que se ha convertido en la primera línea de defensa contra los horrores del siglo XXI. Quizá este sea precisamente el tipo de superhéroe que necesitamos.

Detective Comics #135(1948): Batman y Robin en la auténtica historia de Frankenstein, por Ángel García

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Batman es un icono de la cultura popular estadounidense. Un baluarte editorial de más de ochenta años de historia que dan cuenta de una aportación única, incalculable, al modo de entender no solo el medio del cómic sino también el cine, con adaptaciones que van desde el desastre más absoluto (y a pesar, o por ello, recordables) hasta obras muy notables. Esto le ha permitido enfrentarse o compartir historias con un grupo de lo más variopinto de personajes. Con el renovado interés en el público norteamericano por el Monstruo por las películas, desde la igualmente icónica Frankenstein (1931), de James Whale, un encuentro parecía inevitable.

Nos remontamos a 1948, con el murciélago compartiendo protagonismo con su pupilo Robin en la cabecera. Eran años de amplio desarrollo de galería de secundarios, con historias ligeras, influidas enormemente por otras; muy lejos todavía de la profundidad y contenidos de décadas posteriores. Con un sello, en aquel preciso momento, muy poco claro y definitorio del personaje, este se identifica a través de una amalgama de ideas, conceptos y otros personajes literarios.

La premisa es un viaje pasado (literalmente, sí. ¿Cómo se hace? Un mago, supongo) ante un descubrimiento del profesor Carter Nichols: el Monstruo de Frankstein existió de verdad. Ahí comienza la locura temporal, en la que el viaje termina provocando el surgimiento de una especie de Monstruo en un hombre corpulento llamado Iván. Cuando todo se desboca, se requiere la presencia de los héroes del año 1948, con su correspondiente viaje al siglo XIX, por obra de Nichols.

Vista con la perspectiva del tiempo, es un despropósito total. Tiene comedia, casi siempre involuntaria, y una torpeza total a la hora de contar el enfrentamiento entre Batman y Robin y el Monstruo. Copia sin pudor la estética adoptada por las películas en el exterior, así como de estancias amplias de castillo para los interiores. También tenemos un momento WTF con la conversión del cruzado de la capa a Golem (sí, claramente es un Golem). Para más enjundia, el tebeo finaliza con Batman y Robin hablando con una señora, contándole la historia que han vivido. La misma resulta ser Mary Shelley.

En primer lugar, por tanto, podemos afirmar que Mary Shelley es oficialmente un personaje de DC Comics. Y en segundo, de acuerdo con este cómic, que escribió la novela basándose en la experiencia de Batman con una especie de Monstruo. Todo me parece maravilloso.

Es un trabajo simple, cuya vigencia está en ser el punto de encuentro entre dos personajes tan singulares para la cultura de la época. Uno apropiado y adaptado a lo estadounidense (Monstruo de Frankenstein) y otro puramente americano, Batman.

Dragon Ball, de TORIYAMA Akira, por Jordi T. Pardo

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Hay muchas versiones de Frankenstein en el cómic americano y europeo que beben de la visión que Boris Karloff propuso en 1931 en la adaptación cinematográfica de la obra de Mary Shelley dirigida por James Whale. Es una referencia casi insalvable que incluso hoy sigue definiendo la visión que tenemos de este personaje. Está tan marcada en el imaginario popular que incluso en el manga se ha reproducido. El mejor ejemplo lo tenemos en Dragon Ball, esa obra de TORIYAMA Akira que sobre todo en su primera parte estaba plagada de guiños al cine palomitero estadounidense, desde Star Wars, hasta Terminator, Alien y llegando incluso a ofrecernos su visión de monstruos clásicos como Drácula, el Hombre Invisible, el Hombre Lobo y el presente monstruo de Frankenstein.

El Frankenstein de Toriyama era un personaje que aparecía ligado a la saga de la Red Ribbon. Su historia no tenía nada que ver con la criatura de Mary Shelley y si no fuese por su aspecto nunca lo hubiésemos relacionado con el mismo. Este Frankenstein es un calco animado de Boris Karloff y si mantiene algo de la obra de Shelley es su búsqueda incansable de humanidad. En principio presentado como una amenaza a la que debe hacer frente Goku, este sosias de Frankenstein conocido como androide número 8 pronto se rebela contra su malvado creador. Este último no es otro que el Dr. Gero, el mismo villano que después de sobrevivir a la masacre de la Red Ribbon seguiría desarrollando su tecnología y creando androides cada vez más fuertes.

No estamos pues hablando de un simple guiño, número 8 es un personaje realmente relevante de la serie y que forma parte de la continuidad de Dragon Ball. Después de ayudar a Goku en su aventura, número 8 se quedará en una pequeña aldea donde es recibido y tratado con todo el cariño y respeto que nunca pudo lograr el monstruo creado por Shelley. Para que digan que no existe la justicia poética. En posteriores secuelas de la serie apenas encontramos alguna aparición anecdótica del personaje. Dragon Ball es una serie coral y Toriyama nunca creó a este sosias de Frankenstein para ser un personaje principal de la misma.

Lo que nos confirma esta visión del personaje es que esa imagen del imaginario colectivo que tenemos en Occidente es la misma que se tiene de esta creación a nivel internacional. Frankenstein está condenado a ser una mole llena de cicatrices y tuercas con un grave conflicto con su humanidad y, especialmente, con su veleidoso creador, se llame este Víctor Frankenstein o Dr. Gero. El aviso contra la falta de moral y ética en la ciencia sigue estando en la génesis del personaje y no se puede decir que no sea un tema también muy presente en Dragon Ball en alguna de sus etapas. Así que la propuesta de Toriyama se eleja totalmente de la de Shelley al no ser una adaptación, pero mantiene muchas de las características que han definido a la criatura a lo largo de los años convirtiéndolo en un curioso y asiático reflejo suyo.

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Ziggy
Lector
31 octubre, 2021 18:36

Hombre que buena reseña y que buen resumen de las apariciones de la criatura (llamemosle Frank, que asi se ha quedado) en el comic. Siento que han quedado algunas fuiera del tintero pero bueno, no se puede colocar todo lo que queremos siempre y hay que separar la paja del grano.
A mi se me viene a la memoria el Frankesntein de una vieja pelicula en blancoi y negro de Abbot y Costello, que tambien luego enfrentaron a otros monstruos. Ahi no daba miedo pero en historias posteriores si me dio más escalofrio. Creo que habia un anime infantil tambien que reunia al hombre lobo a Dracula y a Frank cuidando de un niño en un suburbio japones, muy en la onda de Doraemon.
Lo unico malo es que vamos a tener que esperar un año entero por la segunda parte, pero bueno, lo bueno se hace esperar.

Xlin
Xlin
Lector
31 octubre, 2021 19:08

Me ha gustado mucho este artículo, enhorabuena y ahora a esperar hasta el próximo Halloween!

Enrique Doblas
Autor
14 diciembre, 2021 8:50

Me lo he pasado pipa leyendo, gracias por el artículo!